Partida Rol por web

No pudo evitar sonreír admirada ante la serena resistencia del mortal. Asintió y abrió la puerta.

-Adiós pues, Giacco. O hasta la próxima vez -se despidió antes de salir.

Rosalía abandonó el refugio del Magus. No supo como había llegado allí pero consiguió ubicarse hasta salir a una de las vías principales de la ciudad. Desde ahí divisó un fulgor llameante sobre la bruma nocturna que rodeaba la silueta del Coliseo.

Echó a correr hacia allí. No se expondría a la visión directa de las llamas, pero necesitaba saber si el incendio tenía algo que ver con ella, con Håkan, con la Assamita o con los Tremere.
Y, sobre todo, si el anfiteatro iba a sobrevivir al fuego. Aún recordaba la noche en que Massimo se lo enseñó...

La Toreador se acercó a la carrera. Llegando desde la avenida principal, avanzó hasta que le fue del todo imposible continuar. Un torrente de humano abandonaba el lugar cual estampida de animales, pasando sobre quienes caían y no volvían a levantarse. Rosalía pudo comprobar a simple vista la presencia de otros Vástagos, que llevados por el frenesí de las llamas saltaban sobre los tejados, apartaban de un zarpazo a varios mortales o se alimentaban de ellos víctimas de un pánico ansioso.

No quiso seguir avanzando. Buscó refugio entre las jambas de una puerta que se remetía en el muro y durante unos instantes contempló asustada a las gentes pasar ante sus ojos. ¿Qué estaba ocurriendo? El incendio del Coliseo era una tragedia, pero no creía que pudiera haber producido por sí solo semejante caos entre mortales e inmortales. Algo más debía de haber desencadenado aquella huida en masa.

-¡¿Qué ha pasado?! -trató de hacerse oír, aunque sin demasiadas esperanzas de que nadie le respondiera-.¿De qué huís?

-¡Bestias! ¡Bestias! -gritó desaforado un hombre, en parte en respuesta a su pregunta, en parto por puro desahogo.

¿Garous? ¿O tal vez otra clase de bestias?
Instintivamente se llevó la mano al cuello, pero no encontró ya el colgante de Thomas. Maldijo para sí.
Asomó la cabeza a la calle, en la dirección del Coliseo, y agudizó la vista intentando distinguir algo más allá de la turba despavorida.

Merced de su visión vampírica, Rosalía divisó unas sombras arremolinarse en torno a alguien para dejar tras de sí una masa sanguinolenta. Varios Vampiros luchaban a lo lejos y entre ellos pudo distinguir a Nicolae espada en mano.

Con el ceño fruncido caviló unos instantes. Seguía sin saber qué estaba ocurriendo, qué hacía Nicolae allí ni contra quiénes luchaba. ¿Era buena idea acercarse o lo mejor que podía hacer era huir?
Ya había tenido suficientes complicaciones aquella noche, pero necesitaba saber si Miguel había sido liberado, si Fátima había cumplido su contrato y podía por fin guiarla a Constantinopla. Necesitaba localizar a Håkan y a Rodrigo. No podía regresar a la Casa Bona y no tenía otro lugar donde refugiarse.
Sin apartar los ojos del lejano combate se mordió el labio y negó con la cabeza. ¿Por qué todo tenía que ser tan complicado?
Con cuidado de no caer al suelo por los empujones se abrió paso entre la gente hasta alcanzar una bocacalle más despejada. Daría un rodeo para acercarse al Coliseo desde una calle adyacente, evitando siempre la visión directa de las llamas.

-¡No vengáis por aquí, Signora! -le gritó el lugareño con el que se topó de frente al abordar la callejuela. El hombre corría en dirección contraria a la suya y pasó a su lado a la carrera sin detenerse-. ¡El Coliseo arde!

Rosalía prosiguió su acercamiento al monumento romano y ya desde la desembocadura de la bocacalle tuvo una mejor imagen de la batalla que se libraba. Un turba de vástagos luchaban unos con otros, casi como enloquecidos. Entre ellos, algunos de los que la Toreador había conocido en la ciudad: Nicolae luchaba con Hugo Darilio y la Tremere Sonja Keller blandía sus cuchillos contra la sombra líquida que trataba de atraparla.

Oculta tras la esquina de la calle, observó los combates. Si Nicolae parecía valerse por sí mismo, no intervendría. En cualquier caso tampoco su intervención cambiaría demasiado las tornas. Fijó su atención en las sombras que atacaban a la Tremere. ¿Pertenecían a algún Lasombra, quizá? ¿Pero, a quién? ¿Y por qué tardaban tanto en acabar con ella? Tal vez ella pudiera ayudar, aunque supusiera arriesgarse.

-¡Sonja Keller! -gritó tan alto como pudo abandonando su escondite. Necesitaba que la mirara directamente.

La Tremere ni siquiera pudo desviar la vista hacia quien la invocaba, pues los brazos de sombra terminaron por sujetarla zarandeándola de un lado a otro. Al final de los tentáculos, un Vampiro de pelo moreno y corto parecía controlarlos. Grupos de Vampiros luchaban unos con otros y también entre sí, como si fueran presas de una enajenación colectiva a los pies de un Coliseo en llamas. 

-¡Calmaos! ¡Calmaos! -parecía ordena otro Vampiro tambaleándose a causa de la heridas-. ¡Abandonad esta locura!

-¡Mirad!¡Es la proscrita! ¡La diabolista! -gritó alguien en dirección a Rosalía.

Paseó rápidamente los ojos sobre los rostros de todos, intentando averiguar a quién conocía y a quién no, quién era enemigo y quién, tal vez, aliado, hasta centrarse en el que acababa de delatarla. No quería echar a correr, huyendo sin rumbo otra vez, y estaba claro que en aquel momento ella no era la preocupación principal de los Vástagos de Roma. Quizás no la atacaran todavía.

Rosalía contemplo los más de veinte Vástagos implicados en la refriega. A los ya reconocidos Nicolae, Hugo y Sonja había que sumar las caras de otros muchos desconocidos a los que nunca había visto o quizás no recordara, pues quien había gritado su nombre, un hombre de lacia melena, no pudo identificarlo.

-¡El Príncipe! ¡El Príncipe ha muerto! -aulló un vástago recién salido de las catacumbas del Coliseo.

Supongo que ése era el encargo que Fátima debía cumplir...
Una idea cruzó por su cabeza: podía delatar a la Assamita a cambio de que le conmutaran su pena. Había mucha otra gente capaz de guiarla hasta Bizancio.
Pero estaba harta de traiciones. Prefería tener a Fátima de su lado, si es que algo así podía decirse de un hijo de Haqim, y además no tenía la certeza de que delatarla fuera a librarla de su condena. Así que prefirió callar.
Por el momento nadie más que ese desconocido parecía haberse percatado de su presencia, de modo que sin abandonar su escondite centró su atención en el combate entre Sonja y el Lasombra, pendiente sin embargo de que nadie se le acercara.

La noticia sobre el fallecimiento del Príncipe, por su impacto, hizo que todos se miraran con ojos acechantes, como lobos a punto de competir por una presa.

-Algo me atacó -añadió el Vampiro que acababa de ascender de los subterráneos del Elísio-. Sentí que alguien me tocaba el cuello con un... un líquido... no pude ver quién. Entonces... sentí la Bestia crecer en mi interior... No... No pude controlar mi poder y creo que he contagiado a todos con mi... mente -explicó mientras se frotaba las manos de forma histérica-. ¿Tú has visto algo, Padre Caín? -preguntó desviando la mirada a su derecha, como si en realidad hubiera alguien de pie junto a él.

Hakan suspiró largamente y puso los ojos en blanco, pasándose la punta de la lengua por uno de los colmillos que, aunque contraídos, seguían siendo puntiagudos.

-Quieto parado, ¿quieres? -dijo al muchacho-, no tiene lo que buscamos, así que poco o nada sacaréis de él.

Miró de soslayo a Daister, pero de forma significativa. Si alguien podía seguirle el juego, sin duda era él.

-Y no estoy ahora mismo como para perder el tiempo con bobadas.

-Te veo diferente, Hakan. Siempre has sido un astuto traicionero, pero nunca antes... creo que estás intentando jugárnosla -dijo el Vástago clavándole la mirada.