Partida Rol por web

Desde las alturas, Mayra comprobó que la grieta conducía a niveles inferiores de aquella caverna, aunque no había luz al fondo, solo oscuridad. El desprendimiento de rocas a ambos lados de la catedral excavada en la roca era estable, según su punto de vista, y las columnas habían aguantado el paso de los años. El demonio, una magnífica estatua de piedra con ojos como rubíes, continuó impasible mientras el fuego rugía a su alrededor. Al cabo de un par de minutos sin que nadie le prestara atención, la piedra volvió a chirriar y Mayra vio como el suelo se abría en dos mitades y la plataforma sobre la que se erigía la estatua comenzaba a descender, a saber cuantos niveles más abajo, llevándose al demonio a su Ifrinn particular. La abertura volvió a cerrarse cuando los cuernos desaparecieron. Al poco, las llamas se extinguieron.

Una vez al otro lado, la situación resultó completamente diferente. Vika se quedó en el borde mientras esperaba a que Mayra hiciese sus cosas de magia. El ambiente allí estaba bastante menos despejado y el suelo estaba desnivelado, el otro lado estaba al menos varios pies por encima de este. En el techo se apreciaban grietas detrás de la maraña de telarañas colgantes, aunque no demasiado grandes. A su lado había montones y montones de huesos apilados, calaveras en su mayoría, formando montañas. Había muchos. De hecho, su atención se fijó en un par de cuerpos, junto a una de las columnas, que estaban bastante enteros -el resto eran piezas de un puzzle repartidos por la sala- y con carne todavía pegada. 

Tobías llegó después de Vika, se sacudió la sensación de vértigo y comenzó a estudiar la sala. Huesos. Cadáveres. Olor a descomposición. Una sutil reminiscencia a carne quemada. Algunos cuerpos estaban en el borde de aquel agujero, formando montones. Casi todos eran humanos. Cuánto llevaban muertos, si habían muerto todos a la vez, qué estaban haciendo allí todos esos huesos, todo aquello flotaba en el aire sin ser expresado en voz alta. Dámasor pasó al otro lado y apreció lo mismo. Cadáveres. Huesos. Calaveras. Azrael. Eldrid se quedó junto al sacerdote y esperó, mientras observaba a Mayra volar bajo para evitar las telarañas.

El explorador se acercó al cofre con mucha cautela. Ajustándose los cristales a los ojos y los cuantes a la mano, se dispuso a abrir el arcón. Era de madera reforjazo con hierro y adornado con numerosas joyas y remaches dorados. Un objeto que destacaba en mitad de la negrura como una gota de sangre sobre la nieve. En el candado encontró lo que esperaba, una trampa mortal que descargaría un rayo mágico que, sino lo mataba, lo paralizaría el tiempo suficiente para que alguien lo encontrase allí. Al mirar a un lado se fijó en que había un par de cadáveres y bastante, bastante más recientes que los huesos que se amontonaban. Estaban carbonizados y no se reconocía absolutamente nada de ellos.

La tigresa levantó la cabeza y olfateó el aire. Con un gruñido suave, se asomó por el borde de la grieta buscando el origen de su inquetud. Quizá se acercó demasiado, las piedras sobre las que pisaba cedieron y se escurrió hacia el agujero. Mayra voló en su dirección, pero con asombrosa agilidad, Eldrid dio un salto y regresó a suelo firme, lanzando un bufido hacia el agujero, malhumorada.

-Cuidado con el borde -comunicó mientras Mayra recuperaba altura.

Mientras Tobías se disponía a desactivar la trampa, Vika escuchó un murmullo que provenía de la grieta. En cambio, Dámasor escuchó algo en la pila de huesos. Como el borde no era demasiado seguro y Eldrid no quería aproximarse, Mayra echó un vistazo desde la relativa seguridad que le ofrecían las alturas.

Pero eso no impidió que algo le cayera directamente encima desde el techo. Un grito de la tigresa la alertó y la maga esquivó a tiempo el cuerpo de un gusano gigantesco, que aterrizó sobre la montaña de huesos enviando astillas y calaveras por todas partes. Mientras se recuperaba de la impresión, de la grieta brotó otro gusano gigantesco, una monstruosidad que se irguió en todo su tañao para intentar comérsela. De lo que debía ser su cabeza surgieron dientes afilados y de su boca salieron proyectados unos tentáculos que se lanzaron como látigos hacia la maga.

Vika estaba algo despistada contemplando la infinidad de huesos y calaveras que allí se apilaban. Podían estar en un mausoleo o lugar de enterramiento o más bien en un simple depósito de cadáveres, pero no lo creía aunque deseara que sólo fuera eso. Su mente racional le decía que estaban en la guarida de algún se lo suficientemente grande como para comer humanos. Tenía toda la pinta de que aquella gente había sido el almuerzo de algún ser de pesadilla.

No tuvo tiempo a decir la impresión que le había causado aquello, cuando los autores de la matanza se dieron a conocer. Se trataba de unos feos y enormes cienpiés, los cuales no parecían muy amistosos. Todo lo contrario, parecían tener hambre y veían en ellos a cinco suculentos pavos asados caminando directos a su gaznate. 

-  ¡Cuidado! - Dijo demasiado tarde, pues ya todos se habían dado cuenta de lo que había.

Tobías estaba delante del cofre, con una rodilla en tierra y su juego de herramientas de cerrajero abierto frente a él. Había encontrado la trampa en el cerrojo y había reconocido su naturaleza, pero quedaba por delante la parte más delicada de su trabajo: desarmarla.

El explorador solía concentrarse hasta la abastracción. Por fortuna, los monstruos aparecieron antes de que escogiera las herramientas adecuadas para inutilizar el percutor y rascar la runa que activaba el rayo mágico. Se puso en pie de un brinco, la mano derecha alrededor de la empuñadura de su espada.

¿Qué son esas cosas? gritó. Había visto muchas alimañas de las profundidades durante su vida, pero nunca unas como esas dos.

El corazón de Mayra le martilleaba en el pecho mientras la adrenalina le corría en tromba por las venas.

—¡Reptadores carroñeros! —informó Mayra con voz preñada de alarma, batiendo sus alas desde las alturas—. ¡Sus tentáculos pueden paralizar! ¡Los ocho!

Hasta que Mayra no lo mencionó, Tobías no se había fijado en los ocho tentáculos de la alimaña a la que podía ver en todo su desagradable esplendor. Para qué necesitaba ninguna criatura contar con ocho apéndices venenosos, se preguntaba. Qué dios veleidoso, o qué capricho del azar, dejaba sueltas esas cosas por el mundo.

Su primer instinto fue lanzarse a por el reptador, partirlo en pedazos con su espada antes de que pudiera reaccionar. Así lo hubiese hecho si el suelo no hubiese estado alfombrado con huesos variopintos, exánimes pero dispuestos a atrapar sus pies entre sus costillas, o zancadillearle con sus pelvis. Así que corrió hacia sus compañeros, apostándose tras la columna más cercana, blandiendo la espada sobre su cabeza como una guillotina presta a caer sobre la cabeza del primero gusano en asomar los tentáculos.

El demonio vuelve a esconderse y yo me encuentro, sin saber muy bien cómo, en un osario situado al otro lado de la grieta. Hay que ver cómo funciona esta pobre cabeza mía... Ya he olvidado cómo conseguí cruzar ese avismo. ¿Me habrán salido a mí también unas alas tan impresionantes como las de Mayra?

Me quito el bonete y me rasco la calva con manifiesto desconcierto, mientras miro el suelo sembrado de huesos preguntándome si no pertenecerán a todos los infelices sacrificados al príncipe demoníaco que acabamos de dejar atrás.

A juzgar por los descomunales gusanos carroñeros que salen a darnos la bienvenida, es muy probable que yo esté en lo cierto y que estas criaturas se hayan estado alimentando de los despojos de las víctimas sacrificiales.

—Mayra tendrá ra... razón, como siempre. Se-se-seguro que solo se a...limentan de cadáveres —sugiero a mis inquietos compañeros, pues las actitudes de algunos de ellos me hacen pensar que los consideran más cazadores que carroñeros—. O quizá.. no.

Mayra batió sus alas y retrocedió a una posición más segura. Extendió las manos frente a si y se preparó para lanzar un conjuro que impidiera a los carroñeros utilizar todos esos tentáculos contra sus amigos.

Uno de los gusanos avanzó en dirección a Eldrid, arrastrándose por encima de los huesos a una velocidad pavorosa, agitando sus tentáculos hacia la tigresa. La mujer tigre fue lo bastante rápida como para esquivar el golpe, que tampoco era muy acertado.

Tobías esperó junto a la columna hasta el enorme reptador estuvo encima de él. Tenía el tamaño de un oso y se movía rápido, muy rápido, machacando los huesos a su paso, buscando a las presas vivas.

Algo se movió entre los escombros y huesos apilados, en el lado contrario al de los combatientes.

En cuanto el bicho asomó los tentáculos, Tobías se lanzó al ataque.

Mayra se sobresaltó al escuchar el ruido a su izquierda, ahogando un gritito.

—¿Habéis oído eso? —dijo, por encima del grotesco sonido que emitió la espada de Tobías abriéndose camino en el aún más grotesco corpachón del reptador carroñero.

Tenía el conjuro en la mente, sus palabras acudieron a los labios, pero viendo la facilidad con que el explorador de las profundidades daba cuenta del monstruo, la maga de la Torre tomó la rápida decisión de proteger el flanco del grupo de lo que fuera que se estuviera moviendo por allí.

La criatura que trató de dar alcance a Tobías encontró una muerte rápida y certerza en manos del explorador. Con una maniobra eficiente y precisa, la hoja de su arma atravesó el cuerpo de la alimañana devoradora como si fuese mantequilla. Su sangre, de un verde oscuro asqueroso, comenzó a brotar en grandes cantidades, manchando sus manos, la columna y la pila de huesos.

Eldrid reaccionó con la violencia a la que estaba acostumbrada, sus afiladas garras no eran rival para el cuerpo blando de los carroñeros. Abalanzándose sobre el corpachón de la criatura, hundió las zarpas y comenzó a desgarrar, arrancando pedazos de carne y vísceras, mientras la bestia se agitaba y lanzaba espumarajos de sangre verde en todas direcciones.

Comprobando que todo estaba bajo control y preocupada por los murmullos que provenían del lateral, Mayra lanzó el muro de humo sobre la montaña de huesos.

Vika agarró con firmeza su mandoble y esperó a que aquel ser que parecía pretender emerger a su vista, se diera a conocer. Luego cargaría contra éste y le quitaría la tontería de encima. Estaba cansada de sorpresitas y la sorpresita se la iba a dar ella en cuanto se atreviera a hacer su aparición.

- Todos preparados... - Dijo con la mirada fija en el montón de huesos del que parecía provenir el sonido de aquel ser.

La maga se quedó expectante al ver que Vika se preparaba para atacar a lo que fuera que se movía entre los huesos. En su fuero interno rezaba porque fuese algun bicho como el de antes, que había sido fácil de matar a pesar de la amenaza. Pero luego pensó que a lo mejor no era buena idea desear eso; ¿qué clase de criatura podía surgir de las profundidades?

Algo se movió con más claridad entre las brumas del conjuro de la maga. De entre el humo surgió un esqueleto, probablemente uno de los muchos que alfombraban la sala, y se arrastró llevando en una de sus huesudas manos un fémur afilado que pretendía blandir contra Dámasor, que en ese momento alzaba su plegaria a Rashiel para bendecir a sus compañeros. Pero Vika pasó como un trueno junto al sacerdote y descargó un golpe contra la criatura.

Otro más de esos esqueletos brotó entre el humo y corrió en dirección a Eldrid dispuesto a golperla con una calavera que portaba en la mano. Un tercero parecía desorientado, dando vueltas por una de las columnas inferiores.

Y el golpe de Vika desmontó a aquel muerto viviente haciendo que sus huesos astillados por el impacto, cayeran contra el suelo y se romoieran en más pedazos.

- ¿Qué puñetas? - Blafemó. Aquello estaba resultando demasiado fácil y eso le preocupaba.

Las alimañas, a pesar de su intimidante tamaño y sus múltiples tentáculos, resultaron presas fáciles para armas y garras. Sin embargo, no fueron lo único que despertó cuando los expedicionarios superaron la brecha en mitad de la gran cámara. Cuando Tobías se dio media vuelta, alertado por los ruidos a su espalda, vio a los esqueletos andantes lanzarse a través de la humareda invocada por Mayra, y a Vika interceptar a uno de ellos y hacerlo pedazos.

¿Los ha despertado el ruido del maldito autómata?

Sin perder más tiempo con el reptador, corrió hacia el más rezagado de los esqueletos, pasando bajo Mayra y dejando atrás a Dámasor, propinándole un tajo brutal.