Partida Rol por web

Karu vuelve a sentir ira, pero si se trata de reparar una injusticia pronto dejará de reprimirla.

—Discúlpeme, magistrado—le dice a Nara—: un vulgar hurto no puede compararse con un asesinato, pero los muertos ya no tienen prisa, ¿verdad?.—Luego se dirige a la pareja—: Díganme el nombre de la casa de flores que regentan y les alcanzaré en breve. Acompáñame, niño.

-No pierda las formas señor, yo no he insultado a nadie, solo he indicado mi preocupación por asuntos de una delicadeza menos terrenal de lo habitual -responde a Ganikusi con una educación ácida, como un cuchillo afilado oculto en un pañuelo de la más fina seda. -ahora si os parece oportuno, vayamos a hablar con el delegado Askuro.

La situación está alcanzando un punto de tensión extrema, lo que empezó como un inquisitivo pero cuidadoso extraño se ha convertido en una incómoda presencia que os presiona y con la que sabéis que tenéis que tener un cuidado extremo.

-Gracias señor. 

La pareja mira a Karu perpleja, con un gesto de reproche en sus rostros. -¿Va a marcharse? pero...

El niño ya ha echado a correr...

Levanto una sola ceja, dejando que mi rostro diga ¿En serio? Sin tener que decir una sola palabra.

-Discúlpeme, pero creo que esto es competencia del magistrado, y alli es a donde vamos a ir. Le invito a acompañarnos como nuestro invitado, para dar fe de que la correspondencia no ha sido alterada, por supuesto.

Karu comprende la reacción de la pareja, y sabe que se arriesga a una reprimenda del magistrado si no está de acuerdo con su proceder. Pero la aritmética es clara: dejar que se cometa un delito por evitar una ligera demora no entra dentro de sus planes. Después de volver a preguntar el nombre de la casa de flores, sale en pos del niño.

El magistrado observa con semblante serio lo sucedido. La elección del protector habla de él, como cualquier elección habla de quien la realiza. Otros en el lugar del protector hubiesen decidido otra cosa.

A la expresión del magistrado no asoma ningún gesto que delate si esta elección le parece acertada o no, sencillamente se gira hacia la pareja a la espera del nombre del local y, tras oir de sus labios aquel nombre les insta a continuar la marcha.

Prosigamos

No voy a meter mas fuego, pero quiero dejar claro con mi lenguaje corporal que apoyo la decisión de Ganisuki y que dispone de mi total apoyo.

Sin embargo, no llegan a caminar mucho más antes de que vuelva a abrir la boca.

Quizás ahora que no está el protector decidan sincerarse acerca del verdadero motivo de su intranquilidad - Les atajo sin rodeos.

Lo cierto es que me encuentro alerta. No fue hasta la aparición del niño con una pobre llamada de auxilio que empecé a pensar en todo aquello como una encerrona. No serían las únicas personas de la ciudad que desearan secuestrar a un magistrado para realizar chantajes, pedir rescates, suplantar, o cualquier otro acto criminal, y la forma en que aquellos hombres ocultaban algo o en la que aquel niño nos había importunado y dividido me resultaban demasiado caprichosas para que fuesen tan solo acontecimientos al azar, como si se tratase del resultado de una tirada de dados de un ser superior que narrara nuestras vidas.

Pero alerta o no, mi honor y mi deber me vinculaban con aquel caso, arrastrándome a donde quiera que desembocara, ya fuera en una verdadera escena de asesinato, o en un desafío criminal al sistema de justicia.

Llevas diez pasos tras el crío cuando escuchas que el local se llama la brisa cálida, te cuesta poco seguir el ritmo del niño, y la gente se aparta de tu camino con premura.

Llegas a una pequeña tienda de especias, la puerta está cerrada y no se observa el interior. El niño te guía por atrás, la puerta de servicio que da a la trastienda y a la casa de los dueños. Al entrar observas que una mujer forcejea con dos hombres, los hombres no se lo toman en serio, casi como si estuviesen jugando con ella.

—Quédate aquí—le dice al niño, indicándole que espere fuera del local.

Al entrar encuentra lo esperado: dos criminales en la jurisdicción que ha jurado proteger. Una mueca cruza su rostro, y su mirada se vela un eterno segundo. Se esfuerza en aguardar unos segundos para contemplar la escena y recabar información. Pasado ese tiempo se acerca con sigilo al sujeto del cuchillo: el otro podría llevar una runa o no, pero el reluciente metal afilado es muy real. Desenvaina lentamente su sable y golpea.

—¡A un lado!—grita a la mujer, y se sitúa en guardia contra los dos.

-No hay nada que sincerar ilustre señor, ya queda poco para llegar. -dice el hombre mientras señala con el dedo la plaza. Al llegar a la abertura de la calle les da un pequeño vuelco el cuerpo, pues hay cuatro hombres, tres de ellos armados discutiendo en torno a lo que sin lugar a dudas es el cadáver.

Observáis como el hombre se crispa, es consciente de que no puede negarse a acompañaros si no quiere descuidar la carga, durante un instante sus intenciones se reflejan en el rostro, durante un segundo observáis que tiene dudas, que ha valorado si vale la pena seguir adelante.

-De acuerdo, vayamos a ver a un magistrado, pero ruego que de camino se me permita contratar un mensajero. -su voz suena segura y tranquila, os hace dudar de si realmente llegó a sentirse presionado, o solo fueron las proyecciones de vuestros deseos.

Me temo que no tendrá tiempo de contratar ese mensajero - Tercio interrumpiendo la conversación. Magistrado Dagio Nara. He sido informado por testigos presenciales de un deceso violento. Identifiquense. - Dije esperando una explicación detallada para hacerme cargo de la situación. Camino hasta situarme junto al cadáver y me giro hacia la pareja que me acompañaba. ¿Es este el señor Figore? - Pregunto refiriéndome claramente al cadáver.

Intenta reaccionar al percatarse de tu presencia pero es demasiado tarde, la mujer se agacha y el acero muerde la carne que hay encima de la muñeca cortando piel, músculo y tendón sin resistencia hasta llegar al hueso, que es mellado de forma dolorosa.

El grito del ladrón es ensordecedor, escuchas el sonido del cuchillo contra el suelo.

La llegada de tres personas de forma tan repentina y que uno se identifique como un magistrado causa una sorpresa y una conmoción pasajera.

-Si es él... -dice una mujer que acompaña al magistrado en un tono casi inaudible.

-Excelente, necesitábamos un magistrado, y se nos presenta uno, como una bondadosa conspiración de la justicia. Es sencillamente maravilloso -dice el hombre desarmado, su voz es de sincera alegría y jolgorio, como si le hubiesen quitado un enorme peso de encima. -La situación su ilustre señor, es la siguiente, aquí los protectores, realizando con diligencia sus funciones han estado a punto de vulnerar la privacidad de mi señor el delegado Askuro al intentar conocer el contenido de la cartera de mi difunto compañero y también servidor del mismo señor, Figore.

Una civilización es algo hermoso: arropa y ensalza a sus integrantes; les aleja de la tenaz amenaza del mundo salvaje y les permite tener aspiraciones que trasciendan la mera supervivencia. Es algo hermoso, sí, pero terriblemente delicado.

Siempre hay sujetos primitivos para los que todo esto no significa nada; bestias con forma humana que sólo entienden el lenguaje de la fuerza. Karu ha conocido a demasiadas a lo largo de su carrera, y eso le ha vuelto implacable. Que le acompañen voluntariamente al centro de detención o que escojan morir por su mano allí mismo le resulta irrelevante. No obstante, es un siervo de la ley, y como tal hace una advertencia al otro sujeto en lugar de atacarle.

—Adelante, resístete.

-Por favor no le mates. -grita la mujer -sólo son dos idiotas, han tenido que venir dos por que son unos cobardes, pero uno es un conocido, entrégate Gorore, no puedes hacer frente a un protector.

-NO ME MATES -el segundo hombre se tira al suelo hecho un ovillo.

El otro sigue gritando mientras se sujeta la sangrante herida y la mira con terror. -Ayuda, AYUDAaaa. Me muero.

Por un momento Karu teme que su endurecido corazón le haya hecho propasarse. Pero se dice a sí mismo que, aun siendo tan inofensivos como parecen, de no detenerles se habrían acabado convirtiendo en la clase de amenaza que aparentaban ser.

—Habéis hecho una mala elección, y tendréis toda vuestra vida para asumir las consecuencias. Tú, el del suelo: saca lentamente eso de ahí —dice señalando a lo que había tomado por una runa—. Y tú: no vas a morir. Serénate y déjame ver esa herida.

-Lo cierto es que nuestro interés por el contenido de los papeles del Askuro forman parte de la escena de un crimen, todas las partes han de permanecer bajo custodia hasta que este caso esté esclarecido. No creo que estos sean causa de un homicidio, pero deben quedar bajo llave, sin ser leidos, a no ser que no quede otra. Este caballero es precavido, es su deber, pero no selñalándonos como criminales cuando estos correos no deberían ser un problema.- Puntualizo, tratando de ser educado y conciliador pero consciente de mi torpeza en estas lides.