Partida Rol por web

La oscuridad fue remitiendo lentamente mientras los sentidos iban volviendo lentamente, antes siquiera de ser consciente de lo que había pasado ya sentía que algo había cambiado.

A sus embotados oídos llegó un zumbido lejano, como un enjambre de monstruosas abejas que se acercaban desde una gran distancia, que poco a poco se fue intensificando y convirtiendo en una suerte de lamentos y quejidos que parecían llegar desde algún lugar o tiempo muy lejano.

Después sus ojos se abrieron paso a través de la bruma de su propia mente y pudo observar su alrededor. Aparentemente nada había cambiado, salvo que la sensación de completa ausencia de luz se había instalado en su corazón. Una especie de fosforescencia verde alumbraba los rincones y creaba una atmósfera viciada y enfermiza que provocó nauseas en Derfel. El olor a humedad y podredumbre era mucho más patente y algunos sonidos de movimiento, como de arrastre llegaban hasta él amortiguados por la sólida piedra.

De repente se vio invadido por la sensación que sintió minutos antes -¿O quizás años?- cuando entró en la habitación en la que había recogido su pequeño "tesoro", pero multiplicada por cien, o quizás por mil. 

No tenía claro qué le había pasado cuando intentó salir de la habitación, pero sabía que no era nada bueno. Poco a poco intentó sobreponerse a la sensación de pesar y nausea que le invadía e intento aguzar todos sus sentidos, algo le decía que no se encontraba en la pacífica y solitaria torre a la que había llegado.

Antes de moverse del sitio revisó todas sus armas y las preparó para ser utilizadas en cualquier momento. Una vez hecho esto se dispuso a salir de la habitación.

Desde su posición daba la sensación de que la primera planta de la torre, en la que se encontraba, estaba completamente vacía, no había nada especialmente alarmante ni en la habitación ni en el hueco de la escalera. Al menos hasta donde le alcanzaba la vista.

Lo único que pudo observar fue que la fosforescencia verde, como una especie de niebla fantasmal, no se limitaba solo a aquella estancia, si no que parecía estar extendida por toda la estructura.

No sabía exactamente qué estaba pasando, pero no le gustaba nada. Sólo tenía clara una cosa... Salir de allí cuanto antes.

Salió de la habitación y se dirigió a las escaleras para bajar a la planta en la que se encontraba la puerta por la que había entrado.

Haciendo acopio del poco valor que podía atesorar en aquellos momentos de confusión, Derfel descendió con cautela los peldaños de la escalera de caracol que le separaban de la planta baja de la torre.

Al llegar al rellano, en la habitación llena de armas oxidadas que había descubierto cuando ascendió, escuchó algo, unos sonidos parecidos a ¿risas?, parecía un grupo de niños haciendo travesuras en el cobertizo de sus padres como podría encontrar en cualquier aldea vecina.

Justo enfrente se encontraba la puerta que daba al pasillo exterior. Desde la escalera no observaba nada diferente de cuando entró, la única diferencia palpable era aquella luz verde que inundaba por completo el edificio y que, si bien permitía ver con relativa comodidad, proyectaba inquietantes sombras en las paredes y rincones, provocando un estado constante de inquietud en el aventurero.

Durante su descenso por las escaleras no encontró nada extraño más allá del resplandor verde que parecía emanar de todos lados. Una vez en el rellano de la primera planta creyó escuchar algo que provenía de una de las habitaciones en las que ya había estado. Hasta ahora, durante su estancia en la torre no se había encontrado con nada ni con nadie susceptible de producir ningún tipo de sonido... pero lo que estaba claro es que en esa habitación había algo.

Cogió aíre y sin pensárselo mucho agarró su mandoble dispuesto a entrar en la habitación para ver qué demonios estaba haciendo ese ruido.

Al entrar en la habitación, el joven descubrió el origen de las risas: un grupo de cuatro pequeños diablillos de más o menos un metro de altura, pardos, con unos pequeños y con unas largas colas brincaban de un lado a otro murmurando y riendo.

-Ji, ji, ji... Veréiz cuando caiga...¡Vaya cara va a poner!- decía uno.

-Chiii... Va a cher tronchante- contestaba otro mientras no paraban de saltar por toda la habitación.

Pronto descubrió a que se referían aquellos pequeños seres, a su alrededor, muy mal disimuladas, se encontraban un par de trampas burdamente construidas con lanzas y flechas viejas. De hecho, el aventurero dudaba que ni siquiera funcionasen, pero no se quiso arriesgar a hacer la prueba. Pasó entre ellas y se plantó frente al bullicioso grupo que, planeando su próxima travesura, no se habían percatado de su presencia.

El joven guerrero se quedó atónito al ver a las pequeñas criaturas de forma humanoide. No se dejó engañar por su tamaño ni por su hablar risueño y divertido. Echando un vistazo a las trampas que habían colocado estaba claro que la intención de esos seres era la de atacarle. La situación en la que se encontraba, junto con las leyendas que rodeaban a la torre, le hizo tomar todas las precauciones posibles para no ser descubierto y aprovechar el elemento sorpresa siendo él el que iniciase el ataque.

Sin pensárselo dos veces aferró su mandoble con las dos manos y se lanzó a un ataque salvaje con la intención de que no quedase nadie vivo.

Cegado por una ira similar a la que le había invadido por la mañana en la taberna, levantó su mandoble con las dos manos y apretando los dientes asestó un tajo de derecha a izquierda dirigido a la criatura que tenía más cerca. Las risitas de esos seres se habían adueñado de su cabeza y lo único que quería era hacerlas desaparecer.

Cuando el arco que describía el mandoble llegó al punto más alto de su lado izquierdo, se dispuso a golpear de nuevo en sentido contrario.

El barullo iba in crescendo dentro de la sala de armas, tanto que los cuatro bichejos no se percataron de lo que se les venía encima hasta que fue demasiado tarde.

Entre risas y gritos, la cabeza de uno de ellos, el que se encontraba más a la izquierda, salió por los aires con una sonrisa en su enorme boca llena de afilados dientes, ni siquiera se llegó a enterar de que había muerto.

Los otros tres se quedaron mudos de golpe, mirando estupefactos como la cabeza de su compañero rodaba y rodaba por el empedrado, dejando un reguero de sangre parduzca a la luz verdosa reinante, hasta que se estrelló contra la pared. En ese momento, aquellas cabecitas cornudas se giraron al unísono hacia su atacante mientras sus manos agarraban cualquier cosa que pudiese servir como arma, por vieja y oxidada que estuviese. Puede que fuera más peligrosa la infección que le causase el corte con esas hojas embotadas que el propio corte en sí.

-¡A por éeeeelllllll!- gritó uno de los diablillos levantando su cuchillo por encima de la cabeza.

Aún desorientados por lo inesperado de la situación no pudieron evitar que aquel loco de pelo amarillo les atacase de nuevo.

Había perdido el elemento sorpresa, pero todavía se encontraba en mejor posición y contaba son su altura sobre ellos como ventaja. Sin dudarlo ni un momento volvió a lanzar su mandoble sobre el diablillo más cercano con intención de volver a ver otra cabeza volar.

El mandoble descendió con todo su peso trazando un arco plateado en dirección al diablillo que alzaba su cuchillo cual leyenda artúrica, cercenando de un tajo el pobre brazo portador. El ser se arrojó a suelo chillando como un cerdo en día de matanza mientras se agarraba el muñón.

Mientras, sus otros dos compañeros se lanzaban a la carga intentando, sin éxito,  ensartar al aventurero. Esas pequeñas cuchillas oxidadas no podían hacer nada contra la cota de escamas que lucía el guerrero.

Derfel desvió la atención del diablillo al que acababa de dejar manco y se dirigió hacia sus otros dos compañeros que todavía se encontraban en pié -Ya me ocuparé de ti más tarde- Pensó mientras se encaraba hacia los otros dos.

Justo antes de llegar a la distancia en la que tendría a otra de las criaturas a su alcance giró completamente sobre si mismo para imprimir más fuerza a su golpe e hizo centellear de nuevo su espada en un giro que buscaba directamente la cabeza de su oponente.

De nuevo aquella lámina de acero cayó sobre el grupo de engendros del infierno. En ésta ocasión rasgando el pecho y el abdomen del diablillo más cercano desde la clavícula hasta la cadera, no fue un corte demasiado profundo, pero tuvo un efecto inesperado para el guerrero.

La criatura, movida por la desesperación, o simplemente por la locura, saltó hacia su agresor ensartándose en el enorme espadón. La punta de acero salió por su espalada mientras avanzaba frenéticamente por la hoja hasta llegar a la empuñadura.

Ante la mirada atónita del joven el pequeño demonio levantó su cuchillo oxidado y lo clavó con todas sus fuerzas en el cuello de Derfel. Por suerte para éste, la punta del arma se encontró con la última escama de su cota y el cuchillo resbaló hacia atrás, provocando un leve corte en la parte baja del cuello del aventurero.

A todo esto, el diablillo manco se incorporaba trabajosamente, recogiendo su propia mano del suelo y forcejeando con ella para liberar su machete.

-¡Por los pelos!- Pensó Derfel cuando notó que la oxidada hoja del cuchillo de su oponente acariciaba su cuello -Ha estado jodidamente cerca-. 

Con el demonio todavía ensartado en su espadón como si se tratase de una brocheta, Derfel notó que aunque pequeño, el robusto cuerpecillo de ese engendro pesaba lo suyo. Se separó de el lo suficiente para poder doblar la pierna y ponerla en el pecho de su atacante. Mientras sujetaba fuertemente la espada propinó un fuerte empujón con el pié para liberarse de ese lastre y recobrar la movilidad. 

Mientras tanto, pudo observar por el rabillo del ojo como el diablillo que había dejado atrás con un miembro menos intentaba incorporarse y recuperar su arma "robándosela" a la parte de si mismo que se encontraba tirada en el suelo.

Sin perder tiempo se abalanzó sobre el diablo manco con intención de terminar lo que había empezado.

El cuerpo desmadejado del pobre diablo cayó al suelo haciendo un ruido sordo, acompañado de un gemido lastimero, mientras el guerrero seguía repartiendo muerte entre aquellas criaturas.

Antes de que el desgraciado que había perdido su mano tuviese tiempo de lanzarse a la carga, el mandoble le seccionó parcialmente el cráneo en un angulo en el que, si miraba el perfil derecho del monstruo parecía completamente intacto. Éste se desplomó sin emitir un solo ruido.

El único de aquellos traviesos seres que aún se encontraba indemne se arrodilló frente a Derfel, lloriqueando. De su puntiaguda nariz colgaban dos velas formadas por sus mocos, mientras apretaba los ojos con fuerza.

-Por favooooooor- gimoteaba -No me matez, poderozo caballero. Te puedo ayudar a zalir de aquí... snif- sorbió sonoramente. -Zi quierez matar a alguien... ¡mata a eze!- señalaba a su compañero malherido -Ez un inutil... snif... no como yo... snif- el sonido de los mocos del diablillo siendo engullidos una y otra vez por aquella goteante nariz era realmente desagradable.

Después de hacer que el tullido pasase a mejor vida, Derfel se encaró al único de los diablos que todavía no había probado su acero. Se estaba preparando para atacar cuando el desagradable ser se postró de rodillas y gimoteando se dirigió a él pidiendo clemencia. Derfel sólo le prestó algo de atención cuando el monstruo se refirió a que le diría la manera de salir de allí, pero era tanto el asco que le estaba dando, se fiaba tan poco de él y tenía tanta rabia acumulada que decidió hacer oídos sordos a sus súplicas.

-¡Vete al infierno!- Le escupió a la cara mientras lanzaba una fuerte estocada al indefenso demonio.