Partida Rol por web

Inmediatamente, Melanctha se llevó un dedo a los labios para indicar silencio, y tironeó de la túnica de Aristocles para llevarlo contra la pared del risco. De esta manera, quedarían ocultos a los de arriba si se asomaban.

Cogió una flecha del carcaj y la encajó en la cuerda del arco. Con sigilo, fue acercándose poco a poco al camino, siempre pegada a la pared, hasta conseguir una posición desde donde poder observar a quien bajara.

Al aproximarse al borde del camino y mirar hacia arriba, Melanchta distingue a varias figuras (cuatro o cinco) semidesnudas, vestidas apenas con pieles de animales, portando primitivas armas y utensilios de madera, hueso o piedra.

Los reconoce enseguida como hombres salvajes. A muchas zonas apartadas de Míthyka no ha llegado la civilización aún, y en ellas suelen habitar hombres en estado salvaje.

Los hombres hablan entre ellos, en su primitiva lengua. Parecen estar discutiendo algo, detenidos en la parte superior del camino, mirando hacia abajo. Melanchta también distingue que parecen llevar gran cantidad de pellejos de animal...

Melanchta enseguida comprende lo que están hablando:

- ¿Ves algo? - Dice uno de ellos.

-No - Contesta otro. - Parece que el druida tenía razón. El demonio y su corte sólo deben salir de noche. -

- Entonces movámonos de una vez... - Indica un tercero, algo más mayor. - No quiero estar aquí para cuando el sol se ponga por el horizonte... -

Ves como los hombres empiezan a descender por el camino, mirando hacia todos los lados, con miedo en sus ojos.

Mellanchta recuerda que ella y su padre muchas veces se cruzaron con hombres salvajes durante sus viajes por tierras vírgenes. Los hombres salvajes no suelen ser belicosos en general. Sus armas están pensadas para la caza, más que para la guerra.

Pero temen a los hombres civilizados. Sobre todo a los soldados y hoplitas. Y tienen buenas razones para ello.

Piensas que tenéis suerte que Néstor y Héctor no estuvieran aquí, porque los hombres salvajes enseguida se hubieran sentido amenazados si los hubieran visto.

Ves como Melanchta permanece quieta y al acecho, a unas decenas de metros por delante alejada de tí, mientras parece escuchar la conversación de los salvajes.

A tí su lengua primitiva te resulta incomprensible.

Sin hacer ningún ruido, hago un gesto con la cabeza a la muchacha. No entiendo nada de lo que dicen, pero espero que ella sí. Ella es la experta en estas situaciones, yo no.

Melanctha se giró hacia Aristocles, y mediante gestos le indicó que se mantuviera escondido, por si lo que iba a hacer a continuación no salía bien. Volvió a guardar la flecha en el carcaj, y se colocó el arco a la espalda. Tranquilamente, fue en busca de los salvajes que bajaban por el camino. - Saludos, amigos.- dijo en su lengua.- Estaba cazando por la zona, y no he podido evitar oiros. ¿Decís que hay un demonio que ronda por estos lares? Oh, perdón, qué maleducada, ni me he presentado. Mi gente me llama "Flor negra"- dijo, tras unos momentos de duda sobre cómo traducir correctamente su nombre.

Melanctha se giró hacia Aristocles, y mediante gestos le indicó que se mantuviera escondido, por si lo que iba a hacer a continuación no salía bien. Volvió a guardar la flecha en el carcaj, y se colocó el arco a la espalda. Tranquilamente, fue en busca de los salvajes que bajaban por el camino: Empezó a hablarles en lo que parecía la misma lengua incomprensible en la que unos segundos antes esos salvajes habían hablado entre ellos.

Los nativos se sorprenden ante la aparición de Melanchta de la nada. Estaban empezando a descender el camino, pero al verla, se detienen. Alguno de ellos prepara sus primitivas armas de caza.

Durante unos segundos, mientras Melanchta habla, se miran entre ellos, duditativos.

Uno de ellos, el más mayor, levanta un brazo mostrando la palma. Se adelanta un par de pasos posicionándose frente a los demás, y empieza a dirigirse a ella en su extraña y primitiva lengua.

- Saludos, amiga Flor Negra. Buena caza. - Dice el hombre más mayor. - Somos hombres de la Tribu de la Roca Viva. - Para su discurso unos segundos antes de añadir. - Sí. Hay un demonio hambriento por estas tierras, que acude a beber a estas aguas. Ha matado a algunos de los nuestros, y devorado su carne. Por eso tuvimos que alejarnos de aquí, e irnos a vivir lejos. Ahora debemos caminar mucho para recoger agua. Y borrar nuestras huellas al marchar para que el demonio no pueda seguirlas. -

Se detiene, antes de decir:

- De día, el demonio debe dormir en aguna guarida que desconocemos. Te aconsejo que estés muy lejos cuando caiga la noche. Es cuando viene aquí a saciar su sed, con su manada. Después, buscará saciar su hambre. Procura borrar tus huellas, al marchar, si no, te seguirá, y acabará con tu vida y la de los tuyos. -

Ves como el hombre más mayor que se ha adelantado lanza una larga perorata a Melanchta, como si le explicase algo. Los otros bajan sus armas, más relajados. Parece que no son hostiles.

Dirías que tampoco se han percatado de tu presencia.

Melanctha asintió ante las palabras del líder de los salvajes.

- Gracias por la advertencia. Si me permites el atrevimiento, me extraña que una tribu de guerreros fuertes como vosotros huya de este demonio. ¿No habéis pensado en hacerle frente? Tengo curiosidad, ¿qué aspecto tiene esta bestia tan feroz?

Aunque los hombres no son hostiles, no sé lo que Melanctha les habrá dicho. De momento, creo que lo más sensato será permanecer escondido. Al menos, hasta que ella me diga que salga.

No quiero desbaratar su plan por mi curiosidad...

El más mayor escucha atentamente a Melanchta antes de responder: - Es un caballo de formiddd...

- ¡No, no....! - Le interrumpe uno de los salvajes más jóvenes. - ¡No es un caballo. Es una Yegua! -

- ¿Seguro...? -

- Desde luego. Es una hembra. No tengo duda. Es imposible que pueda olvidarlo. Tengo su imágen en mi mente. -

- Continua...- Le ordena el mayor.

El jóven asiente y se reafirma: - Es una yegua de piel negra, y formidable belleza. Un ejemplar admirable, que destaca del resto de bestias de su manada. Pero su belleza esta es engañosa. Además de su mayor fuerza, sus pezuñás arden constantemente, con el fuego del Averno, abrasando a su paso hierbas y matojos secos. Su aliento también es abrasador, lanzado una poderosa llama capaz de calcinar a un humano.. Y sus ojos. Si uno se fija, no parecen de un animal. Cuando me miró, sentí la mirada de algo más que un animal. Era como si... como si un ser humano me estuviera mirando a los ojos... ¡¡¡Os digo que es inteligente, sin duda!!! Tanto como nosotros, al menos. -

El mayor alza entonces  la mano de nuevo, el jóven deja de hablar, y este especie de "líder" continúa dirigiéndose a Melanchta: - Así es la bestia, extranjera, pero no hagas mucho caso de la apreciación finál del muchacho. Es jóven, e ignorate. El monstruo no es más que una bestia devoradora de hombres, carente de seso. La manada que le acompaña también parecen caballos, pero sin embargo, también se alimentan de carne humana. - Se detiene antes de continuar;

-  Aunque en estos no surge fuego de sus pezuñas, claro... -

Se queda mirando a Melanchta antes de decir: - Ahora, si no te importa, nos gustaría recoger agua para nuestro poblado, antes que atardezca y... sea de masiado tarde. -

Da una orde a los hombres, y estos empiezan a seguir descendiendo el camino en dirección a la playa. Melanchta se da cuenta que si llegan abajo descubrirán a Aristocles. No hay forma de ocultarse en una despejada playa.

Aristocles observa desde su posición cómo Melanchta parece preguntar algo a los salvajes. El mayor de ellos parece a punto de responder, pero otro salvaje más jóven le interrumpe y empieza a hablar. Mientras el jóven habla, todos los presentes parecen escuchar atentos sus palabras. El salvaje mayor recupera la palabra tras un discurso del jóven, para dirijirse a Melanchta. Tras lo que parecen un par de frases, este salvaje más mayor da una órden, y los salvajes empiezan a avanzar tranquilamente (no de forma amenazadora) siguiendo el camino de descenso, en dirección a Melanchta, para descender al lago.

De inmediato, te das cuenta que si llegan abajo, te acabarán descubriendo sin duda. No hay forma de ocultarse en una despejada playa.

Parecía que los hombres salvajes venían hacia aquí. Pero no sabía si la muchacha les había hablado de mi presencia, o seguía siendo un misterio.

Aunque era posible que con las simples mentes de estos hombres el truco no funcionase, no me quedaba más remedio que intentarlo.

Tenía que concentrarme, tenía que intentar desaparecere de la vista de aquellos hombres. Así, dejé la mente en blanco. Para ellos, yo no estaba allí...

Al ver que los salvajes se mostraban amables, y no iban a suponer una amenaza, Melanctha decidió que era seguro que Aristocles se dejara ver. Mientras bajaban por el camino, hizo como si se girara casualmente hacia Aristocles y le dijo:

- Ah, estás ahí. Ven, te presentaré a unos amigos.- dijo, invitándolo a salir, para después añadir algo en la lengua de los salvajes.

- Amigos, este es mi compañero, perdonadle pues no habla vuestra lengua.