Partida Rol por web

 La Bestia tomó por un instante el control del cuerpo de Rosalía, se sentía enjaulada y aquel grito llorosó quebró su ánimo además de su garganta.

Audax se detuvo y regresó frente a ella.

-¿Un Magus? -preguntó tratando de disimular su excesiva curiosidad-. ¿Qué Magus? ¿Dónde sucedió eso?

Lo escuchó regresar, pero, en realidad, ¿qué importaba ya? No había nada que pudiera hacer.

-En Roma... -respondió con la mirada baja-. Escapaba de vosotros cuando lo encontré. Lo hizo, no soy capaz de decir cómo, y me marché. No sé más.

Alzó despacio los ojos hacia Audax. Sabía que aquella respuesta no lo satisfaría, pero no tenía otra. Nada de lo que pudiera decirle, aun cuando le contase toda la verdad, la sacaría de allí. Ni a ella, ni a Thomas, ni a Hákon, si es que estaba también cautivo.

Su única esperanza pasaba porque Audax no sintiera deseo de matarla, y, por lo poco que había visto de él, solo podía conseguirlo de una forma.

-No sois los únicos tras las reliquias. Esto ya no es una carrera entre vosotros, Tremere, y mi cuadrilla -dijo sin tono de amenaza, sino de confesión-. Y nosotros ya no las buscamos por nuestra propia ambición. Hay alguien, un Vástago más poderoso que todo tu Clan, él nos... -Se detuvo, como si acabara de darse cuenta de algo, y su vista se desvió hacia el acólito un instante. Después volvió a mirar a Audax con miedo en los ojos-. Quiero contártelo. Ya no tengo nada que perder y al menos obtendré una pequeña venganza contra él. Pero solo hablaré contigo, Audax, por mi bien e incluso por el tuyo, no debe haber más oídos aquí.

El Tremere la contempló un instante y con un gesto de la mano ordenó al acólito que se marchara.

-Volveremos más adelante a ese Mago. Háblame de ese Vástago tan poderoso.

Hákon no era capaz de moverse o mostrar emociones en el estado en que se encontraba, pero de haber sido así probablemente habría sido una mezcla de sorpresa, rabia y miedo lo que habría traslucido. Cuando escuchó el acento germano de los asaltantes, lo primero en lo que pensó fue en los Tremere vieneses. Su intuición no le había fallado.

Y ahora lo que temía era que el verdadero Hákon siempre hubiera estado ahí. Que estuviera tras el encuentro con la Tremere en Londres. Que todos sus pasos desde que dejara la capital britana hubieran sido parte de un plan conjunto entre el asesino gángrel, en vigilia desde el interior de su cuerpo, y los taimados hechiceros. 

De ser así... Había cumplido su encargo. Y la parte del acuerdo que los Tremere iban a pagar, a todas luces debía tratarse de hacerle recuperar su cuerpo. 

Así pues, la suerte estaba echada. Era el momento decisivo. Si estaba en lo cierto, aquel momento podía suponer su Muerte Definitiva. Y por un instante, le resultó de una dulzura perversa la idea de abrazarla por completo. Quizá de ese modo alcanzaría por fin una paz que se veía incapaz de conseguir a través de la no-vida.

Pero, ¿qué clase de paz iba a ser aquella? Los Tremere no dudarían en usar al verdadero Hákon para engañar a sus amigos. Quizá para acabar con ellos a traición. Y ellos, que por fin parecían haber limado asperezas y tender puentes, morirían a manos de quien habían considerado su benefactor. Aquello nada tenía que ver con una muerte pacífica. Aquello le invadió de un sentimiento de rabia feroz.

Pero, aún más importante: los altos valores que antaño caracterizaban a Francesco como guerrero Salubri salieron a flor de piel. Lealtad, valor justicia, honor. Valores que parecían ser un valor a la baja en el mundo vampírico y que él había abanderado con orgullo. Valores que le habían definido y por los que había dejado literalmente la piel. Todo aquello que los Tremere parecían antagonizar. Iba a presentar batalla. Iba a vender cara su alma. Por los valores en que había creído, por las personas que se habían convertido en motor de su vida. Por sí mismo. Y que la rabia, si era preciso, fuera el vehículo de su lucha. 

Sus ojos siguieron al acólito mientras se alejaba, y aún tardó un momento en responder cuando ya había desaparecido, como si quisiera asegurarse de que estaban realmente solos. Solo entonces volvió la mirada hacia Audax.

-El Dios Vampiro -musitó-. Para él buscamos las reliquias. Su mirada todo lo alcanza, y nada podemos hacer para escapar de su control. -Calló de pronto y se abrazó los hombros. Parecía que un escalofrío acabara de asaltarla-. Sé que cuando las consigamos nos matará, estoy segura. No quiero hacerlo, pero no puedo evitarlo. Y sin embargo, quizá...

Volvió a guardar silencio, aunque sus ojos se clavaron intensamente en Audax. Se diría que dudaba entre hablar o callar, entre entregarse a una loca idea o conservar la prudencia a la que el miedo la empujaba.

-Si vosotros... Si tú pudieras... -se corrigió-. Somos enemigos desde hace mucho tiempo, pero solo porque queríamos lo mismo. Ya no. Yo no ansío la Corona, tan solo la libertad. Y vengarme de Mithras. Si me ayudaras a lograrlo, Audax, yo te serviría las reliquias en bandeja de plata. No a tu Clan, no confíes en ellos: a ti. Pero nadie más debe saberlo.

No buscaban ni a Fátima ni a él, eso estaba claro. Conociéndola como la conocía era probable que intentara hacer un trato, pero la pregunta era si lo incluiría a él. Sabía que si tenía una oportunidad la aprovecharía, no se había ganado esa reputación sin hacer sacrificios.

De momento, solo podía esperar y escuchar todo lo que pudiera...

El Lasombra no estaba especialmente nervioso, no era la primera vez que su "vida" estaba en peligro y no creía que esta fuera la vez en la que le otorgarían la Muerte Definitiva.

No tenía nada que ver con lo que quiera que persiguieran en esta capilla tremere... Y apenas nada con la cuadrilla a la que parece que estaban persiguiendo, un poco de diplomacia sería suficiente. Si acaso tenía curiosidad, ¿tendría esto que ver con la Herejía? Sería una gran oportunidad para complacer a Monçada. 

El Tremere terminó de dibujar los glifos sobre la piel de Hákon. Sonja extrajo de sus ropajes un fragmento de cristal y lo partió frente él. En ese instante, la consciencia de Francesco cayó por un abismo sin fin. Una caída eterna que duró un instante hasta que despertó de pie, en un jardín fuera de la casa de su infancia, en Italia.

Se miró la manos las manos. Era su cuerpo. El que habitaba cuando murió.

Alzó la vista más allá de la entrada de la finca. Allí el paisaje cambiaba, tornándose en un bosque salvaje sobre el que cernía una tormenta. Una figura emergió de entre las sombras bajo la arboleda. Era Hákon. El verdadero Hákón que gruñía mientras caminaba hacia él.

Audax sonrió, complacido por la disposición de Rosalía.

-Oh, pero yo ya tengo la Corona. ¿Recuerdas? Tú me la diste -dijo afilando más los labios-. Es el tercer clavo, lo que busco. El que escondió el Ventrue antes de que desaparecierais. ¿Sabes tú dónde está? ¿Te lo ha contado?

Lope escuchó unos pasos femeninos acercarse.

 -Yo me encargo -dijo-. Señor, no nos han presentado. Mi nombre es Sandra Keller. Voy a retirarle la estaca del corazón. Le aconsejo que no se acerque a las paredes ni las rejas de la celda, pues están selladas por magia de protección. Tocarlas sería... desagradable.

Lope sintió entonces la madera vibrar en pecho hasta que la su corazón quedó liberado y pudo volver a moverse.

Sí, claro que lo recordaba. De la poca memoria que conservaba, ese era uno de sus recuerdos más intensos. Pero por qué se la entregó no lo sabía.

Desvió la vista y bajó la cabeza, como si no encontrara manera de responderle.

-No lo sé. Y si Daister lo sabe no me lo ha dicho. -No lo llamó por su nombre, intuyendo que era mejor para ambos que no supiera que a Thomas y a ella no solo los unían las reliquias-. Lo sigo porque no puedo dejarlo, porque Mithras sabe lo que Daister sabe. Es progenie de su progenie, si muere él lo sabrá -le advirtió, pero no se detuvo en ello. No quería que Audax intuyera su preocupación-. Si continúo mi viaje con él, me llevará hasta el clavo. Después, Mithras nos ordenará ir por ti. Quiere la Corona, lo sé. Pero si me dejas vivir, cuando llegue ese momento te entregaré el clavo, y lo tendrás todo. -Lo miró a los ojos, como quien no tiene nada que ocultar. Después su mirada cambió y se volvió suplicante-. No puedo ganar; permíteme al menos elegir cómo perder.

El Tremere entrelazó las manos a su espalda y dio y le dio la espalda.

-Me pides que te deje partir, en pos del Clavo, con la sola promesa de que me lo traerás. ¿Cómo estar seguro de que no se lo entregarás a ese Daister al que auspicia el propio Mithras? O quizás seas tú la que influye sobre él, dado que bebió de tu Sangre. ¿O vas a negarlo? El hechizo de rastreo le contaminó. Limpiaste tu Sangre, pero no la suya. Lo has Vinculado, ¿verdad? -preguntó volviéndose para mirarla-. ¿O acaso es tu amante? Sandra os vio muy cercanos en Zaragoza. Sea como sea creo que eres tú quien maneja los hilos aquí.

Bajó de nuevo la vista, maldiciendo para sí. Qué estúpida había sido creyéndolos libres del yugo Tremere... Había convencido a Thomas y Hákon de que ya no debían temerlo y una noche después el destino se encargaba de demostrarles a los tres que se equivocaba. Como tantas otras veces.

No necesitó fingirse hundida cuando volvió a mirar a Audax.

-Sí, lo vinculé. En Zaragoza, la noche que Sandra nos vio. No encontré otra manera de asegurar que no me mataría... Pero ha pasado tiempo y ya no se fía de mí. Y desde Roma... -Alzó la vista al techo un instante y dejó escapar un suspiro entrecortado-. Allí las cosas cambiaron, escapé de él, pero me encontró. Tenía la ayuda de otros Ventrue. Sandra estaba allí, ella podrá decirte que no estábamos juntos. Desde entonces soy casi su rehén. Ahora es él quien trata de vincularme, pero soy cauta y aún no lo ha logrado.

Casi se sintió orgullosa de la forma en que había enredado la verdad para convertirla en mentira. El propio Thomas estaría satisfecho.

Sin embargo, todavía no había conseguido nada. Tal vez estuviera errando en sus suposiciones, pero creía haber visto un deje de celoso apetito en las preguntas de Audax. Si para escapar viva y con Thomas de allí había de hacer sacrificios, los haría.

-La Vitae no me une ya a él -dijo, clavando los ojos en los del Tremere-. Pero puede unirme a ti. Así sabrás que cumpliré mi palabra. Él no lo sabrá, tampoco tu Clan. Solo tú y yo -concluyó como una invitación, sin permitir que la mirada de Audax escapara de la suya.

Francesco abrió los ojos con una sensación familiar que le hizo sentirse arropado. Alzó las manos para observar palmas y dorso, los antebrazos. Recordaba de pronto cada cicatriz, aquella falange que de mortal no había curado bien y atrofiaba ligeramente un dedo. Se palpó el rostro lentamente, reconociendo lo que había olvidado, redescubriendo su sonrisa.

Encaró por fin a su enemigo al que había tomado prestado el rostro. 

-Hákon Svarta -comenzó a caminar hacia él-. ¿Quién iba a decir que tendría algo que agradecer a los Tremere por una vez? Pero siempre hay una primera vez para todo...

Apretó el paso hacia el gángrel mientras extraía su espada de la funda. Los últimos meses, casi un año, habitando un cuerpo que no sentía suyo habían sido una tortura. Una lucha constante consigo mismo y la pregunta "¿quién soy?" una y otra vez regresando a la mente. Pero tras la última noche, gracias a sus camaradas, y ahora en la mesa de los Tremere, había recordado todo. 

Puede que los Salubri ya no existieran, pero él seguía siendo uno de ellos. Y ser un guerrero de Samiel significaba mucho más que un simple título o una simple circunstancia. Los guerreros Salubri no eran escogidos a la ligera.

-¿Pero quién te crees que eres a mi lado? -espetó, blandiendo el filo por primera vez en mucho tiempo-. He batallado contra monstruos cuyas atrocidades te harían llorar como un crío, y si crees que os tengo miedo a ti o a esos bastardos...

Cerró la palma de su mano siniestra alrededor del filo de su espada. En la frente aquella línea que parecía una cicatriz se abrió hasta mostrar el tercer ojo que le había identificado en su día como uno de los hijos de Saulot: un óculo de un color dorado, lobuno. De un rápido tirón de la espada, la hoja quedó impregnada de la sangre del vástago, ahora en posición de combate. Y antes de que la primera gota resbalara al suelo, el arma estalló en llamas. 

-Estás muy equivocado, hijo de perra.

Los ojos del Tremere se abrieron ansiosos ante el ofrecimiento final de Rosalía y sin apartar la vista de ella se acercó casi hasta tocar los barrotes.

-¿Beberías de mí? ¿Te someterías a mi voluntad? -le preguntó a la par incrédulo y esperanzado.

El Gangrel vikingo se detuvo, sin poder esconder la sorpresa por el ímpetu que impulsaba a Francesco. Entonces rugió como una bestia primitiva y mostrando las garras corrió al choque con su enemigo.

-¡Maldito ladrón de cuerpos! -bramó-. ¡Te reduciré a la nada! ¡Te enviaré a Helheim!

Francesco rechazó el embate de Hákon con una estocada tremenda que provocó un destello de llamas ante sí. El cuerpo firme, seguro, como su voluntad. 

-El destino que te aguarda es mucho peor, escoria -respondió, con calma-. Tras esta noche, sólo te quedará el olvido.

Sin apartar la mirada de él, esperó un instante antes de responder.

-Lo haré, Audax. A cambio de que me saques de aquí sin astilla alguna. A mí y a Daister. Sí, beberé de ti.

-Eso lo veremos -gruñó el Gangrel.

Las marcas que los Tremere habían pintado refulgieron de un rojo vibrante en el rostro de Hakon y sus músculo parecieron hincharse. Lanzó un ataque a Francesco pero falló, acompañando su frustración de un rugido.