Partida Rol por web

Los dos hombres te observan mientras hablas. Y luego, el más alto, se echa a reir.

-Vaya por Dios, un guasón. Con lo que a mí me gustan... Una pena que os pongais en plan farruco porque un hombre con esa lengua merece vivir para humillar con ella a todo el que lo merezca y hacer del escarnio, chanza para los que les rodean. Pero me temo que, si os poneis en ese plan...- comenta mientras dirije, claramente, su mirada hacia tu mano en la empuñadura -... no tengo más remedio que acudir a la fuerza y rezar para que seais lo suficientemente hábil como para no salir muy malherido-

El hombre y su compañero se levantan y te rodean mientras desenvainan.

Me limito a dedicarle una sonrisa amable y con un movimiento rápido como el rayo mi puño, sin soltar mi arma, golpea el rostro del matón para dejarlo fuera de combate sin desear reducirlo a polvo.

Es entonces cuando me giro hacia el líder y mi espada danza entre sus movimientos para detenerse instantes antes de alcanzar su garganta.

Os aseguro que no sólo mi lengua, sino también mi espada, es afilada.

Mi sonrisa se amplía.

Sería una lástima terminar con un hombre con un buen gusto por el humor como vos. ¿Vuestro nombre?

No bajo el arma, sencillamente espero a que me responda. Tras que me responda, sea lo que sea que responda, continúo.

¿Seguro que no preferiríais acompañarme y ver cómo algún que otro malandrín o noble cae presa de mi filo?

No entiendes porqué siguen mandado a perseguirte rivales que no son de tu altura. Bueno, quizás el Rey no estaba errado en absoluto cuando te eligió y es que, sencillamente, no hay rivales de tu nivel.

Lo cierto es que estos dos te duran menos que la virginidad a una doncella en la cámara de su Majestad. El más torpe cae fulminado al primer puñetazo. Y el del verbo fácil pierde la espada en tu primer intento.

Sorprendido suelta su arma. Una leve sonrisa se dibuja en su rostro
-Si yo tuviera a la diosa Fortuna de mi lado, como la tenéis vos, estaría jugando a los naipes en una taberna en lugar de hacer de recadero-

Mira hacia el matón que está en el suelo con desprecio y luego recupera su rictus de guasón -Luc, me llamo Luc- te dice haciendo una reverencia exagerada -¿No esperareis que os dé también mi apellido en este, nuestro primer encuentro?-

Y contestando a tu siguiente pregunta responde -¡Ah, que gran dúo seríamos! Elegantes espadachines, adorados galanes, de viva lengua. Pero no, no puedo ir- Y bajando la voz hasta que casi no le oyes, añade -Y, como sois hombre interesante y el mundo necesita hombres así, os recomiendo agacharos hacia vuestra derecha...-

No ha acabado la frase, suena un disparo que hace saltar un trozo del suelo de piedra a tu izquierda. Sin saber porque, haces caso de su consejo y te lanzas hacia la derecha evitando otro impacto. Ese despiste para salvar tu vida es todo lo que él necesita para escapar, no sin antes recuperar su estoque y clavarlo en la garganta de su compañero que yacía en el suelo, sesgando su vida de una manera fría, rápida y efectiva.

Con poco tiempo para reaccionar más allá de lo indicado por Luc me lanzo a una posición segura mientras él huye tras impedirme interrogar a su compañero. Espero que el futuro nos haga compartir una mesa y una baraja.

Una verdadera lástima el devenir de los acontecimientos... pero al menos me encuentro vivo. Y han volado dos disparos. Saco mi ballesta y ruedo hasta una posición más segura, donde poder asomarme para buscar a mis agresores o comprobar que se hayan marchado, dispuesto a clavar un virote a mis enemigos o lanzarme hacia el interior para comprobar el estado de los dueños de la posada, según corresponda.

Mientras el hombre se escabulle, aprovechas para ponerte a salvo. Con una maniobra de escape, te escondes mientras sacas la ballesta para intentar apuntar a quien sea que te está disparando. Pero sorprendentemente ningún disparo más surca el aire cerca tuyo.  De hecho no lo surcan cerca tuyo ni en ningún sitio. Han cesado.

Tú conclusión es que se trataba de unos disparos justo para permitir la huida de aquel que se había presentado como Luc. Mientras sigues a la espera sin terminar de confiarte, la camarera que tenía pendiente traerte el vino que le habías pedido, abre las puertas y se asoma

-¡¡Oh Dios mío!!- grita. La jarra de vino que llevaba se estrella contra el suelo, mientras sus manos tapan su boca con horror ante la vista del hombre que yace en el suelo. A voces comienza a llamar al dueño de la taberna pero entonces te ve y se para

-Señor... Señor no me haga nada- te dice a ti al verte con la ballesta -No me haga nada, por favor- Y ves que tiembla de miedo y comienza a llorar.

Tranquila señorita.

Digo, deslizándome sutilmente a su lado.

Se puede apreciar que ha sido un arma de fuego, y no una ballesta. Han asaltado el local y les he echado.

Explico con mi más encantadora sonrisa.

Pero creo que será mejor que me marche para no molestar más. Lo lamento, me esperan al otro lado del río.

Y, sin mucho más que añadir, me preparo para proseguir mi camino. Parece que encontrar un sitio caliente para dormir va a ser más complicado de lo que parece... maldito espía. Maldita misión. Maldita Castilla. Maldito todo.

La camarera no te mira a ti mientras hablas. Ves que tiene la mirada fija en el hombre del suelo. Intentas explicarle a la camarera que no eres peligroso pero ella no aparta la mirada de dónde la tiene enfocada y al seguirla tú ves que está con la vista atrapada en el cuello del hombre muerto. No se ha percatado de los disparos, que era lo que tú creías que le había asustado, si no que es el agujero en el cuello del hombre y el charco de sangre que lo cubre lo que la tiene aterrorizada. De nuevo intentas explicarle que no le vas a hacer nada y entonces ella vuelve la mirada hacia ti horrorizada. Te das cuenta que nada de lo que le cuentes servirá para que deje de tenerte miedo. Decides marcharte. Y en buena hora porque justo cuando sales por la puerta, escuchas cómo se abre el portón de la cocina para dejar pasar al dueño. Mientras montas en tu caballo oyes voces y gritos, que en cuanto sales al galope dejas atrás.

Empiezas a plantearte que igual esta opción de camino no es la mejor.  Pero es la más directa, si no vas por aquí es posible que no cumplas el plazo así que hasta que tengas confirmación de que no es el adecuado continuarás.

Como quieres alejarte todo lo posible, a pesar de ser de noche, continúas cabalgando sin parar hasta pasadas varias horas.

Y es que pese a mi habilidad, desde que he salido parece que nada sale bien: desde carretas desbocadas en puentes hasta... todo. Cualquiera diría que, de no ser de confianza, es su propia majestad el que ha pedido que me intercepten para que no sea culpa suya el no cumplir su palabra. Pero eso no puede ser ¿cierto?

Como sea, me toca salir presto y escuchar gritos y... apresurar al caballo. Es cansado, pero puede que lo consiga.

Sin embargo, los hados del destino parecen caprichosos... y seguro que me reservan alguna sorpresa desagradable.

Avanzas sin dificultad por la noche. Te orientas con facilidad por lo que, para intentar que no te sigan o que no te estén esperando en algún punto del camino, te sales del mismo y te internas en el bosque. Vas en la ruta correcta y avanzas sin problemas. 

Un par de horas después te consideras lo suficientemente a salvo. Buscas un claro del camino donde poder dormir y encuentras uno cerca de un arroyo. Enciendes una hoguera, acercas al caballo para que beba y luego lo haces tu. Luego sujetas al caballo, te preparas un sitio donde dormir y te dispones a descansar hasta el amanecer.

Cuando llevas durmiendo un rato, un sonido te despierta y te pone alerta. Al abrir los ojos e incorporarte lo ves

Mh....? Ça va...?

Me pregunto mientras algo perturba mi sueño.

Al incorporarme, y verlo, mi mano va a mi pecho y la otra a mi boca. La primera para mantener el corazón en su sitio, culpa de un sobresalto, la segunda para callar mi boca y no gritar cual dama en apuros.

Un, deux, trois...

Cuento mentalmente para calmarme. Retrocedo lentamente, esperando no llamar la atención de tamaña bestia y, por supuesto, rezando para que no sesgue la vida de mi corcel. Aún me siento medio dormido, aunque el ataque de emociones se encarga de que no dure demasiado... pero pelear contra un oso sería una hazaña para cualquier cazador que se precie. ¡Y bien sabe Dios que no estoy para hazañas ahora!

Retrocedes lentamente. El oso parece distraído, está buscando algo en una madriguera y no presta atención a tus movimientos que, además, resultan ser muy discretos y silenciosos. Hasta te permites el lujo de recoger tus pertenencias, despacio, pero lo haces.

El caballo, que no lo ha visto aún, se muestra tranquilo. Te pones en el punto opuesto para que el animal esté pendiente de ti y no gire la cabeza. Y cuando tienes todo listo, sabiendo que un gesto de más de tu montura, hará que el oso lo descubra, montas con ligereza y sales al galope.

Ni siquiera te giras, así que no ves cómo el oso levanta la cabeza al oír el sonido y os mira, dudando si intentar alcanzaros. Pero desiste y vuelve su atención a la madriguera.

Cabalgas hasta que crees haber puesto suficiente distancia y luego pones el caballo al trote. Al cabo de poco más de una hora, has llegado a Châteauroux. Observas la ciudad desde la distancia. Vas a parar para comer algo de desayuno rápido, aprovechando las cosas que aún llevas en las alforjas. Mientras observas, decides si será dentro o fuera de la ciudad

Sano y salvo, como a mí me gusta... pero con un susto en el cuerpo que ni una botella de bourbon.

Ahora frente a mí una ciudad. Musito mi debate entre si debería entrar o no, al fin y al cabo parece que son muchas las molestias que se están tomando para tratar de eliminarme y coger la carta.

Finalmente me decido: entraré y tomaré algo, tras lo cual escribiré una breve carta a mi despechada amante castellana... que jamás tendré y la escondo con cuidado en un tubo para mapas que compro a propósito.

Y tras todo ello, a seguir mi camino, voy bien en cuanto a tiempo, mal en cuanto a experiencias. Parece que alguien haya contratado a una bruja para echarme un mal de ojo, maldita sea.

Cruzas el portón de la muralla que ya se encuentra abierto a estas horas. A tu lado mercaderes, aguadores y algún cazador. Todos entran a esta hora para vender sus productos.

Entre el bullicio del mercado localizas un puesto de curtidor donde te venden algo similar a lo que deseas. No es un tubo exactamente pero sí se ve que es una cartera para portar documentos. El hombre te mira extrañado -¿Y para qué necesitaría, alguien de armas como vos, algo así?- que pregunta sin maldad ni picardia, si no con sincera ingenuidad.

Después de eso, entras en la taberna más bulliciosa que puedes encontrar y eliges, por su ubicación, la mesa en la que deseas sentarte a redactar la carta que tienes en mente.

A tu indicación el mesonero te sirve vino dulce y unos huevos con crujiente beicon para desayunar.

Me sorprendo un poco cuando el hombre me pregunta, pero cortésmente le digo que es un regalo para un compañero versado en las letras.

Tomo un poco de vino dulce y aparto los huevos para comerlos sin manchar mientras escribo una carta de amor a alguna sucia española, inspirada en alguna de las doncellas de mejor ver en la taberna. Mi caligrafía trata de ser lo más perfecta, lo más inquebrantable, lo más digna de su Majestad. Por su puesto, alguna que otra oda a su busto, con buen disimulo y algo de decoro. La firmo tan sólo con las iniciales de Su Majestad. Y la guardo en mi recién adquirida cartera.

Algunas tretas pasan por mi mente, más el tiempo apremia, así que pago y me dispongo a partir. Cuanto antes llegue a la tierra de la brujería, mejor.

Con la carta en la cartera que compraste, vuelves a tu caballo. La colocas con cuidado pero sin disimulo, donde no pueda caerse pero que, pese a ir bien resguardada, no quede oculta. Montas y partes rumbo al siguiente punto del camino.

Cabalgas, alternando trote y galope, sin contratiempos hasta que, al mediodía estás cerca de Mouhet. Tu idea es hacer un alto por allí, bien a las afueras de la ciudad o bien dentro de la misma. Pero justo antes de llegar, ves a lo lejos varias figuras en el camino. Aflojas el paso y te sales del sendero, aunque continuas en la misma dirección. A medida que te aproximas ves que se trata de un hombre siendo asaltado por otros dos. Con su rostro cubierto, los asaltantes parecen simples salteadores. Desde donde estás oyes al hombre implorar clemencia.

Avanzo con la tarea hecha, con la confianza de que la treta sea suficiente si la cosa se complica.

Puedo disfrutar de un breve lapso de tranquilidad justo antes de... otro lío.

Parece un asalto mientras uno clama clemencia... y en mi mente, me huele a emboscada. Dudo unos segundos.

Pero qué se le va a hacer. Cargo un virote y apunto al brazo de uno de los asaltante... pero eso no es honorable. Sin embargo, es seguro.

De este modo, disparo, esperando que un disparo desde la espesura sea suficiente para hacerles huir sin necesidad de ningún enfrentamiento mayor. Sin embargo presiento que, con suerte, le daré a una ardilla que pase a cinco metros de distancia...

Cargas y disparas. Es evidente que los asaltantes no esperaban que nadie viniese a ayudar al asaltado. Miran alrededor asustados pero no te ven, ya que te encuentras oculto.

Ni siquiera hablan entre ellos. En cuanto son conscientes de que no te pueden localizar, huyen raudos. Ni siquiera se molestan en coger la bolsa con monedas que el hombre ya les estaba entregando. Te resulta evidente que estos cobardes que no son capaces ni de intentar responder a tu ataque, no tienen nada que ver con los hombres que te persiguen. Debía tratarse únicamente de asaltantes comunes. Los caminos, en Francia, están llenos de ellos, gente sin honor ni escrúpulos que vive de lo que roba a otros.

El hombre asaltado, por otra parte, en cuanto ha sentido el disparo se ha tirado al suelo y se tapa la cabeza con ambas manos

-¡No me mate! ¡Llévese lo que quiera, pero no me mate!- grita al aire mientras se encoge un poco más, lo cuál es difícil pues su forma física, bajito y con una redondeada panza, no permite que se encoja demasiado. A su lado su caballo, con las alforjas llenas, pasta tranquilo la hierba de la orilla del camino. Es un animal con buen aspecto que parece poseer fortaleza pero no velocidad.

Aunque mi golpe ha errado... al menos les ha asustado, que era mi intención. Sonrío para mis adentros mientras contengo una carcajada por lo patoso que puedo llegar a ser... sin embargo la fortuna me ha sonreído.

Salgo de mi escondrijo para retomar el virote, encontrarte de vez en cuando con algún matón de poca monta hasta sienta bien en mitad de estas persecuciones sin fin. Mientras recojo mi virote, el hombre me habla, y le miro de reojo.

No se preocupe, señor... si le quisiera muerto, probablemente ya lo estaría. Y tengo todo el dinero que necesito.

Digo, mientras me pongo en pie y le dedico una amable sonrisa. Me fijo en el caballo... probablemente con él podría forzar más la marcha, a costa de velocidad... a la larga probablemente ganaría. Pero no soy un ladrón, así que quito la idea de mi cabeza.

¿Se dirige hacia Mouhet, buen señor?

Le pregunto, directamente, mientras observo el camino que tengo por delante...

Todo pasa bastante más rápido de lo que yo me muevo. En el tiempo que tardo en llegar al suelo, mis asaltantes han huido y el nuevo atracador está a mi vera. No sé ni porqué me he tirado al suelo, no es como si eso me fuese a proteger ¿no?

Pero cuando le ofrezco que se lleve lo que quiera, Oh, mon dieu!! resulta que se trata de un buen samaritano.

Con dificultad me levanto del suelo en un ejercicio que sólo puede calificarse de torpe. Me vuelvo lateralmente para poder apoyarme en un codo y luego me arrodillo. Paro para coger aire porque a estas alturas estoy sin resuello, y luego continuo poniéndome en pie.

-Gracias, gracias, gracias- le digo mientras le tiendo mis manos manchadas de tierra. Me doy cuenta y me las limpio en el pantalón -Perdón, perdón, perdón... soy un poco desastre ¿sabe? uno pensaría que después de tantos viajes algo se aprende, pero no-  Ahora sí, con la mano limpia se la vuelvo a tender -Marcel Fabré, a su servicio. Estoy en deuda con usted, señor-

El hombre, que parece bastante amable, me pregunta si me dirijo a Mouhet y yo río con gusto, lo que siempre hace que me tiemble la tripa

-Sí y más allá también. Soy comerciante. Llevo cosas de norte a sur y viceversa. Me dirigía a los Pirineos cuando esos desalmados vinieron a por mí-

No se preocupe, messie Fabré.

Comento mientras inclino mi cabeza, tanto a modo de saludo como método para ocultar la leve sonrisa que su actitud me provoca. En verdad parece un buen hombre... y quizá me equivoqué juzgándolo. De ser así, me siento algo avergonzado incluso.

Voy a buen ritmo hacia mi destino. ¿Qué le parece si le escolto hacia la ciudad? Me viene de camino.

Y yo también voy hacia los Pirineos. Pienso, más callo por que no cojan al pobre hombre por verlo conmigo y lo interroguen más adelante.

Nunca es tarde para aprender.

Concedo, tratando de ayudarle a su estado de ánimo, con una sonrisa tranquila y confiada.

¿Qué tipos de bienes comercia?