Partida Rol por web

Toji-sama baja el último tramos de escaleras raudo y se acerca hacia el postrado shugenja que está recibiendo los cuidados de Ryu-san. Cae de rodillas a su lado y le toma la mano en un gesto inapropiadamente enternecedor.

-Senko-san, ¿qué os ha ocurrido? ¿Dónde está mi padre?

El herido trata de enfocar pero no parece ser capaz, sus ojos vagan de un lado a otro.

-Traté de... defenderle... pe... pero no contábamos con... con... el daimyo desapareció en... nubes de fuego... olor a quemado... No quería... abandonarle, señor... pero me dio la... orden...

Trata de tragar saliva para continuar, pero la boca se le llena de sangre y tose violentamente.

-Yo nunca... le habría abandonado... pero no deben... el último sello...

Tras dos estertores violentos el shugenja muere entre toses violentos, con sus pulmones encharcados. El joven hijo del daimyo cae en un mutismo, al lado del muerto, aunque habiendo soltado su mano con delicadeza.

-¡Allí!-

Natsuki señala de repente al al norte, de donde ha venido el shugenja herido. -Allí vienen.- dice señalando a un kilómetro y medio a varias docenas de figuras que se acercan tras de una colina.

Sin detenerse más a mirar un momento a Ryu esperando instrucciones, hace ademán de dirigirse hacia arriba a organizar a los arqueros.

Emiko no sabe muy bien que hacer. Reina la confusión en toda la torre y sin un dominio adecuado no puede ser de ayuda defendiendo la torre. Mirando a su alrededor, decide ayudar a Yugure todo lo posible en la búsqueda del último sello antes de que sea demasiado tarde...

Tras una plegaria a los kamis por el alma de senko-san, me pongo en pie y comienzo a organizarnos. Sin suficiente tiempo, las defensas preparadas son escasas y poco eficientes pero habrá que valer para darnos tiempo a encontrar el último sello y quizás destruirlo.

Natsuki-san, ve con los arqueros, Emiko-san ve a las puertas y quedate allí con los hombres que puedan luchar para detener su avance si atraviesan las puertas. - Me vuelvo a buscar a la samurai-ko escorpión - Acompañad a Emiko-San, Tamori-sama y yo nos encargaremos de rechazar a los enemigos que se atrevan a subir los muros. 

Dejad que Yugure-san se encargue de encontrar el sello.

El aroma penetra en mis sentidos, en mi mente, como una sierpe insidiosa. Poco a poco, pero sin titubeos, y va asolando mi conciencia, expandiéndose en ella, agrandándose hasta llenarla casi por completo... mis ojos se ciegan, como lo ha hecho el resto de mí misma, me estoy ahogando en incienso, o quizá no, quizá es en algo más, algo distinto...

Caigo, caigo aunque no lo sé. Vencida, atrapada. A mi alrededor todo da vueltas, se desvanece... rojo. Rojo como la sangre, rojo como las promesas... voy a ser yo quien se desvanezca... en la locura... el el olvido... no, no hay resquicio...

O sí. Una rendija casi invisible, fina como un cabello de niño, un si es o no es, que, finalmente, se vislumbra como cierto, como posibilidad. La línea, la fina línea que niega, que tacha un nombre en... una lista. Porque es eso, ahí está, mis ojos se han movido, los han movido, y se han paseado por esos nombres, en el pergamino.

Ahora mi mente se abre un poco más, el resquicio se hace grieta, y empiezo a pensar, además de sentir. Una lista de nombres, y uno tachado. Como antes. De nuevo. Ahí está el motivo, empiezo a ver claro, y mis ojos siguen sin mi control consciente en busca de sus propias respuestas. Las volutas de las barritas se elevan, levantan mariposas rojas, guían la mariposa azul hasta su destino... o hasta el techo. Un panel. Allí está, es eso. Las mariposas rojas revolotean en él, juegan con la madera antes de desaparecer. Me lo señalan, se lo señalan a su compañera de alas azules.

He de llegar hasta ese panel, pienso. He de abrirlo, y ver qué esconde...

El techo en la última planta es más bajo que en el resto de plantas y recuerdas que en la habitación contigua, en las estancias del daimyo había un baúl, que aunque pequeño, te valdrá para acceder a los paneles del techo.

También podrías usar el altar, pero la sola idea te parece demasiado irrespetuosa, incluso en esta situación desesperada.

Nubarrones negros comienzan a arremolinarse en el cielo y el viento comienza a aullar entre los árboles cargados de nieve. El sonido de un trueno sacude los mismísimos cimientos de las montañas que os rodean. Un aullido le sigue, grave y escalofriante, y de nuevo otro trueno, precedido por el destello de luz de un relámpago hiriendo el cielo. Más aullidos se suceden, por la parte sureste de la torre, anunciando que no hay retirada posible. Los lobos rezagados aparecen por las lomas que os daban vía libre hacia la parte sur del valle.

Medio centenar de soldados comienzan a bajar por el norte las colinas circundantes, entre los árboles, silenciosos como fantasmas.

El joven shugenja se sitúa junto a Ryu-san y saca un collar de cuentas con los nombres de las Fortunas grabados en ellas y va pasando una a una con los dedos, alzando una plegaria por cada cuenta, a cada Fortuna. Su larga melena se arremolina por el viento y parece como si un poder le empezase a recorrer y rodear en su ensimismamiento. Su voz, al entonar las plegarias, se va volviendo más ultraterrena.

Miyako-san, apostada en la puerta, parece una estatua de granate. La única señal de vida que ofrece es el vaho escapándose por debajo de su máscara mientras los relámpagos arañan el cielo y los percuten con salvajes truenos. Sujeta en su mano un arco corto, y su lanza está apoyada cerca, a mano.

Las campesinas, ancianos y niños muestran más entereza de la que se podía esperar de alguien que no está entrenado para la guerra y la desesperación. Alguno tiembla, alguno gime o balbucea, pero permanecen en sus puestos asignados, bajo el chaparrón de miedo y desesperanza. Algunos aún se apresuran a terminar labores como cavar o apuntalar estacas.

Os viene a la memoria en ese momento el shugenja que os arrastró contra un muro de fuego, la ronin que os derrotó a los pies del castillo, el salvaje espíritu que invocó al oni que casi acaba con vuestra vida, y las huellas del poderoso lobo de tamaño descomunal. Y a todo eso hay que sumar lo desconocido. El que ha tejido y movido todos esos hilos.

Una figura despunta entre todos los que se acercan, sombríos entre lo árboles. Entre los bandidos que ya están a un kilómetro de vosotros podéis ver una figura alta, de pelo pajizo, al lado de la cual hay un hombre portando el estandarte que viérais por primera vez en la empalizada, pero cuyo significado equivocásteis: Una serpiente sujetando un orbe de sangre entre sus fauces.

Tras unos momentos dentro de la estancia de la que sale el penetrante olor a incienso, en los aposentos del daimyo, Yugure sale, buscando algo. Está mareada, parece, tambaleándose. Pero aún así no duda, echa una mirada circular hasta encontrar aquello que ha venido a buscar. Un cofre sencillo, del tamaño de un escabel.

Lo coge sin decir palabra, apenas consciente de la tormenta que se está cerrando alrededor de la Torre. O puede que muy consciente.

Regresa con su carga hasta la habitación del incienso, de nuevo.

Coloca el cofre bajo el panel, eso debe bastar. Y sube encima, alargando los brazos hasta el techo, de puntillas, para conseguir mover el plafón y tantear el hueco descubierto.

Su respiración se hace lenta, profunda, y su mente le dicta calma mientras manipula la madera.

Obedezco a Ryu-san y me dedico en toda mi alma a defender la puerta y a animar a los campesinos que allí están, katana en mano, defendiendo la torre con sus vidas.

Natsuki comienza a dar nuevas instrucciones a los arqueros. Los que dispararán hacia la entrada principal deben esperar a que el enemigo pase a través del cañón entre las colinas (donde serán un blanco más fácil) o pasen alguna colina por arriba. La idea es frenarlos, por lo que les insiste en no malgastar flechas pero si el enemigo se lanza al asalto tras de ese punto, deben empezar a disparar con más intensidad, sin ahorrr tanto en flechas, para obligarles a correr sin prestar atención al terreno, haciéndoles caer en las estacas.

Respecto de los lobos, los arqueros que miran en esa dirección no deben hacer ni un solo disparo hasta que estos abandonen el bosque y en grupo. Si envían un explorador, Natsuki se encargará, pero los demás deben esperar a que los lobos se lancen en manada por la llanura.

Si cualquiera de estas cosas no ocurre, él dará las instrucciones oportunas. Tras nombrar a un sgundo al mando en caso de que él caiga, para que dé instrucciones hasta que uno de sus compañeros se haga cargo, Natsuki decide probar hasta qué punto estos lobos son normales y pide traer una antorcha encendida.

Desplazas el panel de madera e introduces la mano en la oscuridad, con el aliento contenido. Palpas con cuidado y notas un objeto allí escondido, bajo capas de polvo y suciedad. Una descarga de energía recorre tu cuerpo, desde las yemas de los dedos hasta el pecho y de ahí se distribuye por el resto de tu ser. De pronto te sientes más alta, más fuerte, más eterna. Es una sensación tan poderosa que te sientes eufórica y todos los problemas se transforman en una sencilla solución: PODER.

Una suave voz acaricia tus oídos.

-Se acabaron vuestros problemas, Asahina-sama. Soy la respuesta a vuestros esfuerzos. Tómame, acéptame, y vuestros enemigos caerán bajo tu fuerza. No te hará falta ni desenvainar la katana, y salvarás vidas. Muchas vidas.

La voz susurra su promesa, con palabras y con impulsos que calan en mi mente, que con su enorme fuerza se expande en mi interior.

Es una sensación tentadora.

Pero mi naturaleza no confía en esas sensaciones. Poder. PODER. Soy una mariposa, su batir de alas es frágil, su aleteo apenas tiene el empuje de levantar brisa, ¿cómo va esa mariposa a alzarse con una tormenta?

Mis dedos tantean el objeto, mientras lo toman sólo como tal, mientras mi espíritu se escuda tras un muro de contención. Vacío. VACÍO...