Partida Rol por web

Muchas gracias, comisario. Dios le bendiga.

La hermana Flora mira a sus compañeros y asiente con firmeza antes de dirigirse a la salida.

La entrevista con el comisario estaba casi terminada, cuando me surgió una duda que quise resolver antes de partir. Los datos que nos había dado eran buenos, y nos dejaba puertas abiertas.

-Un segundo más comisario, por favor. Como opinión profesional, ya sé que opina usted que lo del Penitente son estupideces, y no lo dudo. Hay muchos modos de influir en una mente débil... ¿A los interrogados no se les hizo ningún tipo de análisis de drogas, o médico en general? Por saber a qué tenemos que atenernos. Gracias por su atención.

- No, no hicimos ninguna prueba. No había ningún motivo pues cuando caían en nuestras manos no presentaban ningún síntoma de nada. Tan solo tenían para contar una historia delirante. De todas maneras, les digo, esa gentuza tiene el cuerpo contaminado de por vida por toda clase de sustancias, ¿cómo íbamos a saber nosotros en cuál centrar nuestra atención?

La hermana Flora sale y va llamando a un taxi.

Mafia irlandesa. Nada apetecible, pero es un principio, digo yo. Aunque después de lo vivido con las Triadas en Shanghay, me quedan pocas ganas de acercarme a semejante chusma. Afirmo con la cabeza, apoyando la afirmación del detective de policía. Por supuesto que les quedan restos de por vida, les sale la droga por todos los poros de su cuerpo. Es imposible que estén lo bastante limpios y cuerdos para ser fiables. Peeeero, nunca se sabe.
-Lo entendemos perfectamente Comisario. Y más con todo ese trasfondo del Penitente y de Niebla Azul rodeando la tragedia...¡Como para pensar en eso!- trato de apoyar favorablemente a nuestra buena policía. A saber cuándo podríamos necesitarles.
-Nos vamos ya y le dejamos continuar con su labor. Muchas gracias por dedicarnos tiempo y paciencia con nuestras preguntas. Si averiguamos algo realmente útil se lo haremos saber. Prometido- sonrío amistosamente y le ofrezco la mano para estrechársela. Tras despedirme de éste, emprendo mi camino hacia la puerta, siguiendo el mismo camino que la Hermana Flora.

Flora se sube al taxi y, mientras espera a sus compañeros indica al taxista la dirección.

Al Pub McGonagle, por favor. Está en Hells Kitchen.

El Pub McGonagle, situado al inicio de un callejón de varios metros sin salida es un local de una sola planta, con paredes de piedra desnuda ennegrecida por las capas y capas de suciedad acumulada y el moho, como si de estratos geológicos se tratase. Consta de una puerta metálica pintada en marrón oscuro, aunque vuestra intuición os indica que antaño, cuando estaba limpia, era verde, y dos ventanas, una a cada lado, con marcos de madera y vidrio texturizado que no ofrece una vista clara de su interior, pero sí dejan adivinar un buen ajetreo.

En la fachada, fulanas sonrientes llenas de ronchas rojizas sobre su piel y los capilares marcándose en sus cartílagos, producto del abuso de alcohol, sonríen mostrando orgullosas las pocas piezas dentales que les faltan. Un tipo duerme en un portal cercano junto a un vómito y una botella vacía, y un grupo de cuatro jóvenes discuten acaloradamente cerca de una de las ventanas. Toda la fauna allí arremolinada os observa curiosa. Una de las chicas, con el pelo naranja y alguna que otra calva que asoma, os insinúa con una soltura deslenguada: - Os dejo saborearme, caballeros. - Dice a Leroy y el Prof. Brush mientras se levanta la falda. - Y decidle a vuestras amigas que también las saboreo yo a ellas, si quieren. - Se ríe jocosamente, y sus amigas la acompañan.

El interior huele a amargor, a cerveza que se ha vuelto pegajosa en suelo y paredes. Mujeres y hombres, todos borrachos, ríen y beben, brindan y beben, bailan y beben. Alguien, con una jarra vacía en una mano, subido a una silla, canta canciones en gaélico que el resto siguen efusivamente.

El local es cuadrado, con una barra en el lado opuesto a la puerta donde se sirve cerveza y estofado por un módico precio. Sobre la barra hay diversos tipos en variadas fases de embriaguez, atendidos por un señor con un gran bigote que hace de camarero. Varias señoritas se pasean aquí y allá, siendo manoseadas de vez en cuando.

Definitivamente, sois la nota discordante del lugar.

No contesto al ofrecimiento de la señorita, aunque le sonrío para no ofenderla, negando con la cabeza levemente. Hasta para eso hay que ser caballero, y los modales están ante todo.

Una vez allí, el lugar me impresionó. Había oído cosas sobre el barrio, pero nunca pensé que fuesen tan ciertas. Aquellos pobres diablos que contemplaba parecían querer abandonar toda esperanza por un vaso más de whisky. Sentí lástima por quienes perdían sus horas en ese antro tan desagradable para mi gusto.

-Creo que deberíamos tomar algo y ver qué se cuece por aquí -digo a mis amigos-. Los camareris y los barman son siempre una gran fuente de información, sobre todo con buenas propinas.

Enarco una ceja cuando oigo el ofrecimiento de la prostituta barata. Estoy por mascullar un "No, si no queremos acabar muriendo de sífilis o algo peor", pero me muerdo la lengua. Nunca se sabe cuándo podemos necesitar los "encantos" de semejante criatura callejera.

-No gracias, pero le haremos saber si necesitamos de sus... servicios- le sonrío encantadoramente. Entro en el local, detrás de mis compañeros. El interior del pub de Hell's Kitchen me recuerda demasiado al de Shanghay y la mala experiencia que tuve en la parte de atrás. Esta vez no seré tan cotilla, no quiero acabar como el gato del refrán.

-Pues a que esperamos, entonces- sonrío levemente. Cuanto antes acabemos, antes nos iremos de este sitio pestilente.

Os acercáis a la barra y el camarero desliza un trapo sobre la barra, y no os queda claro si el trapo la ha limpiado o la ha ensuciado más. A su espalda, un trebol de madera cuelga en la pared, y escrito en su interior pone "céad míle fáilte".

El camarero os increpa con la vista y con su bigote. No abre la boca, pero claramente espera que le pidáis qué queréis tomar.

La hermana decide cerca de la salida y no llamar demasiado la atención. No era difícil darse cuenta de que una persona como ella no encajaba en el lugar. Si a ese tal Dos Colores le gusta tanto ser el centro de atención, no tardará en asomar la colar por aquí. Mientras tanto, solo queda esperar y la hermana tiene paciencia para ello.

Procuro no apoyarme en la barra, que por mucho que el camarero la limpie (o pase el trapo fingiendo hacerlo), parece un lugar donde mi manga podría quedarse pegada.

De nuevo este sitio me retrotrajo a algún otro local de dudosa reputación donde ya había estado, tanto en China como en otras partes del mundo. Sitios donde hacer preguntas conlleva tener mucho tacto, y desde luego, cosumir.

-Póngame una cerveza, por favor -le dije al camarero. Parecía lo más adecuado para el lugar-. ¿Qué tomaréis vosotros? -había que ganarnos la confianza (o por lo menos vencer el recelo) del camarero. Y pedir algo de beber era un buen comienzo.

El camarero refunfuña al ver vuestras pintas, aunque no pasa de ahí. Se echa el trapo sucio al hombro y espera con sus anchas y callosas manos sobre la barra a que le digáis qué queréis tomar. A un par de metros, un tipo con sombrero y el rostro maltratado por la vida y un ojo marrón y otro de un verde muy vivo os mira circunspecto mientras come unas tiras de bacon y bebe una pinta. Al otro, un tipo bajito y con pelo de un rojo como el de una llama y plagado de rizos, cuchichea algo con un par de chicas medio metro más altas que él a las que tiene agarradas del trasero, una con cada mano. Las chicas, una de tez blanquecina y la otra negra como la madera de ébano, ríen con complicidad.

Al final de la barra, un tipo con aspecto de tener doscientos años, de piel amarillenta y llena de manchas oscuras, apura un cigarro  con mano temblorosa mientras os estudia con la mirada.

-Una pinta- ordeno, a mi vez, siguiendo el ejemplo de mi buen amigo y colega, el profesor Brush. Como estoy acostumbrado a estar de suciedad y polvo hasta arriba, tengo menos manías con mi ropa que mi compañero, así que yo sí apoyo mi brazo en la barra y adopto una pose más casual y "relajada". Ya se sabe, allá donde fueres, haz lo que vieres. Aunque de relajado nada, que esa gente me da casi tanto miedo o más que los monos amarillos de aquel tugurio de Shanghay. Ahora que lo pienso... nah, daban más miedo los mafiosos chinos, a todas luces. Por muy malos que estos de aquí sean (cosa que no dudo que lo sean, al contrario), ¡nada es peor que un mafioso chino!

Me aferro a esa idea mental para no salir corriendo, acojonado perdido, y mantener mi sonrisa y pose de indiferencia total.

Otra vez en un antro de mala muerte.

El pensamiento recorrió mi mente de sien a sien como un rayo.

¿Por qué las investigaciones nunca nos llevan a lugares cómodos y limpios, con gente bien vestida?

- Cerveza negra. Si tienes. - No tenía muy claro que allí tuvieran algo más que meado de vaca, pero había que intentarlo.

Aprovechando que el camarero se aleja algo de la barra para buscar las bebidas, les susurro a mis compañeros.

- Señores, tengo una idea. A ver qué les parece. Podemos preguntar directamente por Dos Colores, diciendo que... bueno, que trabajamos para él, o que queremos hacerlo, y que si ha dejado algún recado para nosotros... Así confirmaremos que suele deambular por aquí y quizás averiguar algo más.