Partida Rol por web

¡Maldición! Hoy habías invitado a cenar a Don. Te lo encontraste en la ferretería de Braxton cuando fuiste a por unas botas nuevas. A él, Braxton, el flamante dueño del establecimiento especializado en casi cualquier cosa que sirviera para trabajar, le dejaba su pequeño taller y sus herramientas para hacer pequeños trabajos: en este caso, remendar sus propias botas de fieltro.

Estuvisteis hablando un rato y, si, le invitaste a cenar. Debería llegar en un momento.

- ¡Ostia, Don!

Everett se maldice a si mismo por su despiste y sale disparado hacia la alacena de la cocina a ver de que delicatessen dispone para su invitado, tendrá que improvisar algo, menos mal que no es gente particularmente exigente en lo culinario.

Repone los leños de la chimenea para asegurarse de que el ambiente sea cálido y echa un vistazo a ver si queda algo de beber que sea medianamente decente.

Caminaba, dando pequeños saltitos de vez en cuando. No es que Don Poppins no supiese controlar sus impulsos, que a veces también ocurría, es que estaba emocionado con la perspectiva de la cena que aguardaba tras los muros de la increíble casa de su viejo amigo Everett. ¿Qué historias tendría que contar? ¿Cuantos manjares distintos probaría en una sola noche? ¿Quizá su amigo le proporcionaría una buena historia que transformar en versos? El podría cantar su gesta a cambio de unas monedas y el orgullo de mantener a los curiosos clavados en las gastadas losas de la plaza, esperando el final.

Llamó a la puerta usando los nudillos y esperó.

De nuevo llamaron a la puerta. Con los nudillos. El viento parecía haber aumentado su velocidad. Hacía mucho frío fuera, seguro.

- Espero que esta vez no sea un fantasma...

Everett no puede evitar el hablar consigo mismo mientras se dirige nuevamente hacia la puerta, abriéndola de par en par.

Quizá sea debido a su aislamiento, pero eso de hablar solo es algo que hace con frecuencia.

Se abrió la puerta de golpe y ahí estaba Don, empuñando un cuaderno de bocetos y unos carboncillos. Hacía un frío de antología. El bosque oscuro susurraba tras de él. La madera, torturada por el intenso frío, sin duda, chascaba; la escarcha crecía silenciosamente en las pestañas del vagabundo, y su nariz estaba tomando un bonito color morado.

De la casa de Everett surgía una bocanada de calor agradable y de luz ambarina. En contraste con el gélido marasmo de ramas frías parecía un pequeño paraíso.

- Coño Don, me alegro de verte. Pero pasa hombre, pasa, que te vas a quedar hecho un témpano de hielo ahí fuera... deja el abrigo por ahí donde puedas.

Hace pasar a su amigo al confortable interior y cierra la puerta tras el.

- ¿Qué, sigues dedicándote a buscar la inspiración en los lugares más incómodos imaginables? Yo no te haría un seguro de vida ni por un millón de dólares, cualquier día vas a pillar una pulmonía o algo peor...

Don entró en la casa y el temblor de las extremidades paró al sentir el calor del hogar. Se quitó la gabardina que Jim Rabish le había regalado el invierno pasado y lo colgó en el perchero junto al uniforme de guardabosques de Everett.

—¡Te ha quedado una choza de primera clase, Everett! Cuando me dijiste que te afincarías en el Bosque Negro casi me explota un ojo, pero tengo que reconocer que tenías razón, amigo. Esto es una mansión, y cada vez que vengo es aún mejor.

Escuchó los motivos por los que su amigo nunca le contrataría un seguro de vida, esas cosas de ricos, y antes de responder su risa se dejó caer en una escala de graves y agudos.

Ver nuestra aldea desde las alturas ayuda a no perder de vista quienes somos, Everett, dijo al tiempo que abría su hatillo y sacaba la carpeta donde guardaba Los Invendibles de Don Poppins, que en su mayoría eran dibujos de las mágicas aventuras de la infancia. Dibujos que eran una prueba de lo vivido. Aunque también había unos cuantos retratos, uno por cada miembro del grupo. Su retrato sería el último y casi podía verlo, espectral, misterioso y casi mágico. Pero mientras ese día llegaba, un día que no fuera tan gélido como aquél, Don ya había pintado algo parecido a lo que tenía en mente para su viejo amigo. Primero dibujó la casa de Everett, dentro del Bosque Negro, reflejando la penumbra y el silencio. A continuación creó un borrón blanco, ese sería su amigo. Buscó las dos plumillas, de tinta negra y de tinta blanca, y comenzó el puntillado, una técnica nueva que había descubierto en el tejado de Aeryn. Le dio forma a su silueta y añadió el uniforme de guardabosques. No era exactamente lo que había imaginado pero... No está mal, le gustará tener un cuadro personalizado en su nueva casa. Ya me quedaré yo con el que tengo en mente.

Rebuscó hasta encontrar el lienzo y por fin lo sacó y desplegó para entregárselo a Everett.

—No es de los mejores, pero si de los más especiales. Creo que te gustará tenerlo.

Sonrió ampliamente y caminó hacia la chimenea frotándose las manos.

—¿Qué manjares has cocinado, viejo amigo? Tengo un hambre monstruosa.

- ¡Caramba! Que maravilla, la verdad es que te superas día a día, si en lugar de en este pueblucho vivieras en La Gran Manzana ya serías famoso. Lo voy a colgar mañana mismo, a primera hora.

Pues sobre los manjares, veamos... ibamos a cenar langosta en salsa de ostras y vichiçoise au herbs, pero no caí en la cuenta de que el maordomo tenía hoy el día libre, así que cenaremos estofado de patatas y zanahoria con carne de jabalí. Eso si, he conseguido una botella de licor de alcachofas del que hace en el sótano el dueño de la ferretería de Belleville, he oído que es bastante mejor que el producto local, así que habrá que averiguar si los rumores son ciertos...

¿Qué noticias hay del pueblo? Ya sabes que yo aquí no me entero de la misa la mitad...

La Gran Manzana, pensó. Sin duda su amigo le tenía en alta estima. No pudo reprimir la sonrisa orgullosa de quien se siente querido y valorado.

—¡Jajaja! ¡Amigo, un estofado caliente es todo cuanto puedo desear!

Es cierto, me había olvidado por completo de tu bocina nueva. Dijo recordando el episodio de la ferretería esa misma mañana. No me he atrevido a llamar con la bruma rondando ahí afuera, aunque con un poco de ése licor la cosa cambiaría mucho.

Señaló el mueble de los vasos y le guiñó el ojo. Mientras esperaba a que le sirviera dejó a su lengua trabajar por él.

Una auténtica barbaridad tengo que contarte. Han llegado nuevos holandeses al puerto, cargados de redes y amarres modernos y con fajos de billetes asomando de los monos de trabajo, Everett. Están dejando sin pescado a las tabernas que ya empiezan a vilipendiarlos por su desconsideración, porque amigo mío, se llevan el pescado a otros lares y ni siquiera abastecen a nuestra aldea. No es un tema de extranjeros, se trata de consideración y moral. Piensa que nuestros barcos no pueden competir con los suyos, pero no te alarmes por eso, estoy seguro de que el viejo Cabot tomará cartas en el asunto tarde o temprano.

Como ya había entrado en calor se sentó a la mesa.

Pero no te cuento esto por quejarme sin más, quiero avisarte. Esos nuevos holandeses tienen costumbre de acampar en el bosque al terminar la jornada. Encienden hogueras y asan pescado. Pensé que deberías saberlo, al fin y al cabo los hombres borrachos no entienden de los peligros de las ascuas y se quedan dormidos sin prestar atención a esos detalles. Y nosotros que bien conocemos el bosque y sus embrujos, y tú que eres especialista en los peligros del fuego, sabemos bien la barbaridad que supondría un incendio en el Bosque Negro...

Dejó la frase a medio acabar, esperando que Everett rematara con una de sus frases de guardabosques, que casi siempre se convertían en sentencias más que en frases, y que Don disfrutaba de escuchar pues compartía el mismo amor a la naturaleza que les vio crecer. Si esos holandeses quemaban su bosque, de él y de Everett, tendría que abandonar su pacifismo hasta que pagaran por ello.

El Guardián y la otra identidad que se autoetiquetaba como "Don" comenzaron a introducir en sus cuerpos un líquido que aflojaba sus mentes, por así decir. Si seguían por ese camino, el cuerpo del Guardián (y, si tomaba tu cuerpo, la serpiente de plata, entre sus... ¿apéndices? ¿manos? ¡manos!,  también el tal Don) serían muy fáciles de usar como vehículo para tu ansia. Eran unos vehículos mucho más rápidos y fuertes que la serpiente de plata, que ahora controlabas.

Mientras se terminaba de hacer la comida, los dos amigos se sentaron a beber licor de alcachofa. Era complicado ablandar la carne de jabalí. Tardaría un ratejo.

Arrugó la frente y entrecerró los ojos. Se le erizó el cabello de la nuca. Tranquilo, no pasa nada, es sólo la paranoia del Bosque Negro y el silencio de la noche. ¿O no lo era?

- Pues como no se anden con ojo lo mismo algún guardabosques despistado los confunde con un oso y les suelta un escopetazo... lo último que necesitamos es otra Guerra de los Bóeres. Tendré que estar atento, porque además, con Cabot de por medio, no me extrañaría nada que nuestros barcos se modernicen y empiecen a pescar con dinamita o algo así.

Everett saca un par de copas de un vidrio basto y mal pulido, y las llena con sendas dosis de un mejunje verdoso, translucido y con abundantes posos, como si no lo hubieran filtrado demasiado bien.

En fin, veamos que tal el licor de alcachofas...

Paladeó el líquido y arrugó la frente.

—Si existe un Dios Alcachofa es sin duda este licor. Que bueno está, Everett. Me tratas como a un rey. Hahahaha...cof, cof.

Sintió como el pecho se le calentaba y sonrió.

—Vas a necesitar mucho valor para salir de casa al anochecer, ya te conté lo que ocurrió en esa casa con el resto del grupo. ¿Recuerdas? Aghh... Tragó los grumos con gusto. Me pregunto si alguien más sabrá de lo que acontece en Kingsport. Sea como sea, me están entrando ganas de retarte en algo, como cuando éramos niños.

Se quedó mirando a su amigo con la sonrisa de bobalicón de cuando bebía.

Cuando la entidad autodenominada "Don" pronunció las palabras "esa casa", supiste de inmediato, por los pensamientos del Guardián, que se refería a la otra puerta, la que daba al Abismo. Esa que estaba cerrada para ti. Te aterraba esa puerta, pero sospechabas que la pista para llegar a tu objetivo estaba tirando de ese hilo. No era más que cuestión de olfato.