Partida Rol por web

Miguel sopesó sus palabras un instante.

-Hablaré con él, pero eso quizás levante sospechas. ¿Qué me autorizáis a decirle y hasta que punto confiáis en él?

Rosalía desvió la vista y pareció meditar. No quería que Miguel intuyera la verdadera cercanía que la unía a Massimo.

-Podéis decirle que habéis escuchado de mi regreso y que no creéis que sea culpable. Si él reacciona bien, decid que ojalá pudiérais ayudarme. Probablemente se sienta más próximo a vos que al Príncipe -torció el gesto con desagrado-. Quizás comparta con vos lo que sabe, si es que sabe algo.

-Así lo haré -le dijo-. Marcharé ahora mismo. Aún es temprano y es probable que lo encuentre en el Elíseo. Vos no os mováis de aquí.

-Gracias... -musitó, como si la emoción apenas le permitiera hablar-. Sabía que podía confiar en vos, Miguel -sonrió dulcemente.

Miguel abandonó la estancia y al salir murmuró algo a su criado. Rosalía quedó sola en la sala del refugio.

Rosalía aguardó más de media noche en aquella habitación, sin más compañía que uno de los criado que abrió la puerta un par de veces para ver cómo se encontraba. Entonces alguien llamó violenta y precipitadamente a la puerta principal

Se puso en pie de un salto y agudizó instintivamente su oído. Lo primero que pensó fue que Miguel la había delatado y los hombres del Príncipe venían a apresarla de nuevo. Sin embargo, pronto se dijo que no actuarían tan abiertamente, desvelando su llegada y dándole tiempo a escapar. Pero entonces, ¿quién era y por qué llamaba de esa manera? Con cautela se asomó por la puerta de la sala donde aguardaba y prestó atención a los sonidos de la entrada principal.

La Toreador concentró sus sentidos y pudo escuchar con nitidez como uno de los criados abría la puerta.

-¡El amo está en peligro!- exclamó con angustia una voz femenina.

-¿Qué?

-¡Ha sido hecho preso después de hablar con el Príncipe! 

Oh, no. ¿Por qué había hablado con el Príncipe? ¡Era a Massimo a quien debía ver! A menos que... Tal vez Massimo había delatado a Miguel ante el Príncipe. Pero ¿por qué? Eso no la ayudaba a ella... Debía marcharse. Si Miguel había sido acusado de protegerla pronto llegarían para registrar su refugio. ¿Pero qué le pasaría a él? Había ido a su casa y lo había convencido con malas artes, se había aprovechado de su bondad y de sus sentimientos. Si se marchaba ahora y lo abandonaba a su suerte en las prisiones no sería mejor que quienes la acusaban a ella. Salió de la sala y se dirigió hacia la puerta con paso apresurado.

-¿Por qué lo han apresado? -preguntó a la sirvienta que había dado la noticia.

La sirvienta la miró y apretó los párpados.

-Una Tremere lo acusó de darte cobijo. ¡Tú eres la culpable y ahora vienen hacia aquí para prenderte!

-Dime su nombre -ordenó sin permitir que el enfado de la sirvienta la afectara-. Dejad que registren la casa como si no tuviérais nada de ocultar -habló a los demás criados-. Me marcho, no he estado aquí esta noche. Trataré de ayudar a Miguel.

-Keller... Se llamaba "algo" Keller -le dijo ella.

Acto seguido la Toreador se marchó a toda prisa por la puerta trasera. Ya en las calles, pudo escuchar el sonido de un pequeño contingente acercándose a la casa.

Rodeó la villa ajardinada por calles cercanas, evitando en todo momento acercarse al contingente pero si querer alejarse demasiado. Nicolae debía de permanecer aún en la zona. Necesitaba encontrarlo.

Buscando con la mirada divisó a Nicolae, oculto tras un pequeño muro de una villa contigua. Debía atravesar una calzada para llegar hasta él.

La Toreador se dispuso a acudir al encuentro de Nicolae con la mayor de las cautelas, pero al apoyar su mano en el muro una de las piedras resultó estar suelta y cayó al suelo, llamando la atención de los hombres del Príncipe.

-¡Allí está! -gritó un hombre armado señalando en su dirección.

Rápidamente miró en la dirección de Nicolae y de forma casi imperceptible negó con la cabeza. Era mejor que no interviniera: lo necesitaba fuera si acaso ella volvía a ser encerrada.
Después echó a correr para escapar de los hombres del Príncipe, tan deprisa como su sangre inmortal le permitía.

Rosalía corrió para alejarse. La maniobra logró dejar atrás a tres de sus perseguidores. Uno la seguía muy de cerca y extendió el brazo para agarrarla mientras que el último corría apenas a tres pasos por detrás.