Partida Rol por web

Bernard suspira y se coloca las gafas con el dedo índice para pegárselas bien al puente de la nariz. Siempre le ha pasado esto, vive en un constante “Deja vu”, donde lo que él piensa, al tiempo, lo piensa el resto, él no ha pedido tener esa capacidad analizadora de las cosas, pero hace que todas sus relaciones no funcionaran siendo las reacciones de los que le rodean previsibles y obvias. Como se puede imaginar, todas sus novias han caído en la repetición, cosa que aburre soberanamente a este listo científico, sólo aquí en las profundidades abisales ha encontrado un estímulo y un desafío en la mente de la doctora Mellow.

Sin embargo sus compañeros repiten cosas que él ya ha intentado o ha pensado, pero sin tanta disciplina, pues el atolondrado mecánico, ya ha cortado las luces sin ni siquiera preguntar, si ante una bajada de tensión, se han  apagado o reiniciado servidores, si se han activado cierres complejos de puertas, o algo incluso peor, es posible, espero que lo tuviera en cuenta. No se han hecho simulacros en lo que él ha estado trabajando en la estación, y por su modo de actuar, me parece que no es demasiado cuidadoso.

Ahora no queda otra que seguir, quejarse o decir algo no va a servir de nada. Cuando está calmado siempre se rige para decir algo por las Tres Jaulas, que todo lo que digas sea Verdadero, Bueno y Necesario. Puede que decirle que ha hecho una imprudencia atraviese dos jaulas, pero no sacaremos nada bueno de eso, es mejor sepultar lo que pienso y continuar hacia la sala de control. Cierto es que nos movemos mejor, como había pensado antes, aunque acabaremos en una zona restringida que nunca he pisado.

Bueno los problemas uno a uno. Caminado a paso rápido y encorvado como si de un equipo de elite nos tratáramos, mi bata blanca hace un frus-frus que me recuerda quien soy, y casi me da ganas de reír.

La advertencia de la doctora tenía todo el sentido, quizá su plan era demasiado arriesgado. Además ella no contaba con unos conocimientos informáticos tan profundos como para conseguirlo facilmente. 

Lucie se debatió entre ir o no a la sala de control cuando vió lo que Markus se disponía hacer: -Un momento Mark...- No le dió tiempo a terminar la frase cuando Markus apagó las luces sumiéndolos en la oscuridad. Con el corte de eléctrico Lucie no sabía si se habían apagado también los servidores o las consolas con lo que su plan de hackear el sistema podría haberse ido al garete antes de empezar.

Al ver que estaba todo en su contra Lucie se echó atrás en su plan, se encogió de hombros y aceptó su destino.

- Bueno, será mejor que siga con vosotros.- 

Al fin y al cabo ya tenían una ventaja al haber despistado al los terroristas en el almacén principal. Lucie siguió al grupo, había guardado el cutter en el bolsillo y comprobó si aún seguía ahí, no serviría de mucho contra un loco armado pero, en cierto modo, la hacía sentirse segura.

La temperatura había empezado a subir en el pasillo entre la Seccion Central y el Almacén Principal en cuanto Markus empezó a soldar la plancha de metal a las dos planchas de la puerta de acceso a este. Gracias a la distracción creada al abrir la puerta  hacia el Almacen Secundario, quizá habían evitado que los terroristas se fijasen en el brillo generado por el soldador al funcionar: no era el momento de probar si, realmente la munición de los subfusiles de asalto de los atacantes era realmente tan temible.

Lucie, acostumbrada a ser eminentemente eficiente, ocupó el tiempo en sopesar los pros y contras de su propio plan, que la franqueza de la doctora Mellows había mostrado como altamente peligroso. Finalmente, la pelirroja optó por mantenerse con el grupo.

Bernard, por su parte, dejaba volar su mente analítica sumida en recuerdos de lo que había sido su vida. Mil veces en la Universidad, incluso en la Secundaria, le habían tildado de "friki", "raro", por su forma de afrontar las distintas situaciones por las que pasaba en su vida, pero el resultado no podía haber sido mas esperanzador, tanto como para haber acabado seleccionado como personal científico de la Estación Verne, trabajando nada mas y nada menos que con la prestigiosa Doctora Elizabeth Mellows, toda una eminencia en Biología Marina.

Por su parte, Markus, el veterano técnico de mantenimiento, parecía moverse como pez en el agua, como si hubiera vivido esta misma situación una y mil veces. Tras acabar de sellar la puerta al almacén, había descolgado la puerta a la Seccion Central, y una sonrisa en su ajada cara mostró a los otros que, aparentemente no había peligro, tal y como les informó con su marcado acento ingles.

— Bien, señores, estamos a un paso de llegar, pero no podemos esperar que, ni la Sala de Control, ni el Acceso al Modulo 505 estén libres. Si lo están, la Navidad habrá llegado antes de tiempo... Creo que... — De repente, un chispazo, y profundo olor a goma quemada. Cuando todos giraron la cabeza hacia la fuente, la sonriente cara del ruso admiraba el embrollo de cables que había originado el cortocircuito.

La luz fría de la Seccion Central se transformó en otra aun menos brillante del sistema de alumbrado de emergencia, y se escucharon maldiciones en árabe en algún punto mas allá de esa sala, la mas grande, que comunicaba con todas las demás secciones de la Estación.

— Señor Popov, por su bien espero que el módulo 505 tenga un generador propio, aislado del sistema general de la Base. Si no, no podré acceder al Módulo, y nada de lo que hagamos habrá merecido la pena... — La fria serenidad con que la Doctora se dirigió al menudo técnico de mantenimiento demostró que, pasado el momento de tension tras el intento de doblegar su voluntad apelando a su sentido de la responsabilidad por parte del cerebro del ataque, de nuevo la parte racional había tomado el mando, como hacía en cada uno de sus trabajos. — Sigamos...

Agrandando la pequeña abertura de la puerta, el cuarteto salió a la enorme sala, donde distintos puestos informaticos descansaban contra las paredes. Al parecer, iban a ir directos al pasillo mas alejado a la izquierda, el que se dirigía hacia Area del Acceso a los módulos puramente científicos. Y alli se dirigieron, aprovechando la penumbra que Markus Popov había creado... La bata de Bernard, que había "flapeado" al salir del pasillo a la Seccion Central, fue agarrada por el sorprendente alemán que, emulando al mas silencioso de los gatos, siguió a sus compañeros en el mas completo de los silencios. Se escuchaban voces en árabe, junto a alguna en ingles del resto del personal de la Estacion en la sala contigua, la de Conexion con el Exterior, así que era probable que hubieran reunido allí a los que habian conseguido reducir, pero ellos torcieron a la izquierda, hacia el pasillo a los módulo científicos. Fue entonces cuando Markus, que iba delante, escuchó a alguien mascullar, y el reconocible acento árabe, le hizo frenar en seco: la primera puerta estaba abierta de par en par, y frente a la otra, de espaldas, dos de los asaltantes, uno, manejando un ordenador que había conectado a la consola, a la que golpeaba con los dedos con gran precisión, aunque con resultados aun insatisfactorios. El otro, muy musculado, le observaba con atención, mientras el subfusil descansaba en sus brazos. Lo impersonal de aquellas máscaras les hacía perder el punto de personalidad, casi como si fuera maquinas...

Llegó la hora de los machotes. Markus señaló a Bernard Schmitt y su llave grifa y al menda más pequeño de los dos, el que estaba con el tiquitaca en el ordenador, y él mismo se señaló a sí, con su soplete, y luego al soldado más fuertote.

Luego vino una serie de gestos innecesarios, pero muy gráficos de cómo él aplicaba la llama al rojo blanco de su herramienta a la nuca de su víctima, y de cómo Schmitt tenía que apiolar al suyo de un buen mazazo en la coronilla.

Así que aumentó la proporción de oxígeno de las bombonas a tope, para dar calor al asunto y, un segundo antes de atacar, activó la chispa del soplete para que encendiera la llama... Todo ello sin fijarse demasiado en si el científico secundaba la jugada.

Había llegado la hora, era inevitable, tenían que pasar por encima de dos de los asaltantes de la base de operaciones. Debido a una increíble habilidad desconocida para él, se había movido en el más absoluto de los silencios, caminado con la punta de los zapatos de goma, y sin tropezar con nada, con la bata anudada a cintura por una de sus manos y en la otra la pesada llave de acero.

Eso les había permitido llegar hasta allí sin ser vistos, Popov ignoró completamente a la doctora que lo abroncó, supongo que no tendría nada que decir en su defensa, balbucear y decir algún que otro “No problema” Ahora sólo les quedaba pasar el módulo de control y estarían a nada de su objetivo. Ellos, los árabes, estaban hablando, así que se podían tomar un momento para planear la estrategia. Siempre que no tuviera a un impulsivo y descerebrado Ruso con ellos. Se estaba cansando de él, por suerte su unión estaba cerca a su fin y si salían de esta con vida no lo vería nunca más, como siempre le tocaba a él apagar los fuegos que el otro incendiaba.

Antes de salir a por el que estaba tecleando, y agarrando del hombro a Popov para que esperar unos segundos que ya iba corriendo, les susurró a sus dos compañeras, pues el científico siempre estaba pensando en probabilidades y en cómo aumentar las suyas de poder respirar un día más.

-Lucie hazte con el arma- le señala el subfusil apoyado contra la pared, ella sería el plan B si todo salía mal, era rápida y ágil- Mellow, cierra la puerta detrás nuestra por si hay disparos- al menos no se vería el fogonazo y tendrían que adivinar de donde vienen.

Sin poder retener más al pequeño ruso, avanza con él para caer sobre su víctima, que seguía trasteando con el portatil, aplastándola contra la puerta para luego darle un golpe con la llave inglesa, lo primordial es separarlo de su arma.

A Lucie le puso nerviosa el comentario de la doctora al ruso, la joven esperaba que Markus no hubiera metido la pata apagando las luces y algo más, pero la duda le inquietaba.

Cuando llegaron no esperaba llegar a acercarse tanto a los terroristas sin ser detectados, era una suerte, teniendo en cuenta de que no contaban con armas de fuego el elemento sorpresa era clave. Bueno, lo de que no contaban con armas de fuego era un decir, al ver a Markus trastear en su aparato de soldadura Lucie se temió lo peor. Si optaba por incendiar a los enemigos el fuego podría hacer saltar las alarmas en toda la base y algo le hacía pensar que una medida antiincendios era el cierre de todas las compuertas fin de evitar la propagación del mismo. 

Si las compuertas se cerraban, por un lado, estarían más seguros pero, por otro, no lograrían llegar al módulo 505.

Abrió los ojos de par en par e hizo un esfuerzo por mantenerse en silencio al ver que Markus accionaba el soplete, ella por su lado ya tenía el cutter en su mano con la pequeña y afilada hoja reflejando el fuego que el ruso acababa de encender. 

Cuando Bernard le pide que coja el fusil Lucie no duda y asiente con la cabeza. Se mueve silenciosamente hasta donde está el arma, la cual, aunque Lucie no es una experta tiradora, sabrá usar llegado el momento.

La cara de todos reflejaba una incredulidad mas que bienvenida: no sabían como, pero habían conseguido acercarse hasta aquella esquina del pasillo sin que ninguno de los dos asaltantes, que estaban enfrascados en la tarea de intentar abrir aquella puerta, la puerta de acceso al Modulo Científico, se percatara.

La Doctora miró a sus compañeros, interrogante. Estaba claro que ella no pensaba luchar, o al menos no en primera instancia, y se tironeaba de la ya casi aniquilada trenza con nerviosismo, mirando hacia las otras puertas que daban a este enorme recibidor. Markus, emborrachado en la descarga de adrenalina que había sufrido con el asalto, enseguida propuso un plan, y se disponía a ejecutarlo, cuando un Bernard ceñudo le agarró por el hombro, con un semblante que derrochaba reproche. El alemán, cuya mente analítica estaba acostumbrada a no dejar nada al azar, complementó el mismo: Lucie, cuando ambos hombres se lanzasen al ataque, se haría con el arma del que manejaba la consola, mientras la doctora Mellows cerraba la compuerta de entrada a la sección central. Si se escuchaba un golpe, o un grito, quizá tuvieran problemas.

Un asentimiento por todas las partes inició las hostilidades: alemán y ruso se acercaron en silencio a la espalda de los dos soldados, en un ataque en el que ponían todas sus probabilidades, pero por el que ninguno de los cuatro podía apostar a seguro: no eran hombres de armas, y sus adversarios sí: no tendrían otra posibilidad.

Bernard, con el corazón saliendósele por la boca, a punto estuvo de trastabillar, pues sus piernas se habían empeñado en no hacer caso, al menos del todo a su cerebro, pero, apretando los dientes, el alemán se recompuso, y lanzandose contra el hombre, le dió un empujón contra la puerta, descargando con fuerza la enorme llave grifa contra la nuca del menudo asaltante. Sin apenas emitir un quejido, el hombre cayó, como un fardo, soltando el pequeño ordenador portatil, que quedó colgado por el cable.

Por su parte, Markus, completamente enajenado, pensando en las miles de veces que había aniquilado al tal John Rambo, completamente hastiado con el cine que venía de norteamérica en los 80, colocó el soplete en posición, antes de propiciar el chispazo. A la vez, con la base del soplete, golpeó el subfusil hacia arriba, lo que obligó a que el guardia, que dió un respingo, elevase la cabeza, abriendo la boca: la pequeña llama, cargada hasta lo indecible de capacidad calorífica, abrió el cuello por su parte posterior, pero cuando el asaltante se giró para gritar de pura incredulidad y dolor, abrasó su lengua y sus cuerdas bocales, colandose por la boca abierta.

Mellows, enseguida accionó el cierre de la puerta, y Lucie agarró el subfusil huerfano.

En apenas unos segundos, el pasillo quedó en completo silencio, aunque el olor a carne calcinada impregnaba cada uno de botones olfatorios los presentes, amenazando con vaciar el estómago en cualquier momento. Conteniendo una nausa, la doctora se tapó la nariz con parte de su bata, y se acercó a la consola:

— Demonios!! — dijo, con un punto de desánimo, cuando vió una pantalla que no conocía. Enseguida Lucie, cuyos conocimientos del sistema eran parte de su dia a dia, alivió lo que aquella imprecación significaba, desconectó el pequeño laptop que había estado manejando el terrorista inconsciente, y tecleó una secuencia que reinició la consola. Al momento, la familiar pantalla apareció, y Mellows respiró aliviada. Con rapidez, tecleó una secuencia vertiginosa, y la puerta obedeció, al punto. Sin mirar siquiera a aquellos hombres, la doctora penetró en el vestíbulo con rapidez, seguido de sus compañeros. Entonces, de nuevo, una determinación ferrea traslució su mirada. Se giró, y dijo:

— Señores, no lo hubiera podido conseguir sin su ayuda: estoy muy orgullosa de todos y cada uno de vosotros... — Despues, se giró hacia Markus, poniendo una mano en el hombro del técnico de mantenimiento, y mirandole a los ojos, continuó:

— Markus, necesito que cierres esa puerta, y que no se pueda volver a abrir. No se lo que aguantará Monteros, pero mucho me temo que su voluntad no es su mejor arma. A no mucho tardar vendrán, independientemente de que hayan reducido a esos hombres con una rapidez asombrosa.

Despues, se giró a su colega, y a la pecosa Lucie. Ambos pudieron ver en su mirada una tristeza infinita:

— Necesito que ustedes me den cobertura el tiempo que necesito, aunque sea con esas horribles armas — dijo, señalando el subfusil que ahora portaba la de Comunicaciones. — No deben acceder al Modulo 505 hasta que yo haya terminado. Necesito unos 5 minutos... Bajo ningún concepto deben entrar hasta que yo salga, me entienden??!! Este punto es muy importante!! — agregó, mas alto de lo que sin duda había pretendido: — Adios, amigos.

Tras eso, se dirigió rapidamente hacia el norte del recibidor, hacia las dos salas que había en aquel pasillo: el puro nucleo del Modulo 505.

Por primera vez en todo ese tiempo, Markus fue consciente de lo que estaba ocurriendo. No hubo un chorro de sangre porque aquel tipo fue cauterizado a la vez que casi decapitado. Pero se encontró con la sensación contradictoria de sentir cómo se le hacía la boca agua con aquel aroma a carne guisada y el horror de lo que acababa de hacer: quitar una vida. Esa especie de canibalismo involuntario hizo que la sangre de todo el cuerpo se acumulara en la punta de los dedos gordos de los pies, y tuvo que apoyarse en una pared para no caer redondo.

Desde el final de una especie de túnel le llego, opaca, apagada, lejana, la voz de la doctora diciendo que cerrara la puerta. Como borracho, buscó el mecanismo que liberaba la puerta de la tracción mecánica para poder cerrarla en silencio y, tanteando, buscó el soplete que había dejado caer. Años de profesión (que no su mente consciente) le impulsaron a acabar la tarea que tenía entre manos.

Ya no parecía una marioneta medio graciosa, sino algo blando, desvaido, fantasmal.

A Lucie no le resultó complicado alcanzar el fusil, Markus y Bernard habían dejado KO a los dos terroristas en un parpadeo, aunque el método de Markus fue absolutamente desagradable y la joven tuvo que hacer un esfuerzo por no vomitar.

Ligeramente desconcentrada por el desagradable olor, Lucie accedió al sistema de control sin mayor complicación. Cuando la puerta se abrió la doctora se despidió inmediatamente y les dejó, ahora debían conseguirle a la doctora el mayor tiempo posible.

Lucie cerró la puerta tras Mellows para que Markus utilizara su soldador, esta vez para lo que realmente había sido fabricado.

Comprobó el estado del fusil, aunque no tenía experiencia con armas había aprendido todo lo relativo a ellas en la academia militar, de los tres era la más indicada para manejarla. Muy a su pesar ya que nunca había disparado a nadie pero la situación no dejaba mas opciones. 

Entonces le sacó el cargador para comprobar cuanta munición tenía y después de ponerlo de nuevo buscó más munición entre los cuerpos de los terroristas. De nuevo las nauseas volvieron. Comprobó el estado del otro fusil y se lo entregó al científico:

-Tenga, este es el seguro, en esta posición el arma está en semiautomático esto es una bala por cada pulsación en el gatillo, le recomiendo que la deje así.- Después de un par de instrucciones más y de indicarle como cambiar el cargador consideró que Bernard sabía lo necesario. - Ahora debemos montar un parapeto frente al acceso y atrincherarnos tras el. Entre los dos podemos conseguirle tiempo a la doctora y Markus mientras sella esa puerta.

Durante unos segundos miró a la persona caída en el suelo, completamente ajeno al olor a carne quemada, sus ojos hipnotizados estaban sobre el cuerpo de su víctima, posiblemente muerto por el crujido que notó en su brazo. Dio un par de pasos hacia detrás, tenía visión túnel, no vía nada más. Hasta que alguien no te tocó el hombro, no volvió a la realidad.

Soltó la llave grifa y miró al otro, al que ha sido mutilado por el mecánico, eso ya es demasiado y doblándome sobre mí mismo, cae sobre el suelo, y apoyando las manos en el suelo, devuelve todo el desayuno, un desayuno con tostadas de mermelada, un desayuno de cuando no pasaba nada y la mayor preocupación era terminar de catalogar una serie de protozoos especialmente resistentes a la luz ultravioleta.

Cuando se limpia con el antebrazo los restos de vómito de la boca, se levanta tambaleante. No ha escuchado lo que la doctora Mellows ha dicho al ruso, pero siente el orgullo de haber llegado hasta aquí, y como les dice que ellos deben detener a los que lleguen. Tenemos que darle cinco minutos y esa despedida... Adios amigos. No me gusta.  Aturdido, pero teniendo claro lo que nos ha pedido y con un rápido movimiento, le arranca el comunicador a uno de los asaltantes, ese pinganillo que vimos antes en el almacén y se lo lanzo a la Doctora.

-¡Toma!- Le digo mientras se lo lanzo- ¡buena suerte!- me las arreglo para dedicarle una sonrisa, seguro que ella que entiende el árabe puede sacarle provecho al comunicador interno de ellos.

Luego coge el subfusil y atiende a Lucie mientras le dice lo básico sobre armas y el ruso se pone a soldar la puerta, el Alemán empieza a darle vueltas al arma. Como pesa. Queda tan extraño con su batita y esa pedazo de arma… Mira a los cuerpos caídos, aun cuando él en el fondo piensa que no van a salir de aquí con vida, su mente, no deja de darle siempre alguna probabilidad más de tener éxito en todo aquello que empieza.

Sin perder un momento, y mientras el ruso está soldando, se desnuda a toda velocidad, y se empieza a “disfrazar” de asaltante y señala el otro a la joven Lucie, poniéndose las máscaras de gas serán casi irreconocibles bajo la poca luz que hay en todo el complejo- No sé si funcionará, pero podemos ganar tiempo si se creen que somos ellos, ahciendo el gesto de pulgar hacia arriba si vienen por aquí, también nos pueden servir para salir- su cabeza no se resignaba a buscar una salida y ya estaba pensando en cómo haría el gesto como que no oye por el transmisor.

En este momento está en calzoncillos, de raíces cuadradas dibujadas en ellos, y se coloca las gafas, mientras sigue pensando- a las malas les podemos sorprender y luego retrasarnos hasta ese parapeto disparando.

Muchas cosas que hacer, soldar la puerta, desnudar a los terroristas, esconder los cuerpos y vestirse como ellos, ¡ah!, y construir un parapeto, hay que ponerse a ello a toda velocidad. El olor a carne quemada ya no le molestaba nada. Un recuerdo vuela a su colega Thomas Boehm.

-Podría funcionar- Responde Lucie encogiendose de hombros. La idea de disfrazarse de terroristas no era de todo mala, la cuestión era darle tiempo a la doctora. Por tanto la francesa también se desvisitió hasta casi quedarse en ropa interior, un sencillo y cómodo conjunto en color blanco. No se sentía incómoda con la desnudez, quizá su tiempo en la academia, las duchas comunales y las novatadas la habían curtido en ese aspecto.

Mientras se desvestía estudiaba qué muebles podrían utilizar para la trinchera improvisada.

Lo irreal de la situación hizo que cada uno viviese los minutos siguientes al asalto de un modo diferente, pero con un denominador común: todos estaban fuera de lugar en ese momento:

— Si al menos hubiese estado con nosotros Antonio Rodriguez, o el propio Capitán Bullock... — pensaron todos, cada uno a su modo. Pero nada sabían de los integrantes del cuerpo defensivo de la Estación, mas allá de lo que había comunicado el terrorista por el sistema de megafonía: todos esperaban que fuese un farol, y  que bravo, aunque duro, Director de Seguridad no estuviese a las puertas de la muerte.

Con la nausea sobrevolando, y en el caso del científico, inundando las fosas nasales, los tres integrantes del excepcional grupo de guardaespaldas se dispusieron a cumplir con el requerimiento de la Doctora Mellows que, con una de sus ultimas sonrisas cansadas, se alejó pasillo arriba, hacia las salas espécíficas del Módulo 505, con el comunicador que le había dado su colega, el Dr. Schmitt, agarrado de la mano. Quizá fue la tensión del momento, la responsabilidad que se había asignado cada uno para proteger aquella posición, o el "shock" de haber acabado con la vida de al menos uno de aquellos dos hombres, pero solo a Bernard le sorprendieron las ultimas palabras de Elizabeth Mellows: — Se estaba despidiendo...?? — no pudo evitar pensar por un momento, aunque casi no le dió tiempo a procesarlo, pues tenían que ponerse manos a la obra antes de que viniesen refuerzos, como pensaban que ocurriría cuando los terroristas dejasen de dar las señales establecidas por aquel comunicador.

Mientras Popov, al borde del desmayo, debido al bofetón de pura realidad, se afanaba en bloquear de la mejor forma posible aquella puerta, Bernard y Lucie, a idea de aquel, desnudaban a los soldados árabes, intentando, en lo posible, abstraerse de las grotescas máscaras de muerte que lucían ambos semblantes. Cuando lo hicieron, ambos se colocaron los trajes, mascaras incluidas. Eran uniformes excesivamente grandes para ellos, pero quizá en la penumbra en la que Markus había sumido la Estación, podría valer. Lucie, rememorando tiempos de instrucción, enseñó a un completamente novato Bernard a utilizar aquellas armas semiautomáticas. Parecía que aquello fuera a convertirse en una situación de vida o muerte, y se preparaban para el peor de los escenarios...

De pronto, la luz de emergencia empezó a latir, trémula, por toda la sala, mientras la sirena comenzaba su cántico: - Uuuuhhhh, uuuuuhhhhh, uuuhhhhh!!!

El sistema de megafonía chascó, y la voz ya conocida por todos ellos, aquella voz profunda y tranquila que había intentado minar la voluntad de la doctora para que se entregara, sonó, pero con un punto de urgencia, hablando en árabe: órdenes secas, sin duda.

Aquello no podía significar nada bueno.

... y no lo fue, pues casi al punto, incluso a través de las dos puertas, el agente pudo escuchar los gritos en árabe mientras se abría la primera de las puertas de acceso al recibidor en se encontraban.

El calor sofocante de la llama volvió a inundar aquella sala, haciendo que se pusieran en marcha todos los ventiladores.

Ssssssssssssssssssshhhhhhhhhh

El sonido blanco penetraba en todos los rincones añadiendo su textura al olor del vómito (tostadas y mermelada, venidas de un mundo mejor) y al del miedo y la carne asada.

Miró al científico y a la teleco en calzoncillos y bragas como alucinando, hasta que registró en su cabeza que se estaban cambiando de ropa para parecer terroristas. Árabe por megafonía. Una puerta al otro lado se comenzó a abrir cuando aun estaban al rojo los dos o tres puntos de soldadura que había hecho en la puerta de acceso a la sección central. Eso venía de los laboratorios. Todavía tenían que recorrer un pasillo y accionar la puerta de este lado.

Esto era del todo subrealista, y encajaba tan bien con todo lo anterior, que Markus se establilzó lo justo como para actuar por instinto: ¡qué narices!

¿Qué tenía en la mano? Lo que había usado durante los últimos treinta y tantos años. ¡Que vivan los sopletes! Lo de los disfraces podría funcionar, pero él iba a intentar que no entraran. Se lanzó trastabillando, las bombonas a la rastra por el suelo con la intención de desbloquear la tracción de la puerta que todavía no se había abierto. Iba farfullando algo así como: no problemo, no problemo, y меня уже есть это, через секунду, ебать, это уже...
¡Al trabajo, ruso de los cojones!

Se plantó en medio de la puerta, sin hacerse a un lado: tenía la necesidad trabajar con mimo, pensaba cómo iba a fundir el acero del dintel para que se depositara en la hoja desde arriba, y así no necesitar material para pegar ambas puertas. Estaba tan feliz de tener una ocupación, y de dar la espalda al horror, que hasta silbaba.

¿Qué sería de su vida a partir de ahora? Matar a un tipo es una puerta de una dirección. Un camino sin retorno. Muy cerca está, más de lo que se piensa, la mirada de las mil millas. Como mínimo, el pequeño ruso, un tipo al que gustaba un trabajo sencillo y bien hecho, sazonado con literatura por un tubo (si era lacrimógena, mejor) quedaría atrapado en la Mirada cuando recordara estos momentos, y esos hitos ya eran otra puerta tras la puerta que acababa de cruzar.

En medio del peligro, escuchaba unas palabras venidas de otros tiempos, cuando leía una traducción al ruso de un librote de aventuras y mundos extraños:

"Es muy peligroso, Frodo, cruzar la puerta. Vas hacia el Camino, y si no cuidas tus pies no sabes hacia donde te arrastrarán."

El calor volvía a inundar la sala, pues el soplete se acababa de poner en marcha. Aquella frase venía con un poema... Decía... Decía:

El Camino sigue y sigue
desde la puerta.
El Camino ha ido muy lejos,
y si es posible he de seguirlo
recorriéndolo con pie fatigado
hasta llegar a un camino más ancho
donde se encuentran senderos y cursos.
¿Y de ahí a dónde iré? No podría decirlo.

Ya los tenían encima. Los podía oír a través de la gruesa puerta. Lo que había hecho la doctora había de significar que saben dónde estamos. A toda prisa se siguió cerrando cremalleras y un sin fin de hebillas, correas y toda clase de pequeñas cuerdas que tenían los trajes por todos lados. Cuando terminó de vestirse, hasta le sobraba una especie de trozo de tela grande con un interior ignífugo, no tenía ni idea de donde iba eso y lo descartó como poco importante.

Ayudó allá donde no llegaba a Lucie, a la que no pudo evitar mirar de refilón mientras se cambiaba. Ropa interior sencilla y de algodón, muy práctico... Trago saliva y desvió la mirada avergonzado mientras tartamudeaba algo aleatorio sobre los guantes. Cerró un par de cinchas de su menuda espalda hasta que quedó lo más apretada posible y luego le puso el puño para que se lo chocara como las pelis de colegas que solía ver por su insomnio. Esperaba que no lo dejara colgado con el puño en el aire.

Habían quitado los cuerpos y escondido detrás de unas largas mesas. Los papeles estaban por toda la sala, se habían marchado con mucha prisa de allí. Curioso miró algunos de ellos, pero eran muy densos y sin la correlación adecuada eran un sinfín de fórmulas y redondeles en Verde, de lo que suponía importante. ¿De verdad alguien sigue usando el bolígrafo verde? Después había volcado paneles enteros para hacerse una cobertura. Los proyectiles dicen que atravesaban el metal como la mantequilla, así que dispuso varias láminas unas delante de otras y junto con material más blando, entre medias, para reducir la fuerza central del impacto, uso sus conocimientos de biólogo para construir una barricada antibalas, nunca se había parado a pensar que el mundo de los polímeros diera para tanto. Finalmente habían terminado su trabajo entre los dos, no lo habían podido dotar de una polimerización por pasos a partir de la p-fenilendiamina y el dicloruro del ácido tereftálico o cloruro de tereftaloílo, pero era lo que había.

Ya los tenían encima. Rezaba por que el hiperactivo ruso, ahora diera rienda suelta a toda esa energía que tanto le había desesperado y sirviera a un fin común. Darle minutos a las doctora. Cinco ficken minutos, no parecía tan difícil, el necesitaba mucho menos para quemarse la cena.

Con el pesado fusil acunado en los brazos, como había visto hacer al terrorista que ahora estaba muerto, estaba apoyado en el parapeto, listo para saltar detrás en cualquier momento, bajo la luz del soplete, que llenaba todo de chispas, el siempre analítico Científico hizo lo que las probabilidades le dictaba. Despedirse.

-Lucie, ha sido un placer conocerte, ojalá hubiera ido a más cenas de empresa para conocerte antes- se coloca las gafas nervioso, pues es torpe en estas cosas- Y Popov, date prisa y vente para acá con nosotros, detrás del parapeto, que quiero darte un último coscorrón- le dice medio en broma, dando por zanjado sus desavenencias, pues es de sentido común que cualquier afrenta frente a la posibilidad de morir, se relativiza.

Dos cosas más pensó Bernard antes de que todo se fuera al demonio. Que no había terminado el puzle 3d de la torre Eiffel, como símbolo de todas las cosas que había empezado y no terminado, y que no había borrado el historial de su ordenador. Mierda.