Partida Rol por web

Con unos breves intervalos de descanso para recuperar fuerzas, los acólitos continuaron el penoso y largo trayecto por el laberinto de pasillos malamente iluminados, durante tanto tiempo que no sabían realmente si habían pasado minutos o horas, y en ocasiones interrumpidos por breves pero intensos temblores de tierra. Finalmente, cuando el grupo comenzaba a dudar de si habían seguido la dirección correcta, hubo un brusco cambio en los sobrios adornos que decoraban el techo y paredes.

Os encontrabais en una especie de antesala carcomida por el óxido y la humedad, únicamente adornada por una mesa de piedra y de bordes irregulares en el centro de la misma, y al otro extremo, donde indicaba el mapa que había una apertura que debería servir como salida, se encontraba una puerta metálica corroida, activada por una descascarillada manivela circular, que a través de diminutos agujeros abiertos por el paso del tiempo dejaba entrever la luz del sol.

Al abrir la escotilla os encontrasteis de súbito en un ambiente portuario, aunque en lugar de olor a salitre os invadió el hedor a productos químicos que irradiaba el mar ácido de la costa. Unas chabolas mal construidas con madera y restos metálicos de naves naufragadas que habían resistido la corrosión eran los únicos edificios de la zona. Sin embargo el lugar bullía de actividad: hombres encapuchados de aspecto poco confiable corrían con sacos que provocaban ruidos metálicos con cada paso, musculosos porteadores cargaban con pesados fardos azuzados por un "capitán" al borde de la histeria, y multitud de hombres y mujeres de baja casta corrían en diversas direcciones en un estado generalizado de pánico. No os costó descubrir el motivo:

El volcán en cuya falda se asentaba la casa del polvo y la ceniza, y a cuya sombra había florecido aquél puerto franco en el que os encontrabais, había entrado en erupción. Pero más que vomitar la lava desbordante, la expulsaba con toda la furia contenida del planeta, junto a toneladas de residuos y relámpagos de plasma activo, en un espectáculo más parecido a la activación de un cañón de proporciones descomunales.

Los puertos estaban vacíos, señal de que las naves que podían escapar de la isla inmediatamente lo habían hecho sin pensárselo dos veces. Ya no estabais atrapados bajo tierra, pero estabais en mitad de un pueblucho dominado totalmente por el terror y el pánico.

El arbites entrecerró cuando el sol le dió en los ojos cuando abrió la escotilla. Aún cubierto por una nube de polvo era un resplandor en comparación con los túneles sombrios del complejo.

Cubrió los alrededores con su arma mientras los demás atravesaban la salida del recinto uno a uno. Cuando Orionus traspasó la escotilla el arbites la cerró de nuevo empleando la manivela.

- Arcturus ¿disponeís de alguna habilidad o herramienta para sellar la salida? ¿Para romper su mecanismo? - el arbites sostuvo la fría mirada del adepto, ante la sugerencia de destruir una creación mecánica y se justificó - El peligro que supone la monstruosidad de Nonesuch no puede escapar de estos muros.

- Si no, al menos, retrasad su salida. Quizás sea suficiente - añadió, señalando con la cabeza hacia el volcán en erupción que explotaba una y otra vez y que obligaba a alzar la voz hasta casi gritar.

El arbites contempló la escena de caos en el pueblo y frunció el ceño. Era poco probable que fueran atacados allí, donde todos querían escapar y nadie tenía nada que ganar al enfrentarse a ellos. Sin embargo, la gente solía actuar de forma impredecible cuando era presa del pánico. Además, los encapuchados (y su misteriosa carga) bien podían ser hermanos dolientes ¿a dónde iban en tal caso? ¿a dónde les conducía aquel capitán?

El arbites entrecerró los ojos y trató alcanzar el valle más allá del poblado. Según el mapa que tenían, había una depresión, quizás el cauce de un antiguo rio o de una antigua erupción, que llegaban desde el volcán hasta la costa. Si la lava había alcanzado ese punto no podrían cruzar por allí y no podrían llegar hasta el Martir Cygnan. Si la lava había alcanzado el mar, incluso a aquella distancia sería visible una enorme columna de ardiente vapor de agua ¹.

Los últimos metros en la Casa del Polvo y la Ceniza fueron extraños y agobiantes. Nadie hablaba, y la tensión era patente. Arcturus caminaba junto a Urtzi, que parecía muy afectado por los últimos sucesos, y cargaba con los objetos de la subasta como catatónico, sin abrir la boca y mirando siemrpe adelante.

Los adeptos de primera fila abrieron la compuerta, y una luz que al principio pareció intensísima los obligó a bizquear mientras salían y "aseguraban el perímetro", como solían decir los militares. El tecnosacerdote tuvo miedo por un momento de que la luz despertase algo muy horrible en el fondo de los túneles, y miró atrás de forma institntiva, entre los hombros de Orionus y Gianna.

Fuera, el panorama no era mucho mejor. ¿Aquello era Ciudad Muerta? Arcturus no era de esos que detestaba el aire libre, pero procuró no respirar hondo; aquello no era precisamente agradable. Ni un transporte digno en el horizonte, y las barquichuelas de fondo reforzado que flotaban en el mar de ácido no inspiraban mucha confianza. Pequeños grupos de desharrapados se desperdigaban frenéticamente. ¿Quiénes eran, a dónde irían? Pensó en agarrar a uno por la pechera para averiguarlo cuando el arbites le pidió que bloqueara la puerta.

Aunque inexpresiva, la mirada del tecnosacerdote debió transmitirle cierto soliviantamiento; era como pedirle a un médico que le partiera una pierna a un paciente. Así que no se planteó sino cómo bloquear la puerta desde fuera; si alguno de los elementos que había en la zona no era útil a tal efecto, tal vez un gran peso (pensó a priori en un derrumbe provocado) serviría. Miró de nuevo con curiosidad los sacos tintineantes de los desharrapados; en fin, tal vez otro adepto más inclinado a ello parase a uno de aquellos hombres.; Y si no, algo encontraría.*

Su principal preocupación, en todo caso, consistía en el camino a seguir a la única otra población que, según el mapa, existía en la isla; un camino que el volcán en erupción hacía más que inquietante.

Por fin salíamos de aquellos túneles, parecía que había pasado una eternidad desde que habíamos comenzado el viaje hasta aquí, por lo menos estar fuera de los túneles serviría para que la tensión decreciera, esa era la buena noticia, la mala era la desolación que se mostraba ante nuestra vista, aquí poca ayuda podríamos obtener, y viendo el volcán en el horizonte poco tiempo nos quedaba, había que darse prisa y intentar llegar al otro puerto antes de que la lava se nos adelanta, pocas opciones tenemos, la única es intentar llegar al otro puerto antes de que la lava nos pueda cortar el camino, si allí no hay transporte estamos bien jodidos...

Isolda ya podía sentirse libre de aquel lugar y con la suerte de su parte podrían escapar de ese maldito templo de herejes.

Pero como siempre, la suerte no les sonreía.

Ese caos destructivo estilo final de los tiempos dejó sus ánimos por los suelos, pero estaba resuelta a escapar de ese lugar y cazar al maldito abad que empezaba a obsesionarla por el mero hecho de no haberlo matado cuando pudo. Por esa tapadera tuvo que dejar escapar a un hereje sin castigo, y eso la quemaba por dentro.

Giró el rostro para ver como el adepto intentaba cerrar la puerta, y no pudo contener una risa nerviosa- Sin retorno, ¿eh? Vale, ¿buscamos alguna forma de escaparnos de este maldito lugar antes de que nos derritamos por culpa de la lava? -quería irse de ese maldito planeta de una santa vez.

Incapaces de decidir vuestro siguiente movimiento, todos aguardásteis a la espera de que el Arcturus bloquease la escotilla. No le llevó mucho tiempo al tecnosacerdote encontrar una pieza del tamaño adecuado y encajarla en el mecanismo de la bisagra para atrancarla, evitando que cualquiera la abriese desde el interior.

Isolda: ¿buscamos alguna forma de escaparnos de este maldito lugar antes de que nos derritamos por culpa de la lava?

Hieronymus estaba ocupado supervisando al tecnosacerdote como para darse cuenta, pero entonces Heinrich le agitó el hombro y señaló en una dirección. No hacía falta fijarse mucho, un grupo de individuos habían derribado la puerta de un enorme edificio de madera desde el interior, y escapaban a toda velocidad montados sobre motocicletas tanto terrestres como gravíticas de aspecto destartalado (algunas de las cuales perdieron potencia y se estrellaron a pocos metros provocando graves daños), caballos negros que parecían exhalar ceniza y otras monturas igual de extrañas e inverosimiles, y finalmente, aplastando los restos de las puertas de madera y a los pobres desgraciados que acababan en su camino, un par de vehículos-oruga¹ armados.

El resto huyeron en desbandada sin un rumbo común, pero ambos vehículos contenían al menos una docena hombres con un uniforme similar, armados al estilo de las tripulaciones de las naves celestes como la Martir Cygnan en la que habíais viajado; aunque parecían más salvajes que ellos; y aquellos dos vehículos avanzaban en la misma dirección, que parecía ser hacia el noreste² dirigidos por una figura embozada que gritaba órdenes con la intensidad del restallido de un látigo.

-Listo.

Se sacudió las manos en la túnica, y echó un último vistazo a su maniobra. Lo acompañó de un gesto ritual con las manos que tal vez sus compañeros hubieran visto alguna vez, para implorar la comprensión del mecanismo por inducirlo a no funcionar.

Oyó un ruido mecánico y se giró. Un par de vehículos oruga se alejaban hacia el noreste (lo que, si recordaba bien el mapa, era una península bastante llana en la por lo demás escarpada isla). Los miró unos momentos mientras se alejaban, envidiando su suerte, e intercambió un par de miradas con sus compañeros. Sin mediar palabra, la soldado Gianna y el arbites comenzaron a marchar en dirección al oeste, y Arcturus los siguió, cabizbajo.

Pero, apenas dados unos cuantos pasos, levantó la cabeza de repente y se giró de nuevo.

-Un momento -dijo. -Esos tipos... los de los vehículos oruga, digo. Van vestidos como la tripulación de un barco. El jefe tenía todas las trazas de capitán pirata. Quizás... Quizás tengan un transporte. Una astronave fondeada no muy lejos, en la dirección en la que están yendo. ¿A dónde van si no? Y nosotros tenemos... tenemos tronos suficientes para comprar nuestra salida de aquí, ¿no podría ser?- sacudió la cabeza, dudando si aquel dinero podría convertirlos en tranquilos pasajeros o incautos que convertir en cadáveres a desvalijar.

-En todo caso, si no os parece una pérdida de tiempo, enviaré al servocráneo.

Sacó a toda prisa al preciado servidor de su bolsa, y lo instruyó para que se elevase y tomase pictograbados de los alrededores y del litoral en torno a la península, tratase de localizar una astronave y volviese cuanto antes con los datos.

Hieronymus observó trabajar al tecnoadepto bloqueando la puerta. En lugar de destruir el mecanismo, Arcturus había optado por bloquearlo, lo que igualmente servía para los propósitos del arbites y de los demás adeptos.

En ese momento un montón de vehículos salieron con gran estruendo de uno de los edificios de mayor tamaño. Sin duda gente fiera desesperada. Los vehículos que empleaban no estban en las mejores condiciones, pero estaban armados y eran muchos. Los adeptos no ganarían nada enfrentándose a ellos.

- Quizás... Quizás tengan un transporte - sugirió Arcturus titubeante.

- No - cortó el arbites.

- El Martir Cygnar estará en el puerto tal y como su capitán me aseguró - El arbites había establecido con el capitán que éste permanecería en el puerto realizando reparaciones. Había dado un margen de una semana antes de partir, lo que estaba lejos de cumplirse. Sin embargo no era probable que esperaran tanto tiempo con un volcán en erupción si la nave estaba antes en condiciones de volar - Esa será nuestra salida de esta isla.

- No necesitamos más enemigos. Dejad que esa gente escape de aqui si les es posible.

- En marcha, ojos abiertos y armas listas. Esta gente está desesperada, esperad cualquier cosa - el arbites no dijo nada, pero pensó por un momento en los demás "invitados" a la subasta. Quizás alguno de aquellos grupos había podido escapar. Quizás intentaran partir con el mártir Cygnar antes de que ellos llegaran. Debían darse prisa.

La sororitas no pudo evitar mirar con una mezcla de odio y envidia a los que iban en esos vehículos oruga. Necesitaban algo con lo que moverse rápido, pero el hecho de pensar en reparar algo les haría perder más tiempo del que tardarían en llegar a su destino.

Con un gesto cansado, asintió a Homron y se puso en marcha hacia su destino, fuera el que fuera en ese mundo que estaba viniéndose abajo por su propia herejía.

La suerte estaba echada. Con el tiempo en contra, todos a una os arrojásteis a una carrera desenfrenada abriéndoos paso hasta las afueras de aquella pseudo-ciudad. El cielo estaba oscuro por las nubes de ceniza y tormenta que vomitaba el volcan, y aunque a medida que avanzabais por el agreste terreno costero os quedaba claro que la lava aún no había alcanzado aquellas zonas, poco le faltaba, ya que el humo que surgía entre vosotros y la zona de la erupción indicaba que la poca vegetación de la isla estaba ardiendo hasta consumirse por completo.

El servocraneo flotaba avanzando a una decena de metros por delante de vosotros, manteniendo vuestra velocidad y advirtiendo al tecnosacerdote justo a tiempo de los mayores peligros, como fosas y caminos impracticables. Aún con todo, habíais elegido una apuesta arriesgada, y no os quedaba más remedio que seguirla hasta el final

Nos quedaba una buena caminata por delante, eso sin contar cualquier posible contratiempo a medio camino, habíamos salido del complejo y no nos íbamos a rendir ahora, si todo iba bien y El Emperador nos era propicio en pocas horas estaríamos en la nave saliendo de este podrido lugar...

El arbites dirigió el avance hacia Puerto Ardiente, a paso rápido, apenas manteniendo la formación una vez que abandonaron el pueblo ruinoso y convertida la marcha casi en una carrera histérica. El servocráneo les advertía cada cierto tiempo, comunicándose con Arcturus mediante una serie de chillidos y pitidos, que a oidos del arbites parecían desesperados o quizás tan sólo fuera el desaliento que sentía.

La marcha empezó a robarle el aliento y empezó a arrastrar una pierna, creyendo que sufría un calambre echó mano al muslo y maldijo cuando vió que tenía los dedos del guante llenos de sangre. Una, o quizás varias de las grapas quirúrgicas de Arcturus debía haberse soltado. Parecía que al final si que era demasiado viejo y estaba demasiado cansado y demasiado herido para mantner el ritmo.

- Maldición - gruñó e intentó recuperar los metros perdidos. Con la pierna así no podría aguantar así mucho tiempo.

- Si es esa la voluntad del Emperador... - con un sentimiento fatalista agradeció al Trono que la muerte no le alcanzara en el interior de la Casa del Polvo y la Ceniza. Apretó el mechón de pelo calcinado que llevaba colgado al cuello y apretó el paso. 

Ahora mismo, Isolda echaba de menos ese vehículo con orugas que habían dejado escapar. Tal vez podrían haberlo tomado por la fuerza, pero después del enfrentamiento con la criatura Nonesuch era algo que mejor no hacer.

-Vamos, viejo, que la lava no distingue entre herejes y leales -dijo la sororita que había cogido muy bien el ritmo de esa carrera y no le cansaba más de lo normal. Tal vez la adrenalina de saber que su vida dependía de ello la daba la energía necesaria.

Cuando el arbites costó en seco su propuesta, Arcturus intentó protestar y defender su idea, pero nadie pareció prestarle atención; la dura realidad* no le dio la oportunidad. Echó una última mirada hacia el noreste.

-Su última intuición con Nonesuch estaba equivocada, Homron. Más nos vale que esta vez acierte con la Mártir Cygnan. Y sólo espero que el camino no resulte ser más mortal que cualquier otro enemigo.**

Fue lo único que dijo antes de comenzar la travesía, concentrado en no caer en las grietas del irregular terreno y a mantener un ritmo lo más alto posible.

Heinrich dirigió una última mirada dubitativa hacia los vehículos que se alejaban aplastando lo que encontraban a su paso, antes de encogerse de hombros y continuar corriendo tras Hieronymus arma en ristre, por si debía utilizarla contra alguien que se interpusiera como obstáculo, pero no fue necesario.

El esfuerzo físico no era nada nuevo para él tras los largos años de entrenamiento en la guardia imperial. Ahora estaba en su elemento, avanzando a la cabeza atento al peligro.

Hacía tiempo que el asesino se mantenía en silencio sin compartir de nuevo su opinión con los demás. Cuando la escapada del la ciudad muerta requirió continuar corriendo lo hizo, aunque por su mirada se adivinaba que no le hacía ninguna gracia renunciar a los pocos vehículos que habían encontrado capaces de sacarlos a todos de allí con rapidez.

Orionus estaba en forma, pero no se había visto nunca obligado a realizar un esfuerzo tan prolongado. Jadeando enérgicamente se esforzaba por mantener el ritmo sin demostrar el cansancio que había acumulado.

En la casa del polvo y la ceniza el avance había sido lento y tortuoso. Incapaces de medir el tiempo, incapaces de estar completamente seguros de avanzar en la dirección correcta; todo aquello incitaba a deteneros, pero en esta ocasión era al contrario. La brillante y destructiva nube de fuego, cenizas y relámpagos a un lado, y unos fragmentos de cielo abierto en la dirección que escapabais, ruidos extraños de la escasa fauna  que no tuvisteis tiempo de identificar y que daban el aspecto a la isla de contener mucha más vida que antes, y los resuellos esforzados de vuestros compañeros os recordaban constantemente que estabais en peligro inminente y os espoleaba para continuar; y cuando las fuerzas fallaban, aún podíais apoyaros los unos en los otros.

Así transcurrió la que después recordaríais como la hora más breve de vuestras vidas, esquivando pedruscos sueltos y cascotes que vomitaba el volcán, rodeando grietas en el suelo, y nunca, nunca dejando de correr.

Para cuando Puerto Ardiente apareció ante vuestros ojos, también el magma ardiente y burbujeante era visible descendiendo lenta pero inexorablemente por la falda de la montaña, apelotonándose en pequeñas zonas hundidas del terreno antes de desbordarse y continuar su avance. Por las zonas más pendientes del extremo opuesto la lava ya había alcanzado el mar de ácido, sin embargo una única nave celeste continuaba amarrada en puerto, con los motores ya encendidos y flotando a escasos metros del humeante mar; la Martir Cygnan. Habíais llegado a tiempo.

Los últimos metros fueron los más penosos, dedicando cada fibra de vuestros cuerpos a no desfallecer a causa del cansancio acumulado, algunos apoyándoos en parejas para poder continuar. En esas estaban Hieronymus y Urtzi rezagados, el primero ayudando al segundo por ser incapaz de dar un solo paso más, cuando sin más aviso que un chillido de alerta del servocraneo, demasiado tarde, el suelo se agrietó bajo sus pies entre chorros de vapor ardiente, dejando al descubierto un flujo subterraneo de magma candente que ya atravesaba la base de la isla.

Cansados como estaban, ninguno tuvo fuerzas suficientes para evitar lo que ocurriría. Empleando todas sus fuerzas restantes intentaron saltar hasta tierra segura, pero no fue suficiente. Urtzi fue engullido por el magma, mientras que Hieronymus a duras penas pudo salvarse en su mayor parte, ya que una de sus piernas había sido totalmente carbonizada hasta el muslo por la lava, dejando solo un muñón limpiamente cauterizado.

El trayecto entre la pérdida de Urtzi y la huida en la Martir Cygnan apenas permaneció en vuestra memoria. Habíais logrado arrastrar a Hieronymus antes de que una nueva oleada de magma acabase con él, y el propio capitán de la nave celeste os había tendido la pasarela y acogido con los brazos abiertos antes de emprender la huida con toda la potencia de los motores. Tras varios minutos la Martir Cygnan había escapado por completo de las tenebrosas nubes de tormenta que emitía la isla, y por primera vez en mucho tiempo, os sentísteis a salvo.

- Loado sea el Emperador ¡Es un milagro que hayan sobrevivido a ese infierno! - casi gritó el capitán mirándoos de hito en hito perdiendo totalmente su carácter. - ¿Qué diablos ha ocurrido? Quedamos totalmente incomunicados, y luego el volcán estalló. ¿Dónde están los demás? -

Ninguno de los adeptos pudo responder de inmediato a las preguntas del capitán. Bastante tenían recobrando el aliento e intentado digerir todo lo ocurrido, algunos sentados en el suelo junto a la borda, otros agachados, respirando entrecortadaemnte a causa de la carrera. Se miraban entre ellos, como asombrados de seguir vivos e indemnes; y cobrando consciencia de que no todos estaban vivos ni indemnes. Urtzi había caído (y con él los objetos que tantos sufrimientos les habían costado), y el arbites pugnaba contra la inconsciencia; debía de ser sumamente desagradable olisquear tu propia carne quemada.

-No hay demás -atinó a responder Arcturus al capitán, con un hilo de voz. -No creo que quede nadie vivo detrás, salvo quienes hayan salido antes que nosotros. No sabría decirle muy bien qué ha pasado, pero ese lugar impío merece volar en mil pedazos, como probablemente haga en pocos minutos. Cuanto antes abandonemos el planeta, mejor para todos. ¿Nadie más que nosotros ha sobrevivido? ¿No lleva más pasajeros a bordo?

Miró por la borda con disgusto y aprensión, como despidiéndose para siempre de Urtzi, al que tenía en gran consideración, y de un lugar al que no quería volver. Luego posó sus ojos en Homron. -Hay que dar cuidado médico a este hombre, capitán -dijo, señalándolo. -¿Hay alguien en su tripulación que pueda encargarse de ello? Alguien con las capacidades y los medios necesarios, quiero decir; si no, lo haremos nosotros mismos. El resto estamos... bastante bien. Sólo necesitamos descansar un poco.

Buscó la confirmación en sus compañeros, que intentaban, como él mismo, asumir que estaban vivos.

Por suerte habíamos salido vivos de aquel infierno, esos eran los pensamientos cuando ante nuestros ojos vimos la nave esperándonos, pero en fracciones de segundos todo cambio, de repente una grieta se abrió en el suelo engullendo con una lengua de fuego a Utzi, corriendo me dirijo hacia el intentando ayudarle pero el fuego se hizo mas intenso carbonizandolo incluso antes de que hubiera recorrido la mitad de la distancia que había entre nosotros, como una autómata seguí al resto del grupo hacia la nave dejándome caer en el suelo con la mirada perdida, ni siquiera era consciente de las palabras del Capitán ni del estado del viejo, mi mirada estaba fija en el lugar del que con rapidez nos íbamos alejando...