Partida Rol por web

¡Rata! ¡Rata! ¡¿Dónde estás, Rata!

Una rata gorda y fea emergió de la olla de la sopa de pescado, y de un salto salió al suelo de la cocina. A la llamada del semiorco, Rata correteó y se reunió con su amo, que cerró la trampilla tras de sí.

Menos mal que no hemos dejado a nadie atrás...

¡PLOF-PLOF-PLOF!

Estragón volvió a levantar la trampilla: era Quiora la que golpeaba la madera para que la dejasen entrar. La semiorca se había entretenido en amedrentar a Rowland, quedando rezagada y siendo víctima de los murciélagos. El mestizo dejó bajar a la mestiza antes de volver a cerrar la trampilla.

Arriba, los ruidos eran inquietantes. En el sótano, el candelabro del establecimiento sujetado por Dalabrac y la antorcha de Aerendyl sujetado por Güilian aportaban toda la iluminación de un recinto cerrado y claustrofóbico lleno de trastos y telarañas. No había ningún portal allí, pero por lo menos habían ganado unos segundos de respiro para tratarse de sus heridas.

A duras penas pero con éxito, todos consiguieron entrar en el sótano, incluso la semiorca, que se quedó rezagada tratando de convencer al anciano de devolver el saquito de tierra al vampiro. El pobre Rowland había caído en las crueles garras de aquel vampiro, que seguramente le tendría algo no muy bueno reservado al pobre anciano.

- Do svidaniya i udachi...¹ - Murmuró la nórdica, al ver por el rabillo del ojo como la garra del vampiro se llevaba al pobre anciano.

A trompicones y una vez dentro de aquel oscuro sótano, Fedora soltó al gnomo y a Menon, para tratar de revisar la herida del costado, la más fea y la que seguía sangrando a cada paso que daba. El hecho de haber cargado con aquellos dos no ayudaba mucho, así que la pelirroja se arrancó un trozo de tela de su capa y trató de contener la hemorragia, vendando la herida como buenamente pudo. Mientras lo hacía, el trozo de tela se tiñó de rojo, del rojo de su sangre, pero al parecer había conseguido taponar la herida, por el momento.

Una vez acabada su tarea sanatoria, miró hacía arriba, pues un mechón de su melena estaba enmarañado en mitad de su frente. Se revisó el pelo y vió que algunos pelos chamuscados y estaba completamente despeinada.

No pudo soportarlo y comenzó a recolocarse el pelo, tratando de volver a sostenerlo con alguna especie de coletero que llevaba encima, si es que lo encontraba en sus bolsillos.

- ¡Catastrrof, catastrrof! ¿Es que no poderr irr a peorr? - Preguntó, a sabiendas de que la cosa ya estaba peor que hacía un rato.

Al mirar al resto de ocupantes de la oscura sala, vió que había muchos que necesitaban más cuidados, pues estaban en las últimas con el ataque de aquellos vampiros. Tendrían que tratar sus heridas si querían seguir con vida y aguantar hasta el amanecer, como bien les recordó el viejo Rowland.

- Nesesitarr plan parra aguantarr hasta amaneserr. - Habló al resto. - Estarr oscurro aquí. ¿Haberr más antorrchas? - Preguntó al elfo, que lanzó una al orco cuando estaban arriba.

Tendrían que aprovechar todos sus recursos si querían llegar al día de mañana. Los aullidos que escucharon podrían ser lobos, a todas luces, eso sin contar que la ventana que abrío el pobre anciano Rowland dejaría entrar a más de esos muerciélagos que tanto daño habían causado. El único que podría conocer con exactitud que había allí abajo podría ser el propio propietario del lugar que por suerte estaba allí con ellos. Fedora no dudaría en preguntarle al respecto.

- ¡Eh, tú Cosinerro! ¿Tenerr aquí abajo algo parra atrrancarr la entrrada a sótano? Grran ayiuda serr ahorra... - Dijo mirando al mestizo con gorro de cocinero.

Menon recuperó la consciencia en el sótano de la posada, un ambiente poco propicio con la mala iluminación y las telarañas colgando por doquier, apenas podías moverse y le dolía terriblemente la cabeza como para usar alguno de sus poderes, una situación temible teniendo en cuenta el enemigo que estaba fuera.

- Que ha pasado? Sigue ese vampiro afuera? - y tomando unos segundos para mirar a los presentes - alguien tiene medios de curación para que pueda moverme?

Morir sin poder moverse y completamente indefenso no era algo que le hiciera especial ilusión al Kalasthar, si al menos pudiera moverse y aguantar hasta el amanecer otro gallo cantaría, o sólo poder usar sus poderes y plantar cara como es debido...

No le había gustado para nada cómo le había mirado el anciano. Lejos de hacerse pis encima como era de esperar, el escuchimirriao del humano se había dignado a mostrar una inquietante sonrisa en su ajado rostro. A punto estuvo de lanzarlo a través de la ventana para borrarle esa cara de baboso, pero le dio una oportunidad. Le depositó en el suelo y vio como se dirigió obediente a la ventana.

Nadie se había quedado a verlo, sólo la semiorca pareció presenciar como el vejete echaba su oportunidad de seguir viviendo unos años (o meses quizás) más, de la forma más tonta.

Y de pronto se encontró sola, rodeada de los murciélagos. Un nuevo corte rasgo su piel verdosa lo que la hizo recordad que no había tiempo que perder. Recogió su hacha y golpeó la puerta que se acababa de cerrar con la palma de la mano.

Abridme si no queréis que os corte la cabeza y se las regale al de ahí fuera!- Malditos cobardes! No van y me dejan como alimento de las alimañas?!

A un tris estuvo de arremeter con furia contra la trampilla, pero el obeso cocinero fue más rápido. Quiora cayó con estrépito sobre él dentro del sótano.

Quita de encima, no me toques!- dijo apartándose rápidamente.

En realidad era ella la que se había caído encima, pero era una apreciación sin importancia.

Sapo cerró los ojos y apretó las nalgas cuando Fedora empujó a Menon y, por tanto, a él también hacia el sótano. Lo único que quería era no mancharse de la pringosa sangre que ya estaba por todas partes. Los fluidos corporales de otros le daban muchísima grima. La sangre propia no le importaba, así que la dejaba fluir, pero necesitaría quitarse de encima la de los demás  lo antes posible.

- Grrrracias. Grrrracias. Grrrracias.- Agradecía  Sapo repetidamente como le había enseñado su maestro que debía hacer cuando alguien hacía algo que él no podía. Todo había salido como había calculado por esta vez pero, sin la intervención de la mujer que había acudido a su llamada de auxilio, no hubiera sido posible. Lo de imitar el acento de la norteña era ya otra cosa, fruto de la perturbada mente del gnomo. 

 Nesesitarr plan parra aguantarr hasta amaneserr.

Un plan era como formular una hipótesis y Sapo era bueno con los problemas matemáticos. Elevó el índice en el aire para hablar.

- Primero viene el uno y luego viene el dos y así sucesivamente. El número uno es evitar mancharnos con toda esta sangre o no quedará un grupo lo suficientemente numeroso como para enfrentarse al vampiro y sus secuaces.- Los estrábicos ojos de Sapo analizaban el aspecto de cada persona encerrada en el sótano. Como dado su autismo no era bueno analizando las expresiones faciales se fijaba sólo en la cantidad de sangre que había en sus ropas. Menon y Aerendyl se llevaban la palma.

Estarr oscurro aquí.

- Los gnomos, orcos y semiorcos vemos en la oscuridad. - Sentenció. Con esas antorchas le parecían suficiente.- Yo puedo moldear más luz si hace falta en un momento preciso y concreto, si no hubiera otra alternaitiva.

Sigue ese vampiro afuera? 

- Sigue fuera, mandará a sus secuaces a buscarnos aquí dentro. Estamos encerrados. Y los que huyan serán devorados como el viejo o hechos sus secuaces.

Alguien tiene medios de curación para que pueda moverme?

- No, yo no tengo una poción de curación en mish bolshillosh*.- Sapo mentía bien pero seseaba un poco cuando lo hacía, imitando a su dulce serpiente que tenia como familiar. ¿Pero por qué mentía? Aún no había analizado a quién le vendría mejor la poción curativa. ¿A Menon? Y así poder contar con su magia. ¿A Aerendyl? Era un elfo y como tal le recordaba a un viejo amigo. Debía despejar una ecuación con muchas variables y no era nada fácil. Antes de probar suerte con la poción señaló con el dedo a Aerendyl.

- Tú, tú eres al que hay que cerrar esas heridas cuanto antes.- Correteó hacia el elfo y con el pañuelo que antes tapaba su desfigurado rostro trató de vendarle las heridas. Era una tarea harto difícil pues a Sapo le daban arcadas sólo de ver la borboteante sangre espesa y con ese olor que, a pesar de no tener el apéndice nasal, se le metía hasta el fondo de la garganta. Además no quería mancharse las manos de sangre.

Ya en el sótano y con la adrenalina bajando empezó a sentir el dolor de las heridas, con cuidado acerco el candelabro y se fijó en rasguños profundos que no había sentido pero que sangraban considerablemente.

Dejo el candelabro cerca a sus compañeros e intento imitar las acciones del extravagante Gnomo quien intentaba poner unas vendas al Elfo, tomo jirones de su camisa y empezó a amarrarlos alrededor de piernas y brazos donde más sangraba, tras varios intentos noto que los torniquetes se le soltaban y que en otros simplemente se empapaban de sangre sin causar mayor efecto.

Los últimos jirones cayeron de sus manos cuando se hecho hacia atrás al ver esa enorme rata que parecía ser la mascota de cocinero.

Se estremeció e Intento concentrarse en sus compañeros tal vez algo de luz en ese momento ayudaría, lo pensó por un momento pero descarto la idea al escuchar los ruidos afuera en la posada, prefirió tomar la antorcha que había quedado y pasársela a la pelirroja.

-Ten primor - Le dijo mientras se la pasaba

 si debía morir lo haría gastando su energía mágica en combate y se llevaría unas cuantas criaturas por el camino, sus heridas seguían abiertas y los ruidos eran inquietantes arriba.

Apreto con fuerza su bolsa de componentes mientras caia sentado sobre una canasta de viveres.

-Bueno ya que todo apunta a que vamos a morir aquí , alguno tiene un plan para sacarnos con media vida de esta?-

Definitivamente el sótano de la posada no era el lugar favorito de Güilian. Por suerte no era egoísta y sabía que su ama estaría a salvo ahí abajo. Su ama cuidaba de él y él cuidaba de ella y las cosas eran sencillas como a él le gustaba.

Después de tranquilizar un poco, se pudo fijar en el resto y algunos parecían sufrir bastante. El orco no sabía hacer nada para librarse del sufrimiento y lo que sabía le dijeron en otras ocasiones que era mejor no ofrecerlo. Por alguna razón la gente prefería sufrir lentamente en vez de morir de un golpe de hacha en la cabeza y eso que a él se le daba muy bien ese tipo de golpes.

Empezó a buscar un lugar donde dejar la antorcha sin provocar un incendio aunque eso mantendría lejos a los enemigos.

De nuevo se encontró con los pies en el suelo. Abrió los ojos. Podría haberse echado a llorar.

Deja esa antorcha por ahí, cielito, y tápate esos cortes tan feos, ordenó a Güilian, que ya parecía más rojo que verde, mientras ella hacía lo propio con sus múltiples heridas. Alguien debía haber afilado las patas de esos murciélagos; cómo podrían haber traspasado sus escamas, más resistentes que el acero, de otra manera.

Enseguida comprobó que el viejo humano ya no se encontraba entre ellos. Demasiado viejo, probablemente, y se había gastado. Era lamentable que no hubieran tenido ocasión de compartir historias, pero no demasiado. Los miserables humanos eran como bostezos en más de un sentido.

Una parte de su cordura regresaba a ella a marchas forzadas. La parte más importante, la que le recordaba que el desayuno era la comida más importante del día, que derramar agua sobre aceite en llamas era una idea terrible, que tenía que vestirse antes de salir de casa, que sangrar demasiado era letal, tanto en el suelo como en la boca de un vampiro.

Los portales por los que traen la comida, dijo simplemente, o los que han dejado caer al gnomo y al trasgo. Podemos usarlos para marcharnos.

Aerendyl respiraba con dificultad en un rincón del sótano, recostado sobre unos abultados sacos, ahora manchados con su sangre. No sabía -no recordaba, de hecho- cómo había logrado recobrar la consciencia y recorrer los metros que le separaban de la trampilla, pero lo había hecho. Dejó que el gnomo intentara vendarle, pero cuando vio que no conseguía nada, le detuvo.

—Apártate, gnomo —dijo con poca amabilidad, aunque con más de la que habría mostrado si el gnomo no hubiera estado intentando ayudarle. Aerendyl era un poco gilipollas.— Yo me ocupo. Ayuda al mago. —Se refería a Menon.— Él sí puede ser útil —añadió con amargura, consciente de que todas sus cosas estaban arriba.

Ya lo había atendido a sí mismo mil veces en los caminos y los bosques. En unos minutos, consiguió contener la sangre en las heridas más profundas. Sin embargo, no podía moverse con agilidad y le fallaban las energías. Cogió la antorcha y la encendió contra la de Güiliam. Lanzó una mirada a Fedora para que hiciera lo mismo. Así tendrían cuatro fuentes de luz, sin contar la magia. «Debería ser suficiente». Se paró a analizar la situación. Así se percató de que el viejo ya no estaba, y por los comentarios de la compañía, no parecía que le hubiera pasado nada bueno. «Pobre infeliz», pensó. «Pero él provocó todo esto». Aerendyl no tenía un mal corazón, pero nada podía hacerse ya, y no podía evitar cierto rencor hacia la persona que les había puesto en aquella situación.

—¿Hay alguna entrada más, posadero? —preguntó a Estragón, siguiendo el espíritu de lo preguntando por la pelirroja: había que bloquear todas las entradas—. ¿Guardas armas aquí abajo?

Sentado ahora en una caja, no necesitó hacer recuento de sus posesiones: sin las espadas, ni el arco, ni el carcaj, ni la mochila, tan sólo le quedaba aquella antorcha… y lo que fuera que hubiera en aquel sótano. Levantándose, comenzó a buscar cansadamente algo con lo que defenderse.

Cuando el mercader escuchó a Sapo decir que no tenía pociones, se puso muy triste.

Qué lástima... Habría estado dispuesto a pagar una enorme fortuna ahora mismo por una poción curativa...

Lornegar también fue el encargado de exponerle a Menon lo que había pasado...

¡Los murciélagos! Eso ha pasado. El anciano se asomó a la ventana y el vampiro tiró de él. Huímos y nos ocultamos en el sótano de la posada. Y ahora... ahora... El fuego con el que luchamos contra los murciélagos hará arder el edificio, y moriremos abrasados...

Fedora no llevaba ningún coletero encima, pero sobre una vieja silla había una truculenta muñeca de porcelana a la que le faltaba un ojo y cuyo vestido poseía mangas que disponían de pequeñas gomas para ceñirse al antebrazo. Ante la petición de la norteña, Estragón cogió una vieja escoba, subió hasta la trampilla y colocó las barbas sobre un peldaño y el extremo del mango lamiendo la compuerta. No parecía un sistema muy útil teniendo en cuenta que la trampilla se abría hacia el lado de la planta baja, pero el semiorco se dió por satisfecho.

Dolorido por haber sufrido el peso de Quiora sobre él, Benn se puso en pie y lanzó al elfo la mochila con sus cosas y sus armas. El humano también recogió la antorcha que Guilian había abandonado.

No guardo armas, solo mis utensilios de cocina. Estos trastos ni siquiera son míos, el sótano estaba así cuando llegué a este plano. Pero la cosa escamosa-dijo por Qym-tiene razón. Podemos escapar por el portal...

Dulzona corrió hacia una esquina del sótano, pero Benn la detuvo sujetándola por la muñeca.

No vamos a marcharnos. Aún no. Demasiadas cosas pueden salir mal. Está lloviendo. Cuando el fuego queme las paredes y el techo del edificio, Pristius podrá entrar y bajar a la posada. O puede que se queme el cartel de la entrada que convertía este sitio en un lugar privado e impedía al vampiro entrar.

Como sea... El caso es que Pristius puede encontrar el portal y seguirnos a la Ciudad de las Mil Puertas. Y eso no podemos permitirlo.

Qym sabía a lo que Benn se estaba refiriendo. Según las leyendas, la dimensión de la Ciudad de las Mil Puertas solo dispone de la iluminación de un sol alquímico cuya luz no bastaría para matar a un vampiro. La Ciudad de las Mil Puertas sería el paraíso soñado para Pristius, veinticuatro horas de maldad sin límites.

Los que estean bien, que atiendan a los heridos o me ayuden a prender las vigas que sujetan el techo del sótano. Haremos que la estructura se derrumbe. Eso debería ser suficiente para que los escombros no le permitan llegar hasta el portal, y para que nos presuponga muertos.

Entonces, el sonido de las garras de los lobos rascando los tablones sobre sus cabezas les hizo volver a mirar hacia arriba. Les habían olido, y trataban de llegar a ellos. En cuanto Benn soltó a la enana para acercarse a una de las vigas, la camarera enana huyó. Dulzona abrió un viejo armario polvoriento en cuyo interior estaba el portal. Los que quisiesen velar por sus propios intereses solo tenían que cruzar al otro lado.

Aerendyl observó cómo el posadero colocaba la escoba y asintió levemente. «Sí: vamos a morir aquí». En ese momento, y antes de que siguiera buscando, el hombre al que llamaban Benn le lanzó un gurruño de cosas. Aunque debilitado y con una antorcha en la mano, el elfo atrapó torpemente el paquete y con incredulidad descubrió que se trataba de sus cosas.

—Gracias, amigo —le dijo al tal Benn mientras se ceñía el cinto, y su mirada transmitía mucha más gratitud que esas palabras. «Le debo una».

Como toda persona con instinto de supervivencia, Aerendyl se sintió fuertemente tentado de huir de inmediato por el portal mágico, aunque eso significase alejarse de los suyos, de su amada Lazziar, y sólo los dioses sabían por cuánto tiempo, o si para siempre. Sin embargo, sabía que no podría cargar con la culpa de haber conducido al vampiro a una gran ciudad, y eso fue suficiente para que decidiera: ayudaría a Benn. Incluso herido, ¡él era Aerendyl de los Suldusk! Su destino no era morir en el sótano de un triste mesón. Y además, el hombre tenía razón: si no hacían algo para impedirlo, el vampiro les persiguiría, y no habrían ganado nada.

—Pongamos esta basura seca en torno a los pilares -sugirió muy serio, refiriéndose a los restos más inflamables que se veían en aquel sótano—. Rápido.

Otros tendrían que atender a los heridos: Aerendyl, en la medida de sus posibilidades actuales -con cuidado para no agotarse y desfallecer-, dejó la antorcha a un lado y se puso a la labor.

El encapuchado no paraba de mandar a sus siervos para eliminarlos. No había servido de nada eso de devolverle el anillo. Ni si quiera el haber acabado con su enemigo- ese temible anciano de mirada perturbada- parecía calmar la sed de venganza del vampiro.

Qué desagradecido!- pensó la semiorca llena de rencor, pues ella era quien le había conseguido eso que tanto apreciaba.

Al ver a la camarera desaparecer por el portal, estuvo a punto de seguirla; le importaba un cagarro de murciélago que un vampiro atacase una ciudad. Vamos, si la ciudad de las mil puertas no tenía métodos para acabar con un chupa-sangre, bien se merecía ser quemada hasta los cimientos.

Pero no lo hizo. Le importaba lo que su jefe pensase de ella. Le importaba no encontrar trabajo si se hacía con la mala fama de dejar abandonado a su suerte a un cliente.

Jefe- se dirigió al mercader en voz baja-, qué quiere que haga?

Mientras el que la había contratado respondía a su pregunta, Quiora no quiso perder el tiempo y se dispuso a ayudar a Benn prendiendo una de las vigas. Eso sí, sin soltar su hacha y preparada por si los lobos conseguían abrirse camino.

Menon escuchaba el plan que se estaba tramando mientras los lobos rascaban la puerta deseando matarlos siguiendo las órdenes de su amo.

- El derrumbe puede que oculte el portal, pero ese vampiro es muy fuerte y sus lobos pueden detectar que falta el rastro, hay que montar todo para asegurarnos que el portal queda destruido o no estaremos seguro, eso o montar guardia al otro lado hasta que reunamos una fuerza capaz de lidiar con los muertos vivientes.

- Doy por echo que todo el mundo sabe defenderse en caso contrario que vayan pasando por el portal para dejar espacio y poder preparar mejor.

Menon se intentó colocar un poco más cómodo, buscando en su mente el punto de concentración para tener acceso a sus poderes. Tenía que intentar ser de ayuda y no sólo un bulto inmovil.

Por fin tenían una vía de escape. Aquel clientucho tenía un as en la manga, cuando avisó de la presencia del portal, por el que la enana no dudó ni un momento en abrir el armario donde se encontraba y tratar de cruzarlo. Pero las palabras del tal Benn pusieron en evidencia sus nobles intenciones. Había que proteger esa llamada "Ciudad de las Mil Puertas" del poder de aquel vampiro. La norteña no dudaría en prestar su ayuda a la causa.

- Señiorr tenerr rrasón. Ocupémonos de nuestrras herridas y hundirr techo. - Asintió mientras le daba la razón.

Parecía un buen plan, pero antes había que ocuparse de las heridas del resto de compañeros de sótano. Miró a un lado y a otro, y reparó en el enorme orco, que parecía el más fuerte, a juzgar por los enormes biceps verdosos que poseía.

- Tu orrco. Tu grran fuerrsa... - Mientras hablaba, reparó en que aquel ser no era muy inteligente y seguía los mandatos de la pequeña kobold. Así, Fedora la miró para llamar su atención. - ¡Tu! Orrdenarr tuyo orrco ayudarr prrenderrr vigas techo. Yio ocuparr herridas otrros.

Al momento, la guerrera de espadas gemelas puso los ojos en quién tenía más cerca, el gnomo. Echó mano del mismo, agarrándolo con las dos manos, puesto que era un ser bastante pequeño para ella.

- ¡No quejarr! ¡Venirr aquí, Fedorra ayiudarr a ti! - Mientras lo agarraba como buenamente podía, volvió a arrancarse un trozo de su capa para usarlo de venda en las heridas del feucho sin nariz. - ¡No quejarr! ¿Serr hombrre o niño?! - En ese momento reparó, una vez dicha la frase, en que no era ninguna de ambas. - Es desirr... ¡Ahh, darr igual! ¡Venirr aquí! - Y comenzó a intentar vendar las heridas de Sapo, sin mucho éxito.

Sentado sobre la canasta de víveres Dalabrac escuchó atentamente al alto que se hacía llamar Benn, compartía la opinión de no marcharse hasta no acabar con la amenaza, además estaba de por medio el trato hecho con el mercader no podría abandonarlo aunque si el trataba de huir era su deber marchar con él.

El ruido de las garras y los gruñidos al otro lado de la trampilla lo insto a intentar nuevamente con los vendajes, esta vez tuvo más cuidado de apretar con fuerza los torniquetes y de dar más vueltas al jirón q usaba a manera de venda , poco a poco fue viendo los resultados , ya al menos no sangraba tanto.  

Con algo de fuerza recuperada se levantó y empezó a buscar con mucho cuidado entre las cajas y trastes materiales o líquidos inflamables que puedan servir al plan de Benn, para mejorar su búsqueda saco de entre un bolsillo en el interior de su abrigo a su pequeño amigo Mattelopus

el cual rápidamente salto de un lado a otro entre cajas buscando algo similar a las imagenes mentales que Dalabrac compartia con el gracias a su vinculo empatico.

Al volver a escuchar los golpes en la trampilla repaso las palabras y los gestos del conjuro que usaría en caso que las bestias atravesaran su última defensa.

Las palabras del mercader eran tentadoras pero Sapo no necesitaba dinero, al menos no por ahora. La poción podía salvarle la vida mientras que el dinero no le serviría de nada en la tumba.

-¡NIÑO,NIÑO,NIÑOOOOO!- Gritaba Sapo desconsolado cuando aquella mujer lo violó. ¿A esto se referían cuando se mencionaba a los salvajes del norte? De nada habían servido sus pataleos que, al tener las patas tan cortas no alcanzaban el torso de la mujer.- ¡Sucia!- Cuando lo dejó en el suelo, igual que antes pero en estado de shock, no paraba de gemir y los mocos líquidos caían por la abertura nasal deformada en un espectaculo repulsivo.-¿Por qué?- Se preguntaba desconsolado el gnomo tirado en el suelo mientras se arrastraba a un polvoriento rincón estratégicamente situado cerca del armario con el portal. Allí se sorbió los mocos y se preocupó de sus propias heridas. Entre el abuso de Fedora y los malos modos de Aerendyl, se le habían quitado las ganas de ayudar al prójimo.

El orco se miró y vio que su ama, en su infinita inteligencia, tenía razón, había unos cuantos cortes que le sangraban. Güilian se rascó su amplia cabeza e intentó recordar cuando se los hizo. No es que tenía mala memoria, es que su cerebro tardaba un poco en darse cuenta de pequeñas molestias. Claro que él no era ningún experto en ese tipo de trabajo delicado y empezó a abanicarse las heridas con las manos.

Miró detrás de sí cuando la humana chillona le empezó a hablar, por desgracia no había otro orco ahí. Su rostro mostraba toda la inteligencia de la que era capaz cuando no hizo nada para moverse de sitio y se quedó mirándola con la boca abierta. Después de un rato miró a su ama. A ella le haría caso, pero de la otra no sabía qué esperar.

Todo aquello dejaba incrédula a Qym. Qué importancia tenía lo que el vampiro hiciera en La Ciudad de las Mil Puertas. Una vez estuvieran allí, podían buscar otro portal para escapar, adonde no fuera capaz de seguirles.

Eso, suponiendo que fuera tras ellos. Una criatura que moría al contacto con la luz del sol tenía que ser inmensamente estúpida para atravesar un portal mágico, cuando al otro lado podía ser el mediodía en mitad de un desierto donde la sombra más cercana estuviera más allá del horizonte.

Aun así, decidió seguirles la corriente. Cualquiera de esos imbéciles podía aprovechar su superior tamaño y fuerza para impedirle cruzar. No era momento de iniciar una reyerta, incluso cuando confiaba en que Güilian fuera capaz de ocuparse de cualquiera de ellos.

Hablando del orco zoquete, había dejado de sangrar. Una buena noticia, por fin; no era tarea fácil encontrar secuaces leales cuando se medía menos de un metro.

Sí, sí. Toca las vigas con la antorcha y sígueme. Nos marchamos.

Caminó hacia el portal y, sin detenerse, levantó la boca hacia el techo y escupió un torrente de llamas.