Partida Rol por web

Cuando las oráculos han desaparecido, Elijayess se adelante, todavía pareciendo algo incómodo, aunque fue él quien os guió hasta este lugar.

Deberíamos irnos. Tenemos mucho camino por delante. Llegaremos a las ruinas dentro de unas horas.

El kagonesti se cuelga la mochila, saca su arco y empieza a caminar fuera del osasis en dirección a Kendermore.

Ignorando completamente a los oráculos, preparo mi mochila para partir cuanto antes de este lugar ladino y traicionero.

Una vez puesta la mochila, me ayudo de mi bastón para ponerme en marcha, dejando a los oráculos hablando tras de mí.

Tras observar las plantas durante unos minutos mientras viejas hablaban, me levanto negando con la cabeza y las manos vacías, dejando las floridas plantas en el mismo lugar donde las descubrimos.

En un futil intento por reconciliarse mínimamente con la enojada elfa, el nómada de las llanuras ayudó a recoger las interesantes plantas medicinales que habían observado el día anterior.

-Puede que nos vengan bien en el futuro.

Kolthar se encoge de hombros y sigue al elfo guía con indiferencia.

Todo esto ha sido una pérdida de tiempo.

Comenta con amargura mientras saca su hacha de dos manos.

Hank recoge sus cosas y se prepara para ponerse en marcha.

Gnart se dispone a colocarse al lado del guía élfico y también, al igual que este, saca su arco.

Dejáis atrás el oasis y tras ocho horas de marcha, cuando comienza a amanecer, divisáis a lo lejos unas ruinas.

Kendermore, dice Elijayess.

Estamos a un par de horas de lo que fue la ciudad de los kénders. Podemos acampar aquí y descansar unas horas o podemos seguir hasta llegar allí.

Asiento a Amilcar al ver que guarda las plantas "Una" buena idea digo recalcando lo de una. A pesar de sus intentos, la otrora actitud de Quiv parece que ha vuelto a aflorar ante el incidente de los oráculos. A pesar de todo, sabe que lo hacen con buena intención, por lo que le lanza una sonrisa más bien forzada.

Cuando descansamos, dejo el bastón en el que había estado trabajando todos estos días para abrir mi libro de conjuros, sacar un pergamino, una pluma y un tintero, apoyándome en la piedra más plana que encuentro, para comenzar a escribir sobre el libro.

-Espero que no, amigo--confiesa Amílcar sin demasiada convicción al tiempo que pone una mano sobre el hombro de Kolthar y acaricia el amuleto que porta al cuello--Espero que no.

-Gracias, algo es algo--contesta luego el arquero sonriendo a la elfa.

El bárbaro de las llanuras se lleva una mano a la frente para otear mejor la derruída ciudad allá en la distancia y expresa su opinión en voz alta:

-Yo no me acercaría hasta mañana a primera hora.