Partida Rol por web

La samurai-ko parece valoraros, bajo su imperturbable máscara. Con un gesto os indica que paséis a una sala grande, que abarca el piso inferior de la torre, donde se encuentran una docena de bushis, que observan al exterior o preparan, sentados, sus armas, o preparan comida en un pequeño hogar. Del piso llegan voces de refugiados: niños que lloran ahogadamente, madres que los calman...

Os miran con recelo. Debe ser difícil para ellos que las defensas las organice una persona de un clan ajeno, y que la ayuda que reciben también sea así. Pero no se oye ni una protesta, ni una queja, cada uno hace lo que debe hacer.

Miyako se gira hacia el monje.

-Me pondrás al corriente de lo que ha pasado mientras nuestros invitados descansan o trazan sus planes.

Se vuelve a vosotros.

-Sentíos libres, yo tengo que organizar una batida de reconocimiento. Esta noche, si os parece bien, hablaremos. El daimyo y su familia están arriba por si queréis hablar con ellos, pero sed pacientes y no les agotéis están todos enfermos.

Sus última palabras dejan traslucir que tiene información pero que no puede dárosla este momento. Se marcha con Muramasa y otro bushi a un rincón cercano al hogar y empiezan a charlar.

Deberíamos hacer caso a la samurai-ko. Busquemos un sitio donde descansar y establecer como punto de reunión. Luego podríamos buscar algo de comida...

Sabiendo de antemano que el ide y las kakita se desenvuelven bastante mejor que yo en sociedad, les dejo hacer quedando por el momento en un segundo plano y dejando que se centre la atención en ellos. Mientras tanto observo con atención los alrededores, el camino por el que nos lleva hasta la torre y la zona que Tamori-san nos indica como lugar de combate en noches anteriores.

Igualmente reviso el emplazamiento de la Torre según nos acercamos. Parece que la samurai-ko está haciendo un buen trabajo.

Se nota la tensión en el ambiente, no sólo por haber sido expulsados de sus propias tierras sino por el mal que aqueja a su daimyo. Sus leales deben sentirse terriblemente preocupados por ellos.

Miro a los guerreros que se están preparando para el combate, a un tiempo se mezclan en mí sentimientos que, desde que perdí el ojo, no sentía por estar alejado del campo de batalla. El vínculo de hermandad que se forja entre los compañeros que van a luchar a vida o muerte.

Finalmente intento hacer una primera valoración de la samurai escorpión. No pensaba que vería alguna del clan escorpión aquí.

Deberíamos descansar, asearnos y prepararnos para presentarnos ante el daimyo. Tan sólo será necesario robarle unos minutos de descanso. Luego deberíamos revisar los alrededores... no podemos estar ociosos en semejante situación... - medito un momento - deberíamos comenzar desde hoy a prestarles ayuda.

Luego me dirijo a las kakita - Deberiais ir a que revisen vuestras heridas. Tenéis que estar en óptimas condiciones si nos enfrentamos a tan peligrosos oponentes pronto.

-Gracias por tu preocupación, Ryu-san. Así lo haremos, no queremos prolongar nuestra debilidad innecesariamente.

La Grulla, a pesar de no ser una Kakita como su prima, se da también por aludida ya que el samurai se está dirigiendo a las dos. Le dirige una reverencia, pero añade:

-Sin embargo, antes de eso iré a hablar con el daimyo y a presentarle nuestros respetos en nombre de todos nosotros. Creo que deseará conocer la situación en su castillo, y pronto. Igualmente, quisiera conocer su opinión acerca de todo lo sucedido. Sin cansarle, por su puesro, ya que está enfermo...

Y tal como dice, Yugure se dirige hacia las escaleras que llevan al piso superior de la Torre.

En ese caso voy contigo si me lo permites, Asahina-san.

Las samurais del clan Grulla se separan al ya dividido grupo y suben por las escaleras de madera de la torre, mientras el resto se queda, entre los bushi del clan que vigilan el exterior, escrutando la lejanía a la espera del inevitable momento en el que los invasores aparezcan.

Trepáis por una escalera empinada que huele fuertemente a humo de leña y a resina de pino, cuyos sólidos escalones, a pesar de que la torre había estado en desuso, ni crujen ni se quejan. El piso superior, más estrecho que el anterior, está más poblado. Caras cenicientas os observan, acurrucadas y temblorosas. El aire es denso y pesado, cargado de la humanidad y el miedo de estas gentes.

Durante unos segundos no sabéis qué hacer, hasta que un hombre se levanta pesadamente. Sus ropajes indican una posición superior al resto de los heimin que se encuentran allí refugiados. Se presenta como el karo del señor Tamori Kirohiro-sama.

-Supongo que ustedes son los magistrados que han venido desde el exterior. Me alegra ver que nos han encontrado. Mi nombre es Izaku Tokihimi y soy el karo (chambelán y secretario principal, así como guardián del castillo en su ausencia) de nuestro señor, Tamori Kirohiro.

Hace una profunda reverencia a la espera de vuestras presentaciones.

Contempláis como las samurais del clan Grulla se marchan y vosotros os quedáis en la gran sala que huele a humo, resina, miedo y metal. La construcción parece sólida a pesar de que al parecer llevaba tiempo sin usarse. Prácticamente inexpugnable si se tienen alimentos y agua para apagar fuegos. Y ahora mismo, con todo cubierto de nieve, los fuegos no parecen una preocupación táctica.

Kaeshi se disculpa y se busca un ricncón donde meditar y descansar. Los bushis os lanzan miradas furtivas, algunas de esperanza, otras de desconfianza.

Mis mejores respetos para el Karo de la torre. Soy Kakita Emiko, ella es mi hermana de clan (dejo que se presente ella). Hemos venido a mostrarle nuestros respetos y nuestras gracias por acogernos así. Sabemos que la comida escasea y aún así nos habéis acogido con vosotros. Vuelvo a hacer una reverencia.

No necesitando atención sus heridas y estando tan tenso como desde la noche anterior, el Ide se levanta y comienza a recorrer la estancia y después, se asoma por las aberturas, incluso sale un momento de la torre para examinar el exterior. Su objetivo es buscar los mejores puntos desde los que disparar en caso de asedio, pero también los que sería más importante vigilar y en los que mantener agua preparada. La nieve no le hace olvidar las artes del shugenja que, independientemente de ella, inflamó aquella muralla por completo.

TRas entretenerse un rato en esta tarea, vuelve con sus compañeros a la sala.

Las presentaciones son necesarias, aunque las circunstancias requieren rapidez, por tanto les restan ceremonia. Yugure se inclina también, y añade al comentario de su compañera:

-Soy Asahina Yugure, efectivamente formamos parte de los Magistrados enviados para intentar resolver este difícil asunto. ¿Podemos hablar ahora con el Daimyo, Tokihimi-sama...? Sabemos que está cansado, sólo nos tomará unos momentos conocer su opinión acerca de los sucesos acontecidos.

Mientras el ide revisaba la almena y las troneras, yo me acerqué a los bushi y observé su preparación para el combate. Mostre mi aquiescencia una vez vi su celo, con un asentimiento de cabeza. Aun no habíamos sido presentados oficialmente así que me guardé las palabras que quería compartir con aquellos guerreros que quizás más tarde serían mis hermanos de armas durante los proximos combates.

El karo parece algo ultrajado por no conservar el protocolo a rajatabla, incluso en esa situación desesperada en la que se encuentra su clan, pero aún así asiente.

-Concertaré una cita con mi señor, Kirohiro-sama. Esperen aquí, por favor.

El hombre desaparece subiendo las escaleras, dejándoos a ambas entre los refugiados, con el ambiente cargado de volutas de desdicha y de palabras descorazonadas. Algunas personas os miran, sin levantar mucho los ojos, aunque la mayoría os ignora y se centran en su propio sufrimiento. Al cabo de veinte minutos el karo vuelve a bajar las escaleras, con la misma expresión airada con la que se fue.

-El señor Kirohiro-sama está dispuesto a veros de inmediato. Os recibirá arriba, por favor, síganme.

Tokihimi-sama os guía por las escaleras hasta el piso de arriba, que se divide en un estrecho pasillo de cinco pasos de largo y dos habitaciones, una a cada lado de éste. Un bushi está apostado en la puesta, su posición no es relajada, si no de alerta constante. Su mano cercana a la empuñadura de su katana, con la palma hacia abajo, al contrario que vuestra escuela.

Por la puerta que guarda entráis a una pequeña habitación de cuatro metros de lado, donde un hombre de unos cincuenta años os observa. Su pelo, ya con canas incipientes y afeitada la frente, lo lleva recogido en la clásica coleta recortada. El resto cae en greñas hasta sus hombros. Su mirada parece tener problemas para concentrarse o quedarse quieta y unas preocupantes ojeras marcan su rostro apuesto, noble y fuerte.

El karo realiza una profunda reverencia y os presenta.

-Kirohiro-sama, daimyo de estas tierras bajo el nombre de la familia Tamori, estos son los magistrados Asahina Yugure-san y Kakita Emiko-san.

Emiko entra en la habitación con paso lento. Deposita su arma en la entrada de la sala, y una vez delante del Daimyo hace una profunda reverencia a la vez que dice lo siguiente:

Kirohiro-sama, le agradezco enormemente que nos haya permitido tener una cita con su excelencia. Venimos para presentar los respetos de todo el grupo, para agradecerle su hospitalidad y para ponernos a su servicio en todo lo que Sama* quiera que hagamos.

Dicho esto, espero a que el Daimyo tenga a bien permitir que me siente delante suya.

*refiriendome al propio Daimyo.

El Ide vuelve a levantarse y estira las piernas, frotándolas. MIra a su alrededor y se dirige hacia sus compañeros de viaje. -La espera es tediosa para un guerrero. ¿Queréis acompañarme fuera, a revisar el contorno? Creo que es una buena oportunidad para conocerlo mejor, nunca se sabe.-

 Me vuelvo hacia el ide - no hay mucho tiempo, será mejor conocer un poco el terreno en el cual puede que combatamos pronto. - asentí.

Me acerqué a él y eché una mirada a mi compañero de clan para saber si nos acompañaba. - Revisemos las defensas vistas desde el exterior y los alrededores.

El samurai león, cercano a vuestra conversación, sale por fin del mutismo que lo ha caracterizado hasta ahora. Os fijáis en el mal color de su cara, que disimula de mala manera una mueca de dolor y que cojea del pie derecho.

-Siento compañeros, no poder acompañaros fuera. Tengo malas noticias y es que me temo que seré un lastre.

Veis con asombro cómo retira el pie de la sandalia y con cuidado el calcetín, que está manchado de sangre de la batalla del día anterior, mostrando un masa de carne de color enfermizo. Un olor nauseabundo os golpea a los pocos segundos y entendéis el profundo dolor del samurai León. Su pie se ha gangrenado alrededor de una pequeña herida y con toda seguridad un médico se lo va a tener que amputar.