Partida Rol por web

La hoja se hundió en el blando tórax del engendro ginoteante y le atravesó de parte a parte sin oponer apenas resistencia. La cabeza cornuda cayó hacia adelante, haciendo que la barbilla golpease contra el pecho.

Pero cuando Derfel tiró hacia atrás de la empuñadura de su espada para sacarla del cuerpo de su enemigo, el diablillo agarró con las dos manos ambos filos del mandoble, mientras una risa brotaba de su rostro oculto.

-Ji, ji, ji...Ja, ja, ja...¡JA,JA,JA!- levantó la vista hacia el guerrero -¿Al infierno dices? Ja, ja, ja… ¡Pero si ya estamos en él! Jaj… cof, cof- empezó a lanzar esputos sanguinolento por la boca mientras su cuerpo se iba disolviendo en un liquido ponzoñoso y maloliente que impregnó el espadón allí donde lo tenía asido. Poco a poco comenzó a brotar un humo que, al contacto con la piel era corrosivo, su nauseabundo olor inundaba las fosas nasales del aventurero y le causaba nauseas. La hoja empezó a calentarse y chisporrotear, hasta que se disolvió parcialmente hasta la mitad de la hoja.

El chico miró con fastidio su arma destrozada y la arrojó contra el cuerpo del compañero diabólico de la criatura que acababa de disolverse en el piso, pero hasta eso fue inútil, a esas alturas también estaba muerto.

Asqueado por la escena que acababa de presenciar, Derfel se frotó los ojos mientras tosía aguantando la nausea. La desaparición de los cuerpos de los diablillos había llenado la estancia de un aire hediondo y asfixiante que estuvo a punto de hacer perder el sentido al guerrero.

Como pudo salió de la habitación y una vez en el rellano cogió aíre profundamente para limpiar sus pulmones de los gases nocivos que los llenaban. Había salido con vida de esa habitación, pero también había perdido su arma más valiosa.

Una vez recuperado, comenzó el descenso por las escaleras hasta llegar a la planta baja con la intención de escapar de una vez de esa maldita torre.

Una vez liberado de la hedionda nube de gases que inundaba la habitación Derfel empezó a recobrar un poco la calma. 

Al haber perdido el mandoble, descolgó el escudo que llevaba sujeto a su espalda y cogió su espada para estar preparado. A continuación echó a andar por el pasillo buscando la puerta de salida de la torre.

Sacó la cabeza por la puerta, con mucho cuidado, como si temiera carbonizarse si traspasaba aquel umbral, pero nada ocurrió, la estancia que daba acceso a la escalera, por la que ya había pasado, se mantenía en silencio, solamente la fosforescencia verde hacía diferente el pasillo.

Por el acceso a su derecha se oía un sonido como de palos golpeando contra la piedra que se acercaba a su posición, por la puerta de la izquierda un sonido como si alguien se afanase en preparar un guiso en la cocina.

Era curioso, pero había pasado de encontrarse completamente en silencio dentro de la torre a verse rodeado de todo tipo de sonidos allá por donde fuese.

Dudó si entrar a la cocina para ver qué eran los ruidos que provenían de ella, pero finalmente decidió no hacerlo y se dirigió hacía su derecha para encontrar la fuente del repiqueteo que se iba acercando hacia él.

Los ojos del muchacho se abrieron como platos al descubrir que lo que en un principio le pareció el sonido de unos palos batuqueando contra el empedrado resultó ser la marcha de tres esqueletos, ataviados con jirones de una armadura de cuero y armados con largas alabardas. Los huesos de sus pies descalzos eran los que producían aquel sonido rítmico mientras realizaban lo que parecía una ronda de guardia alrededor de la planta baja, dando vueltas sin fin por el pasillo.

Aún no habían llegado a la habitación en la que se encontraba el guerrero, por lo que no variaron su paso, pero era evidente que en pocos segundos se darían cuenta de la presencia de un intruso.

-¡Mierda!- Exclamó Derfel para sus adentros -¡Esto es una locura!- Pensó mientras se ocultaba de nuevo en la habitación de su inesperada visita.

Oculto tras el quicio de la puerta se preparó para el ataque. Como en el caso de los diablillos esperó beneficiarse del elemento sorpresa, así que permaneció atento hasta que los esqueletos llegaron a su altura. Sin pensárselo demasiado salió de la habitación y ataco al que tenía más cerca. Jamás se había enfrentado a algo así, por lo que no sabía cómo podía matar a un saco de huesos andante, por ello, dirigió su ataque a la columna vertebral con la intención de partir por la mitad a su adversario al estar desprovisto de carne que amortiguase el golpe. A la vez que se protegía con su escudo, lanzó un espadazo a la base de la columna justo por encima de la cadera del esqueleto.

La trayectoria de la espada dejaba tras de sí una estela plateada mientras se dirigía hacia la columna del esqueleto. El fuerte golpe impactó justo en el centro de una vertebra, que resultó ser mucho más sólida de lo que el guerrero pensaba y no consiguió su objetivo de partir por la mitad a su rival, aunque si hizo que varias costillas y la mandíbula inferior se desprendiese del cadáver andante.

Después del ataque sorpresa, si es que se podía sorprender a aquellas criaturas, los tres centinelas cargaron como uno solo, recordando tiempos mejores, en los que sus tristes huesos estaban cubiertos de músculos y piel. Las alabardas silbaron en el aire con una velocidad que parecía increíble que pudieran desarrollar aquellos brazos esqueléticos y golpearon en varios puntos de la anatomía de Derfel, nada grave, pero doloroso.

Al final la sorpresa se la había llevado el propio guerrero, ya que parecía que no se enfrentaba a débiles esqueletos fáciles de derrotar... Más bien todo lo contrario. Por sus movimientos pudo comprobar que se trataba de los cadáveres descarnados de experimentados guerreros. Y no sólo eso... Donde debería haber huesos semidescompuestos que se quebrasen con sólo tocarlos se encontró con algo casi tan duro como el acero de su espada.

Las armas de los tres esqueletos golpearon a la vez en el cuerpo de Derfel sin causarle ninguna herida de consideración, pero lo suficientemente fuerte para que el guerrero tuviese que retroceder con algunas partes doloridas.

Desde su nueva posición volvió a lanzar un débil ataque con su espada esta vez dirigido a la cabeza del esqueleto que tenía más próximo.

La juventud unida a la suerte de haber encontrado rivales muy por debajo de su nivel habían hecho que el guerrero se pensara intocable, indestructible, por lo que el dolor en aquellos puntos donde las alabardas habían lamido su coraza le llegó como una sensación extraña y terrorífica.

Retrocedió hasta tocar con su espalda en la pared y se planteó si su costumbre de atacar primero y preguntar después había sido la acertada, pero ya no había vuelta atrás, había que acabar con aquellos seres de ultratumba si quería vivir.

Con la cabeza llena de todos aquellos pensamientos su espada se movió de una manera totalmente mecánica y desapasionada, fruto de las horas y horas de entrenamiento, pero si una intención real de matar.

La hoja golpeó el cráneo del esqueleto al que había atacado previamente, fracturando el hueso y arrancando un gran pedazo de hueso, llevándose por delante parte del rostro. Pero su enemigo se negaba a caer.

En completo silencio, el grupo de guardia volvió a atacar. En ésta ocasión sus ataques se estrellaron contra el escudo de aventurero, a excepción de uno que golpeó su muslo, en un ángulo en el que prácticamente era imposible que hiciese un daño real.

Definitivamente esto no se parecía en nada a los entrenamientos que había recibido en el patio de su instructor en su aldea natal. Allí también recibía golpes... y muy dolorosos alguno de ellos, pero tenía la certeza de que su vida no corría peligro.

Ahora mismo no tenía esa certeza, más bien tenía la contraria, la de que su vida corría un grave peligro, ya que el daño que estaba infringiendo a sus oponentes era mínimo, y al contrario que él no parecían mostrar ninguna muestra de agotamiento -Total... están muertos- Se dijo para sus adentros. 

Sólo tenía una alternativa, seguir luchando. Con esa determinación volvió a arremeter contra el esqueleto al que había propinado los dos ataques anteriores lanzando otro espadazo con todas sus fuerzas

Movido por el instinto de conservación, Derfel levantó su arma por encima de su cabeza y realizó un movimiento oblicuo descendente que cercenó la cabeza y parte del hombro del esqueleto que tenía delante, con tanto ímpetu que el filo siguió abriéndose camino hasta acabar arrancando el brazo del enemigo contiguo, por desgracia no era su brazo armado.

El cadáver decapitado cayó al suelo desmadejado, formando un montón de huesos y restos podridos de armadura, pero sus compañeros no parecieron reparar en ello y siguieron atacando con la misma precisión que en las anteriores ocasiones.

Desde luego esos sacos de huesos sabían lo que se hacían. No habían fallado ni una vez, y sólo la suerte había salvado a Derfel de encontrarse en proceso de convertirse en uno de ellos. 

Por suerte había encontrado una manera de vencerlos, por lo que centró sus ataques en intentar decapitar a sus adversarios. Mientras se protegía con el escudo, lanzó un nuevo tajo con su espada esta vez al cuello del esqueleto al que había cortado el brazo.

Esta vez el ataque fue de abajo hacia arriba. La espada golpeó el la base del cráneo del esqueleto manco, justo donde se juntaba con la primera vertebra, produciendo un crujido y haciendo que la cabeza de su enemigo saliese disparada por los aires. Para su sorpresa, el resto del cuerpo se mantuvo en pie, aunque en ésta ocasión, ya fuera por la ausencia de su cabeza, o por puro azar, la alabarda se clavó en la pared.

Por su parte, el otro esqueleto, que aún permanecía en pie, lanzó un tremendo golpe descendente que el guerrero consiguió parar en el último momento con su escudo..

Realmente estaba teniendo mucha suerte. Estaba siendo un combate desigual, y más cuando se enfrentaba contra seres que escapaban a la lógica terrenal. 

El último esqueleto atacado estaba manco y sin cabeza, pero seguía siendo peligroso. No obstante Derfel decidió que su siguiente ataque iría dirigido al esqueleto que todavía se encontraba entero. 

Dio un par de pasos hacia atrás para separarse de sus oponentes y antes de que los esqueletos tuviesen tiempo de reaccionar el guerrero giró rápidamente sobre si mismo para imprimir más fuerza al golpe y lanzó el filo de su espada directamente contra el cuello del tercer esqueleto.

La maniobra del guerrero pilló desprevenidos a sus atacantes, en contrapartida se vio pegado a la pared, por lo que su movimiento, aunque poderoso, no fue tan determinante como había planeado. Su acero chocó con el asta de madera endurecida de la alabarda que portaba el guardián de ultratumba e hizo que éste vibrara de la cabeza a los pies. Fragmentos de hueso de aquí y de allá se desprendieron del esqueleto, alguna costilla, puede que algún dedo, nada con la suficiente importancia como para incapacitarle.

Los brazos descarnados devolvieron el ataque, pero, una vez más, fue en vano, y las antiguas armas fallaron en su intento de cobrarse la vida del intruso.

A ese ritmo no iba a terminar nunca con sus enemigos de ultratumba, más bien al contrario... el agotamiento que poco a poco iba haciendo mella en el guerrero parecía no afectar a los esqueletos, con lo que si no terminaba pronto con ellos, serían ellos los que terminasen con él. ¡Cuánto echaba de menos su mandoble!

Con ese último pensamiento decidió atacar de nuevo al esqueleto que más peligro ofrecía por encontrarse más entero.

Aprovechando su cercanía a la pared y apoyándose en ella, se impulsó y lanzó un nuevo ataque con su espada buscando un golpe más "mortal" que los últimos que había asestado.

Golpe tras golpe sus enemigos fueron perdiendo miembros, trozos de hueso que saltaban por los aires tapizando el suelo de esquirlas que brillaban el la reinante fosforescencia verde. Lo que no perdieron fue el impetu con el que combatían, aunque sus movimientos se iban vovlviendo cada vez más torpes, debido seguramente a que la falta de cabeza o de un brazo los hacía desequilibrarse, por lo que los golpes, aunque seguían siendo potentes no eran nada certeros.

El sudor corría por la cara del guerrero mientras que sus atacantes seguían sin emitir más sonido que el de sus huesos al golpear la fría piedra y sus armas hostigando a su enemigo.

Después del último ataque Derfel empezó a desesperarse. Cada vez estaba más cansado y sus oponentes seguían igual que al principio. Cuando decapitó al primer esqueleto pensó que todo sería más fácil, pero era obvio que no.

Estaba claro que así no podía continuar y que tenía que cambiar de táctica. Sin pensárselo demasiado hizo un rápido gesto para colocarse el escudo en la espalda y asió fuertemente su espada con las dos manos como si se tratase de su perdido mandoble. Ahora estaría más desprotegido, pero también podría imprimir más fuerza a sus golpes.

Sin perder más tiempo levantó la espada por encima de su cabeza y la dejó caer con fuerza sobre el esqueleto al que había dirigido los ultimo tajos.