Partida Rol por web

Con la inesperada adhesión del indio Jimeno y la partida de cinco soldados (amen de las dos yeguas y provisiones), marchásteis por entre las cabañas y tiendas de Acla, con la atenta mirada, ya allá atrás, del Gobernador Pedrarías. En pocos minutos abandonásteis la ciudad, yendo tierra adentro, donde comenzaba un mundo poco explorado aún. Era media tarde y el sol comenzaba a marchitarse en aquella jornada.

Enseguida la vegetación se tornó en lo cotidiano, los arbustos verdes y todo tipo de plantas y árboles que inundaban los pasos se hacía lo más común. Sabíais que alguno de los soldados apelaba al nombre de Diego, y otro de Íñigo, pero del resto aún sabíais poco o nada. Dos soldados iban en vanguardia con Jimeno, que éstos ya le conocían, y los otros tres en retaguardia. Vosotros avanzábais por el terreno húmedo y arcilloso en medio, notando la excesiva humedad del ambiente.

El sudor resbalaba por vuestras frentes, y tras una hora y algo más de marcha (en la que hubo de ser menester el hacer una parada para las yeguas), el sol finalmente estaba a punto de caer. Ahora estábais al lado de un arroyo, y escuchábais el sonido del repicar del agua corriendo lentamente.

Señora, no sé si vos ha estado alguna vez en la selva de esta buena tierra, pero no es bueno el andar de noche por estos lugares... -dijo uno de los soldados, teniendo ya bien aprendido quien mandaba en la comitiva-. El indio lo sabe... -miró a Jimeno (no sin cierto desdén), y éste miró al soldado, sabiendo que tenía razón-.

Así, es, tal vez debiéramos recogernos y dormir hasta que regrese la luz -apuntó el guía-.

La marcha por aquellas tierras, no estaba exenta de fatigas, de hecho con aquella humedad y lo agreste del terreno, pronto se vio sudando, cansado y sediento. Las pobres mulas también estaban sufriendo y tuvieron que hacer todos un descanso. Cuando se acercaba la noche, hablaron de hacer un alto y eso seguramente era lo apropiado en un terreno desconocido y en mitad de una selva, donde los peligros del día se verían muy aumentados por la noche.

-Si yo también pienso que lo mejor será buscar un lugar adecuado, y prepararnos para pasar la noche. ¿Ha encontrado alguien algún rastro del grupo al que seguimos?-No era cuestión de dudar de nuestro guía, pero no sabía si estaban cerca de los perseguidos o por el contrario les habían perdido. Y en aquella selva, no resultaría nada sencillo orientarse. 

Pobre era; apenas si tenía pertenencias más allá de su propia vida, pues su Alma no era suya, sin ode Nuestro Señor, de modo que había partido junto con el resto, portando su macuto con las escasas posesiones de que disponía en este mundo.

Maravillado, entró a la selva tirando de una de las bestias, más por ser útil que por que fuese experto en ello. Al poco de empezar a andar entre la espesura, ya dejó de verse nada en derredor que no fuese una contínua sombra salpicada por los puntos de luz que se filtraban entre la masa de hojas de las copas de los árboles. Extraño lugar para un castellano, ciertamente.

La marcha le resultó... hasta agradable, pues yendo casi en fila respecto al resto, tenía tiempo para sus propios pensamientos... y para sus temores, pues en cualquier momento esperaba ver cruzar ante sus narices a alguna de las bestias que podrían poblar aquella espesura impenetrable. Impenetrable salvo la vereda que, con sus pasos, iban abriendo, pero que no dudaba que en breve se cerraría tras ellos.

Ante la propuesta de hacer un algo para vivaquear, no pudo menos que asentir aliviado; tenía buenas piernas y sentía algo de cansancio, pero también era consciente de que no tantas leguas habían andado como si en descubierto se hubiese tratado.

-Sí, tampoco creo que sea buena idea vagar por aquí de noche; lo más probable sería que nos perdiésemos.

So lo de pensarlo, se estremecía. Parecía que no había nada, pero si te fijabas, vida había en todas partes... bichos por doquier, y a saber cual de ellos podría matarte con solo picarte.

El trayecto se hizo difícil, debido a la humedad, la vegetación y demás bichejos que poblaban estas tierras. Al no haber caminos ni sendas despejadas, había que ir casi en fila india y avanzar en zig zag. El indio, que al parecer era de la tribu de los Careta, nos hacía de guía, ya que decía conocerse el terreno.

-"Sí, acamparemos al lado del río, así tendremos agua para reponer los odres. Y hará de frontera natural por si algún depredador viene por la noche a darnos un susto. Está claro que en la oscuridad no se ven los rastros de los que perseguimos y podríamos perder mucho tiempo volviendo a encontrarlo. Solo tenemos tres días para ello y a fe mía que daremos con ellos antes de ese tiempo." Le dije al soldado, aunque hablé en alto para que todos me escucharan.

Me quedé inspeccionando la zona y elegí un lugar algo protegido por grandes árboles, que hacían de parapeto. Ordené a la tropa que allí acamparíamos y deambulé un rato con Jimeno.

-"Tú eres de la tribu que ha atacado Acla, ¿verdad? ¿Por qué lo han hecho? ¿No están contentos de formar parte de nuestro magno imperio? Háblame de ti y de ellos." Le comenté al chico mientras paseábamos.

Después de vagabundear alrededor del campamento y de escuchar al indio, volvimos con los demás.

-"Bien, caballeros. Aún estamos cerca de Acla, pero está claro que los peligros de estas tierras están en cada metro cuadrado de selva. Montaremos turnos de guardias de dos personas cada dos horas, soldado con no soldado. Si alguien tiene que hcer sus necesidades, que avise a los que esté de guardia y que no se aleje mucho. Por la mañana almorzaremos, llenaremos los odres vacíos y seguiremos el rastro." Les dije a todos.

Miré a cada uno, para ver si habían entendido bien las órdenes. Que ellos eligieran con quién querían hacer la guardia. Yo la haría con pero, ya que quería hablar con él sobre su relación con Pedrarías.

-"Padres, si quieren rezar unas oraciones antes de que durmamos, éste es el momento." Les dije a Xurio y Gonzalo.

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   En la cabaña antes de partir, el baulillo de viaje con las mudas de ropas adicionales, que no es plan de viajar con guardarropa por la selva. Y los enseres básicos que tenga uno que no de tan comunes no se nombran. Luego partimos.

   Avanzamos mientras hay horas de luz, y al anochecer paramos a hacer descanso. Asiento a lo que me parece una idea razonable. Yo también veo lógico descansar de noche y no viajar a oscuras, aun cuando transitara por una hacienda conocida. No somos cabestros pegando brincos por el monte de anochecida.

   - Cierto es, yo tampoco veo ganancia deambular a oscuras, aún en terreno seguro. -

   Luego me volví hacia los soldados y el chico, Jimeno.

   - Vos llevan ya tiempo acá y podrán aconsejarnos si es prudente hacer hoguera o no, pues el fuego mantendrá lejos las bestias, pero si hay otros peligros igual merece la pena menos luz, y más prudencia, ¿que aconsejan? -

   Luego, con fuego, o sin fuego, rellenados odres si hiciera falta y montado el lugar donde descansar.

   - Haré yo la primera vigilia, dios ayuda a quienes se ayudan. -

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Yo he visto antes un  rastro -dijo uno de los soldados ante la pregunta de Pero-. Es común encontrarlos, al menos cerca de Acla, sobre pisadas de los navitos de la zona -echó un ojo al guía-.

El fray acompañaba la ruta con uno de los animales al lado, y sabía que ahora tenía que tener fe y resistencia, tanto física como del alma, para poder resistir aquellos embistes del terreno y del húmedo clima. Acto seguido, antes las órdenes y disposiciones de Aldonza, los soldados no rechistaron, aunque era la primera vez que en su vida militar eran comandados por una mujer y eso les entorpecía el razonamiento.

Enseguida os colocásteis en una zona limpia de arbustos bajos, pero rodeada parcialmente de árboles, cerca de la orilla.

Yo era del pueblo Careta, sí. Raíces son las que son, pero ahora Cristo me protege -dijo Jimeno, apretando con una mano la cruz de madera que tenía colgada en el cuello-. Muchos de los pobladores fueron capturados por los soldados. Los más rebeldes ejecutados, pero algunos otros, los que no renegamos, pudimos entrar a servir en Acla. Algunos son ahora aguaderos, peones y un servidor hace de guía a los soldados en la selva. El resto trabaja en la construcción del fuerte. Señora, le recomiendo que viajemos por estas tierras cuanto antes: las gentes de mi pueblo no son menos hostiles que un arma de fuego...

Será mejor no hacer hogueras, señor... -añadió otro de los soldados-. Los nativos van y vienen, y nunca se sabe de qué forma pueden ser atraídos. Eso sin hablar de las alimañas de la zona. Hay unas culebras antes no vistas en la tierra que nacimos...

Y tal que así, hicísteis guardias de a dos: siendo uno soldado y otro no, aunque las cuentas de la mujer no eran exactas del todo. Asique, una vez que se hizo de noche por completo y la temperatura disminuyó un poco (pero por ello no hacía en absoluto frío) la distribución fue la siguiente:

Xurio, con un soldado, en primer lugar; luego Fray Gonzalo con otro; después el guía Jimeno con otro más, y en cuarto lugar los dos soldados restantes de Acla. Finalmente, Aldonza parecía querer hacer la guardia con Pero. Y en tanto así, que comenzaron las guardias de dos horas...

Se santiguó y asintió satisfecho cuando el indio Jimeno se reafirmó en su condición de cristiano; era uno de aquellos que eran descritos como "indios buenos", gentes puras de alma limpia a quienes era menester venir a guiar en la senda del camino de la verdadera Fé. Bendito sea.

Más, lo que comentaban, los peligros de la selva... le espantaba, ciertamente, máxime cuando no podían, o debían, endender un fuego que les mantuviese salvos de las fieras que se ocultarían y acecharían desde las sombras... por no hablar del miedo a los tales Careta.

-Tendré los oidos y vista bien atentos en mi turno; como para no estarlo, con lo que contáis que podemos tener apenas a un palmo sin saberlo. Ahora me encargaré de los caballos para que puedan descansar, pues son criaturas de Dios.

Se encargó de que abrevasen, y de descargar los bártulos, de modo que tuviesen descanso de cara a la jornada siguiente, pero con la mente pendiente de lo que la noche podría depararles. No sabía si estaría más despierto cuando debiera estar dormido, por eso del miedo, que estando de guardia, si cabe.

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   Asiento, y me preparo para la guardia, aprovecho que se está tranquilo para hacer unos rezos. Los ruidos de este paraje me desconcentran y nada oigo en claro, e intento concentrarme en el rezo y murmurar en voz muy, muy, baja, no quiero atraer a nada.

   Terminado los rezos, sigo la guardia, aunque veo todo oscuro como la boca del lobo.

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   Durante la guardia, hablo algunas frases sueltas con el soldado a ver si averiguo algo del tal Hurtado Fernández, y a fe de que se ha llevado soldados y que puede estar buscando por las selvas. Pero el nuevo mundo, la extrañeza del lugar y que estaba más acostumbrado a charlas con doncellas que tratando con soldados, no hallaba las palabras adecuadas.

La última guardia me tocó antes del alba, con Pero, como había propuesto.

-"Y bien, caballero, cuénteme si no le parece mal... Desde que le vi en el barco, he observado que trata de vez en cuando con Pedrarías. ¿Es acaso usted alguien cercano, o trabaja para él?" Le solté de golpe, en voz baja.

Siempre era bueno tener fichados a las personas que fueran mas cercanas al Gobernador. También conocer a las compañías que una tenía en los viajes... y más en este, tan peligroso.

Uno de los soldados me despertó a la hora indicada, al igual que a Pero. Me desperecé y me incorporé. Bebí un trago de agua y me dispuse a vigilar las pocas horas que quedaban para el alba. Mientras esto sucedía, pregunté alguna cosa a mi acompañante en la guardia, ya que era curiosa por naturaleza. A nuestro alrededor, los sonidos de la selva arrullaban a los durmientes. No conocía casi ninguno, solo el del correr del agua y el de las hojas en movimiento por el aire. ¡Esto era tan distinto que Castilla! Seguramente hubiera una explosión de vida animal entre las sombras, las cuales no podía atravesar con la vista, más allá de unos metros.

Tocándole la última de las guardias, Pero ayudo con los trabajos del campamento, comió y hablo un poco con el resto. Y trato de dormir, lo que pudiese, o al menos de estar tumbado y descansar, no sabían todo lo que tendrían que andar, pero seguro que sería mucho. Logró dormir hasta que fue despertado y comenzó su guardia con Aldonza.

No le pillo del todo por sorpresa la directa pregunta de la joven, y no era mal tema de conversación. Así que un poco apartado del resto, para no molestar su descanso. En voz baja, y con las oportunas pausas, para poder vigilar el campamento. Le dijo:-No soy alguien cercano al Gobernador, o no cercano en el significado literal de esa palabra. No suelo pasearme junto a el, o hablar largo tiempo con el a la vista de todo el mundo. Pero si que he trabajado para el en más de una ocasión, y disfruto del privilegio de poder visitarle a inoportunas horas, y de ser recibido por el en persona. Me hace encargos que tienen que ser llevados a cabo con la máxima discreción y en algunas ocasiones, sin ningún tipo de demora.- Y ya puestos a conversar, el también le preguntó:-Y que hay de vos, ¿Conocéis y sois cercana al Gobernador, o aun estáis tratando de formar parte de su círculo de confianza?-

Miré fijamente a Pero mientras me respondía a mi pregunta.

-"Entiendo." Le dije pensativa.

Sabía catalogar a la gente y a este ya le había calado desde el principio, pero ahora se confirmaban mis deducciones.

-"Solo le conozco de este viaje, de nada más. Y lógicamente, sí, claro que quiero formar parte de su círculo. ¡Quién no lo querría? Eso te abre muchas puertas y tiene más ventajas que inconvenientes." Le respondí a su pregunta.

Parecía que tu compañero soldado no era muy diestro en palabras, o es que tal vez estuviera atento a su guardia contigo: sólo te alcanzó a decir que Hurtado Fernández era pariente de un veedo real de la corona en la gobernación de don Pedrarías, y poco más.

En vuestra guardia, mientras estábais hablando entre vosotros, Pero escuchó una especie de graznido cercano junto con pisadas. No eran cercanas del todo, pero si audibles. Por su parte, a Aldonza la vista se le distrajo un poco hacia un punto del río, movida por la alerta de su compañero. Ella vio que una sombra se acercó rápidamente a la orilla de enfrente. Sin embargo, aquello no era algo para alertarse: se trataba de algún tipo de alimaña nocturna (que no se alcanzaba a divisar por lo oscuro de la noche), que había acudido a la orilla para beber. Luego regresó unos pasos y desapareció. Y no ocurrió nada más (ni durante el resto de la guardia).