Partida Rol por web

Roderic estuvo esa noche revisando entre la carga y las carretas, durante vuestro turno de guardia. Llegó hasta donde dormía Fernando, el contable, cerca de Dionisio. Después, andúvole mirando el zurrón, y no encontró más que un gran libro, el libro principal de la comitiva que ya habíais visto previamente: era un libro de cuentas económicas del negocio de viaje de Dionisio. Pero ni rastro de tales cartas de las que decía Roderic.

¡Nos han robado! -era uno de los conductores de carreta-. ¡Nos han robado!, ¡los odres! -gritó-.

¡El zurrón de los víveres! -gritó otro-. ¡Tampoco está!

¡Ni el mío! -un tercero-.

Parecía que también había sufrido una sustracción.

Enseguida os dísteis cuenta de que habíais sido asaltados por la noche, pese a las guardias. El caso es que no faltaban ninguno de los barriles, sacos y demás cargas pesadas de los carruajes (tal vez porque iban muy bien atados con cordonaje suficiente sobre las carretas).

¿Qué diantres ha pasado aquí? ¡Explicadme! -gritó Dionisio, que ahora se le presentaba este evento-. Entonces caminó rápido entre las carretas, contando con la mirada la carga que iba sobre cada una. Después pestañeó mucho, y entendió que no había robos de importancia, tan sólo algunos objetos como los ya citados (odres de agua y poco más). ¿Alguien ha visto algo en la noche? ¡Hablad! -estaba algo enfadado, realmente-.

Algunos se miraron entre sí, sorprendidos también.

Mientras Dionisio hablaba, no tardaste en encontrar una nota en uno de tus bolsillos:

La estudiosa comenzó a papal sus exiguas pertenencias tratando de comprobar si le faltaba algo. ¿Qué ha pasado? ¿Como alguien ha podido robarnos? No se ha acercado nadie al campamento. Aquí no hay nada.... Dijo mientras comenzaba a mirar al rededor en busca de algún rastro o marcas. Trato de recordar todo lo que había leído sobre huellas de animales. 

Roderic se encogió de hombros. —En mi guardia no vi gran cosa. Y me estuve paseando por todas partes. Sin embargo, —añadió, —alguien ha estado haciendo travesuras, y lo puedo sostener porque me han dejado un billetito que ahora os entrego, por si se puede reconocer la letra.

Dicho lo cual, entregó a Dionisio un pequeño billete como el que se mandan los amantes por medio de las dueñas. Lo hizo con toda la intención, mirando a los circunstantes, a sabiendas de que quien hubiera sido podría traicionarse.

Orando estaba yo, cuando el grito me sacó de mi letanía. Fui detrás de los demás para ver qué ocurría y me llevé una sorpresa cuando dijeron que habían robado los odres de agua y algunas viandas. Miré alrededor, observando las caras del resto de la gente; como queriendo adivinar quién de los allí presentes había sido. Si los que vigilaban el exterior no habían visto a nadie, indicaba que el o los ladrones estaban ya en el interior del círculo hecho con las carretas. Por lo menos eso es lo que pensaba de lo ocurrido. Dionisio, bastante frustrado y cabreado, preguntaba sin obtener una respuesta fiable.

-"Alguien ha obrado mal esta noche, dejándonos sin agua ni alimento; o está muy necesitado o no quiere que avancemos. El río lo tenemos cerca, opino que habría que recoger agua en algún tonel o cubo que haya. El alimento, habrá que ir de caza por los alrededores para poder sustentarnos. Está claro que todo esto retrasará la marcha." Dije en alto, para que todos me escucharan, pero mirando al cabecilla.

Dejé que los demás opinaran al respecto, y cuando las explicaciones fueros dadas, me acerqué a la extraña joven embozada.

-"No creo que haga falta bendecir la caravana, ya que no está maldita, si es eso lo que crees. Hacer eso pondría a la gente nerviosa, ¿lo comprendes?" Le dije en voz baja.

La nota que el alguacil sacó me hizo ir hacia él para echarle un ojo y ver qué ponía.

Os lo dije! Os lo dije! Exalte al escuchar sobre el robatorio. No era normal lo que nos estaba pasando! Tenemos algún traidor entre nosotros!

Exclamaba mientras me movía entre la gente mirando las caras de todos mientras hablaban. Quería ver si el traidor daba señales.

Quien sea que lo haya hecho, nos quiere retrasar. El fraile tiene razón. Volvía a vociferar en alto. La gente podía ver a un viejo pobre andando para arriba y abajo desesperado agitando los brazos. Con mis dudas, volví a acercarme a la mercancía para revisarla de cerca, aunque estuve lo minimo indispensable. No quería que me llamaran la atención en un mal momentro.

La guardia no tuvo nada extraño ni fuera de lo normal. La caravana estaba bien organizada y la noche pasó fría, pero tranquila. Cuando no estuvo de guardia, Zubaida dormitó como tenía costumbre cuando lo hacía al aire libre, lo suficiente para recuperar fuerzas para la caminata del día siguiente.

Pero el amanecer llegó no nuevas y no precisamente nuevas. La mujer se lavaba la cara con agua mientras notó como un vocerío se formaba a pocos metros. Dionisio y sus hombres reclamaban algunas pertenencias, que Zubaida tardó en entender que no eran más que cosas menores.

— Nada fuera de lo normal ni ningún extraño vimos en la guardia, Don Dionisio. Por poco que sea lo robado o sean víveres, para esta expedición es algo valioso.

La mención del billete llamó la atención a Zubaida que se acercó para escuchar lo que decía.

Roderic alertó al patrón de la caravana sobre algo que había pasado, algo sobre una nota recibida en plena noche. Se la entregó a Dionisio pero enseguida mostró su ignorancia con las letras (cosa que no le importaba), y se la entregó a su contable, Fernando (quien se encontraba a su lado y para eso estaba). Mientras tanto Ilariñe se rebuscaba entre sus pertenencias, pero no le faltaba nada; acto seguido se puso a buscar huellas por las cercanías.

"Anoche os ví hurgar donde no debíais -leyó en alto Fernando, leyendo la nota, y todos lo escuchásteis-. Desistid o Dionisio lo sabrá. Insistid y moriréis". Eso es lo que pone, señor.

Dionisio se mesó la barba, pensativo.

El fraile aquí presente tiene razón. Esto nos retrasará -sentenció el patrón-. Otro evento con importancia, pero lo que importa aquí es la carga, y que llegue a Toledo cuanto antes. En el día de hoy -pues en esos momentos era de amanecida-, habrá que cazar algo, para levantar el latrocinio -sentenció-. Quien sea que está escribiendo estas notas, o amenazando esta caravana... -miró a Abel, pero no porque él fuera culpable de nada, sino porque mencionó la palabra traidor, algo que Dionisio tal vez pensara-, se las verá conmigo; y no tendré a mal mandar ensartarle con la lanza de uno de mis hombres. Espero que no seáis vos, alguacil, quien tuvo algo que ver con los robos -lo dijo en alto, por la acusación de la nota, pese a lo injusto del comentario-.

No tardó Ilariñe mucho, entonces, en encontrar unas huellas cercanas a la zona de descanso de la caravana. Cuando todos estabábais a punto de reanudar la marcha (aún sin aclarar nada del asunto, ya que a Dionisio se hubo de importar más reanudar el viaje cuanto antes), la mujer encontró marcas en el terreno.

Tenéis razón, mujer... -respondió Jorge, al mirarlas de cerca-, ahí están. ¡Mirad! Eran varias huellas, de tres personas, que se marchaban en la dirección a la que os dirigíais.

Parece que van en el mismo sentido que esta caravana, pero adelantados, habrá que tener los ojos bien abiertos... más que esta noche -miró a sus soldados, a los cuatro lanceros, haciéndoles entender sus órdenes enseguida-.

¡Andando pues! ¡El día apremia! -gritó Dionisio mientras se subía en uno de los caballos, habiéndose quedado la nota de Roderic-. Y comenzásteis a andar.

La mañana comenzaba fresca y solo os quedaba descender por el otro costado de aquellos flancos y barrancos, con el cuidado que una caravana de varias bestias requería. Las huellas se perdieron rápido en esas bajadas arenosas y secas. El sol brillaba en lo alto, y por ende que habríais de racionar el poco agua que quedaba (al menos los carreteros y las bestias), hasta el caso de encontrar algún arroyo donde poder rellenar pellejos.

* * *

A media mañana, y con el sol de justicia sobre sus cabezas, la caravana descendió las alturas y comenzó a circular por campos y campos vírgenes o de cultivo. Una hora después pudísteis advertir a lo lejos un grupo de carretas sin toldo tiradas por una persona cada una, al lado del camino que transitábais. Estaba claro que era un grupo de comerciantes o buhoneros ambulantes, raro parecía el ser otra caravana.

Y no tardásteis mucho en llegar hasta su posición. Cinco carretas entoldadas y tiradas por caballos, jamelgos viejos más bien, parecían descansar con holgura.

¡Carreteros, deteneos! -gritó Dionisio, ordenando a los suyos detenerse delante de los mercaderes ambulantes-. Y es que parecía que nunca desperdiciaba la ocasión de hacer negocios.

La caravana se detuvo.

Tengan buenos días, señores -dijo uno de los buhoneros, tal vez el más viejo del lugar-. Odres, pan, carnes y otras viandas, herraduras, palas y cuerdas, muchas cuerdas para atar toda esa... carga -ofrecía el anciano comerciante-.

Roderic estaba interesado en algo de vino y así hizo saber su interés al buhonero: hablando de cómo estaban los caminos de ladrones: —...y hasta puede que ustedes hayan visto a los tipejos que nos levantaron unos odres de buen cuero que traíamos, con algunos víveres. Menos mal que estaban por aquí, para asistirnos ¿verdad? Con toda esa mercadería. Cuidado, no os la vayan a robar. ¿Me deja probar ese vino? Así sin catarlo...