Partida Rol por web

Aetos sigue a Melanctha, intentando moverse oculto en el agua como ella.

El noble siguió a sus compañeros en la cueva. Quizás fuese la emoción de un enfrentamiento o su natural despreocupación.. pero fuera como fuese.. no estaba siendo demasiado discreto.

Media de sigilo del grupo de jugadores: (26+24+11) / 3 = 61/3 = 20 (redondeo abajo)

Media de percepción de los gnomos de las rocas: (20+25+14+17) / 4 = 79/4= 19 (redondeo abajo)

Al ver a los héroes avanzar nadando poco a poco, los Salvajes sumergieron sus antorchas bajo el agua. Al apagarse las únicas luces que portaban, pronto quedaron todos en la casi más absoluta oscuridad, pero ahora la claridad que se encontraba más adelante en el túnel servía para guiarles.

A medida que se aproximaban al muelle, los sonidos de las voces extranjeras se hizo más intenso. Aunque no podían distinguir la extraña lengua, esta sonaba claramente rasposa, como el roce de la piedra contra la piedra. Quizás simplemente fuera el efecto producido por el eco de las voces en la caverna, o reálmente los individuos, fueran quienes fueran, hablaban una lengua propia de la roca.

Pronto divisaron en la tenue luz una playa de tierra, sobre la cual distinguieron, descansando tranquilamente las quillas de tres embarcaciones. A la derecha se encontraba una especie de muelle o dique, pegado a la pared derecha de la caverna.

Las artesanales barcazas tenían media quilla sobre la tierra, y otra mitad en el agua. Tan sólo había que empujarlas levemente para ponerlas a flote. El suelo de tierra de la playa formaba el nuevo suelo de la caverna, elevándose desde el agua, formando una cuesta que alcanzaba hasta la altura del muelle. Debido a la inclinacion, no podían ver más allá, pero las voces eran claras, no muy alejadas de la playa y el muelle.

En la parte superior, de la playa y a lo largo del muelle, donde el terreno se nivelaba, habia largas varas de dos metros surgiendo del suelo. En la parte superior algún tipo de candil de aceite producía iluminación.

Las embarcaciones eran unas bellas construcciones de madera, con un mascarón de proa tallado con forma de cabeza de caballo. Se distinguía levemente el extremo de algún remo emergiendo levemente del interior de la chalupa. Una de las largas varas de iluminación, similar a la que se encontraban iluminando la parte superioren del muelle y la playa emergían de cada una de las chalupas. Sin embargo, la luz de la varas de cada una de las chalupas se encontraban apagadas en este momento.

Estas barcazas eran de buen tamaño, como para albergar hasta a seis hombres en ellas, e incluso algún caballo. Aunque la caverna que habían recorrido era también lo suficientemente ancha como para que se pudiera navegar con las chalupas en ella sin mucho problema.

Los héroes nadaron en aparente sigilo, hasta situarse junto a las barcazas, y se ocultaron levemente entre ellas, a medio camino entre el agua y la playa de tierra.

Repentinamente, la discusión entre las voces se hizo levemente más brusca. Hubo un intercambio de razonamientos y, tras la pausa, la charla continuó entre ellos.

Pero entonces los héroes oyeron claramente el sonido de unos pasos contra la roca aproximándose. El crujir de las sandalias era inconfundible. Repentinamente, el paso se detuvo, no demasiado lejos, mientras más al fondo la discusión continuaba.

Sin embargo, no alcanzaron a ver a nadie en la parte superior de la playa o en el muelle, a pesar de que se hallaba bien iluminada gracias a los candiles.

A elllos, en cambio, la oscuridad que les rodeaba, estar sumergidos en el agua y la cobertura de las embarcaciones que ahora les rodeaban, bien podía dales cierta capacidad de ocultamiento...

Melantha, oculta entre el agua, las barcazas y la oscuridad, siguió el sonido. Buscó atenta con la mirada el orígen de los pasos. Se quedó asombrada, al distinguir con dificultad a la pequeña figura causante del sonido de los pasos. Era un ser pequeño, de un metro veinte de estatura, si es que llegaba. Apenas era distinguible, aun a pesar de la luz, pues su piel y vestimentas tenian un tono grisáceo, casi pétreo, que lo confundía claramente con el fondo de la caverna.

Su vista entrenada de cazadora le había permitido descubrirlo, pero Melanctha contemplaba como sus compañeros, Aetos y Nestor, giraban sus cabezas infructuosamente tratando de encontrar el orígen del sonido de los pasos. Unos pasos que por cierto habían sido sigilosos, caso indistinguibles si no hubiera sido por el eco del sonido en la caberna.

El ser, barbudo y calvo, se encontraba de pié sobre la parte superior del muelle. Portaba un pequeño arco de diminutas flechas, casi un juguete al lado del de Melanctha. El gnomo (o enano, lo que demonios fuera, pues Melanctha jamás habia visto antes algo así) tensó una flecha  en su arco sin apuntar a ninguna parte, pero buscando con la mirada, hacia el agua bajo el, hacia las barcas y la playa en la que se encontraba ella con su grupo de compañeros.

Hubo algo en el cuidadoso movimiento del enano al poner la flecha en el arco que hizo que Melanctha sintiera mala espina. Algo le dijo a Melanctha, en su entrenamiento para cazar criaturas diversas, que aquél ser tenía una vista más aguda y adecuada que la de ellos para buscar en la oscuridad.

Durante unos segundos eternos, el enano siguió atento buscando signos de movimiento. Su mirada recorría cuidadosamente las oscuras aguas, las barcazas, y las paredes de la caverna en busca de movimiento o algún sonido.

Tras él, se oía a sus compañeros (claramente Melanctha distinguía al voz de tres y, con este, cuatro) los cuales no eran visibles debido a la inclinación de la playa. La conversación entre ellos sonaba calmada, ajena a cualquier problema.

Ecos por toda la caverna....

El leve sonido del agua golpeando suavemente contra los bajos del muelle y la quilla de las barcazas.

El crepitar apagado de la lumbre sobre las varas luminosas....

El sordo sonido de las gotas al caer desde el húmedo techo contra la superficie del agua.

Las alejadas voces de los otros gnomos, charlando de forma relajada...

Los segundos pasaban como edades, lentamente, bajo la atenta mirada del implacable guardia.

Intentando no moverse más de lo estrictamente necesario, Melanctha simplemente levantó el puño cerrado ante la cara de Néstor y Aetos.

Después se llevó el dedo índice a los labios pidiendo silencio, y sin extender el brazo, les señaló discretamente una zona de la pared de la caverna.

El noble se pegó a la pared de la caverna y sumergió todo su cuerpo hasta la altura de la barbilla, tratando así de ocultarse lo máximo posible ante los pasos que acababan de oír acercándose a ellos. Observó las embarcaciones, serían perfectas incluso para llevar con ellos a su nuevo amigo, el hermoso caballo. Sin duda, debían conseguir una de aquellas barcas, traer a su maestro y al resto lo antes posible, algo se tramaba en el interior de aquella caverna, eso era seguro.

Desde su infancia, Aetos ha pasado mucho tiempo en el agua, así que sus capacidades de buceo son importantes. Intenta hacérselo comprender por gestos a Melanctha, señalando la zona de los embarcaderos y moviendo la mano con la palma extendida dibujando un arco hacia abajo en el aire, siempre imitando los ademanes suaves y discretos de la cazadora para evitar hacer más ruido del imprescindible.

Mira hacia donde señala Melanctha, sin terminar de entender si ha visto algo allí o busca que se muevan hasta una zona más protegida, aunque dispuesto a seguirla si ella nada hacia allí.

El muelle es de roca, excavado sobre la misma pared de la caverna desde hace lo que podría ser perfectamente un millar de años.

En principio, al girarse hacia donde Melanctha les señalaba, Aetos y Nestor no vieron nada inusual.

Pero entonces, notaron un movimiento, y perfilarse el borde de una silueta que, si hubiera permanecido quieta, les hubiera resultado casi indestinguible de la pared de roca tras ella.

El ser era menudo, de metro veinte de altura aproximadamente. Era un ser humanoide de calva prominente y barba cuidada, trenzada. Su piel y ropajes tenían un tono grisáceo y pardo muy similar al tono de la roca. Es más, era casi como si el gnomo (o enano, lo que fuera) estuviera esculpido en la propia roca.

Si no fuera por que se movía, desde lo alto del muelle, arco en mano. El arco que portaba era casi un juguete en comparación al de Melanctha, pero tenía una flecha tensada en él. No apuntaba con él en una dirección concreta. Tan sólo recorría con la mirada la superficie del agua, la zona de las embarcaciones y la playa, evidentemente buscando algo con su oscura mirada.

Los héroes estaban casi completamente sumergidos en la oscuridad, alguno de ellos ocultos entre las barcazas. Y el enano esperaba alerta, al acecho, sobre el muelle de piedra...

Al ver al soldado, Aetos asiente a Melanctha, dándole a entender que ha comprendido su gesto, y espera a que ella y Néstor den su opinión sobre el plan de acercarse buceando e intentar pillar por sorpresa a los guerreros que protegen la playa.

Una vez sus compañeros hubieron visto al extraño ser, Melanctha siguió con sus mensajes de signos. Primero se señaló a ella misma, para a continuación señalar su arco, y después la playa que quedaba tras las embarcaciones. Hizo un gesto en el aire, como si estuviera rodeando algo con la mano.

Después señaló a Aetos, hizo un gesto con la mano plana sumergiéndola debajo del agua, y señaló en dirección al gnomo.

Estaba claro que lo que necesitaban era una distracción para que pudiesen salir y tener tiempo suficiente mientras el gnomo cargaba su arco de nuevo. Uno de ellos tenía que hacer de cebo... y Néstor siempre estaba dispuesto a realizar el papel de héroe. Así que.. miró a Melantcha, le sonrió y se sumergió en el agua lentamente.. buceó unos metros y apareció de nuevo salpicando y llamando la atención del Gnomo.. esperaba que este no estuviese muy acertado, pues él no dejaría de moverse y que sus compañeros se diesen prisa.

El plan ha quedado claro, y Néstor, como es habitual, se ha lanzado rápidamente a ejecutar su parte. Así que Aetos asiente por última vez a Melanctha y actúa también sin más demora, impulsándose hacia el fondo del agua y buceando lo más hundido que puede, para disminuir las posibilidades de que el soldado le vea, hasta el muelle. Una vez allí trata de escalarlo de forma sigilosa, confiando en que el "enano" esté centrado en atacar al noble.