Partida Rol por web

Tras reanudar la marcha, la húmeda lluvia seguía agobiando vuestras cabeza y vuestros hombros. Nada quedaba ya del barro en las ropas de Aldonza y Xurio por el gran resbalón en la ladera del precipicio horas antes... Pero se colocó esta vez delante de la comitiva, junto con Jimeno, tratando ambos de enseñarse las huellas antes encontradas y compartir su ubicación al tiempo que iban siguiéndolas. Fray Gonzalo cuidaba de la pobre yegua, que acusaba bastante cansancio pero no se quejaba, y finalmente Aldonza, Xurio y el soldado restante avazaban en retaguardia.

Tras unos diez minutos de marcha lenta y ascendente, poco a poco fuísteis dejando el fondo de la hondonada y subiendo en altura. Tras ese tiempo el terreno se abrió en vegetación y pudísteis ver un paisaje muy bello e interesante al mismo tiempo: delante de vosotros se alzaba una construcción milenaria, que provocaba un contraste espectacular con la vegetación selvática:

Ahí está, señores... -dijo Jimeno, apuntando con el dedo desde la distancia-. Y habíais tomado un instante para contemplar aquella maravilla. Era una especie de castillo como los que yacían desde hacía centurias en la antigua Castilla, arruinado y lleno de vegetación. No obstante, la majestuosidad de la construcción la ofrecía la propia orografía del cerro rocoso, ya que el templo no era sino un conjunto de murallas y unas pequeñas construcciones en tal cúspide.

Es un lugar es un lugar dedicado por sus ancestros a un héroe convertido en dios, según la tradición Careta. Cuando yo era apenas un niño era un lugar dedicado a la ofrenda -recordaba Jimeno, tratando de bucear en sus recuerdos- y, en ciertas ocasiones, al sacrificio ritual de animales. Sin embargo, con el tiempo, quedó abandonado tras los saqueos expedicionarios españoles -miró de reojo al resto del grupo, tratando de no ofenderles, pero es que la situación era aquella tal-.

Desde hace años dicen que está maldito. Yo creo que todas las dificultades encontradas hasta ahora son fruto del afán de acudir hacia aquí -continuó convencido-. Sin embargo, tengan claro que el pueblo Careta no acudirá a este lugar por los mismos temores... En eso podemos estar tranquilos.

Viéndolo desde la distancia, el templo tenía una escalera bien labrada en piedra, y arriba había un basamento bien labrado sobre el que se sostenían la murallas y las habitaciones y muros del mismo. Sillares aquí y allá en diversas terrazas de gran tamaño dan pistas de lo que antes fue un centro ceremonial, o eso parecía.

Los cobardes se fueron, excepto uno, que siguió fiel... o tal vez se lo pensó bien antes de desertar. Seguí las palabras de Jimeno y después de enterrar a los muertos, partimos hacia las ruinas que no quedaban muy lejos, según el guía. La lluvia caía incesante, calándonos hasta los huesos. Encontramos un rastro de varias pares de huellas, que debían de ser de Hurtado y de algún soldado más. Al cabo de un tiempo, me quedé asombrada ante la visión de las ruinas, que eran espectaculares.

-"¡Ahora hay que andar con mucho ojo! Si Hurtado está aquí, habrá puesto algún centinela a vigilar el lugar desde lo alto, así que seguramente nos verán llegar. Si ha perdido el juicio, viendo lo que hemos visto atrás, puede que tengamos que usar las armas contra él... así que no se abstengan. Adelante." Les comenté a los demás.

Seguimos avanzando hasta llegar a un punto donde comenzaban unas escaleras de piedra a subir hacia la cima. En todo momento vigilábamos los alrededores para poder captar algún movimiento o ver si detectábamos a nuestros paisanos.

Se quedó maravillado ante el espectáculo que ofrecía aquel lugar, lo cual no quitó que se santigüase al oir la descripción de la historia del mismo. A fín de cuenta, estaban allí para erradicar el paganismo y llevar la Luz de la Fé a las almas de aquellas pobres e ignorantes gentes.

-Sea pues, vayamos. Si no están, al menos tendremos refugio para pasar la noche -apuntó, optimista, pues si huellas había... alguien allí habría.

Procedió a tirar de las riendas de la yegua, pero si dejar de mirar, atento, por si a su vez eran vigilados por alguien apostado entre las ruinas.

Tras el disgusto ocasionado por el abandono de aquellos cobardes soldados, Pero ayudo a terminar de enterrar aquellos cuerpos, y oró junto al resto por sus almas. Lo cierto es que con aquella lluvia, allí no encontrarían descanso, así que le pareció muy oportuna la propuesta de Jimeno. 

Se adelanto con el guía, para tratar de que no les pillasen por sorpresa, eso les podía salir muy caro, en sería desventaja numérica, y además heridos. Siguieron las huellas, que también se acercaban al templo. Malos augurios ocupaban los pensamientos de Pero, si Hurtado había matado a aquellos soldados, también podrían matarles a ellos. Que locura se había apoderado de aquel a quien perseguían.

Pero la vista de aquel cerro con forma de castillo, era algo fabuloso. Así como las ruinas del templo a sus píes, era un auténtico espectáculo de la naturaleza, aprovechado para construir un lugar sagrado para aquellos indios. Que la acción de sus congéneres había arruinado.

-Si, será mejor que avancemos con suma cautela. Todo parece indicar que hacía aquí vinieron Hurtado y los soldados que aun puedan acompañarle.-

Y de nuevo se adelanto unos metros al resto, para tratar de ver o escuchar algo, que pudiera indicarle por donde estaban aquellos que estaban buscando. 

Los soldados asintieron, y se colocaron dispuestos a todo. Pero avanzaba con Jimeno delante, tratando de observar cuanto pudiera acontecerles en el ascenso. Fray Gonzalo al menos tenía el alma algo más reconfortada en que, sin encontraban a quien buscaban, al menos podrían refugiarse allí. Enseguida regresó Pero denotando extrañeza: no había visto ningún tipo de rastro de gran pelotón, sólo algunas pisadas aquí y allá, por lo que había deducido que si hubiera alguien allí en esos momento, no sería más numeroso que vosotros...

Subíais las escaleras milenarias que tenían adheridas musgo y donde los arbustos crecían a su alrededor hasta taparlos. Tras un pequeño rato de subida, comprobásteis que, pasando los lienzos de murallas aún en pie, el templo había sido, efectivamente, saqueado hacía tiempo.

La construcción en sí era en realidad un conjunto de piedras sobre un basamento bien labrado. Sillares aquí y allá en diversas terrazas de gran tamaño os daban pistas de lo que antes fue un centro ceremonial, fuera de toda lógica cristiana (un centro pagano y vilmente endiosado por ídolos de la zona). No tardásteis en cruzar el acceso principal.

Y una vez dentro de su estructura principal la luz entraba por los diferentes edificios y grietas con las que el lugar contaba. Aquel lugar era enigmático y a la vez inquietante. Enseguida todos pudísteis ver que existían varias habitaciones llenas de escombros (ahora invadidas por la maleza), con algunos pilares tallados y restos de utensilios y cerámica esparcida por el suelo.

Echábais un ojo aquí y allá, sin alejaros demasiado; y mientras estábais en tales menesteres exploratorios, volvísteis a escuchar el chirrido que ya oísteis horas antes... Sin embargo ahora era mucho más cercano... ¡tremendamente cercano! A Pero y a Aldonza le pareció que su origen procedía de detrás de dichas ruinas, parece proceder detrás las ruinas del templo, tal vez de la otra ladera del montículo...

Instantes después de aquel chirrido oísteis unos pasos procedentes de uno de los accesos laterales del templo. Entonces apareció en mitad de la gran sala donde ahora estábais tres sujetos. Dos están protegidos con coletos, y el tercero con una coraza. No eran nativos, sino hombres españoles.

¡Don Hurtado! -replicó Jimeno enseguida-. ¡Estáis aquí!

Efectivamente, se trataba de Hurtado Fernández de Roa y dos de los soldados que le acompañaban tierra adentro. Hurtado era el de la coraza, y llevaba sobre ella una especie de amuleto de piedra atado al cuello con un cordel, muy parecido al que Jimeno fabricó en madera horas antes. Sus ropas y la coraza del líder también tenía restos de sangre... Contaba con cabellos rubios, y sus ojos eran claros sobre una barba de varios días.

Los tres portaban cuchillos, pero a la vez parecen sumidos en un extraño trance, un letargo que parecía hacerlos indecisos, desubicados, pero a la vez muy focalizados en vosotros. Xurio entendió enseguida que su actitud no era lúcida en absoluto, y por la cabeza de Aldonza viajaban de un lado a otro las órdenes que plantear o las cosas que hablar y decir.

¡Hemos de irnos, señor! ¡El señor Gobernador le... busca! -trató de hablarles el guía, pero parecían no hacer caso.

Los rostros de los tres tipos eran pálidos, y su postura no era del todo erguida.

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   Permanecí en silencio* largo rato mientras nos acercábamos a las ruinas del templo ese. Era un buen lugar, de buena piedra y me extrañaba que no hubieran colocado una ermita aquí, vista su buena ubicación. Ante las palabras de Jimeno de un héroe convertido en Dios, no me cupo duda de que se refería a nuestro señor Jesucristo, que buena prueba era esta del Dios verdadero si hasta los paganos allende los mares habían oído hablar de él.

   Cubierto el lugar por Pero, avancé con precaución con el resto. Subimos las escaleras y Pero volvió a echar un vistazo, contó las huellas y dedujo la cantidad de gente que podría andar por aquí, pero no me salían las cuentas...

   Mientras preparábamos el lugar para una acampada, vuelve el chirrido, una vez casualidad, dos... algo nos seguía o así creí entenderlo yo, que aquí hay mucho monte y bicho salvaje, más ¿sería bicho o sería un demonio pagano? Y pasos. Si oía pasos, rara bestia era tan ruidosa. Bestias tal vez, pero gentes eran. He aquí a quien Jimeno reconoce como Don Hurtado.

   Y dos soldados.

   Con los otros dos, hacen cuatro, me faltan media docena si las cuentas van bien. Y tienen algo raro... parecen endemoniados o drogados.

   Con mucho disimulo, aprovechando que tenían la vista fija al frente en el centro del grupo, me aparté de su vista en silencio para quedar oculto mientras con disimulo apoyaba la mano en la ropera.

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Pronto descubrió algo que le llamo mucho la atención, tan solo había huellas de tres personas. Esto no encajaba con lo que esperaba, el grupo era de unos diez soldados y Hurtado. Habían encontrado a dos muertos, pero allí aun faltaban muchos. ¿Qué habría sido de ellos?

Por fin llegaron hasta lo que había sido el templo, y que ahora se habían convertido en unas hermosas ruinas que pronto la selva terminaría por engullir. Y de nuevo aquel sonido, una especie de chirrido, de que se trataría, de momento era otro misterio sin resolver. Cuando ante sus ojos aparecieron Hurtado y dos soldados, algo inclinados, no caminaban erguidos y daba la impresión de actuar como poseídos o bajo el influjo de alguna sustancia, Jimeno les habló, pero estos no parecían escuchar o entender nada. 

-Hemos venido con buenas intenciones Señor Hurtado. El Gobernador requiere de su presencia en Acla, y para avisarle estamos aquí.-Esperaba no tener que enfrentarse a aquellos hombres, estaba herido, y esos no iban al descubierto como los indios, sino que llevaban buenas armaduras. A ver si les entraba la sensatez, y se decidían a acompañarles de regreso a Acla. Mas algo le decía a Pero que aquella situación era mucho más compleja de lo que pensaba. A que habrían venido a aquel templo, y porque estaban así, los tres estaban alterados. Así que se preparo para cualquier cosa, podrían atacarles en cualquier momento. 

Me quedé prendada en aquel extraño amuleto o colgante que portaba Hurtado, ya que se parecía mucho al que había ido tallando Jimeno en nuestro viaje. Algo me decía que tenían cosas en común, pero ahora no era el momento de averiguarlo... ¿o tal vez sí? El caso es que me centré en Hurtado, que era el principal objetivo de la misión.

-"Bienhallado señor Hurtado. Como dicen mis compañeros, se nos ha encomendado la misión de llevarle de vuelta a Acla de inmediato, por mandato del Gobernador Pedrarías. Tenemos un destacamento de soldados esperando en la base del templo, así que haga el favor de bajar las armas y no resistirse. Mi nombre es Aldonza de Mendoza, nombrada por Pedrerías como jefa de la expedición y máxima autoridad aquí ahora. ¿Ha entendido todo lo que le he dicho, buen Hurtado?" Le dije alto y claro, adelantándome unos pasos hacia él.

Puse la mano en el pomo de la espada, para desenfundarla lo más rápido posible si el tipo se oponía a mis órdenes.

-¿Qué...?

El buen fraile se quedó sorprendido por las pintas de aquellos que aparecieron; desde luego, visto como se las gastaban las gentes del lugar, el verles ensangrentados no sería extraño, pero.. las caras que tenían, eran de gente que... parecían estar enfermos.

-Les pasa algo.

Mas no osó adelanterse al resto, llevado por el sentido común... o eso pensaba, pues en su afán de buscar el bien, tanto del cuerpo como del alma, no se dió cuenta de que había avanzado algo hacia ellos, para ver mejor en qué estado se encontraban...

Vanas palabras parecieron las vuestras; vanas porque no es que fueran inútiles (sino de buenas razones le dábais al tal Hurtado para volver a Acla). Vanas porque no hacían caso aquellos tres, ni tan siquiera el que debía escucharlas. Mientras Aldonza y Pero trataban de ponerle en situación, Xurio hizo un eficaz gesto de muñeca para sacar su espada ropera y sostenerla con discreción, mientras el fraile Gonzalo, entonces, avanzaba unos pasos como queriendo ver qué ocurría de cerca. 

Ante estos pasos, Hurtado, quien no dijo ni escueta respuesta, giró la cabeza hacia el fraile y entonces levantó en su mano el amuleto que tenía colgando del cuello, sin desprenderse de él, y comenzó a pronunciar unas palabras extrañas 

¡Ik sal ex toatl! ¡Ak si manak im! - una voz gutural salió de allí, como con un eco inverosímil y poco humano; y entonces, para vuestra sorpresa, volvió a escucharse el molesto chirrido, esta vez más cerca, cuyo epicentro estaría fuera del templo, pero mucho más próximo a vosotros que antes-. Los otros dos soldados seguían mirándoos quietos como estatuas, y enseguida, junto con Hurtado, abrieron sus bocas y grandes espumarajos corrieorn de su boca al exterior, cayendo en el suelo del templo...

¡Padre! ¡Venga aquí! Jimeno entonces reaccionó al ver que el fraile se adelantaba, y su rostro contemplaba aquella escena de Hurtado con el puño en alto, sosteniendo el colgante, con desesperación-. ¡Atrás Padre! -le repitió-: señora Aldonza, tienen que marcharse... -dijo ahora a la líder del grupo-. ¡Tienen que marcharse todos...! ¡Dejen aquí a ese hombre! -el nativo estaba alterado, muy alterado, pues parecía conocer algo de aquella situación-. Entonces Jimeno tomó la pieza de madera que había estado tallando, y se puso de rodillas.

Una vez agachado, mientras sonaba el terrible chirrido*, volvió a gritar. ¡¡Huyan!! -le dijo a Aldonza, esta vez más contundente-. Y contra todo pronóstico, comenzó a orar sujetando aquel talismán propio, cerrando sus ojos, y a hablar en la lengua de su familia, de sus ancestros y de su pueblo, pese a que hacía tiempo que no lo hacía, pero que jamás podría olvidar.

Aquella situación superaba todo tipo de expectativa. Era extraña y desconcertante al mismo tiempo.

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   Mientras con disimulo como quien dice tenía la ropera a mi espalda como quien tiene una mano a la espalda porque... porque lo que sea, al final no parece necesario usarla. Pero ese jodío chirrido... de alguna bestia, se oía y no me daba buena espina, a fe que seguro que era uno de esos demonios paganos. Un leve escalofrío me recorre la columna pero mantengo la compostura.

   Aunque por un segundo vacilo quieto en mi sitio, luego me recompongo, pues ¿no soy, por ventura Xurio de la casa de Narro, investido en el sagrado oficio e hidalgo de sangre vieja? Por partida doble estoy por encima de los ardides del diablo, pues soy noble y soy eclesiástico y por tanto mi fe refuerza mi voluntad y me protege de las brujerías paganas. ¡Habrase visto tamaña afrenta querer asustar a un hidalgo cristiano viejo! Si no fuera ya sacerdote, esto demandaba duelo... y...

   Pero igual pinta que ese tal Hurtado y sus secuaces lo mismo tienen la rabia, peste o lo que hayan pillado por estas selvas, pues caen echando espumarajos por la boca, así que pego inconscientemente un bote hacia atrás.

   - Doña Aldonza, es un buen momento para que tome una decisión. -

   Y con estas palabras agarro del pescuezo a Fray Gonzalo Días si es que no retrocede, o al que se quede más rezagado y comento.

   - Es un buen momento de salir de aquí, pero si vuesas mercedes tienen alguna otra idea, es un excelente momento de formularla. -

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-¿Que...?

... Dijo al oir a Hurtado hablar en esa lengua extraña, amén de hacer, con su mano, forma de coger lo que parecía un amuleto, que sería la misma que haría con un símbolo sagrado, o sea, crucifijo

-¿Qué...?

Volvió a decir..., al oir a Jimeno conminarle a retroceder, cosa que... sabiamente, hizo, para ver como los otros soldados también empezaban a soltar espumajos, cual afectados por la rabia.

Retrocedíó, y pudo ver, alarmado, cómo Jimeno empezaba a orar, o algo así... pero al Dios que no era... pero oyendo el chirrido, o lo que fuese, que venía de fuera, los espumajos, al otro con el talismán en la mano, tuvo a bien seguir retrocediendo, para colocarse al amparo de los demás, pues esto, natural no era, y si no era natural... pues era obvio

-¡Aquesto que sucede es obra del Demonio!

Sintió de repente como las piernas no le respondían, y si bien no cedían, no se movían. Abrió mucho los ojos, y solo alcanzó a musitar sus oraciones más profundamente arraigadas; sentíase en presencia de algo maligno, más no alcanzaba a entender lo que allí sucedía

-Va de retro, Satanás -Murmuró

Todo se estaba saliendo de madre. Hurtado y compañía parecían poseídos por el Maligno, ignorando nuestras advertencias y echando espuma por la boca. ¡Encima hablaba la lengua de los indios a la perfección! Juraría que había echado una maldición o algo así, ya que el chirrido fue en aumento. Viendo que el mal podría provenir de ese extraño amuleto que esgrimía, y ante la insistencia de Jimeno de que huyéramos, tenía que tomar una rápida decisión. Xurio también parecía querer salir de este sitio inmediatamente. Miré a los demás y después de nuevo a Hurtado.

-"¡Rápido, ir retrocediendo hacia la salida! Yo entretendré lo suficiente a estos poseídos, que es en lo que se han convertido Hurtado y sus hombres." Chillé con voz de gallo.

Saqué la espada de golpe y avancé para intentar dar un tajo a la mano que sostenía el amuleto demoníaco.

Aquello se estaba haciendo algo muy difícil hasta de comprender. Aquellas extrañas palabras de Hurtado, unido a aquel tremendo y desagradable chirrido, le dejaron allí pasmado, y casi sin poder hablar. Tan solo pudo balbucear unas palabras.-¿Pero que es lo que esta pasando?

Quedando en el sitio paralizado por todo aquello que no comprendía, pero en lo que entreveía cosas poderosas y antiguas, que tal vez Hurtado había despertado. Estos terribles pensamientos, le hicieron forzar la situación y hacerse de nuevo con el control de su cuerpo.-¡Vámonos, salgamos rápido de este lugar!-

Xurio alzó su mano y echó para atrás, hacia el grupo, a Fray Gonzalo. Ambos parecían ser inmunes* a ese chirrido que se escuchaba. Mientras Jimeno y los cuatro soldados parecían como temblar (fruto de pecibir tal extraño ruido también), Aldonza y Pero comenzaron a sentir cómo sus piernas se agotaban un poco (como un ligero cosquilleo), pero no notaron nada más. Esos sí, los cuatro soldados y el propio Jimeno, aún arrodillado, parecían no poder moverse... estaban como clavados al suelo, sin que sus piernas respondiesen, como por una fuerza sobrenatural. Pareciera que el demonio dormitara en aquel lugar e hiciera de las suyas...

Entonces Pero no se la pensó, y se retiró a la voz de Aldonza. Acto seguido lo hizo Xurio, que era su primera opción; y a la voz de "Vade Retro", fórmula para espantar al Maligno, Fray Gonzalo no hizo sino seguir dando pasitos hacia atrás, hasta colocarse con los dos primeros en el acceso de aquella sala del templo. Por contra Aldonza hizo restallar la vaina de su espada, y la sacó para enfrentarse a Hurtado, unos metros más allá, como dando espacio y tiempo a sus compañero para que huyeran de allí. La valiente mujer entonces avanzó, dispuesta a cortar la mano que sostenía aquel amuleto, aún en alto, mientras su portador y sus acompañantes expulsaban espumosa saliva por la boca...