Partida Rol por web

La Cruz y la Espada

SEGUNDA JORNADA

Cargando editor
21/09/2014, 13:22
Peregrino

Apenas descansaste porque el calor apretó recio hasta bien entrada la madrugada. Pero peor que el bochorno y el cansancio era la sensación de vacío que te embargaba. Había sido una noche de sueños desasosegados.

Te levantaste fastidiado por el calor, la melancolía y las horas sin sueño. Echaste un vistazo por el ventano, a través del cual ya se colaban los primeros rayos de sol. La calle de las Damas estaba vacía. Bonito nombre, pensaste, para una calle repleta de burdeles. Vivías allí desde que las autoridades consideraron oportuno que un alguacil velara por el decoro de esa vecindad de rameras y canallas.

Te acicalaste raudo. Al poco ya cerrabas la última presilla de tu jubón, mientras que con la otra mano ajustabas el ribete de encaje blanco sobre el cuello. Vestías las mejores prendas en tu haber, e incluso hoy te pusiste tus magníficas botas de cuero cordobés que casi nunca te calzabas. Tal vez tu atavío era elegante en exceso para el pobre cuarto que ocupabas en el centro del barranco de Lavapiés. Alzaste el talle de los pantalones bombachos para acomodarte la espada al cinto, y al momento te sentiste mejor. Armado recuperabas la confianza en ti mismo. Apagaste el candil al ver entrar ya la primera claridad de la mañana y los ruidos delatores de que la ciudad despertaba. Se empezaban a oír los gritos de los arrieros y el traqueteo de los carros dirigiéndose con las mercaderías al centro de la villa.

¡Ay Madrid!. Ese poblachón crecido sin gracia, con sus calles siempre atestadas de gentes y carros, el aire pestilente que invadía todos los rincones, y los altos precios que hacían que tu salario apenas le diera para comer y pagar el cuchitril donde vivías. Sin embargo, reconocías que, a pesar de todos los inconvenientes, te costaría vivir en otro sitio.

Antes de salir de la habitación sacaste una carta del jubón y releíste una vez más el escrito que te convocaba en el Alcázar Real:

─Presentaos en palacio a primera hora de la mañana, a fin de informarme sobre vuestra investigación de los crímenes en la plaza de Lavapiés.

El texto finalizaba con una firma nerviosa, y justo debajo aclaraba quién era su autor: padre Iturbe, confesor real. Eso era todo, un mensaje corto y preciso, como una buena descarga de mosquetería. La carta te había turbado; desde que te la entregaron no habías podido dormir tranquilo, como lo atestiguaban tus marcadas ojeras.

Cogiste su chambergo, decorado para la ocasión con una llamativa pluma azul, y bajaste los escalones de madera gastada, que chirriaban estruendosamente a tu paso. En la calle te recibieron los tibios rayos del sol de primera hora de la mañana, junto con la mezcla de olores a basura, orines y estiércol de caballo, tan propios de las calles madrileñas. Notaste que las botas te apretaban en el empeine, pero aun así comenzaste su caminata hacia el alcázar con paso firme. ¿Qué le dirías al confesor real? Desde la noche del crimen no habías descubierto apenas nada.

Sabías que en todos los mentideros de la villa se comentaban los detalles de los crímenes de Lavapiés. Aparecían nuevos pormenores, la mayoría falaces, pero aun así para muchos era una certeza que ahora el Diablo campaba por Madrid, y esto desató un negocio de venta de escapularios, imágenes y agua bendita para protegerse del mal.

Antes de enfilar la calle de la Compañía hiziste un alto y te agachaste para ajustarte las botas, que te machacaban el empeine sin tregua. Al levantar la cabeza observaste como una bandada de vencejos cruzaba el horizonte azul, apenas sin nubes, espantados por el estruendo de las campanas de la majestuosa iglesia de los jesuitas. Era posible que el confesor fuera de esta orden de hombres ladinos, con lo que el asunto empeoraría más si cabe.

También podía ser un dominico, sí, mejor que lo fuera, así encomiarías al hombre de su orden que te acompañó la noche de los crímenes. Sin duda, ese fray Domingo era un hombre sagaz...

 

Suspiraste al llegar a la calle Toledo. Te faltaba aún la mitad del camino, te detuviste un instante y supiste a ciencia cierta que aquellas malditas botas te molerían los pies antes de llegar a palacio. Estabas en medio del barrio de los estudios. Clérigos tristes y estudiantes jaraneros pasaban a su lado ignorando sus apuros, cargados con libros y despidiendo cierto olor a tinta y papel viejo.

Los muros del Colegio Imperial despuntaban un poco más abajo, tras la mole grandiosa de su inacabada iglesia. La sólida fachada de los edificios delataba que ya había abandonado los barrios bajos de la ciudad, pero muchos de sus hijos deambulaban por allí famélicos, buscando la forma de alimentarse un día más. Una banasta de pan cayó de un carro, y al momento un grupo de rapaces se arrojó sobre las hogazas para salir corriendo al instante con su botín, sin hacer caso de los gritos del carretero. Un zagal de poco más de diez años pasó a tu lado, pero no hiciste nada por detenerle, aunque ciertamente tampoco te hubiera dado tiempo. No vestías el negro ropaje de la justicia, y aunque te desagradaba el robo, no quitarías el pan a un hambriento; si algo te enseñó la vida es que una cosa era la ley y otra la justicia.

Iniciaste de nuevo tu camino. Aquel comportamiento con el muchacho era una excepción. Tratabas de ser diligente, aunque en el caso de los crímenes de Lavapiés no lo habías sido del todo. Ignorabas el nombre de la gitana asesinada, pero, al fin y al cabo, a quién le importaba. Sabías el nombre de la vieja que saltó desde el balcón, María Gómez, bizcochera, una vieja loca cuya muerte, a decir verdad, alegró al vecindario. Hasta aquí todo bien, una desconocida y una demente, había decenas de muertes al día en Madrid y nadie se preocupaba demasiado por ello.

Lo malo era el otro cadáver encontrado pocos días antes. Alonso Cortizos, banquero de la Corona. Uno de esos judíos conversos portugueses a quien Olivares pidió prestado dinero para sufragar los sueños de gloria que acabaron con la monarquía en la ruina. Visitaste a la viuda la mañana siguiente al asesinato. Aurora, una mujer bella varias décadas más joven que su marido, te confirmó lo que ya sospechabas. Alonso Cortizos convenció a su adinerada familia para prestar mucho oro al rey Felipe, y a cambio éste les había favorecido y cubierto de todo tipo de honores. Un negocio redondo para ambas partes. Por suerte era poco probable que el confesor real te preguntara por aquello, pues nada tenía que ver con los crímenes de Lavapiés.

Poco a poco el bullicio creciente te sacó de tus cavilaciones, y al mirar al frente divisaste el contraste de los muros rojos y los tejados de pizarra negra conocidos por todo habitante de la corte.

Te adentraste en la plaza Mayor, que ya era un hervidero de gente. Los comerciantes habían montando hacía tiempo sus tiendas para ofrecer todo tipo de mercaderías a voz en grito, y así se juntaba una barahúnda de voces que anunciaban tocino y guantes, paños y gallinas, zapatos y perfumes, verduras frescas, pescados en salazón, y mil cosas más.

A esta algarabía se unían las voces de aguadores y esportilleros brindando sus servicios a los clientes; incluso se oía la lengua cascada del ciego que entonaba un romance acompasado por el rasgueo de la guitarra de su lazarillo.

Abandonaste la plaza por los soportales de la calle Nueva, donde te deslumbró la falda colorada de una gitana que se cimbreaba al son de panderetas y castañuelas. Quedaste encandilado por la sonrisa de la bailarina, y por un momento envidiaste la vida libre y vagabunda de esos cíngaros. Te habría gustado unirte a ellos, y desaparecer, no presentarte en palacio, no saber más de crímenes, ni responsabilidades, ni frailes, ni confesores; sin embargo, continuaste andando hacia tu destino.

Todavía pensabas en la sonrisa de la gitana cuando una carroza casi te arrolló al cruzar desde la plaza de la Villa hacia la iglesia de San Salvador. A pesar de lo temprano de la mañana, el tráfico de carros, sillas y literas era ya excesivo, y empeoraría a medida que avanzara el día, cuando las calles quedaban irreversiblemente atascadas. Cruzaste la calle despreocupadamente, y si no llega a ser por el relincho de los caballos y la voz ronca del cochero podías haber acabado bajo las ruedas del vehículo. Ya a salvo, junto a un muro que apestaba a orines, viste pasar el carruaje con el escudo de armas grabado en una de las portezuelas, en cuyo ventanal te pareció vislumbrar el rostro de una comedianta muy de moda en los escenarios de la villa. Sin duda, una buena moza que había encontrado un buen partido.

Proseguiste el camino renegando de tu ocurrencia y de las botas; el empeine debía ser ya una llaga. Al dolor del calzado se unía el desasosiego por aquella distracción que podía haberte costado la vida. Era un mal agüero. La fortuna que te había acompañado durante tu vida podía estar abandonándote. ¡Maldita carta, maldito confesor, maldito asunto aquel! Alguna vez te tendría que fallar la suerte en la que fiaste en tantas ocasiones. Esos años de servicio en los tercios no eran una menudencia, tampoco era insignificante servir otros cuantos como alguacil. Hacía falta destreza y valor, y también mucha suerte, para sobrevivir. La misma que ahora, al parecer, se te agotaba.

Vislumbraste las torres del Alcázar Real al llegar frente a la iglesia de San Juan, donde unos mendigos apresuraban sus pasos para dirigirse hacia el cercano convento de la Encarnación y recibir la sopa boba. De una tahona cercana surgía un olor cálido y sabroso a pan recién hecho, y eso te recordó su niñez.

Cargando editor
21/09/2014, 19:12
Mendigo

—Un socorro para un lisiado al servicio del rey en los tercios de Flandes.

Escrutaste el rostro curtido del hombre que interrumpió tus ensoñaciones. Una cicatriz profunda e irregular le cruzaba la mejilla izquierda, y un gastado parche negro cubría la cuenca donde hubo un ojo. No era un falso tullido, sino un soldado con menos suerte que tu; aquél podía haber sido perfectamente tu destino.

Cargando editor
21/09/2014, 19:45
Peregrino

Apenas descansaste porque el calor apretó recio hasta bien entrada la madrugada. Pero peor que el bochorno y el cansancio era la sensación de vacío que te embargaba. Había sido una noche de sueños desasosegados. Te levantaste fastidiado por el calor, la melancolía y las horas sin sueño. Echaste un vistazo por el ventano, a través del cual ya se colaban los primeros rayos de sol. Mucho fué lo que tu mente pudo discernir anoche, y ahora, con el llegar de un nuevo día, parecían llegar nuevas ideas a tu mente. Volviste a desenrollar ese papel encontrado en la daga.

1 7 1 6 6 2 y luego 3 7 1 6 6 2. ¿Qué significaban aquellos números?. Y ahora, a la luz del día mientras examinabas aquella nota, notaste algo que durante la noche te pasó desapercibido:

Era el papel. El pliego era de muy buena calidad, delgado, blanco y muy suave. La suavidad es inversamente proporcional a la cantidad de cola que se le ha dado para atiesarlo. Cuanto más suave mejor será la calidad de la escritura, porque cuanto más basto es un papel menos lo impregna la tinta. El de uso común en Madrid, hecho en el molino de los monjes de El Paular, es muy inferior. Éste era importado de Génova; cada papelero firma su producto, valga la expresión, con una filigrana o emblema transparente que permite reconocerlo, el de Génova es un símbolo con forma de corazón. Y tras comprobarlo al tras luz allí estaba.

La tinta también era de categoría. Saltaba a la vista que no era la de uso común, mezcla de hiel de jibia con la tinta que usan los curtidores para teñir los cueros negros. Ésta era otra calidad; por el contorno fino ves que han usado goma arábiga, caparrosa, u otros materiales costosos. Recopilando tales datos, sería lo normal pensar que el asesino es una persona adinerada, culta, un noble, quizás un comerciante o un embajador extranjero. Sería menester consultar con Fabio Malatesta, el importador de papel genovés. Quizá el pueda proveer una lista de las personas que compran su papel. No pudiste más que pensar en Jacinto como el hombre adecuado para conseguir tal información. El escrito también te decía otras cosas. El autor del crimen debía ser persona culta e instruida. Reparando en la caligrafía: a pesar de que es de trazo complicado, no hay ni un borrón. Tampoco se advertía ninguna de esas manchas blancuzcas, de polvillo con albayade molido y leche de higuera, que una vez seco deja el papel nuevo preparado para la escritura

 

Y mientras te hallabas en tales reflexiones, un hermano llamó a la puerta de tu celda para entregarte una carta:

─Presentaos en palacio a primera hora de la mañana, a fin de informarme sobre vuestra investigación de los crímenes en la plaza de Lavapiés.

El texto finalizaba con una firma nerviosa, y justo debajo aclaraba quién era su autor: padre Iturbe, confesor real. Eso era todo, un mensaje corto y preciso, como una buena descarga de mosquetería.

 

Aquel mensaje te turbó, y tras hablar brevemente con el Abad sobre tus inquietudes y dejar en sus manos la purificación de aquella casa de la pastelera hubicada en la calle Avemaría, marchaste en dirección al palacio, pues no era menester hacer esperar al confesor real.

Tras salir del convento comenzaste su caminata hacia el alcázar con paso firme. ¿Qué le dirías al confesor real? Sin duda el motivo de aquella reunión era el asunto de los crímenes de Lavapiés. Sabías que en todos los mentideros de la villa se comentaban los detalles de los crímenes de Lavapiés. Aparecían nuevos pormenores, la mayoría falaces, pero aun así para muchos era una certeza que ahora el Diablo campaba por Madrid, y esto desató un negocio de venta de escapularios, imágenes y agua bendita para protegerse del mal. Mientras caminabas no parabas de pensar en aquella nota, en sus números y en la frase en latín. ¿Qué significaba todo aquello?. Entonces recordaste cuando el abad te preguntó por las señas de aquella casa que debía ser purificada como le dijiste que se encontraba en la calle Avemaría. ¡Claro! La frase en latín era también la primera del Ave María o Ángelus Dómini.

El asesino jugaba con vosotros. Por un lado, asesina; por otro, manda una copia de este singular pliego para informar a la justicia de que va a cometer un crimen, pues así le hizo llegar una a Jacinto, quien inconsciente de su significado, la desechó restándole importancia. La primera línea ahora parecía clara, era la fecha de ayer: 1 7 1 6 6 2, es decir, 1 de julio de 1662. La última línea también era una serie de números: 3 7 1 6 6 2, puede que fuera una fecha, pero de momento ignorabas su significado. Según crees, la segunda línea os daba la dirección. Madrid no es París, donde cada casa de una calle tiene asignado un número, aquí los vecinos buscan las casas por una referencia, y eso es lo que hizo vuestro asesino. Los caracteres hebreos se leen a la inversa que los vuestros, es decir, de derecha a izquierda. Lo que os dicen es Avat Pues.

Y Avat Pues se llamaba el barrio de calles empinadas y tortuosas que posteriormente los castellanos adaptaron a su lengua convirtiéndolo en Lavapiés. Pero eso era demasiado poco para servir de pista, pues podía ser cualquier casa del barrio o de la plaza, y de ahí que el asesino añadiera la otra frase en latín, «Angelus Domini anuntiavit Maria», la primera frase del Avemaría.

¡Todo encajaba! y así, poco a poco, al ritmo de tus pasos en dirección al palacio, las piezas del puzzle se iban juntando una tras otras. El asesino os advirtió que mataría a alguien ayer en el cruce de la calle del Avemaría con la plaza de Lavapiés. El asesino os da una fecha, una dirección, pero hay varias cosas que se te escapan. Desconoces qué significan Aπ X V I I I, la fecha 3 7 1 6 6 2, o la firma del tal Peregrino. El criminal es astuto, pero no perfecto; también os da pistas que no debería proporcionaros, aunque quizá la mejor de todas sea ese papel que llevas encima...

 

En la gran plaza frente a la fachada del alcázar atronaba el ritmo marcial de los tambores y pífanos que te hizo salir de tus profundos pensamientos, a cuyo son la guardia de palacio practicaba sus movimientos de instrucción mecánicamente, formados en cuadros o columnas de uniformes multicolores.

Contemplaste la gran fachada que se alzaba frente a ti intimidándote. Definitivamente, aquel edificio era siniestro, no te extrañaba que el rey mandase construir el palacio del Buen Retiro para huir de esas torres coronadas por chapiteles de fúnebre pizarra, para escapar de los numerosos balcones de hierro que le daban aspecto de cárcel, para evadirse de la grisácea fachada de piedra y ladrillo. No, no era extraño querer partir de allí, abandonar la pesada carga de la monarquía y perderse en las fiestas y jardines del Buen Retiro.

No te detuviste hasta alcanzar el portón principal, donde un guardia cruzó su alabarda para darte el alto con su fuerte acento extranjero. Era rubio, alto y con ojos azules; por los colores estridentes de su uniforme reconociste que era un guardia valón, que junto con los soldados de Borgoña y los españoles formaban la Guardia Real. Le enseñaste la carta, que el soldado miró sin interés y entregó acto seguido a un mancebo que se perdió a la carrera en los oscuros pasillos del interior. Mientras aguardabas viste entrar o salir a una multitud variada: religiosos, aristócratas, letrados, militares, y un sinfín de pretendientes, en cuyo rostro se vislumbraba la satisfacción o el disgusto en el logro Je mercedes o privilegios, aunque los más salían con la expresión de tedio de quienes han esperado en vano...

- Tiradas (2)

Notas de juego

Hago breve parada aquí para sincronizarte con Jacinto.

Cargando editor
22/09/2014, 20:41
Jacinto Altagracia

Creí reconocer a la comedianta. No me acordaba de su nombre, pero era rubia y su piel tersa y blanca, según se decía a las puertas de teatro real, hacían en Madrid la novedad. Incluso en Lavapiés, que nada tenía que envidiar las gradas de San Jerónimo, hablábase que el mismísimo Felipe, Majestad del Mundo y las Españas, había probado a base de pleitesía la piel de la misma (fíjense vuecencias si era poco disponible e inalcanzable la tal fémina). Mas que de los vanos encuentros que híceme al salir de la vivienda, sólo pude recordar aquel muchacho que minutos antes había robado el blanco mendrugo, y aquesto se me hacía lo más prolífico del día, aun no siendo para mí.

Los horrores de la guerra no eran sino muy diferentes que en la Capital, pero aquí había otros estragos: los estragos del día a día: carretas haciéndose careos por entre los portillones interiores en medio de San Salvador, fulanas recorriendo en grupo los adarves de la cuestas, haciéndose como de nobles ante las miradas de los chiquillos y viajeros allegados; herreros confiando malos herrajes de su buen hacer a los caballos de cocheros y verduleros en medio de la Plaza mayor, perseguidos en miradas y compañía de mendigos, tunantes, fulleros y "soplaplicas".

No faltaba quien fuera "de rollo en mano", enseñando sus falsos "tetulillos" de la guerra, firmados por tal "facundo" capitán o aquel "inmundo" teniente, que no valdrían ninguna de las espadas que llevaban sujetas al costado ni para cortar pastel de riñón de cerdo alguno... Incluso los más ávidos transportistas cruzábanse por en medio de las calles con sus enormes carros, cargados hasta las orejas de la nieve de la sierra para luego apoyarlos en sus tentemozos, aplicar el tenderete y esperar la pomposa presencia de los ricos para adquirir el helado producto. Y mientras yo, ante tal fisura en la razón humana, negaba como frustrado por tan incomprensible moda.

En éstas estaba yo, con calzado casi nuevo y doliente (por eso de que habíale dado poco duelo y poca carrera), que ví al tullido medio perlésico (según ví), que parecía no tener ni para picón mojado... Quede mirándole, y al no ir yo de alguacil, me pareció que no supo que era tal.

¿Un socorro? ¡Pardiez! -sonreí, sabiendo que yo mesmo podía haber estado en la su situación-. ¿Cuán óbolos pedís para un socorro, pues en estando aquí y no en el frente andáis pidiendo? -quedeme de pie, inmóvil-. ¿Donde luchó vos? ¿Et bajo la tutela de quién, soldado?

Cargando editor
22/09/2014, 22:08
Mendigo

Sólo lo que podáis o quedar darme señor. Vuestra buena voluntad. ─respondió a lo primero.

Extendiendo la mano añadió. ─Muchas batallas bajo la tutela de muchos. Tantos que ya no quiero recordad señor. ─a juzgar por su edad y múltiples cicatrices debía ser cierto. Aquel hombre debía estar ya vendiendo cara su vida cuando tu aún no habrías ni conocido a don Calisto. Que nombres podía darte seguro, y muchos, tanto de batallas como de sus oficiales, pero con la mente en otros menesteres y los pies doloridos, poco ganarías gastando tiempo con aquel tuerto.

Notas de juego

¿Le aflojas algo de "guita"? Si es así, dime cuanto.

Cargando editor
23/09/2014, 18:02
Jacinto Altagracia

Entiendo. Et que uno sirvió como vos en varios sitios, más allá de la buena tierra de las Españas -le dije mientras rebuscaba en mis bolsillos-; quizá no tanto et con tanto peligro como vos -referíame a las cicatrices y su premio gordo, el óculo malparado-, mas aquí me hallo, encontrándome con un compañero -los dineros tintineábanme en la mano ahora-. Tomad.

Et que le dí, contando en monedas, medio real de plata, que para pasar la semana entera (no siendo sino el mes si se privaba de tabernas y fulanas) iríale bien.

A las buenas -dijele, marchándome de allí-.

Cargando editor
23/09/2014, 18:14
Mendigo

Echaste mano a la bolsa para entregarle unas monedas, que el antiguo soldado aceptó sin alterar su rostro curtido por el sol y el hambre, como si ese dinero sólo fuera una gracia merecida y no una limosna.

—Guardaos del rey —dijo grave.

Aquel simple aviso sonó a tus oídos como una profecía funesta. Diste como cinco pasos antes de darle asunto a sus palabras y te quedaste clavado unos instantes sin saber qué hacer. Era una advertencia clara. Ese hombre debía de conocer algo que ignorabas. Te diste la vuelta y volviste sobre tus pasos para buscar al mendigo, pero éste ya se había esfumado. Su lugar lo ocupaba un carro de estiércol que atufaba con su peste. Desolado, te pusiste de nuevo en marcha. ¿Qué había querido decir? ¿Por qué había desaparecido tan rápida y misteriosamente? Mejor no pensarlo. Seguiste andando aunque a tus pies les costaba cada vez más dar un paso, pero sabías que no eran aquellas malditas botas, ni la llaga del empeine, ni el calor que ya se dejaba notar. Miraste al cielo cubierto de nubes a pesar del calor. Tragaste saliva, sentías un temor como quizá no habías sentido antes. En la batalla sabías defenderte de una pica, esquivar una espada, o ser más certero con el mosquete; por el contrario, una vez pasaras la puerta de palacio entrarías en un mundo cuyas reglas desconocías. Sin embargo, seguiste avanzando con los pies doloridos, el ánimo confuso, y el paso firme de los que han afrontado la muerte más de una vez y, mientras recorrías el último trecho hasta la puerta del palacio, volviste a preguntarte: ¿Qué le dirías al confesor real?.

Cargando editor
23/09/2014, 18:17
Peregrino

En la gran plaza frente a la fachada del alcázar atronaba el ritmo marcial de los tambores y pífanos, a cuyo son la guardia de palacio practicaba sus movimientos de instrucción mecánicamente, formados en cuadros o columnas de uniformes multicolores. Contemplaste las maniobras de los soldados mientras cruzabas la plaza de Palacio, y pensaste en la suerte de Su Majestad católica al tener a muchas leguas a los infieles y herejes que tan mal le querían, porque para ellos habría sido de poco esfuerzo el dar cuenta de estos soldados de parada. No eran aquellas las maniobras que apresndiste acabadamente, esos cuadros sólidos, erizados de picas, arcabuces, y mosquetes, donde se esperaba tenso la carga del enemigo o la orden de ataque, lo mismo daba. Pues en ambos casos uno se jugaba la vida.

La buena planta de estos soldados palaciegos no tenía nada en común con los hombres nervudos y chaparros de los tercios. Observaste al oficial de la columna, un joven barbilindo que de seguro ganó su empleo haciendo valer su linaje. Miraste con desprecio a aquella tropa hasta que la viste desaparecer bajo el gigantesco escudo de la Casa de Austria, emplazado en la puerta principal. Hiciste un alto para descansar tus pies doloridos. Las botas y el calor que empezaba a hacer iban a acabar contigo. Alzaste la vista y viste que el cielo se había cubierto totalmente de nubes, hacía bochorno, no sería extraño que lloviera por la tarde. En tu mente perpleja las nubes parecían ahora cargadas de oscuros presagios. Sea como fuere, ya era tarde para echarse atrás: estabas enfrente del Alcázar Real.

Contemplaste la gran fachada que se alzaba frente a ti intimidándole. Definitivamente, aquel edificio era siniestro, no te extrañaba que el rey mandase construir el palacio del Buen Retiro para huir de esas torres coronadas por chapiteles de fúnebre pizarra, para escapar de los numerosos balcones de hierro que le daban aspecto de cárcel, para evadirse de la grisácea fachada de piedra y ladrillo. No, no era extraño querer partir de allí, abandonar la pesada carga de la monarquía y perderse en las fiestas y jardines del Buen Retiro. Sin embargo, sabías que a ti te tocaba afrontar el destino que te había traído allí, así que proseguiste tu camino hacia la entrada del palacio.

Cargando editor
23/09/2014, 18:21
Peregrino

Y para sorpresa tanto de uno como del otro, allí, en el portón principal del Alcazar Real, se encontraron dominico y alguacil. El guardia alabarda en ristre, rubio, alto y de ojos azules que momentos antes había dado el alto a fray Domingo, ahora se lo daba a Jacinto.

El alguacil le enseñó la carta, como ya había hecho a su vez el dominico, y el guardia valón se limitó a asentir con desinterés. Debían esperar que el joven mancebo que momentos antes se había internado en palacio con la carta de fray Domingo volviera. Entonces sabrían si podían o no entrar...

Notas de juego

Es evidente que ambos habéis recibido la misma carta. Aprovechad este momento de espera para intercambiar opiniones, pistas, o lo que sea. Al parecer os espera un encuentro bastante "intenso".

Cargando editor
24/09/2014, 14:29
Jacinto Altagracia

Buen día fray Domingo -díjele mientras oteé inconscientemente el cielo dados los tremendo nubarrones sobre el palacio y toda la Villa-. Veo que venimos a lo mismo, que no es sino rendir cuentas como el mejor veedor de lo anoche aconteció. Soy el alguacil de Lavapiés, con lo que entiendo que seré yo el primero en hablar y dar referidas; mas placeríame que vos, docto en las pendencias que anoche tuvimos -me refería a todas las referencias en base al satanismo o a la maldad acaeicdas en casa de la muerta- cubrierame la palabra, et no se ruborizara a la hora de explicar mejor las cuestiones "inframundas". Se lo agradecería, fray...

Sabía que el confesor real no querría sólo oir el modus operandi que mis corchetes y un servidor hubieran hecho de un caso de asesinato. Seguramente quisiera enterarse de las referencias y detalles encontrados. Esperaba que en ese sentido, fray Domingo se apiadara de aqueste soldado en tales lides.

Notas de juego

No sé si tiene cabida intentar tirar por "Idea". Quizá darle al confesor un relato coherente y real no le baste, pero con una exitosa "idea" puede que se me ocurra algo. Sólo pregunto ;)

Cargando editor
24/09/2014, 16:38
Peregrino

Notas de juego

Cuando llegue el momento y el confesor te pregunte hacemos esa tirada de Idea si no se te ocurre nada. De todas formas, quizá una breve charla con fray Domingo antes de entrar te pueda ayudar...

Cargando editor
29/09/2014, 16:02
Fray Domingo de Selaya

Asintió el Inquisidor a las palabras del buen Jacinto, a quién sin duda preocupaba el fablar de cuestiones demoníacas de las cuales nada había de entender (por su bien).

- Guardaos de preocupaciones, Jacinto, que yo fablaré por vos en tal cuestión. - a lo cual, observó pacientemente el interior por un momento, para luego volver a fablar en confidencias con Jacinto. Guardó buen cuidado al hacerlo de no ser escuchado, pues aún no podía saberse quienes habían sido seducidos por el Maligno, y toda precaución en tales cuestiones era poca.

- He podido hacer algunas averiguaciones, tras consultar anoche los libros sagrados que escribiéronse con el ánimo de combatir la herejía. - díjele - La buena noticia, dentro del sacrilegio del que hemos sido testigos, es que tal profanación no es nueva, y era bien conocida por los inquisidores, quedando esta registrada en el Malleus Maleficorum, el libro del inquisidor. Esto me ha permitido saber que fueron tres los participantes en el ritual, y que dos de ellos murieron allí, escapando el tercero. Quédame constancia también de que la mujer cuyo corazón fue arrancado no era partícipe, sino víctima, de tal cuestión, siendo sacrificada al demonio para el término del ritual.

Carraspeó, pues su voz ronca secábase con los largos discursos, siendo más dado fray Domingo a las cavilaciones silenciosas. Empero, la ocasión merecía hacer una excepción en sus costumbres, y así lo siguió haciendo.

- Por lo que observamos en la sala, queda para mi entendimiento que el tercer participante en el ritual trató de envenenar a los otros dos mediante efluvios venenosos, muriendo estos al intentar escapar. El que huyó, el llamado Peregrino, hubo de escapar, tal vez con el beneplácito de su Oscuro Señor.

Extrajo entonces el papel del bolsillo, el que había extraído de la daga que encontraran en el sótano de la casa maldita, y extendiolo junto al alguacil.

- Aparte de todo esto, he estado estudiando este papel. Claro es que los números señalan la fecha del crimen. - señaló con el dedo el lugar en que se exhibían los números, 1 7 1 6 6 2, indicando el 1 de Julio de 1662 - Credo que los otros números pueden señalar la fecha del siguiente aquelarre, - señalé donde decía 3 7 1 6 6 2 - mas no estoy seguro. También he notado que el papel es de gran calidad, importado de Génova. Tal vez vos podáis indagar esta cuestión, una vez este trámite - dijo, refiriéndose a la cuestión que habíales traído hasta allí - se haya resuelto.

Notas de juego

Perdón por la tardanza!

Cargando editor
29/09/2014, 18:15
Jacinto Altagracia

¿Y qué decís vos de la frase del pergamino "Angelus Domini nuntiavit Mariae"? -le pregunté sonriente a fray Domingo-, ¿No habédeis tenido suficiente tiempo para descifrarla? -el tono sonó seco dentro de aquella sonrisilla propia-.

Aquella "reprimenda" no fue sino puro sarcasmo (y así esperé que aquel inteligente dominico), aun estando en la situación y luegar en el que estábamos; y es que me había parecido digno de admirar que aquel fraile hubiera reunido aquella información en poquísimas horas, habiendo sido despertado de sopetón y momentos antes de ser llamado por el Confesor Real. ¿Habríase pasado toda la noche buscando en libros, archivos o sucesos? Así parecía, mas quizá, en siendo aqueste su oficio único (el saber y combatir el mal como tal) lo supiera ya de prestado... Sea como fuere, comprendí su suposición de las fechas, et ya me pareció a mi lo mismo, que dos días después, si todo era exactamente como se figuraba, se cometería un crimen igual (sino algo peor).

El Peregrino. Papel de Génova... Todo aquello parecía haber sido sacado mucho más allá de las Españas, como si aquí, a pesar de haber cuantiosos tunantes, fulleros y matasietes, ninguno de los tales en los dominios de Nuestro Gran Señor Rey pudiera urdir semejantes herejías y asesinatos (que ante de pedir al Demonio mismo, la Villa y la Corte, cuando no las Españas enteras, empleaban primero su tiempo en robar al vecino y clavar al higadillo, por si caíanles monedas...).

Si uno ha escapado, fray, entonces ahí entro yo -le dije como alguacil que era tocando la base de mi espada-. Quizá el confesor de su Majestad nos invite en audencia a ambos por tener cada cual el su oficio -decir esto me apesadumbraba, pues pintaba una dura jornada laboral-: el niño robando, las botas incómodas, el mendigo contra el gran Felipe -murmuré-. Venga, vamos, fray... -le propuse-. Aguardemos.

Cargando editor
01/10/2014, 00:41
Peregrino

—Señores, ¿serían tan amables de acompañarme? —dijo una voz aflautada.

Volvisteis la vista hacia un jesuita joven, de aspecto enjuto, y sin demora siguiesteis los pasos rápidos y cortos del religioso por los corredores del Alcázar. Allí retumbaban la voz y el ajetreo de decenas de personas, que daban al palacio el aspecto de un hormiguero humano. Cruzasteis varias estancias tan lúgubres y frías como los pasillos, hasta salir a un patio donde agradecisteis ver de nuevo la luz del sol castellano.

El patio de la Reina era hermoso, con sus dos alturas en las que se alternaban arcos, columnas y los innumerables habitáculos donde los covachuelistas, la burocracia que dirigía el país, hacía funcionar el tinglado de la maltrecha administración del Imperio.

El religioso giró a la izquierda y ascendió por una estrecha escalera de peldaños de piedra pulidos por el tiempo. Ambos os detuvisteis frente a una puerta de roble que el sacerdote abrió al tiempo que hacía un gesto para que accedierais al cuarto.

Cargando editor
01/10/2014, 00:52
Padre Iturbe

Entráis cautelosos en la pieza, que despedía un fuerte olor a humedad. Al fondo, bajo un pequeño crucifijo, advertís la figura de otro jesuita que os sonreía melifluamente tras la mesa de su despacho.

—Pasad, por favor, pasad. Señores, os estaba esperando. Me presentaré, soy el padre Iturbe, confesor real. Sentaos, por favor —dijo señalando un escabel.

La habitación era lúgubre, sólo un ventanillo iluminaba la estancia, donde únicamente se oía el zumbido de un moscón que revoloteaba por la sala. Os sentáis en el escabel, mientras que el padre Iturbe abría un bargueño a su izquierda y sacaba una jarra de vino para servirlo en unos vasos.

—Me complace mucho contar con vuestra presencia. Todos hablan bien de vuesencias y veo que no mienten. Sois hombres puntuales, una santa virtud la puntualidad, lástima que en nuestro reino se respete tan poco.

Iturbe juntó las manos, como si fuera a rezar, y os observó sonriendo.

—Se preguntarán por qué les he hecho venir —dijo Iturbe—. Les debería aclarar que han llegado a mis oídos las terribles noticias de los asesinatos de la plaza de Lavapiés de los que no se deja de hablar en los mentideros de la ciudad. Yo, por mi parte, les transmito el interés personal, repito, interés personal de nuestro amado rey Felipe en resolver estos crímenes y que los culpables sean castigados como se merecen.

Entonces hizo una pausa, esperando vuestra respuesta y opinión. Estaba claro que aquella iba a ser una conversación larga y complicada. Cada una de vuestras respuestas iba a ser juzgada por aquel hombre de mirada gélida.

Cargando editor
01/10/2014, 16:33
Jacinto Altagracia

Los jesuitas.

En cuanto aquel clérigo nos iba abriendo paso a través de los más influyentes corredores de toda la villa y Corte (en los que un servidor acostumbrado a guerras y a San Felipe o Lavapiés, admito que admiré sin discreción alguna mientras avanzaba en ellos) contemplé rápidamente a mi querido Fray Domingo, que sin duda había cogido estima por el simple hecho de hacer bien su trabajo. Dominico él y jesuita el confesor, me percaté que quizá ambos contuvieran las miradas más de lo necesario. Y es que en verdad que en la Villa bien se pavoneaba con cuantiosas órdenes y religiosos venidos del monasterio de allí, et de convento de allá, cuando había fiesta en la capital (la fieta de la Iglesia).

Escuchar las penas sobre el cadalso, maravillarse por los cada vez más elaborados sambenitos colocados sobre los juzgados et el olor a carne y hueso quemada bien presente sobre los rostros no era sino un espectáculo por el que dominicos, jesuítas y agustinos competían, anhelando el mejor asiento junto al Rey presente en el balcón de la Plaza Mayor, su Señora esposa, y el valido de nuestro Señor, et otros tantos de la corte y la burocracia.

Et que ahora íbanse a "enfrentar", cual si fuera interrogatorio, el uno contra el otro, et un servidor en medio. Mas me valía, a fray Domingo y a mí, cuidar de nuestras palabras.

Terribles, sin duda -respondí-. Mas desde ya estamos investigando en lo sucedido, su Ilustrísima, a la espera de esclarecer el caso et informar en privado, si así gusta o precisa Su Majestad, de lo sucedido. ¿No es así, Fray Domingo? -díjele con cierta complacencia como si le pidiera que "me siguiera el juego"-.

Las palabras educadas y protocolarias de aquel tipo contrastaban con su aspecto de lobo con piel de cordero: su rostro era duro y adusto. Un mal hueso, si uno hallárase atenazado por el Oficio.

Notas de juego

Máster, ¿qué te ha hecho a ti Al Pacino? ¿eh? xD

Cargando editor
04/10/2014, 12:29
Fray Domingo de Selaya

No mostró turbación el rostro de fray Domingo, al conocer el interés Real en aquel asunto. Sin duda era digno de tan altas preocupaciones, debía pensar el dominico, pues el mismo Diablo parecía andar suelto en Madrid, tal y como creían las gentes. Secundó el de Selaya al de Altagracia en sus palabras.

- Desde luego, mi buen Jacinto. - se volvió hacia el Padre Iturbe, con quién no pudo sentir la rivalidad que otros miembros de su orden disputaban. Contuvo una tos seca, al tiempo que dejaba que su ronquedad se infundiese en su voz. - Decidme, padre, qué es lo que Su Alteza desea saber de este asunto, y yo le aclararé, o a vos, cuanto desee saber del plano espiritual de la cuestión. Los asuntos terrenos, por supuesto, recaen en los hombros del señor Jacinto, pues no es tal mi reino, como bien habéis de saber.

Contempló fray Domingo al padre Iturbe, las manos cruzadas en el regazo en pose humilde. Una humildad que no destilaban sus ojos, pues en ellos podía percibirse el eterno brillo de exaltación divina que siempre había de acompañar a fray Domingo.

Notas de juego

Más tarde aclaro las demás dudas que Jacinto planteó.

Cargando editor
05/10/2014, 14:59
Padre Iturbe

Iturbe sonrió, estaba claro que su presencia y preguntas os ponían ciertamente nerviosos. El moscón que revoloteaba sobre la cabeza del confesor parecía una parodia de él mismo, revoloteando sobre la cabeza del rey.

—Os ruego que probéis un poco de este vino de Rioja es inmejorable —dijo Iturbe.

JAcinto no se hizo rogar, asió el vaso para degustar el vino que le ofrecían. Le bastó un sorbo para saber que pocas ocasiones tenía su paladar de probar un vino así, tan añejo y de esa calidad. Acabó el resto de un trago, antes de que fray Domingo probase siquiera el suyo.

—No les he llamado para que me detallen lo que vieron esa noche —continuó el confesor, volviendo a llenar la copa de Gonzalo—. Ya he leído el preciso informe1 que Jacinto dirigió al alcalde de Casa y Corte de su cuartel. Mi misión es otra. A tenor de su actuación en esa noche, es mi deseo que ustedes dos lleven en exclusiva a cabo la investigación para la búsqueda, prendimiento y castigo de los criminales que aterrorizan Madrid.

Adivinasteis que el confesor real no creía las historias de los mentideros referentes a que un Demonio estaba libre por las calles de la villa. Iturbe volvió a llenar el vaso de Jacinto.

Notas de juego

1Doy por hecho que lo has hecho, ya que sería una terea rutinaria tras un suceso de tal calibre.

Cargando editor
05/10/2014, 15:06
Peregrino
- Tiradas (1)

Notas de juego

Las palabras suaves del confesor, su sonrisa, y el buen vino que os ofrece, no parecen querer sino ocultar a un hombre acostumbrado a que le obedezcan y quíen si es sacado de sus casillas o es contrariado, puede convertirse en alguien tan despiadado como poderoso. Trabajar directamente para alguien así puede ser muy peligroso. Fallarle a alguien como el confesor real puede traer consecuencias nefastas.

No estás seguro de ser capaz de llevar a buen puerto tamaño caso y, además, seguro que el confesor real podría encontrar entre tus superiores a alguien de más valía y entendimiento. A fin de cuentas eres un simple alguacil...

Cargando editor
05/10/2014, 15:15
Peregrino
- Tiradas (1)

Notas de juego

Las palabras suaves del confesor, su sonrisa, y el buen vino que os ofrece, no parecen querer sino ocultar a un hombre acostumbrado a que le obedezcan y quíen si es sacado de sus casillas o es contrariado, puede convertirse en alguien tan despiadado como poderoso. Trabajar directamente para alguien así puede ser muy peligroso. Fallarle a alguien como el confesor real puede traer consecuencias nefastas.

Mientras veías aquella mosca revoloteando sobre la cabeza del padre Iturbe, una poderosa corazonada te invadió:

Mal asunto sería aceptar obrar para el padre Iturbe, pero si era menester rechazar su proposición, tendrías que hacerlo con mucha sutileza.