Partida Rol por web

Sobrecogido por el modo ágil, desenfrenado y potente del simio me dejo llevar por la situación hasta que comienzo notar el dolor en mis piernas al ser retorcidas. ¿Quién es y por qué quiere acabar con Frankenstein? ¿No podrá terminar con él él mismo?

Ahora, angustiado por el dolor, éste me hace temer por mi vida e intentar reaccionar por salvarla: Al ver que el simio va a rematarme con la pala intento decir:

- Iré...

Y a la vez intento deslizarme más bien de una forma torpe para evitar el palazo o, mínimamente, cubrir mi adbómen cristalino y lleno de fluídos al tumbarme de lado.

Caminaban entre los callejones, mirando a todos sitios. Dos ojos eran pocos para vigilar aquel maldito lugar, para vigilar su pequeña espalda. El doctor, bien podía haberle puesto un tercer ojo en esa zona para vigilar mejor...

Al tiempo, solos, desamparados, pero ayudados por el pequeño tamaño de ambos y su silencio, llegan a una plaza. Hay dos posibles salidas: una los lleva a ¿un acantilado tal vez? La otra al interior del castillo que le daba miedo. Pero, incluso siendo un bebé sabe que muerto no va a ningún sitio, y aun no había prendido a volar.

Dios les volvía a presentar el libre albedrío, parecía aquello una burla hacia la libertad de la persona, hacia la capacidad de elección que como preferidos de Dios, los humanos tenían.

La mano había decidido, él opinaba igual...le daba miedo el castillo, era grande, negro, pero las luces azules le gustaban...eso sí le gustaba...¡no se había fijado antes! Sonrió suavemente y se dirigió hacia el castillo, acompañado por su fiel compañero, la mano.

Trataría de todas formas, exponerse lo menos posible. Si la plaza estaba vacía, allí estaban ellos dos, así que nadie le aseguraba que, como ellos, nadie hubiese llegado y estuviese escondido. buscaba un camino en el que ir pegado a la pared, o se pudiera refugiar entre cajas, cables o restos de algo que los hiciesen pasar desapercibidos. tardarían más, pero el castillo, pese a sus luces le daba miedo, y así se sentía más seguro.

Había encontrado un nido, una madriguera en medio de los desperdicios, en su mente no cabía la idea de la libertad, de huir, porque más allá de los sitios en donde había estado, aspiraba a una vida guiada por sus instintos, su escasa inteligencia, su disminuida humanidad formaban una de las grotezcas creaciones salvajes que podrían provenir de la enfermiza mente de su "padre".

Luego lo vió, el olor a pobredumbre no era gran cosa, había vivido entre los desperdicios, expuesta a los hedores más horrorosos, a la carne muerta de muchos de los monstruos en descomposición, se había arrastrado entre las limosas cañerías de su prisión, y ahora ella misma apestaba, su nariz, por fortuna no tan aguda como la de una rata real (porque a pesar de todo lo que se pudiese imaginar, no era una rata real), estaba acostumbrada a los vapores nauseabundos que había encontrado en su vida...  Se acercó y palpó el metal, lo examinó con curiosidad, mientras la hallaba a cada instante más ideal para su nueva vida.

Los sonidos se confunden, y le llegan sensaciones familiares, su cerebro apenas si podía procesar, tardó unos valiosos instantes, aquello era ajeno al instinto salvaje, aquello era más racional. El libertador... era la misma voz...

Pero el ruido de una batalla, y demás rumores desconocidos, terminaron por impulsarla a esconderse dentro del agujero y observar desde allí lo que sucedía cerca, de escuchar...

No obstante, estaba hambrienta y le apetecía un pedazo de carne... estuvo al acecho, esperando...

Me quedo mirando la escena... Lo seguro es que los dos moririan contra el simio, así que en un acto de supervivencia dice con voz sombria, la unica que tiene, al simio:

_Yo... ayudar...

Despues de esas palabras, se cubre la cabeza y espera a la muerte.

La mutilada mano señalaba hacia el portón situado en la muralla izquierda, junto al cual se encontraba un nuevo y extraño mecanismo, mientras el aberrante bebé, haciendo caso omiso a su compañera, se aventuraba a acercarse cada vez más hacia el gigantesco castillo, como si los azulados chisporroteos eléctricos del torreón de entrada le estuviesen llamando… como si en su interior sintiese una indescriptible necesidad de encontrar a su creador, aunque ello supusiera renunciar a su libertad.

¿Sería aquél el final del grupo de fugitivos?, ¿encontrarían en aquella plaza recubierta de mugre su dispersión, tomando cada uno de sus dos últimos miembros un final distinto?...

Un helador viento irrumpe en la plaza proviniente de la muralla semi-derruída que hay a la izquierda, mientras los últimos integrantes de la dispar manada toman su última decisión.

Oculto entre montones de lodo y vísceras, el engendro con rasgos de rata acomodaba su cuerpo abriéndose hueco a base de empujones y zarpazos en el interior del contenedor que a partir de ahora sería su nueva madriguera.

Pero ni allí dentro, en la oscuridad, el mundo exterior dejaba de acosarle… aquellos ruidos, aquellas voces que había escuchado, se colaban por el agujero y mediante el eco se convertían en frases que su escasa mentalidad podía dotar de cierto sentido… así, la voz del libertador rugía con furia desde lo lejos:

“¡¡Mata a Frankenstein AHORA!! ¡¡AHORA ES LA HORA!!.... ¡¡ ID AHORA !!”

Ecos que invadían su madriguera, que se filtraban en su cabeza, como llamándole, como queriendo que él también obedeciese… pero aquella criatura, atormentada por un hambre brutal, aguardaba en la seguridad de su escondrijo, observando a través de la esquina oxidada, en busca de una incauta presa…

El bebé miraba las luces divertido. Él iba a ir con la mano, de hecho, por alguna extraña razón, vio ambas puertas iguales*. De repente se acordó...¿iba la mano con él? No quería quedarse solo....no quería dejarla sola... Miró a su alrededor, buscándola. De no estar con él, volvería sobre sus pasos, en caso de que lo hubiese seguido, haría gestos para volver a preguntarle hacia dónde quería ir.

Él señalaba con su dedito tieso las zonas altas del castillo, algo le decía que cuanto más arriba mejor...pero tampoco sabían que iban a hallar al otro lado del portón. Que Dios eligiese por ellos y le mandase las señales pertinentes, para que ambos obrasen de acuerdo con Él.

Aturdido por semejante y sanguinolenta escena intento levantarme con nerviosismo sin éxito. Miro hacia el que antes era mi compañero de faenas, el sujeto 1.145-X y comprendo que yace inerte. Parezco haberme olvidado del dolor de mis piernas. Con tal de no pensar en dicho suceso miro hacia lo que parece el lejano castillo en el que debe habitar el doctor Frankenstein y me aprieto los tornillos esforzándome enormemente por controlar mis extremidades, evitando así que me ignoren de nuevo y enfrentarme ante la posibilidad de enfurecer por segunda vez al monstruo con escafandra que tengo ante mi telescopio.

Ya con los tornillos apretados puedo dejar de pensar tan claramente en lo que acaba de acontecer, como he experimentado ya bastantes veces, y me dispongo a ponerme en pie tímidamente, como queriendo evitar que el simio me prestase atención para conseguir escabullirme de tan polvoriento lugar en dirección al lúgubre castillo.

Su abstracta compañía titubeaba, abstraida por las luces que emanaban del castillo. ¿Eran luces diabólicas o la llamada de un ángel? Para la mano, la optativa que proponía el bebé deforme podía ser un aviso del destino, un camino que debía seguir... porque la libertad era algo que se merecía, pero también la venganza. Hasta ahora no veía la forma en que una criatura tan débil como ella pudiera vengarse del "Creador" que la torturó y condenó. Pero la luz en el castillo... quizá era una señal, o una forma de hacer que el vil "Doctor" lamentase el haber jugado a ser Dios. Así que dejó de señalar el portón y se dirigió sin mas a la puerta abierta del castillo, convencida de que una vez allí encontraría su recompensa.

De todas formas, si lograba sobrevivir a la incursión en el edificio siniestro, siempre podía intentar salir por el portón. Alargar un poco la gloria de la libertad no hace que al final ésta no sea igual de gloriosa. Además, el pequeño necrófago parecía convencido en ir al castillo, y Mano ocular no podría, seguramente, manejar ella sola la maquinaria que pudiera tener la puerta para abrirse, al igual que no pudo con las máquinas de la cloaca. Su simpar compañero le había ayudado antes y podría volver a hacerlo, era mejor hacerle caso en este asunto, aunque a veces parece más dispuesto a jugar que a otro objetivo como la libertad o la justicia. 

Aquello era una orden, pero las órdenes tenían poco valor en la libertad y en el instinto, se perdían como balbuceos sin sentido... después de todo, estaba allí por efectos de la suerte o el destino, y ambos conceptos carecían de significado en el atrofiado cerebro... no obstante, un pensamiento, una sensación fue la que obró para que la mujer saliese de su nuevo nido...

El hambre.

Profunda y punzante, en la boca del estómago, sin estar satisfecha por su botín de alguna de las víctimas desafortunadas de la compartida prisión, se veía obligada a salir para alimentarse, para acallar sus instintos, para encontrar algo que comer... y quizás sugestionada por las imperativas palabras que cargaban odio en contra de un nombre que intentaba sacar algo de ella... con muchísima dificultad...

Fue así que, arrastrándose, reptando casi, con silencio y precaución, empezó a observar a ras del suelo lo que pudiese ser su bocado del día, para poder volver a su hogar... para poder callar las voces grotescas que le exigían comer... devorar, desgarrar...

Viendo que su compañera lo sigue, sonríe y emprenden de nuevo el camino hacia el castillo.

Me quedo mirando el grotesco cadaver que yace muerto en el suelo. Miro al sujeto 1.144-X y me quedo mirando qué va a hacer. Es más facil seguir ordenes que pensar por si mismo qué hacer.

Instintos, supervivencia, destellos de raciocinio

Asegurada tu madriguera, húmeda y nauseabunda, ahora precisas alimentos, restos de carne putrefacta de esos seres incompletos te valdrían, jamás has probado nada mejor. Encerrada en las mazmorras anelas la carne sanguinolenta de cualquiera de los malformados andantes.

Con estas pretensiones abandonas tu cubil para buscar alimento y una sombra se cierne sobre tí. No miras qué es, no te interesa, es peligroso, todo lo es, todo aquello que proceda de más allá de la propia prolongación de tu cuerpo, todo aquello que es desconocido temes.

Vuelves al container, escondiendote entre afilados despojos de metal, una cabina cae del cielo, ¿Lluvia? una explosión de cristales se dispersa en todas direcciones, un gran estruendo, mucho más de lo que cabría esperar de un simple amasijo de tiernos hierros, el amasijo metálico encierra en él a un sujeto de prominente cabeza, ahora totalmente inmóvil.

La muerte llueve del cielo

Seguís en la academia, pasamos a la escena..... "El Castillo"

No hay descanso para ti, no mientras continúes encerrado en esta pesadilla de frío hierro retorcido y repugnantes hedores. Con un ágil salto te abalanzas sobre la pasarela, que cruje bajo tu peso. Agazapado cual lobo horrible, saltas de nuevo hacia el otro lado, momento en que se escucha un seco “clanck” , seguido de fuertes latigazos de cadenas y cables en lo alto, mientras la pasarela metálica cae hacia el oscuro abismo…

Por suerte has alcanzado el otro lado, y ahora, con paso firme y decicido te encaminas hacia las escaleras oxidadas que parecen llevar hacia un nuevo nivel superior… un nivel en el que quizá encontrar lo que tanto tiempo llevas buscando…

A medida que asciendes con fuertes golpes de pezuña en los peldaños, el aire comienza a hacerse menos espeso y viciado, abandonando ese olor a muerte y podredumbre que durante años y años te has visto obligado a respirar.

Empujas una herrumbrosa puerta y de pronto tus ojos se resienten ante la claridad… luz… luz natural llega hasta ti y muestra al mundo tu cuerpo recubierto de sangre ajena, que tanto tiempo ha permanecido sumido en la oscuridad de las mazmorras.

Poco a poco logras distinguir tu entorno, y te das cuenta de que la claridad que te llega desde el cielo no es tanta como pareciese en un primer momento, puesto que enormes nubarrones de humo negro lo cubren todo, siendo escupidos sin tregua por las enormes chimeneas llenas de ollín de la gigantesca nave industrial de la que acabas de salir.

Ante ti, una sucesión de laberínticos callejones salteados de contenedores y mugre, y cuando logras ver lo que hay más allá de estos, tu amargo corazón comienza a palpitar con mayor rapidez… un inmenso y viejo castillo cuyas tres torres están conectadas por cientos de metros de tuberías y cables se alza allí. Las estructuras de hierro se funden con el torreón y todos sus edificios, al igual que las enredaderas cubren una vieja casa abandonada. Una maquinaria de hierro monstruosamente enorme surge del tejado de la más alta de las torres.

Miras hacia todas partes y no encuentras esbirros del Doctor… da la sensación de que huyeron en desbandada tras manipular el elevador del nivel 2. Tus pezuñas permanecen hundidas en una blandengue capa de lodo que cubre el suelo, mientras decides hacia donde irás.

Inesperadamente resuena una explosión tras de ti, y cuando te giras sobresaltado logras ver que de una de las altísimas chimeneas ha salido algo disparado hacia el cielo… algo que ahora cae a gran velocidad hacia el laberinto dejando tras de si un rastro de negro humo, hasta estrellarse estrepitosamente en algún callejón del laberinto situado por delante a la derecha, haciendo sufrir a tus tímpanos con el ruido de cristales y hierro quebrándose con furia.

¿Qué habrá sido aquello?... ¿será lo suficientemente importante como para desviar tu atención de tu objetivo?...

1.144-X se levanta con estúpidos movimientos del fango en el que permanecía tumbado. Su telescopio refleja la imagen del desdichado 1.145-X, cuyo cuerpo inerte yace hundido en el lodo, con una sangrante hendidura en el torso.

Su mente comprende lo triste de su existencia, y sus manos actúan en consecuencia, introduciendo sus tornillos en el cráneo con el fin de no ser tan consciente de su fracaso de vida.

A su lado, 2.141-X babea con la cara de indecisión que le caracteriza. Al menos él no tiene que lidiar con el tormento de una conciencia que ansía más… pues nada ambiciona, más allá de las órdenes que obedecer, a fin de huír del terror que le provoca perderse.

El gran simio regresa a los tejadillos de un ágil salto, y avanza por ellos, pala en mano, mientras los nuevos reclutas que ha conseguido para librar su guerra le siguen a través de los embarrados callejones.

A mitad de camino, una potente explosión resonó tras ellos, y fue localizado surcando los aires un extraño objeto expulsado por una de las gigantescas chimeneas de La Factoría. El objeto comenzó a caer, dejando tras de si un rastro de humo negro, hasta que cayó con un fuerte estruendo en algún callejón situado a la izquierda de donde ellos se encontraban, reventando en un estallido de cristales y metal al estamparse.

Más el simio, aunque sorprendido, volvió a girarse hacia los reclutas, y rugió con su habitual voz amenazante:

-¡Rápido, rápido!, ¡no hay tiempo que perder!.

Así continuaron recorriendo el laberinto hasta que el callejón por el que caminaban desembocó en una plaza, tras la cual se encontraba el castillo, guardado por un torreón que refulgía continuamente con un ritmo azul de impulsos eléctricos, y cuyas puertas de hierro se encontraban abiertas de par en par en aquél preciso momento.

A la derecha de la plaza, la muralla que delimitaba todo el mundo que hasta ahora habían conocido era más baja, ya que en su mayor extensión permanecía semi-derruída, y tras ella tan sólo podía verse el cielo, como si estuviese construída sobre un precipicio.

A la izquierda de la plaza, la vieja muralla poseía un enorme portón, que sólo 1.144-X, como trabajador del nivel 1, había visto escasas veces abrirse para permitir la entrada de algún que otro carruaje en el que venían las visitas del Doctor, que después desaparecían engullidas por las fauces del castillo… y allí parecía ser donde se libraría la gran batalla contra Frankenstein y su locura, pues el mono saltó al suelo de la plaza y señaló con la pala hacia las torres del mismo:

-¡Allí está el Doctor, encerrado con su locura!, ¡¡¡MOVEOS!!!.
 

La luz, esta cegadora luz... la recuerdo. Vienen a mi mente recuerdos de días felices, imágenes de tiempos amables donde el vino alegraba mi paladar y las flores eran el habitual recreo de mi olfato y mi vista. Retazos de una vida que ya no es la mía, de algo que murió ignoro hace cuanto tiempo. Fantasmas.

Conforme mis ojos perrunos se adapatan a la luminosidad del campo abierto, distingo en la lejanía la borrosa y familiar forma de un imponente castillo. Familiar, sí. Recuerdo haberlo visto en el pasado, en esa vida que se me presenta como un aparecido e infligir un dulce y cálido dolor en esta vida plagada de horrores y sufrimiento. Lo recuerdo ...y recuerdo a su condenado Señor. Arsch! (cabrón) Arschloch! (hijo de puta)

Una explosión a mi espalda capta mi atención y puedo ver, claramente algo ¿un objeto? ¿quizá un trozo de la propia maquinaria? que vuela hacia el laberinto de calles que se extiende ante mí. Bien, es hora de seguir adelante.

Chapoteando en el légamo, avanzo hacia mi meta, hacia mi destino...

La rata se esconde, mientras el peligro llueve de los cielos como una condena divina. Emite un chillido, un chillido de terror que se habría oído de haber agudizado los sentidos, más se eclipse en medio del estruendo de hierros y el caos metálico causado por aquel evento... cuando todo parece seguro, en medio de los estertores inertes de la materia y los restos que el cielo escupe en ira y furor. El atormentado cerebro de la mujer ratonil, apenas si alcanza a comprender la magnitud y las proporciones de lo que ha pasado, pero en su cabeza (y en su estómago, cabe decir) una idea se ciñe con completa fuerza.

La de alimentarse.

Así que otea con desconfianza, pero movida por los impulsos salvajes, lo que el cielo vomitó sobre la tierra, los desperdicios que revelan un nuevo horizonte y una nueva posibilidad: comida. Así que con la precaución que tendría un original ratón, sin que ella lo fuese de verdad, comienza a arrastrarse, a acercarse con tal cautela, y en lugar de olisquear el aire (pues ya hemos visto que su sentido del olfato no estaba propiamente desarrollado como el de un roedor) escucha con atención, pendiente de cualquier señal de movimiento por parte de la cabeza...

De cualquier forma, es carne, y en su situación, ninguna criatura despreciaría el regalo de tener algo que engullir para sobrevivir, aunque el canibalismo y el actuar como carroñera, fuesen comportamientos que hubiese despreciado con un poco de razón, razón era justamente lo que más le faltaba a este engendro experimental.