Partida Rol por web

Era deferencia para con el que, con tanto en qué pensar, se tomara un rato para escucharle, así que asintió agradecido al tal Prados.

—Aquí donde me veis yo soy alguacil de mi lugar, que es Miranda de Ebro. Llevo, pues, en las piernas, harto camino hasta llegar aquí, en secreto y sin los ornamentos que corresponden a mi cargo, porque tengo encomendado por mi señor echar mano de un tunante que tiene por fuerza que haber buscado sitio en esta caravana. Llevo siguiendo su rastro desde esas tierras, y vino en un caballo ruano que cojeaba de la pierna izquierda, con una herradura hecha por gente conocida, y con su señal, al que encontré comido por los buitres a media legua. Tras dejar a su montura, sus huellas aquí llegan. A esta misma caravana. No se qué aspecto tiene, pero es responsable de las muertes de más de tres cristianos, y es muy peligroso. No debe llegar a Toledo, pues ahí sin duda perderé su pista. ¿Me ayudaréis? Sin duda os haréis acreedor de mi eterno agradecimiento y, no lo pongo en duda, del de otros más altos que yo. —Levantó una mano. —Antes de que lo preguntéis os diré que lo conoceré por que ha de tener en su poder ciertos documentos que ha robado y que reconoceré al instante.

Una sonrisa se dibujó bajo la cara tapada de Zubaida. Aquel fulano que quería ir en la carreta parecía que no se había enterado que habría que mover el culo hasta Toledo. El favor, parecía que se lo estaba haciendo el tal Dionisio y su séquito, no al revés. Aún así, andar tanto tiempo sería una jodienda, pero nada más lejos de vagar por los caminos sola tantos días y noches seguidas.

— Qué comience la partida, pues.

Agradable fue la primera parte de la jornada. Hacía un buen día que pronto se convirtió en calor con la marcha constante. Zubaida estaba acostumbrada a las marchas, pues como conocedora de los caminos, pasaba mucho tiempo en los mismos. Pero una cosa era por placer y otra por necesidad. Aún así, ni se quejó ni tenía intención de hacerlo.

— Buscarme la vida, Don Dionisio — contestó la bandida al jefe de la caravana —. Y me surge, hablando del tema, una cuestión. ¿No necesita de una buena escolta? Veo que con varios hombres cuenta, pero mis habilidades no tienen nada que envidiar a las de aquellos hombres fornidos, se lo aseguro.

La conversación fue interrumpida por un aviso de unos de los carreteros. Un augurio de mala suerte se hizo por un momento un silencio en aquel lugar. Zubaida observó de un lado a otro las reacciones, intentando ver si sería buen momento para convencer a Dionisio.

—¡No pisen en derredor! Voy a ver si... —Roderic se adelantó y miró el suelo en torno al árbol casi desgajado. Quizá hubiera alguna huella que desvelara qué había ocurrido en aquel paraje. Enarbolaba su lanzón, por si acaso algún agente humano o animal andaba cerca y le buscaba problemas. En todo caso, era un buen bastón para enredar entre las matas y no arañarse.

Salimos del pueblo después de que uno de los carreteros regañara a un tipo que se había subido al pescante de su carro. Al poco de haber recorrido unos kilómetros, el que abría la marcha gritó y todos miramos en la dirección que indicaba. Un árbol, partido por la mitad, estaba a un lado del camino. El tipo, que debía de ser muy supersticioso, achacó aquello a alguna maldición o cosa similar. Los cuchicheos y el nerviosismo empezaron a extenderse entre toda la gente de la caravana.

-"A ver, a ver, tranquilizaos hermanos. Lo más probable es que haya sido un rayo el que lo haya dejado así, ya he visto árboles similares. No hay que pensar en que haya sido obra del demonio." Iba comentando a la gente.

Para ser un fraile, era menos estricto que otros en estas cosas. No me dejaba llevar llevar por la imaginación y las supercherías, buscando siempre una respuesta lógica. Si no la había, estaba claro que la mano de nuestro creador andaba detrás. Estuve un rato hablando con los demás, intentando calmarles.

Dionisio Paredes era un campechano, pero no era un palurdo, por lo que tus palabras le alertaron en cierta medida.

Una pista... hasta esta caravana... mmm...- murmuró en bajo-. Este trayecto lo hago una vez por semana, o tal vez cada dos. No siempre se unen las mismas personas, asique no es cosa mía, si así lo pensáis. El único que conozco con plenitud es mi contable, Fernando -éste iba delante de vosotros, pero no mucho-. Del mercenario y el cocinero se adhirieron hace un par de meses, y los soldados hace menos. Tal vez alguno de estos otros... -te dijo, mirando al resto de añadidos*, quienes habían llegado hoy como tú-. Veré qué puedo averiguar, pero os advierto: no hagáis retrasar la mía caravana -añadió, levantando las cejas. No era amenaza, sino advertencia de quien defiende el modo de ganarse la vida-. Luego se alejó un poco

Cuando me llamaron la atención no pude mas que chasquear los dientes algo malhumorado.

No podeis tener un poco de atención con un pobre!! Dije en señal de reprocha. Me bajé para no llamar más la atención. Noté como muchas miradas se dirigía hacia mí. Bajaba un poco la cabeza mientras decía: Perdón, perdón, perdón!!! Me fastidiaron el ir comodo sin duda. Continue el camino al lado de la carreta, como el resto, a pata tiesa.

Durante el trayecto el señor Dionisio se iba acercando a cada uno y nos preguntaba un poco sobre nuestra vida.

Me llamo Abel, señor. Un simple pobretón que busca ganarse la vida. Espero en Toledo encontrar trabajo decente.

Las conversaciones fueron interrumpidas cuando un carretero alertó sobre un árbol derruido. Alarmaba de mal fario y maldición. 

Señores, no hace tanto cayó una tormenta por la zona. Quizás fue un rayo el que le diera al árbol. Dije para calmar los ánimos.

Ilariñe se quedó a distancia tal como decían sus compañeros y comenzó a recordar si en alguno de los muchos libros que había leído había algo sobre ese tipo de árboles, o solo era una leyenda para asustar a los viajeros. Esto me suena…. Comenzó a murmurar.

Para eso estáis aquí, mujer, para escoltar a esta caravana, no sólo a mí... -respondió rápidamente a Zubaida, aunque la miró de abajo a arriba-. Dionisio había visto pocas veces a una mujer con la piel tan oscura. De vuestras habilidades podemos hablar desp... ¿eh? -el patrón de viaje observó como Roderic se adelantaba en el camino, tratando de mirar en torno al árbol-. Fray Bernat trató de tranquilizar a aquel carretero (y al resto), pues la superstición había invadido la mente de aquellas gentes de la zona.

No os preocupéis... -dijo entonces Dionisio dando una sonada cachetada en la espalda a Abel-. Un error lo tiene cualquiera -refiriéndose a lo del pescante-. Pero mantén los ojos bien abierto, pues siempre me hace falta gente para los viajes, y si tan pobre como rata decís ser, tal vez tengaís un sueldo conmigo, en estos viajes... Sedme útil -le dijo al ladrón a modo de consejo-, y recibiréis buen trato y tal vez trabajo... más adelante.

También se fijó Dionisio en aquella mujer callada, joven e inteligente, algo abstraída. ¿Estaría recordando algo? Los cuatro soldados y los varios carreteros, incluido algún viajero más, no dejaban de mostrarse ansiosos, tensos por lo del rayo...

Zubaida observó al fulano que había intentando sentarse en la carreta cuando tuvo la conversación con Dionisio.

— Sí... por eso estoy aquí... pero quiero un sueldo como el que le ha ofrecido a este pordiosero... — murmuró en voz baja.

Pero pocos duraron sus pensamientos, pues todo el mundo se había parado a mirar el árbol. Zubaida no era mucho de supersticiones. Más que nada, porque pensaba que no había peor suerte que vagar por los caminos. Calores y sudores, fríos y escalofríos, hambre, sucios bandoleros... ¿Un árbol partido? Lo único que podría hacerte es servirte de escondrijo para cualquier pincho o remera.

La bandida miró a donde el fraile y el otro hombre examinaban. Para ella no era más que una casualidad. Se puso a la altura de la única mujer que caminaba con ellos.

— ¿Ya apareció alguna maldición? — dijo en voz baja, con sorna.

Roderic se movía con cautela. Si era de rayo o si era por algún otro motivo, la tierra siempre dejaba señales. O la falta de ellas. En todo era generosa si nadie se metía por en medio a pisotearla.

Ese primer tramo de viaje Roderic procuró empaparse de cómo eran los posibles sospechosos, intentando no llamar demasiado la atención. Entendía la actitud del guía, al que más valía un pájaro en mano que ciento volando, y tampoco tenía licencia para ofrecer recompensas, aunque estaba seguro de que si el papel que perseguía decía lo que decía las piezas de plata, o aun de oro, iban a llover sobre quien lo entregara a las personas adecuadas.

Los agentes de Pedro el Justiciero estaban por todas partes, pero era impacientes con quienes les hacían perder el tiempo. Alguien habría en Toledo, cómo no. Pero debía de estar seguro de acusar al criminal con pruebas claras y útiles para su rey verdadero si no quería acabar él mismo con el cepo al cuello.

Anduve aquí y allá, hablando sosegadamente con todo el mundo. Estaba claro que un mal comentario, en este caso el del conductor, podría poner a todo el mundo nervioso. Viajar así, con los nervios a flor de piel, y que por cualquier nimiedad vieran demonios y brujas era contraproducente para todos. Yo estaba acostumbrado a charlar con la gente, a hacerles ver la luz, la paz de estar en comunión con Dios... y esto no era muy diferente de lo que hacía: convencerles de que allí no estaba la mano del diablo tras ese árbol destrozado.

-"Hermanos, tranquilos. Os aseguro de que nada de esto tiene visos de ser alguna señal del Oscuro." Dije en alto.

La aprendiz trato de recordar todo lo que había leido sobre ese tipo de arboles, puede que algo de su conocimiento ayudara a tranquilizar a esas buenas gentes.

Los murumullos sobre la maldicion del árbol se expandía entre los presentes. Intenté calmar a los más cercanos, pero mis palabras apenas eran escucchadas.

Tranquilos sean. No se alteren hasta nos informen bien que le ha pasado al árbol.

El monje también hacia sus intentos para tranquilizar, pero eran demasiado supersticiosos. Si por cualquier tema desconocido la gente cogía miedo, haría que el viaje tuviera muchos percances de por si.

No convencieron las palabras de Abel, pues tan sólo se limitó a tranquilizar al resto. Parecía que la presencia del clérigo y sus palabras si que fueron suficientes para calmar los ánimos al conductor de una de las carretas y al resto de los presentes. Roderic enseguida comprendió que aquel árbol había sido presa de un rayo, tal vez alcanzado hacía unos días, pues había negrura en su tronco (por la gran fisura), y en la tierra, señal de que había ardido mínimamente, lo justo para partirse. Zubaida contemplaba cómo Roderic se hacía eco de tales pistas.

No tardásteis en retomar el viaje con más tranquilidad. Las pruebas del árbol alcanzado por el rayo y las palabras del clérigo pareció calmar los ánimos, al menos a priori, entre los presentes. Por ende, la marcha se reanudó hasta el mediodía, a través de los largos paisajes casi rectilíneos de la meseta castellana. 

Tras descansar una hora para comer (las monturas tuvieron así cierto descanso), comenzaba la tarde y volvísteis a caminar. La caravana avanzaba despacio, y tras una media hora de marcha llegásteis a un arroyo muy ancho, tanto que había un puente de piedra que lo cruzaba de orilla a orilla. Era un puente de origen romano, de un solo ojo, aunque estaba quebrado justo en su mitad. Un tramo inexistente de una o dos varas hacía, en esos momentos que se pudiera pasar de un extremo al otro saltando dicho espacio, pero llevábais carretas con vosotros, las cuales no podían, en principio atravesarse.

¡Señor! -rugió el mercenario, que ya sabíais que se llamaba Alejandro, para informar a Dionisio-. Señor Dionisio, mirad el puente... está quebrado en su mitad... Las carretas no podrán pasar... -añadió-.

Dionisio y su contable se acercaron a mirar, deteniendo la caravana previamente antes de que la primera carreta entrara en el puente. Tras andar unos pasos, ambos llegaron a la parte que faltaba, para comprobar su veracidad, como así era.

¿Cuánto hace que no pasamos por aquí? -le preguntó Dionisio a su contable, el tal Fernando-.

Doce días, señor -le respondió-. ¿Qué hacemos ahora? -preguntó, pero el patrón se quedó pensando un poco, en mitad del puente-.

Era imposible cotejar huellas encontradas, desde tan lejos como venías, con las de cada miembro de la caravana. Tampoco el terreno era lluvioso o húmedo como para andar observándolas, ni había el tiempo suficiente como para pararse a ello (ya que la caravana avanzaba). Asique tu intuición quedó al margen de tu vista: los equipajes no eran muchos, pues sólo había mercancías que se trasladaban en los carros. Cada intengrante llevaba sus cosas consigo, o al menos cerca de la zona de la carreta junto a la que andaba.

Antes de llegar al puente, había mucho que andar y mucho tiempo que pasar con todos aquellos nuevos intengrantes de la caravana, extraños para tí.