Partida Rol por web

Dejó escapar un breve suspiro.

-Te acompañaremos. Sabemos bien qué tipo de presas necesitas, pero si nosotros podemos alimentarnos más discretamente, lo haremos. Y, Thomas, más vale que no seas demasiado exigente.

Thomas esbozó una sonrisa.

-Lo intentaré.

Juntos atravesaron la muralla de la ciudad, que, siendo una hora temprana de la noche, todavía estaba abierta.

El Ventrue tomó la iniciativa. En las ciudades costeras, como aquella, lo más aconsejable era acercarse al puerto, pues a su alrededor se concentraban una gran variedad de ofertas para los marineros que pasaban algo de tiempo en tierra, servicios de meretrices entre ellos. Guiados por Thomas, localizaron una calle estrecha con varias casas sibilinamente anunciadas como burdeles. Siguieron hasta el final, dado que según el plan de Rosalía ellos debían ir más al este. Thomas se detuvo frente a la puerta y se volvió antes de llamar.

-¿No queréis entrar? Será divertido.

Rosalía reconoció para sí que acercarse al puerto había sido una buena idea, ya no solo por la cantidad de burdeles que ofrecía, sino sobre todo porque entre tantos extraños y gentes tan variadas les sería más fácil pasar desapercibidos.

Cuando Thomas eligió al fin una mancebía y los invitó a entrar, se volvió hacia Hákon para que fuera él quien decidiera. Tenía claro que lo más prudente era no separarse, pero no sentía ganas de alimentarse con el Ventrue ni, desde luego, de hacer nada divertido. Quería cazar, apagar la sed y volver a los carros para continuar el viaje cuanto antes.

Sin decir nada más, Aza cabeceo en dirección a la barriada que rodeaba los muros de la ciudad. Quería esperar a estar más alejado del grupo para preguntar a Lope sobre la Orden que había acabado con la vida de su familia. No quería que nadie conociera ningún detalle de su pasado.

-¿Estáis disfrutando del viaje, señor Garcés?

Hákon compartía con Rosalía, en silencio, la necesidad de apagar la sed y regresar a los carros rápidamente. Sin embargo, no tenía más nociones que las de Thomas en cuanto a la zona de alimentación... Y a él, siempre y cuando no fueran niños, le daba francamente igual de qué alimentarse.

De todos modos la realidad era que no debían separarse, y que Thomas necesitaba alimentar sus refinados apetitos. 

-Vayamos con él -dijo a Rosalía-, es mejor no separarnos y al final esto resultará más rápido. Seamos discretos y rápidos. Thomas, ignoro hasta qué punto estos lugares están controlados por los principados, así que dinos cómo es mejor que procedamos. 

A veces la sociedad cainita le recordaba a un grupo de niños... Él acababa de llegar y los demás infantes todavía no compartían con él sus juguetes ni le invitaban a participar en sus aventuras. Era normal, necesitarían tiempo y motivos para confiar en él, sería paciente. 

De momento confiaba en que el assamita fuera digno de la confianza que Fátima parecía concederle.

- Todavía no se puede decir que esté disfrutando, esa es la verdad. De momento por lo menos no tenemos los cuchillos de nuestros enemigos en el gaznate, y eso ya es de agradecer... - Hizo una pausa breve.- Y vos, señor Aza, ¿estáis disfrutando del viaje? Disculpadme, sé que os llaman Aza y deduzco que sois assamita pero no conozco vuestro apellido.

Deduciendo la estructura de las ciudades portuarias de la frontera del territorio veneciano dirigió sus pasos hacia una zona donde esperaba poder encontrar pobres desalmados de los que alimentarse sin llamar mucho la atención.

La ironía no era el fuerte de Aza, y el mínimo intento de realizar un comentario en esas vías para ganarse la confianza de Lope no dio resultado, la respuesta del aragonés fue literal, así que desechó seguir por ese terreno.

-Mi apellido es Serdar, de los gölge sava?ç?lar del sur de Anatolia. - Intentó observar detenidamente la reacción de Lope cuando mencionó a su tribu, aunque por lo que había visto de Lope daba la impresión de ser un hombre cauto y no dejaría entrever su reacción si había tenido algo que ver con la muerte de su familia o conocía a los responsables, pero había que intentarlo- Y no podría decirse que disfruto del viaje, pero tampoco me disgusta. Nunca me ha agradado quedarme mucho tiempo en un mismo lugar. Pero contadme, ¿cuándo conocisteis a Fátima?

-Lo primero, es reconocer el terreno -dijo el Ventrue empujando levemente la puerta.

A través de la abertura atisbaron un gran salón amueblado con mesas bajas. Sus ocupantes se recostaban sobre mullidos cojines, mientras mujeres ataviadas con sedas escuetas bailaban y retozaban a su alrededor.

La simple visión de la escena acentuó el Hambre de Thomas.

-Supongo que Hakón y yo podemos hacernos pasar por clientes -susurró tras la puerta entreabierta-. Mejor si entramos separados.

Después miró a Rosalía con ojos interrogantes. No quería decidir por ella qué papel iba a representar y por su actitud, la Toreador ya había insinuado que no tenía el ánimo muy despierto.

Aza y Lope se encaminaron hacia el mercado. El Lasombra pensó que iniciada la noche encontrarían un apropiado trasiego de mercaderes que desmontaban sus puestos y compradores tardanos que buscaban las oportunidades de última hora.

- Fátima vivió durante un tiempo en Aragón trabajando para los aliados de mi casa o sus enemigos, según su conveniencia. Coincidimos varias veces, es una mujer difícil de olvidar. - sonrió con picardía. - Y tú, Aza Serdar, ¿cómo es que viajas con tan notable compañera?

Se encaminaron hacia una zona donde probablemente todavía habría viandantes. Quería aprovechar para conversar con Aza, pero como los humanos acabarían por marcharse a descansar no dejó de caminar ni retrasó la marcha.

-¿Y yo no puedo pasar por cliente? -preguntó a modo de respuesta. En un puerto, pensó, las muchachas que trabajaban allí habrían visto demasiadas cosas como para sorprenderse. Miró un instante a uno y a otro, decidiendo con quién le convenía más entrar. Pero, aunque prefería acompañar a Hákon, hubo de obligarse a aceptar que su aspecto eran demasiado diferente y que llamaría menos la atención entrando en compañía del Ventrue-. Entraré contigo, Thomas. Tú te ocupas.

-En tal caso entrad vosotros primero y luego lo haré yo, pero acabemos esto cuanto antes. 

Se palmeó la bolsa de cuero destinada a las monedas, descubriendo que no se encontraba en su mejor estado. No era de extrañar. Hacía ya tiempo que no necesitaba, en realidad, nada que el oro pudiera comprar. 

-Thomas, dame algunas monedas por favor. 

Thomas ocultó cierta sorpresa ante la decisión de Rosalía.

-Por supuesto -le respondió.

Después se volvió hacia Francesco y sacó de su bolsa varias monedas para entregárselas. Por suerte, Elizabeth le había provisto de una gran cantidad de dinero que poner al servicio de la causa de Mithras.

-Mantente alerta -le pidió al Gangrel.

Entonces abrió la puerta y e invitó a pasar a la Toreador.

Thomas cruzó el umbral detrás de la Toreador. Muchas miradas se volvieron hacia ellos, impactados por su inmortal belleza. El Ventrue localizó con la mirada a la mujer junto a las escaleras, a la identificó como a la autoridad al cargo.

Con suave firmeza, paso su mano por detrás de la espalda de Rosalía hasta posarla en su cadera y la invitó a caminar con él hacia la Madame. Tuvieron que evitar a un par de bailarinas que se contonearon a su paso y a las que Thomas despachó con una sonrisa galante. El aroma cercano de Rosalía y su preternatural calidez contra su cuerpo despertaron en él emociones intensas y encontradas.

-Buenas noches, Mademoiselle  -la saludó. Hablabla italiano con un marcado acento francés-. Venimos de muy lejos y ha sido un long voyage. Ciertos amigos nos han confesado que la vuestra es una fonda en la que una joven y curiosa pareja como nosotros puede recalar para satisfacer ciertos caprices.

El Ventrue dio unos toques con los dedos a la bolsa que prendía de su cinturón haciendo tintinear las monedas.

-¡Por supuesto, Señor! Acompáñennos vuestras mercedes.

La Madame les condujo a un cuarto apartado, con varios espejos colocados en una de las paredes. Se ausentó un segundo y volvió seguida de diez mujeres, las más atractivas de las que habían visto al llegar. La Damas, con rasgos de lo más diversos, se desplegaron frente a ellos, de espaldas a los espejo, con una sonrisa dibujada en los labios. Era una alegría auténtica, pues a buen seguro pocos clientes con semejante encantos les habían caído en suerte.

-Desde luego vuestra fama es merecida -comentó Thomas-. Escoge tú, mon amour, yo me siento incapaz. Es posible que no nos baste sólo con una -añadió con toda la intención, pues desconocía la intensidad del Hambre de Rosalía-. Necesitaremos una habitación grande y muy privada -aclaró mirando a la regente.

-La dispondré enseguida, mi Señor -respondió ésta.

Cuando cruzó la puerta del burdel, sus ojos recorrieron con cierta curiosidad el interior. De inmediato se dejó atrapar por aquella atmósfera cálidad y voluptuosa y su ánimo se encendió al captar tantas miradas.

Pero al notar la mano de Thomas, su espalda se tensó y por un instante su gesto se crispó. Contuvo la intranquilidad para componer una sonrisa y caminó junto al Ventrue hacia la meretriz y después hasta la habitación donde las diez mujeres se les ofrecieron.

Aunque agradada por tanta belleza, pensó que aquello, en realidad, era un tanto triste. Resultaba una forma sencilla y grata de alimentarse, pero carecía de la emoción de la caza, de la seducción. Estaban, en realidad, delante de un puesto de carne decidendo qué pieza tenía mejor pinta.

-Tú... y tú -dijo con acento francés tras observar una a una a las mujeres. Eligió para sí a la de rostro más hermoso, una muchacha rubia que no aparentaba mucha más edad que ella y por la que sintió cierta compasión. Pensó que, mientras estuviera con ellos, ningún viejo pervertido podría manosearla. Y, para Thomas, señaló a una morena algo más mayor, aunque hermosa también, alta y espigada, la más diferente a ella de cuantas había.

Después se giró hacia la meretriz con gesto impaciente.

Thomas mostró cierta sorpresa ante la elección de la segunda mujer. No era la que más se acercaba a sus gustos pero quizás Rosalía la había escogido para sí misma.

Se acercó a la Regente y le entregó varias monedas. Por la expresión de la Madame había sido más que generoso. Ella abrió una pequeña dispensa y les ofreció una botella de vino.

-Cortesía de la casa. ¡Vamos chicas! -dispuso motivada por el gesto anhelante de Rosalía.

Las descartadas abandonaron la habitación decepcionadas. Las dos elegidas se acercaron y entrelazaron sus brazos con los de los Vampiros para guiarles por las escaleras fuera de la sala. El Ventrue le entregó la botella a la más alta, quien la descorchó con los dientes. Bebó un largo trago y le ofreció otro a su compañera. Los cuatro subieron los escalones entre besos y arrumacos.

Thomas procuró no rozar a Rosalía. Le disuadía el tenso reflejo que había agarrotado su espalda cuando la había tocado antes. Paradójicamente, aquella reacción reveló para él más que un gesto de desprecio. Si la castellana era en realidad una villana que se había acercado a él sólo para acceder a la relequías les había sido mucho más sencillo para ello fingir un cálido afecto por él. Sin embargo, había reaccionado con desprecio, el desprecio propio y sincero en una amante herida por la traición. Una reacción enteramente natural para quien había vivido lo que ella. Aquello despertó en él cierto pesar, pues cabía la propable posbilidad de que fuera él el villano de la historia. Enmascaró el sentimiento tras una sugerente sonrisa y besó a la meretriz de cabellos dorados mientras abrían la puerta de la habitación en la segunda planta.

-Estáis muy frío, Señor -le dijo ella con voz sugerente-. Sentaos en la cama. Seguro que ver cómo jugamos con vuestra bella esposa os hace entrar en calor.

Thomas frunció el ceño y se sentó sobre la manta de terciopelo que cubría la cama redonda. Las damas italianas cerraron la puerta y comenzaron a acariciar y besar a Rosalía. En otras circunstancias, aquello había deleitado al Ventrue. Se lamentó, pues él y Rosalía eran muy parecidos. Los dos gustaban de los placeres, la caza y la belleza. Deberían disfrutar de aquella situación, concederse un instante para la felicidad y sin embargo ahí estaban, en la misma habitación y tan distantes.

-¿Os gusta lo que veis? -preguntó la mortal espigada. Habían volteado a Rosalía hacia él y comenzaron a quitarle el corsé.

El Ventrue no supo dónde posar la vista. Inclinó la cabeza y se recordó que debía pasar por un fogoso marido, así que fingió una sonrisa y clavó sus ojos en los de Rosalía. La miró con intensidad. Una intensidad que quería pedir perdón.

Rosalía no esperaba que las muchachas tuvieran tanta iniciativa, así que antes siquiera de poder pensar cómo separarlas para que ambos pudieran alimentarse con cierta intimidad, se vio entre ambas, recibiendo unas caricias que solo aumentaron su intranquilidad y la tensión hacia Thomas.

Ella se deleitaba con las mujeres hermosas, pero de la misma forma en que podía hacerlo con una obra de arte. No sentía ni podía sentir hacia ellas ningún deseo, pero fingió disfrutar de sus manos unos instantes para no hacerles sospechar que no estaban allí por un caprice. En otras circunstancias tal vez le hubiera resultado incluso divertido y se habría dejado llevar, pero en aquella habitación también estaba Thomas, y eso, para ella, tornaba la situación casi en un castigo.

Evitó mirar al Ventrue tanto como le fue posible, pero cuando las muchachas la obligaron a girarse y la dejaron frente a él, sus miradas inevitablemente se encontraron y lo que vio en los ojos de Thomas la sorprendió casi hasta el punto de conmoverla. Sin embargo, también fue un recordatorio de todo cuanto había ocurrido, y con un gesto un tanto brusco cogió el brazo de la mujer morena para evitar que siguiera desanudándole el corsé.

-Ve con él -dijo suavizando la voz tanto como pudo.

Cuando la muchacha se alejó de ella hacia Thomas, tomó a la más joven de la cintura y la condujo hacia la pared, en el rincón más oscuro de la habitación. Aguardó unos momentos mientras acariciaba el rostro y los hombros de la chica, y confiando en que el Ventrue tuviera suficientemente distraía a su propia víctima, comenzó a besarle el cuello hasta que la notó relajada. Entonces clavó los colmillos y bebió, esforzándose por mantener en todo momento su consciencia, pues no deseaba hacer ningún daño a la joven.

Sus colmillos atravesaron la suave carne de la mujer y la sangre brotó apasionadamente hacia su boca. Rosalía comenzó a tragar y el sabor dulce la abrumó. El regusto a alcohol terminó de embotar sus sentidos. En su mente se proyectaron un sinfín de imágenes, recuerdos de jóvenes y bellos varones a los que la mujer se entregaba con desenfreno para satisfacer sus deseos más salvajes. El cuerpo de la Vampira se estremeció y no sin gran esfuerzo logró separar sus labios del cuello. Sus sentidos cosquilleaban y le pedían más.