Partida Rol por web

Una vez Aristocles y Melanctha se encontraban alejados de sus perseguidores, giraron y empezaron a correr entre las setas gigantes en dirección al túnel por el que hicieron entrada a la caverna.

Dado que no querían encontrarse con los dáctilos que seguían al salvaje huido en su carrera hacia ese lugar, empezaron a dar un gran rodeo, y sobre todo Aristocles empezó a notar la fatiga de la carrera.

El rodeo que se veían obligados a dar les estaba pasando factura. Corriendo entre las setas gigantes y tratando de evitar todo contacto con aquella naturaleza extraña, Melanctha pronto notó que las fuerzas empezaban a fallarle.

Pese a la fatiga, la idea de morir bajo el acero de un enano no me motivaba en exceso. No obstante, parecía que a la muchacha sí, así que no pude evitar decir—. ¡Vamos! ¡Que os va a adelantar un anciano con un bastón!

Ambos héroes corrieron durante un buen rato.

A pesar de su edad, el anciano Aristocles estaba menos cargado, y Melanctha empezó a resoplar. Parece que la herida sufrida por la mujer durante la liza podía estarle afectando, pues a duras penas seguía el paso del anciano, que demostró estar más en forma de lo que parecía a simple vista.

Tras un buen rato de avanzar entre los troncos y maleza del bosque de enormes setas en dirección al túnel por el que habían llegado a la gran caverna, los dos héroes empezaron a vislumbrar entre los troncos más a su izquierda al grupo de dáctilos que perseguían al salvaje.

 Todos estáis confluyendo a la entrada al oscuro túnel. Vieron al salvaje adentrarse en la boca del oscuro túnel, y a los cuatro dáctilos retrasados tras él intentar dirigirse tras él, aunque sin llegar a la entrada aún. Los dos héroes iban casi a la par del grupo de dáctilos.

Melanctha, dolorida aún por la herida, veía como al anciano filósofo corría por delante suyo. Se dio cuenta de que no le iba a dar tiempo de pasar antes de los dáctilos.

- Sigue tú, después os alcanzo.- dijo, resollando por el esfuerzo.

Era mejor descansar un momento, aprovechando que los dáctilos estaban ocupados persiguiendo a los salvajes. Estaba más preocupada por los otros tres que habían dejado atrás, así que decidió buscar un buen escondite entre la maleza.

—¿Estás segura? —pregunto a la muchacha. No había tiempo para detenerse, así que tenía que decidirse rápido. No obstante, parecía empeñada en esconderse, así que sólo pude añadir—. Procura no hacer ninguna locura...

Y, tras esto, continúo mi carrera. Espero que la muchacha sea capaz de despistarlos. O de correr más. En cualquier caso, yo tengo un objetivo bien claro, encontrar a mi pupilo y su compinche.

Tanto los escoltas dáctilos, enfundados en sus pesadas armaduras, como el último salvaje superviviente se sorprendieron sobremanera al ver salir de la maleza junto al camino al anciano Aristocles y meterse de seguido por la boca del túnel. Nada más hacerlo, el oscuro túnel se empezó a iluminar de nuevo bajo la luz de aquellas extrañas varas-cristales que lo jalonaban, que ahora sí, sin dejar lugar a la duda, estaba claro reaccionaban ante la presencia del anciano hechicero.

El salvaje y el anciano corrían ahora a la par a lo largo del túnel (el salvaje mirando aún sorprendido y con ojos como platos ante la aparición del anciano, aunque sin frenar el paso en ningún momento), en una escena entre lo épico y lo cómico. Tras ellos, y sin fijarse en la joven cazadora Melanctha oculta a un lado del camino, entraron en tropel  por la boca del túnel tres de los dáctilos a la carrera, entre bociferios y el sonido de lata de las placas de las armaduras botando a la carrera, aunque quedaba claro que ninguno de ellos lograría coger a los dos fugitivos salvo que pasara un milagro.

Pero el cuarto dáctilo del grupo, uno de los que había resultado herido anteriormente durante la refriega con los salvajes de la Tribu de la Roca Viva, detuvo su avance y se clavó frente a la entrada del túnel, mirando hacia el lugar por el que había visto salir corriendo el anciano por entre la maleza musgosa.

Entonces, Melanctha y el dáctilo herido cruzaron miradas entre la maleza formada por hongos y setas bajas. El pequeño guerrero miró de nuevo en busca de sus tres compañeros, pero estos ya estaban dentro del túnel enfrascados en pos del salvaje y el anciano.

Este tomó su alabarda y cargó en pos de Melanctha: —Yiaaaaahhhhh...—

El túnel iba iluminándose a su paso, y a poco de empezar la entrada al túnel, el salvaje y él se toparon a dos nuevos dáctilos, seguramente de la escolta principesca, tirados a un lado del túnel unos metros más adelante.

Uno de ellos estaba inconsciente, y el otro maniatado luchaba por soltarse de las cuerdas. Este último se quedó un poco extrañado al ver aparecer al sabio y al salvaje.

Arisctocles lanzó una mirada hacia atrás y vio a tres de los dáctilos corriendo detrás de él ¿Dónde se había quedado el cuarto del grupo?

Ambos héroes estaban a punto de tomar el camino del túnel a palacio cuando Aetos y Nestor oyeron claramente sonidos de gritos, pasos y sobre todo el sonido de de armaduras, a la vez que distinguían a lo lejos un atisbo de luz en el túnel por el que habían venido (el que provenía del bosque de setas y la gran caverna).

Sin embargo no es la luz cálida y rojiza del fuego, si no la azulada que provenía de las "gemas" situadas en el extremo de las varas que jalonan los túneles. Aunque aún lejana, la luz avanzaba en la dirección que ellos estaban. Se aproximaba.

Maldita fuera su suerte, uno de los pequeños bastardos la había visto. Levantando su alabarda y gritando como un poseso, se lanzó en pos de Melanctha.

Rápidamente se llevó una mano a la espalda y cogió una flecha del carcaj. A pesar de que el gnomo iba a llegar en pocos segundos, Melanctha no se apresuró. Apuntó cuidadosamente, intentando ignorar los gritos del guardia... y finalmente soltó la saeta. La flecha zumbó, atravesando incluso la armadura y clavándose en el pecho del gnomo, quien cayó derrumbado hacia atrás en plena carrera.

Melanctha siguió escondida, atenta a su alrededor, esperando el mejor momento para salir.

Tras caer el dáctilo atravesado por la flecha de Melanctha, está echó un vistazo alrededor. La cazadora comprobó que no había nadie más por allí. El lugar estaba despejado y todo el mundo se había marchado corriendo por el túnel.

Incluso quedaban restos del "campamento de trabajo" de Antheas, pero el cíclope ya no se encontraba por los alrededores.

La cosa parecía tranquila, pero Melanctha decidió esperar unos minutos más, para recuperar el aliento y asegurarse de que no aparecían los otros tres dáctilos.

Sin duda, los dáctilos, pese a todo, eran tenaces. Pero no pensaba dejar que esos enanos me detuviesen. Así, ignoro a los que están fuera de combate, ya que eso me dará ventaja por lo pronto. Al menos, espero que los demás se entretengan en atenderles.

Sólo me queda seguir corriendo, con la esperanza de encontrarme a mi pupilo.

El noble se acercó a Aetos y le señalo las luces. 

- Si son guardias..estamos rodeados, escondámonos - golpeó con suavidad el hombro de su compañero y buscó un lugar donde resguardarse sin perder de vista lo que estaba a punto de pasar.