Partida Rol por web

Dejais atrás las murallas de la ciudad que os ha acogido durante semanas y teneis una ligera sensación de inseguridad, no eran gran cosa, pero simbólicamente os protegía del mal que acecha fuera, pero ahora ya no están a vuestro alrededor y por un momento os sentís intranquilos

El dornita salía gallardo, con su enorme espada cruzada en su espalda y usando una lanza pesada de aspecto peligroso como bastón para caminar, mientras con la otra mano conducía de manera firme a su fiel y enorme caballo de guerra. Inspiró con fuerza y dijo

-Ahh... me encanta la sensación al partir, la emoción del viaje y de la aventura. Pensad que antaño por aquí viajaban nuestros ancestros, que ellos nos protejan-dijo mientras hacía un signo de protección con su mano derecha-Nuestro camino nos dirige al oeste, así que será mejor que partamos-dijo y echó a andar

Seguís al guerrero y os girais para echar un último vistazo a la ciudad y allí, en lo alto de la muralla veis una figura femenina de dorados cabellos, con los brazos cruzados a la altura del pecho y que inclina la cabeza en vuestra dirección en señal de despido.

Lo que fue el hogar de ambos compañeros durante las anteriores semanas ahora se veía en la lejanía como un amasijo de ruinas. Heras echó la vista atrás y los recuerdos de los últimos momentos le invadieron. Notó algo de añoranza al tener que dejar aquel lugar. Había sido dura la llegada, pero finalmente habían hecho amigos y compañeros. Sin embargo Heras tenñia muy clara su intención de llegar al bosque, pedir asilo y volver a por su familia para alejarla de aquel maldito pueblo, destrozado e infectado por los orcos y su señor.

Había un lugar mejor para él y su familia y se encargaría de encontrarlo. Sabía que era un lugar donde la guerra era el pan de cada día, pero al menos tendrian libertad. En ello tenía las esperanzas puestas el batidor.

Cuando el enorme dornita habló, Heras asintió a sus palabras aunque no las compartía. Él prefería la comodidad de una casa y la protección de unas murallas. Él nunca había viajado y el comenzar aquel viaje le llevaba de vuelta al mundo exterior, donde los orcos de Izrador campaban a sus anchas por cualquier territorio. Esperaba no tener que encontrarse con ninguno de ellos. Hasta el momento su mayor desafío había sido un matón de tres al cuarto del que finalmente habían podido deshacerse. Pero era eso...un matón...de carne y hueso como él. Pero un orco...un orco era demasiado para poder hacerle frente. Rezaba a esos dioses que no podían escucharles por no encontrarse con ninguna partida orca y que el viaje hacia el bosque fuese seguro. Aunque en el fondo sabía que eso era imposible.

La incertidumbre, el miedo, la nostalgia, la indecisión y la sensación de debilidad eran ahora mismo las compañeras de Heras. Tendría que empezar a habituarse a compartir viaje con ellas.

Ryld alzó el brazo a modo de despedida hacia la figura solitaria de la muralla. No sabía que sería de aquella mujer que les había ayudado, pero probablemente se las arreglaría bastante bien. Quizás cuando regresen se habrá unido al grupo de refugiados, o quizás habría sido mejor idea que les acompañase en este viaje para unirse a la resistencia, pero ni se lo habían propuesto, ni ella había mostrado el más mínimo interés en el viaje que hoy comenzaba.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la potente voz del dornita. Yoren parecía contento a pesar de las heridas sufridas y de la dificultad del largo viaje que les aguardaba. Esperaba que su actitud fuese contagiosa puesto que notaba a su amigo Heras más preocupado que de costumbre...

- ¿Hacia el oeste dices? - Aunque era una pregunta, quería reafirmar las últimas palabras de Yoren. - Pues será mejor que me adelante a echar un vistazo. Esa es la ruta que utiliza la tribu que está acampada en la ciudad para hacer sus cacerías. No sé como reaccionarán con los que no son orcos, pero no quiero comprobarlo. Heras, iré dejando indicaciones visibles, pero si hay algún imprevisto volveré para avisaros. - Acto seguido Ryld empezó a alejarse, y cuando se encontró a la distancia apropiada comenzó con una de las cosas que mejor se le daban. Buscar rastros de posibles enemigos para poder evitarlos.

Los días pasan largos y fríos, mientras avanzais lentamente por los páramos helados del norte dornita. Ante vuestras preguntas sobre la resistencia, vuestro compañero se muestra esquivo, hasta que finalmente os dice claramente:

-Dejad vuestras preguntas, cuando lleguemos, Roland en persona podrá contestar a todas ellas- dando por zanjado el asunto.

Le notais malhumorado y tenso, si no fuera con vosotros iría a caballo y el trayecto reduciría sensiblemente su tiempo de recorrido. No obstante, no queda otra, vosotros vaiss a pie y él no piensa dejaros atrás, aunque de vez en cuando se adelanta con su caballo (Furia) para otear el camino que teneis por delante.

Rastreais en busca de posibles enemigos, oteais el horizonte, dormir largas y frías noches para no encender fuegos que os delaten, el viaje es tortuoso, agotador, brutal; cada vez echais más de menos los muros que os cobijaban y el calor de las hogueras que podíais hacer allí sin correr riesgos innecesarios.

Frio, frio y frio, os arrebujais en vuestras capas y mantas de viaje, hechas para el invierno, pero que a duras penas os protegen de este frío antinatural y oscuro que impregna las tierras que llevan un siglo ocupadas por el mal, las fuerzas oscuras, Izrazor.

Vuestras botas sufren desgaste, se rompen las suelas en alguno puntos y optais por romper unas telas y atarlas con cachos de cuerda alrededor de las mismas, para tratar de manteneros a salvo de este frío mortal, en algunas ocasiones, por las noches, os quitais las botas y casi no os notais los dedos de los pies, al borde de la congelación, no aguantareis mucho a este ritmo.

-Ya estamos llegando, aguantad un poco más-trata de animaros vuestro compañero, pero aunque lo lleva mejor, los pequeños carámbanos helados que pueblan su barba por la mañana y el hecho, de que aunque lo niegue, monte cada vez más a menudo, para aprovechar a descansar, os da una idea de que esto tampoco es un camino de rosas para un avezado combatiente.

Pasado casi un mes desde vuestra partida os sorprende una mañana un ruido de pelea tras un altozado, rugidos de orcos y trasgos hacen que se os ponga la piel de gallina, os acercais con cuidado al borde de la colina que elegisteis como refugio para cortar el viento cuando veis abajo un grupo de orcos (5) peleando con una única y solitaria figura que porta dos cuchillos en sus manos y que se encuentra rodeado de cadáveres de orcos en torno suyo, algunos con flechas clavadas en sus cuerpos, pero no parece que él tenga ningún arco encima.

Lo que resulta más sorprendente de todo, es que tras dicha figura se encuentra un orco, arrodillado y maniatado , y , si vuestros ojos no os engañan, da la impresión de que la encapuchada figura trata de protegerlo a toda costa.

Un orco lanza un jabalinazo que se clava profundamente en el muslo del guerrero, al cual se le cae la capucha, dando paso a una larga melena rubia y unas orejas largas y puntiagudas, características de los elfos, o eso habeis oido, puesto que nunca visteis uno en persona

-¡Lanzar'el Brifanthe!- grita, poniendose en pie a duras penas y en guardia, preparado para el último ataque de los orcos

Al camino era largo, duro, frío, incómodo. Cada paso costaba más que el anterior pero no había otra opción que seguir hacia adelante. 

Tras un viaje de un mes, alborotos de combate sorprenden a los viajeros, que con cautela se aproximan hacia lo alto de la colina para observar lo que acontece frente a ellos. Sacando el arco y colocando una flecha en el mismo asciende a lo alto junto a sus compañeros.

La imagen es desoladora para Heras. Un grupo de orcos combaten contra una figura. Pocos segundos después pueden darse cuenta de que se trata de un elfo. Heras siente el impulso de ir a ayudar, pero queda paralizado. Lo que hay frente a ellos son orcos, aquellas robustas y crueles criaturas que de un simple guantazo es capaz de mandarte al otro barrio. Heras miró con indecisión a su compañero, pero sobre todo al dornita. ¿Qué sería lo mejor en esta situación? Si por el fuese se escondería.

Pensaba que morirían de frio... Todavía no lo había dicho en voz alta, pero a Ryld, que se había contagiado de la actitud taciturna de sus compañeros, le rondaba esa idea desde hacía un par de días. Todo el cuerpo le tiritaba, y la ropa de abrigo que llevaba servía de poco. Además, había agotado las raíces masticables que protegían del frio compartiéndolas con Heras y Yoren en las noches más duras, y aunque no había vuelto a encontrarla en crudo en esta zona que atravesaban, tampoco podía prepararlas adecuadamente al haber agotado los aceites maceradores.

Volvía a pensar en que aquellas tierras heladas se convertirían en su tumba cuando escuchó el jaleo de una escaramuza. Sus compañeros lo habían oído también y ninguno dudó en ir a ver que ocurría. La escena que descubrieron era poco esperanzadora sobre todo para el individuo que luchaba en desventaja contra los orcos, así que Ryld, que ya sabía que los elfos son aliados de la resistencia empuñó con sus heladas manos su arco y apuntó con una flecha a uno de esos malditos orcos mientras miraba de reojo a Heras y Yoren. Esperaba que ambos hubiesen reaccionado como él, y al ver dudar a su amigo intenta animarlo: - recuerda Heras que ellos también sangran, y mueren como cualquier otra alimaña. No serán los primeros que caigan por nuestras flechas... ¡ni los últimos!

Yoren subió de un salto a su caballo en lo que dudabais

-¡Adelante, aún podemos salvar a ese valiente!-bramó mientras encabritaba a Furia y lanzaba un grito de batalla salvaje, parecía más que encantado de tener algo que le hiciera entrar en calor-¡Ha llegado la hora de nuestra venganza!¡Por el imperio!

Acto seguido se lanzó a la carga a la melé