Partida Rol por web

Las puertas del castillo eran demasiado pesadas, incluso para moverlas entre los tres. Tenji frunció el ceño, algo decepcionado de no poder abrir por ellos mismos el castillo.

-La verdad…- Tenji miró a Dastan por lo que decía de la ilusión. –Desde que llevo aquí este mundo no me parece una ilusión. Sé que estoy soñando, pero este sitio me parece muy real. Si solo soñara, podrían pasar las cosas un poco como quiero. Ya sabes, como cuando sueñas con un montón de dulces o cosas así. Yo nunca imaginé un sitio así y ahora estoy pisándolo- saltó un par de veces para demostrárselo.

Luego dio un leve rodeo y miro los muros del castillo. –Ya hemos llamado, si es tan grande por dentro como parece por fuera es complicado que nos oigan. ¿Y si nos colamos por una ventana?- señaló una de las ventanas que debían de estar a más de diez metros de altura sobre sus cabezas.

Hamo realmente no había visto ninguna Gloria Coronada en persona, aunque conocía su forma, la relación de los pétalos con el pedúnculo, la textura del tallo… así que no sería difícil encontrarla si la buscaban, pero el dónde hacerlo no le hizo ninguna gracia.

- ¿El Ce-cementerio de Monstruos? ¿Y allí vive el Príncipe de los Monstruos? - ¿pero qué clase de Reino era ese? Un escalofrío recorrió su espalda, y la tacita de té en sus manos tembló ligeramente - ¿Y no hay ningún otro sitio donde buscar?

¿Le daba miedo? Por supuesto. Si sólo el bosque del Reino del Peligro estaba habitado por terroríficos Golems durmientes, ¿qué podría haber en un sitio custodiado por alguien al que llamaban El Matadragones? Miró a sus compañeros y se pasó la lengua por los labios resecos: ni Kon ni Dastan, aquellos que preferían luchar en primera línea, se encontraban disponibles: el resto eran combatientes de segunda fila.

- Señora… ¿tendríais algo que nos sirviera de ayuda para pasar desapercibidos por tan… funesto lugar?

Tenji y Dastan discutían sobre la naturaleza de los Sueños. O del mundo de los Sueños. Tenji decía que jamás había soñado nada así, y desde luego Dastan tampoco.

—¿Entonces crees que este es un lugar real? ¿O que refleja uno? —era cierto que nada era como en los sueños, nada era etéreo o mutable. Parecían estar en un lugar físico.

—Sí, debemos trepar si queremos entrar... pero parece muy arriesgado, ¿podemos buscar la ventana que sea más fácil? Diez metros es una mala caída.

No quería arriesgarse a caer desde lo más alto. 

Me asusté más por el brinco de Rizzo que por oír ese nombre en si. Sabía de la flor, pero desconocía donde encontrarla por estos parajes, y muchos menos que el lugar donde se podría ubicar era la morada de ese tal Vladimir. ¿El principe de los monstruos? 

- ¿Quien es ese? - miro a la bruja y miro al cazador de graciosos mechones salvajes - ¿Tan malo es? ¿Seguro que no es porque le han despertado de las siestas? - otra mirada acusatoria a Hamo - Si es así, quizá podríamos hablar con él y hacerle un presente, como una almohada blandita  y cómoda, o algo así... - me rasco la barbilla, en realidad estoy pensando que quizá de existir al almohada me la quedaría yo. 

Kivo asomó la nariz para ver el dibujo que había sacado Detlef. Gloria coronada de la mañana. ¡Pues claro! ¡La prímula albalila!

– ¡La prímula albalila! –era una flor preciosa, delicada. Kivo la conocía por su color violeta o lila, y la fina linea blanca, plateada o dorada del borde de sus pétalos–. Los ancianos dicen que cuando la prímula albalila está junto a un manantial, su reflejo en el agua justo antes de amanecer es una ventana y ves cosas a través de ella. Las hojas son buenos cataplasmas para los chichones. ¡Ah!, y las semillas secas del año anterior son buenas en tisana para relajarse y quedarse dormido.

Kivo asentía convencido. La primula albalila era una flor escasa, rara, pero no desconocida. Había plantas más fáciles de encontrar que tenían efectos similares, pero la prímula albalila era especialmente apreciada.

Se quedó pensando en lo que había dicho la bruja. Había que buscar a la prímula albalila, y parecía ser un viaje peligroso. Negó con la cabeza, mirándose las manos.

– Qué pena, a esa no puedo invocarla –la prímula albalila era una flor especial, diferente. Kivo podía hacer crecer muchas flores distintas, pero no a ella. No tenía poder suficiente. Eso le hizo pensar. Había que pasar por territorio hostil, lleno de monstruos tan peligrosos o más que aquel del bosque–. ¡Oh! ¡Pero podría...! ¡Señora bruja del bosque! ¿Me puede enseñar ese poder tan divertido de hacer espantapájaros? ¡Eso que sabe hacer Rizo!

Rizzo asintió ante las palabras de Hamo.

-La Gloria Coronada crece en yermos y el yermo más grande del bosque del Reino del Peligro se encuentra en el cementerio de monstruos. Allí no hay planta que crezca, o casi, porque esta planta sí que crece allí- luego miró el libro de la bruja.

–Aunque yo nunca he llegado hasta el cementerio, es un sitio peligroso y me da miedo por si me encuentro a Valdimir el matadragones. Nunca nadie lo ha visto, pero debe de ser temible si puede matar un dragón, ¿no creéis? Hay muchas leyendas sobre él. Dicen que puede con cualquier monstruo de los Trece Reinos, que todos se inclinan ante él de lo fuerte y temible que es...

La bruja sirvió otra ronda de té y se dispuso a poner otra tetera al fuego. Sonrió a Kivo cuando pidió que le enseñara aquella magia.

-Claro que puedo, pero debes comprender que solo podrás usarla una vez al día. Piensa bien cuándo será, pues es posible que lo que te parece un peligro en ese momento, no sea nada comparado con lo que podrías venir después- dijo la bruja, algo seria para que fuera consciente de que usado una vez, no se podía usar más.

Luego esperó a que la tetera silbase antes de servirse ella una taza. –Entonces… ¿Iréis al cementerio de monstruos a buscar la flor? En este Reino no se encuentra en otro lado.

Tenji frunció levemente el ceño, sin saber bien qué contestar.

–Pues… No sabría decirte. ¿Crees que refleja un sitio real en nuestros sueños? ¿Y dónde está ese sitio? Yo creo… Siempre pensé, de pequeño, que el mundo de los sueños existía y no lo imaginaba así. Y si esto es el sitio que produce nuestros sueños y está en…- se rascó la barbilla pensativo. –No sé dónde puede estar, pero estamos durmiendo y estamos aquí. Todo a la vez.

Dastan no parecía muy convencido de subir a aquella ventana tan alta. Tenji comprendió su punto de vista, aunque para el príncipe era mucho más arriesgado enfrentarse a una caza de monstruos complicada que escalar un muro. –Está bien, busquemos otro sitio por donde entrar.

Kivo asíntió, muy serio.

– ¡Habrá que ir! Señora Bruja, entiendo lo que dice de usar la magia en el momento preciso. ¡Yo sé que no se puede jugar con esas cosas! Hay conjuros que cansan mucho, otros que se pueden repetir sin miedo, otros que solo se pueden hacer cada cierto tiempo... Usted no se preocupe, haré caso a sus consejos. No me gusta abusar de la magia, no es un juego. Entonces... ¿me enseñará? ¿Cuándo empezamos?

—En definitva, que no sabemos nada del mundo de los sueños —rió Dastan—. Y que este es el único sitio del que tenemos pruebas, así que el mundo de los sueños debe ser como es este y punto.

—No se me ocurre ninguna idea de como podamos entrar en el castillo, está rebién cerrado.

 Dastan miró a Kon y a Tenji por si alguno sabía que hacer, él estaba perdido. El lugar era una auténtica fortaleza. 

La Bruja del Bosque no tenía nada con qué ayudarlos aparte de enseñar el hechizo a Kivo - que ya era una gran ayuda, todo había que decirlo - y tendrían que viajar hasta el Cementerio de Monstruos a buscar las flores sin toparse con alguien al que temían todos los monstruos... El artesano tragó saliva con dificultad, haciendo más ruido del necesario, y bajó la mirada hacia su taza de té, ya vacía. Ahora, más que nunca, no quería tarta. Se le había cerrado el estómago.

- ¿Hay algo que debamos saber de ese sitio, señora? ¿Algo sobre Vladimir? Por si nos lo encontramos... dudo mucho que podamos enfrentarnos a alguien a quien temen todos los monstruos.

La nueva ronda de te me arranca un ronroneo plancentero. El té recién hecho y calentito era un placer solo superado por dormir después una siesta, tras haber comido un banquete de los más sabrosos manjares de todos los reinos. Justo después de haber encontrado la Gran Pelusa. De ella también había leyendas. Muchos de los míos hacían su viaje en su busca. Muchos de ellos no habían regresado, lo que cubría aun más de misterio a ese ser mitológico en la cultura antroponeka. 

- En realidad, quizá podría, señora Bruja, enseñarnos ese truco a todos. Así podremos turnarnos para usarlo en más de una ocasión, si los peligros son varios... - y me da un escalofrío. Todo lo que estaban diciendo me daba miedo y pereza, a un tiempo. 

Detlef, que se había pasado un buen rato removiendo entre sus notas con una mano mientras zampaba con la otra, parece algo ajeno al nerviosismo de sus compañeros.  Está intentando asimilar la información que le han dado, cotejarla con sus notas y sacar ideas, y mientras hace eso su mente se abstrae totalmente y no suele acordarse ni de dónde está. Pero finalmente, el tono preocupado con el que hablan sus compañeros empieza a generarle también aprensión, y se decide a hablar.

Estaba pensando que... bueno, quizás, si conoce realmente ese lugar, cualquier información que pueda darnos sobre él quizás nos ayudaría a saber qué esperar de él, o cómo no encontrarnos con ese... eh... ¿matadragones? Lo cierto es que no recuerdo ninguna mención específica a ese lugar... el Atlas Mundi de Liebstein no lo recoge, y bueno, lo que cuenta el Orbis Umbra de Conrado es... poco creíble. Además de que según él ni siquiera estaba en este reino... tampoco recuerdo que el  Tratado Universal de Criptozoología de Barr y Epstein mencione ningún monstruo de ese habitat... es un poco como si no existiese... ¿Qué es exactamente ese lugar, y qué hay en él?

La bruja asintió a lo de enseñarles a todos aquel hechizo, la verdad es que sería muy útil si encontraban un monstruo grande contra el que no pudieran luchar. Un monstruo grande como el Matadragones, por ejemplo. –Claro que os puedo enseñar el hechizo a quien quiera usarlo, aunque lo mejor será que sepáis hacer magia de antes, pues será más fácil para él aprenderlo. Si no sois expertos en magia, se necesitan días para perfeccionarlo- informó la bruja a los interesados.

-Sobre Vladimir…- quedó pensativa por la petición de Hamo. –Yo debo decir que nunca lo he visto, pero sé que existir existe. Es muy receloso y astuto. Hay cazadores que lo describen como un monstruo temible de tres metros, pero otros dicen que es pequeñito y muy ágil. La verdad es que tengo pocos datos que daros sobre él. Pero seguro que si Kivo aprende este hechizo, podéis escapar de él en caso de encontrarlo.

-En el cementerio de monstruos hay muchos huesos. Algunos monstruos son tóxicos, están cargados de venenos o ácidos dentro de su cuerpo y al morir allí, convierten el sitio en un yermo- explicó Rizzo. –Los monstruos van a morir ahí, como si buscaran un sitio apartado. Muchos cazadores acaban llegando al lugar si no logran abatir a su presa, pues van allí a morir y si lo dejas moribundo toman ese rumbo…

Luego se acercó a ellos, como si quisiera confiarles un secreto. –Dicen que Vladimir el Matadragones absorbe sus almas y se alimenta de ellas para hacerse más fuerte. Que tienen un trato por el que van a entregarle lo que queda de ellos una vez mueren… Pero son rumores, ya sabéis. Yo os puedo guiar, no iría solo, pero quiero ayudar a que todos despierten.

Tenji asintió a las palabras de Dastan. Lo único que conocían dentro del mundo de los sueños era aquel lugar. Al menos de forma medianamente tangible. Que estaban durmiendo ya lo sabían, que dónde estaban realmente era otro cantar. El mundo de los sueños, otro reino, otra dimensión… Demasiadas preguntas y nadie para responderles allí.

-Demos una vuelta entonces, ya hemos traspasado las murallas, por lo que solo es encontrar un lugar por el que entrar- él comenzó a caminar, rodeando el edificio. Quizás encontrarían otro sitio por el que entrar.

Detlef asiente despacio a las palabras de la bruja y Rizzo.

Entiendo. Bueno, pues... creo que habrá que ir. No es que me entusiasme, visto lo que sabemos o se cuenta, pero... no podemos dejar a nuestros compañeros así.

No importaba mucho que fueran compañeros desde hace algo menos de un día. Habían corrido peligro juntos, y además, era la primera regla del Viaje: en el camino, todos somos compañeros. Todo el mundo ayuda a todo el mundo.

No es mala idea aprender ese hechizo por si se diera el caso. Yo soy mago, aunque es más un talento de familia que algo que haya estudiado... pero ya he hecho magia antes, de modo que podría aprenderlo también, y en caso de que Kivo o yo hayamos gastado nuestro hechizo, siempre quedará otro. Sería mejor que no le necesitasemos, claro, pero...

Pero con lo manazas que soy, a ver quién se arriesga...

Muy tranquilizador todo: un lugar donde los monstruos más temibles terminaban sus días; donde cazadores letales esperaban a sus presas para darles muerte; donde una criatura de leyenda absorbía almas en un lugar lleno de vapores nocivos. Sí, el nombre de Reino del Peligro le veía al pelo. Pero Detlef tenía razón: no podían dejar a sus compañeros así.

- Entonces, mientras vosotros aprendéis ese hechizo, si no le importa señora, yo voy a remendar mis ropas. Esa carrera por el bosque me ha provocado algunos desgarrones y no querría ir por ahí como un pordiosero. Mi madre no me lo perdonaría. ¿Tendría aguja e hilo?

No es que tuviera mucho más que hacer, así que ese tiempo mientras sus compañeros practicaban le vendría bien para algunas cosas para las que nunca había tiempo.

El asunto parecía cada vez más peligroso. Pero también más sugerente y excitante. ¡Eso sí que sería toda una aventura! Para salvar a sus amigos, al príncipe y al reino, harían falta valentía y lealtad. ¡Y también un poco de ayuda!

– ¡Sí! ¡Claro! Cuantos más sepamos ese conjuro espantamonstruos, mejor. ¡Nunca se sabe! ¿Cuándo empezamos? ¿Qué tengo que hacer, señora Bruja?

Escucho los relatos sobre Vladimir y experimento un escalofrío. Que pereza me daba, no era miedo del todo en si. Aunque también. A los de mi raza, los nervios se traducían en mas hambre, por lo que robo un trozo más de tarta y lo devoro con ansias.

- Jo... - me lamento por no poder aprender ese truco. La magia para los antroponekos quedaba un poco lejos, pero no estaba demás intentarlo. Como un poco más de tarta y me percato de los rasgones que tiene Hamo en sus ropas y no puedo evitar ir a jugar con los mechones de tela. - No, no te cambies... así es mas divertido.