-Ya pensaba que os habíais perdido -espetó la nórdica-. ¿Y quién es esta negra? -preguntó
-Lo sorprendente es que nos hayamos encontrado -respondió a Astrid, deshaciéndose de la piel de lobo que llevaba a modo de abrigo y protección-, ella es Fátima, Astrid. Será nuestra guía, nos vamos a Constantinopla.
-A Constantinopla -dijo ella enarcando una ceja-. Más calor. Bueno, seguro que tenemos oportunidad de matar algo. Empiezo a aburrirme.
Rosalía contempló admirada a Astrid. Era asombroso que nadie la hubiera asesinado todavía.
Decidió que desde ese momento y hasta que al fin la mataran, o al menos hasta que terminara el viaje, no le prestaría atención alguna, ni a ella ni a las provocadoras ocurrencias que salieran de su boca.
Pasó a su lado para acercarse a Rodrigo y lo saludó con una sonrisa y una caricia en la mejilla. Lo había abandonado desde que puso pie en Roma, pero las explicaciones, de dárselas, se las daría en privado.
-¿Cómo vamos a viajar? ¿Por tierra o por mar? -preguntó a Fátima.
-Yo evitaría el barco cuanto fuera posible. Muchos Vástagos en un espacio reducido... no es aconsejable. Si acaso tan sólo navegaría el Adriático. Después volvería al continente y desde ahí seguiría en carro hasta nuestro destino. Pero vos sois quienes queréis pasar desapercibidos y vos sabréis qué puertos y Dominios podéis contar como aliados y cuales no.
De pronto Massimo apareció de entre los arbustos. Su ropa eran unos jirones. Al ver a Rosalía sonrió y la pasión prendió en sus ojos.
Post a efectos logísticos. No te hagas ilusiones.