Partida Rol por web

Guiados por la flemática y adrenérgica sensación de la batalla, los supervivientes decidieron proseguir con su plan de asaltar el templo que coronaba la colina de aquella ciudad. Lacroix dio un nuevo sablazo y abrió trecho para que se unieran a él Abeillut, Farrè y Barraud. El padre Descoteaux acababa de matar a un hombre de forma terrible, primitiva y cruel. Por unos segundos el acto bíblico de Caín se personificó en el desorientado capellán de Toulosse. La imagen de un hombre vencido por la locura, cubierto de sangre y armado con fuego y acero eran demoledoras. A pesar de eso, el hombre parecía no inmutarse por el pecado que acababa de cometer y no dudó en correr hacia el escamote que se enfrentaría a la ardua tarea de llegar hasta las puertas del recinto prohibido donde residía la misteriosa reina de aquella ciudad de Seadom...

De repente, cuando todos creían que las cosas no podían empeorar, ocurrió lo que nadie quería que pasara, como si se tratara de la banal e infantil negación de un niño. De los tejados de aquellas casas de paja, piedra, madera y adobe, comenzaron a descender reptando por los laterales de los edificios aquellas mujeres engalanadas con exóticas telas... ¡¡No podía ser!! ¡¡No podía tratarse de aquellas mujeres que los recibieran por la mañana!!

Sus movimientos eran completamente antinaturales, desafiando todas las leyes lógicas y razonables que se pudieran consultar. Una tras otra se fueron abalanzando sobre los soldados que allí se enfrentaban, sin importar a qué bando defendieran. Daba igual si eran seguidores de Guerin o de Buissan, aquellas mujeres -por llamarlas así- caían sobre los hombres y los derribaban mientras hincaban sus fauces en sus carnes. La escena fue tan sorprendente y vertiginosa, que apenas se podía diferenciar con seguridad en qué se habían convertido aquellos cuerpos humanoides poseídos por el propio mal.

Galindeau gritó para intentar reagrupar las fuerzas y momentáneamente, los hombres dejaron de pelear entre ellos, atenazados por las horrible visión de sus compañeros devorados por aquellas perversas anfitrionas. El coronel de artillería se giró y una silueta cayó desde lo alto de un tejado a su lado. La figura se alzó y no fue difícil reconocer el bello rostro de Ediz. El oficial no vaciló y alzando el cañón de su Año 13 descerrajó el arma sobre la bella líder de las anfitrionas. Ese disparo hubiera sido mortal en cualquier otra circunstancia, pero Ediz encajó el disparo con una fuerza sobrehumana. Acto seguido, la mujer miró a Galindeau con unos ojos prendidos en furia y sin perder un instante, lanzó su boca hacia delante mientras su cabeza mutaba dejando ver su verdadera esencia: una cabeza insectoide y quitinosa, con cuatro ojos rojizos y unos potentes quelíceros que mordieron el cuello del malogrado ingeniero y robándole la vida en un sanguinolento espectáculo.

Entonces todo quedó claro.Todas esas mujeres eran iguales. Todas necesitaban alimentarse de carne humana... ¡¡Por eso los habían cuidado y alimentado!! ¡¡Y por eso se apareaban con ellos!!

Había que mantener esa especie corrupta, sacrílega y fatal.

Las mujeres de aquella ciudad comenzaron a bajar reptando por las paredes como vulgares arañas. Se abalanzaron sobre los hombres, mientras mostraban su verdadera esencia... Unas despiadadas cazadoras ávidas por alimentarse de aquellos soldados confundidos y perdidos. Semejante visión era perturbadora. En un momento dado, Ediz hizo acto de presencia, quitándose de una vez por todas la máscara a la par que mostraba su verdadero rostro... uno repulsivo y abominable.

Y al fin, el horror más absoluto.

La ilusión de una ciudad aparentemente humana se desvaneció ante los ojos de todos los que aún guardaban algo de cordura, y aquellas mujeres retorcidas y extrañas desvelaban al fin su verdadera naturaleza. No quedaba ya lugar para la ocultación y la mentira que hasta ese momento habían sido mantenidas: era la ciudad un nido de perversión absoluta, un lugar que bien pudiera parecer el infierno, peor que el averno mismo.

Abeillut contuvo un grito de horror al contemplar todo aquello, mientras la verdad de la historia golpeaba sus esperanzas en lo más bajo, haciéndolas desmoronarse como mojones de tierra pasto de la lluvia. Su condena había sido tal desde el mismo momento en que el inmenso monstruo surgido de la arena devorase al ejército francés. La supervivencia era una ilusión momentánea, que postponía la muerte sólo hasta el momento oportuno. ¡Y tal había llegado!

El bereber se encomendó una vez más a Allah, mientras trataba de sacar fuerzas de flaqueza y animar a sus compañeros a seguir luchando. Vivant se había desmoronado, otros habían muerto, pero no podían rendirse...

- ¡Liuchad! - gritó, enfrentándose a las voces que chillaban en el interior de su cabeza - ¡No rindáis amigos!

Como si todo aquel infierno no fuera suficiente, el destino había decidido que todo iría de mal en peor. Se estaría el universo riendo de aquellos pobres hombres? Buenos hombres seguidores de un noble camino, vistos perseguidos como cucarachas por seres salidos de las peores pesadillas.

EL teniente vio con horror como el Coronel era asesinado por aquella puta insecto al más puro estilo mantis religiosa.

Haciendo de tripas corazón para no caer al suelo rendido, se dispuso a seguir hacia el templo.

-Vamos amigos! Hemos de terminar con esto!

El padre Descoteaux observó con rostro desencajado aquellas mujeres de aspecto sobrenatural, como reafirmando aquella percepción de maldad que nada más encontrarse con ellas tuvo el sacerdote.

- ¡El diablo! ¡El diablo! ¡El diablo! - se limitó a gritar, dispuesto a atacar a cualquiera de aquellas maléficas mujeres. 

Comandados por Lacroix y Farrè, los supervivientes hicieron de tripas corazón y huyeron de aquella maléfica celada. Todo comenzaba a cuadrar de una forma tan pasmosa como terrible. Durante su tiempo allí, habían estado en la despensa de aquellas mujeres de rasgos insectoides y de vertiginosa voracidad.

Emprendieron su fuga girando un estrecho callejón, que a cada paso parecía ser más y más angosto. Mientras huían, podían oír los gritos desesperados de aquellos hombres abandonados a un funesto desenlace. A cada quejido desgarrador de cada uno de ellos, los supervivientes notaban una punzada de desaliento de mayor holgura.

Algo más rezagado del grupo, corría el padre Descoteaux. Su poco tino en estas lides, le había impedido reaccionar con premura y abandonar la lucha sin que alguna de aquellas criaturas observaran su ruta de fuga. 

Tras zigzaguear por aquel oscuro entramado de callejuelas, fueron a parar a un tramo de escaleras de roca desgastada. A escasos metros de distancia, podían escuchar los acuosos y antinaturales gorgoteos de aquellas hambrientas anfitrionas. Sin pensarlo comenzaron a descender la escalera, pero aquel acto de extrema facilidad en situaciones de calma, se convertía en una tarea titánica en la oscuridad de la noche.

El, cada vez más, reducido grupo siguió adelante, hacia el templo. Cada grito de terror y sufrimiento de uno de esos valerosos patriotas desgarraba el corazón del teniente. Pero no podía flaquear, no podía rendirse y caer presa de sus sentimientos, ahora no. Tenia que conseguir que esas muertes sirvieran para algo, e iba a lograrlo. Corriendo al lado de Farrè llegaron a un tramo de escaleras de piedra por el que descendieron. Pero las prisas, lo apremiante de la situación, le jugaron una mala pasada a Lacroix, el cual trastabillo mientras descendía...

Corrieron como locos por callejuelas cada vez más estrechas. En un momento dado, se vieron obligados a bajar un tramo de escaleras.
Con el corazón desbocado, Barraud tropezó y no logró mantener el equilibrio.

La locura continuaba en aquellas calles malignas. Abeillut se adelantó, abalanzándose en el descenso de una escalera de mano que bien podía costarles un descalabro. Por fortuna, la agilidad del bereber era digna de mención, y parecía que sobreviviría a aquel nuevo obstáculo que el destino interponía en su camino...

Descoteaux corrió tanto como pudo, y probablemente como jamás había corrido en su vida. Algo más rezagado que el resto, vio las mismisimas garras de la muerte cernirse sobre su espalda si vacilaba lo más mínimo en su huída..

Lacroix fue el primero en perder el equilibrio, y tras él el resto de sus compañeros. Uno a uno, los fugitivos fueron cayendo escaleras abajo creando una dolorosa montonera y lo que era peor, quedando expuestos a sus despiadadas perseguidoras. Abeillut, por su parte, realizó una cabriola digna de un saltimbanqui florentino y aterrizó en el suelo superando el tramo de escalones.

Los supervivientes intentaron alzarse con premura y continuar, pero... ¡¡Era demasiado tarde!! Un par de criaturas cayeron sobre el teniente de los dragones con aviesas intenciones. El valiente soldado consiguió quitarse una de encima tras propinar una patada en su deformado, abultado y abotargados cuerpos mitad humanoides y mitad arácnidos, pero la segunda cayó sobre él y lanzó sus peligrosos quelíceros sobre el caballero dragón...

..Y para abajo que fue, seguido del resto de la comitiva, menos de Abeillut, que fue el único que consiguió no caer como el resto.

-Merde!!!!

En el suelo se encontraba, maldiciendo lo torpe que había sido, cuando dos de esas prostitutas cayeron encima suyo. Rápidamente consiguió sacarse a una de encima, pero la otra le lanzó un mordisco.

El teniente intento agarrar su cabeza para que no llegase al contacto, pero actuó demasiado tarde. La monstruosidad de cuerpo deformado le mordió en el hombro.

Un grito desgarrador salio de sus labios, mientras intentaba alzar el sable para darle su merecido.

Tras la aparatosa caída, Barraud escuchó los gritos de lacroix. Al mirar en su dirección, comprobó que una de aquellas horrendas criaturas se había abalanzado sobre él y le mordía con saña.
Jean-Pierre trató de levantarse y preparó el mosquete apuntando cuidadosamente.

Viendo caer al teniente, temió Abeillut que aquello fuese el final. Las mujeres se habían tornado en monstruosas serpientes, y ahora una de ellas se abalanzaba sobre Lacroix dispuesta a clavar sus ponzoñosos colmillos en la carne del oficial francés. Por fortuna, Barraud se lanzó en seguida a socorrer a su superior, y Abeillut hizo lo propio, pero rodeándola, buscando su espalda para darle un golpe certero que la enviase al mismo infierno si hacía falta.

El teniente se fijo en como sus hombres actuaban rápidamente. Barraud levantaba el mosquete buscando ángulo de tiro mientras que a Sadar lo vio moverse por detrás como una sombra, buscando la espalda de la perra sarnosa.

El teniente, aún dolorido por el mordisco de la bicha, levanto como pudo el sable, intentando devolverle el regalo. Pero el tenerla tan cerca junto con la longitud del sable, hizo que el ademán de Lacroix por golpear se volviese un movimiento torpe.

Lacroix forcejeaba con la horrible criatura, pero no lograba quitársela de encima.
Barraud trató de tranquilizar a un fatigado corazón que martilleaba incesante, amenazando con salirse del pecho.
Apuntó con primoroso cuidado para no herir al compañero. Aguantó la respiración durante dos latidos y tiró del gatillo. La explosión de la pólvora impulsó con fuerza el proyectil que, con vengadora certeza, atravesó piel, carne y hueso.

La situación era altamente peliaguda. Lacroix se debatía con la fuerza de su último suspiro, con tal de evitar los perniciosos colmillos de aquella criatura deformada que horas antes se había mostrado bella y sensual, pero los intentos del soldado era cuanto menos infructuosos. Era menester acabar rápido con semejante aberración, pues muchas más corrían a la zaga de los supervivientes dispuestas a alimentarse de esos hombres de ideales perdidos en un lugar tan remoto como irreal.

Uno de los mosquetes se detonaron y la bala proyectada por Barraud voló gran parte del flanco derecho de aquella voraz y deletérea abominación. El disparo arrancó piel, hueso, carne y esparció efluvios de colores tan vívidos como amarillos y verdes. La mujer insectoide gimió mientras sus quelíceros vibraban justo antes de caer sin sentido...

Había que actuar rápido.

Una nueva anfitriona cayó del techo corriendo sobre sus piernas y manos como si fuera un animal cuadrúpedo. Mientras aterrizaba, Farrè la detectó y apretó el gatillo de su Año XIII. La bala hizo una terrible herida en el abdomen de la mujer, pero a pesar de eso, proseguía poseyendo capacidad combativa. Con rapidez se abalanzó sobre el alférez y mordió con saña el brazo que sujetaba la pistola...

Pocos quedaban ya con vida de los muchos que partieron, mas el instinto vital persistía, llenando los pulmones de Abeillut, que alzó su flissa con gran empeño, reprimiendo el grito de guerra que quería aflorar a sus labios, pues de haberlo emitido habría desvelado al monstruo su presencia, y ahora contaba con convertir aquella ventaja en una suerte de impulso que salvara sus vidas. Y así descargó el golpe: gran violencia y precisión letal. Si aquel acero no hendía la piel de la criatura, es que estaban condenados...