Ella enarcó una ceja y bajó el cuchillo.
-De modo que sois la Diabolista. Una fugitiva. Quizás sí que tengamos un interés común en esta villa.
Rosalía suspiró de nuevo, pero esta vez de alivio. Su primer impulso fue negar la Dablerie, pero decidió que si eso era lo que había convencido a Fatima podía dejarlo pasar.
-¿Puedo entrar para hablar más discretamente?
El Grangrel detuvo su carrera y frunció el ceño al leer la misiva, confuso. ¿Quién diablos había escrito aquello en su maldito nombre? Había pensado en Astrid, por supuesto, pero quizá no había sido cosa suya. ¿Dominado, tal vez? ¿Le habían hecho escribir aquello en contra de su voluntad?
En cualquier caso, necesitaba a su compañera. Si no para sacarle respuestas, para dar con Daister y saber más sobre aquellos, aparentemente antiguos compinches. Así que fue en su busca sin demorarse por más tiempo.
Hakan llegó hasta la posada. En sus inmediaciones encontró a Astrid que tenía un sano color de haberse alimentado recientemente.
-Vaya. Por fin te dignas a aparecer. ¿Ya te has cansado de jugar con tus amigos?
-Pasad -dijo apartándose de la puerta-. O sois muy valiente o estáis desesperada. ¿Cómo vais a ayudarme?
-Primero decidme en qué consiste vuestro contrato -dijo después de acceder al interior-. Tengo contactos aquí. Contactos muy útiles, dispuestos a hacer cualquier cosa que les pida.
Fátima cerro la puerta tras de sí. El interior del refugio era pequeño y apenas contaba con una mesa de madera y un par de silla. La iluminación que proporcionaban las dos velas sobre la tabla era de pareja humildad.
-Estoy aquí para asesinar a un Vástago. No voy a deciros quién. Todavía no. Si me facilitáis una situación propicia para cobrar mi presa yo misma os introduciré en Bizancio y os diré todo lo que queráis saber. Siempre que vuestros propósitos allí no se opongan a los intereses de los Hijos de Haqim, claro.
-Lo que voy a hacer en Bizancio no tiene nada que ver con vuestra gente -respondió tomando asiento aunque Fátima no se lo hubiera indicado-. ¿Qué necesitáis para obtener esa situación propicia? -excepto el de Massimo y los miembros de Christian Adler, poco le importaba el destino de los demás Vástagos de Roma.
Fátima sonrió cuando Rosalía tomó asiento. Aquella muestra de iniciativa pareció ser de su agrado.
-Necesito acceso al Elíseo de la ciudad.
-Puedo conseguíroslo -respondió confiada. Aún no sabía cómo, pero algo se le ocurriría; a ella o a sus hombres-. ¿Cuándo?
-Mañana. ¿Será suficiente para que lo preparéis?
-Sí -se aventuró a afirmar-. Lo organizaré con mis hombres y me pondré en contacto con vos. Y ahora decidme, ¿Quién es vuestro objetivo?
-Eso lo sabréis cuando haya muerto. No puedo arriesgarme a revelároslo y que os de por compartir esa información o intervengáis. Los Contratos son estrictamente confidenciales.
-Más o menos. Por eso he debido de considerar conveniente buscar otros... -extrajo el pliego de papel y lo tendió a la mujer, cruzándose de brazos cuando ella lo cogió-. Al parecer envié esto poco antes de salir de Londres a dos antiguos compinches. Uno de aspecto joven y otro grande y barbudo. Gangrel, creo, el último. ¿Sabes quiénes son Astrid? ¿Y reconoces la letra de esta carta?
Astrid tomó la carta intrigada
-Quienes describes parecen los miembros de tu vieja Cuadrilla... De la de Hakan, quiero decir. Ratón y Baltos. Y esta letra. Yo diría que es la del propio Hakan. Mira, todavía escribes algunos bordes de las mayúsculas como si fueran runas -dijo sin contener cierto asombro.
-No es posible -recuperó la carta y la observó, estupefacto. La caligrafía... Había pensado que denotaba miedo, pero quizá se había equivocado. Quizá era temblorosa porque denotaba esfuerzo-. ¿Y si...? ¿Y si Hakan no hubiera desaparecido del todo...?
Fue una pregunta en voz alta, para sí mismo, pero miró a Astrid y en sus ojos había una honda preocupación. ¿Había tomado Hakan posesión temporalmente de su cuerpo para enviar aquello?
-¿Crees?... -murmuró la Gauta dando dos pasos hacia atrás-. ¿Crees que eso es posible?
Negó con la cabeza y alzó los brazos, angustiado.
-No lo sé... Es... Nunca habíamos escuchado nada parecido a lo que me ocurrió cuando Hakan el Negro devoró mi alma. No puedo estar seguro de que no quede algo de él dentro de mí. Y es cierto que me siento más... Más salvaje... Y si antes disfrutaba con la violencia, aunque me lo quisiera negar a mí mismo, ahora disfruto todavía más... Pero no puedo hablar con nadie sobre esto, no puedo confiar en nadie más que los que ya lo sabéis, Astrid.
-Pues no sé. Pero si lo que dices fuera verdad, más te vale hacer lo posible por tenerlo controlado. Si Hakan ha hecho venir a esos dos hasta aquí es porque tiene algo planeado. Y cuando se trata de vengarse... Hasta yo me acojonaría si Hakan fuera capaz de vengarse.
-No he notado nada extraño, nada que se salga de lo común... -dijo, mirándose las palmas de las manos como si hubiera alguna clase de respuesta a sus dudas en ellas-. Ni siquiera sé si es posible... Todo esto ha sido demasiado extraño y no sé quién o cómo podría ayudarme con esto. Pero para combatir a Hakan, si aún quedara algo de él dentro de mí, debería sentir su presencia en mi interior, ¿o no?