Partida Rol por web

Eldrid rodeó la columna y miró en la dirección a la que señalaba Mayra. Sin saber exactamente lo que tenía que encontrar, la tigresa comenzó a rebuscar entre los huesos apilados, lanzando calaveras y tibias por encima de su hombro. Algunas rodaron hasta el borde de la grieta y cayeron al vacío, perdiéndose en la oscuridad.

Como el osario se agitaba, listo para levantar nuevos muertos vivientes, Eldrid trataba de detener todos los huesos que se movían, saltando de un lado a otro, mordiendo, arañando y barriendo el suelo con los brazos para que dejaran de moverse, gruñendo de pura frustración.

Vika se mantuvo expectante a los acontecimientos venideros. No había enemigos de momento, aunque los habría. Podría volver a tratar de expulsar a los muertos como acababa de hacer, pero no lo haría hasta que se hubieran levantado los suficientes como para que hacerlo valiera la pena. Por ello, esperó ahí de pie, aguardando a que más de aquellos esqueletos se alzaran y si alguno de ellos se acercaba hasta ella, se llevaría un buen mandoble de regalo.

- ¿Tobías, seguro que no puedes hacer nada? - Le preguntó. - Si no puedes con la trampa, trata de abrir el cofre. - Le sugirió. Porque aunque los enemigos no eran gran cosa, estar en aquel lugar, no le gustaba ni un pelo.

El modo en que Vika hace estallar a los no-muertos me resulta impresionante.

—¡Bra-bravo! —la felicito, aplaudiendo enérgicamente.

Es cierto que los muertos viviente acostumbran a rehuir mi contacto, pero nunca había visto a nadie hacer nada semejante. Está claro que con semejantes compañeros, cualquier ayuda que pueda intentar prestarles será probablemente más un estorbo que otra cosa.

Mayra batía en las alas en el aire, en un gesto expectante.

Por mucho que Eldrid intentase detener la creación de nuevos esqueletos, surgieron tres más ante sus narices, uno justo sobre la trampa que Tobías tenía que desactivar. Agitaron sus fémures contra la tigresa y contra el explorador, en ese momento arrodillado e indispuesto. Uno de ellos se tropezó con sus propios pies y cayó a los pies de la tigresa.

Como si hubiese estado echando la siesta y se hubiese despertado enfurecido por la interrupción, uno de los esqueletos que Tobías había empezado a apartar para inspeccionar el área levantó la cabeza, blandió un fémur y trató de romperle la crisma al explorador con él.

¡Aparta, maldita sea! gritó, dándole un empujón.

Conteniendo las últimas acometidas de las arcadas, Tobías bajó la cabeza y levantó los brazos para protegerse de los golpes de los esqueletos, pues otro más se había unido al esfuerzo de su compañero. Sus armas improvisadas rebotaban, inocuas, en la fina malla de su armadura. En cuanto le dejaron un hueco, plantó los pies como si fuera a echar raíces, y dejó caer la espada sobre uno de los esqueletos con tanta fuerza, que los huesos estallaron bajo el acero.

Quítame a ese de encima, pidió a la mujer tigre, mientras llamaba la atención del esqueleto que aún se interponía entre él y el lugar donde debía estar el dispositivo.

Eldrid saltó sobre el esqueleto que molestaba a Tobías y lo desmontó en cuestión de segundos, lanzando sus costillas por los aires. Rodó por el suelo, agitándose salvajemente, furiosa con todos aquellos huesos, y agarró al otro esqueleto con los dientes por una de sus piernas. Lo tiró al suelo y comenzó a arrancarle partes una por una.

No podía ser verdad... ¿Iban a levantarse más muertos? Si tenían que esperar a que todos aquellos huesos se animaran para poder aplastarlos y así una vez todo estuviera tranquilo, poder abrir ese maldito cofre, podían pasar muchas horas. 

Fuera como fuera, parecía que el hábil Tobías estaba intentando algo con el mecanismo. Sabiendo lo bueno que era con ese tipo de cosas, no podía no tener fe en que lograría una solución a aquella tediosa situación. No obstante, por si no lo conseguía, Vika de preparó para expulsar a los bi muertos que se alzasen en los instantes siguientes.

Tobías se arrodilló mientras los huesos llovían sobre su cabeza y a su alrededor. Arrojó la espada a un lado, como si no fuese a echarla de menos cuando el siguiente grupo de esqueletos saliera del montón con ganas de matarle, y desenvolvió de nuevo su juego de herramientas.

Encontrar el activador de la trampa era sencillo para quien sabía lo que buscaba. Al tacto, palpando la losa, advirtió enseguida el empujón rítmico en las yemas de los dedos, como el pulso de un corazón en calma.

Espolvoreó tiza coloreada, y sopló con suavidad para apartar la que no se había alojado en los contornos de sello mágico. Aplicó pasta de limo arcano en los vértices para ahogar el pulso, y con ayuda de un cincel, rascó un par de trazos de la runa, dejándola inerte.

Un nuevo esqueleto apareció en la montaña justo a un lado de Vika. La sacerdotisa alzó su símbolo y la pobre criatura quedó convertida en cenizas. Expectantes, los demás compañeros esperaron las acciones de Tobías, rezando internamente para que todo saliera bien y pudiera desactivar la trampa. El montón de esqueletos frente al explorador comenzó a removerse, Eldrid comenzó a machacar huesos, a romperos, astillarlos y lanzarlos lejos para impedir que pudieran formarse, sin saber que eso resultaba imposible.

Cuando el cincel de Tobías hizo una muesca en la runa grabada en el suelo, los huesos dejaron de agitarse y todo quedó en completo silencio. Eldrid siguió atacando a los huesos, inquieta, sin entender que la trampa ya se había desactivado.

- Buen trabajo, Tobías. - Le dijo la sacerdotisa.

Cuanto más conocía a ese hombrecillo, más le sorprendía. Era una verdadera suerte tenerlo a su lado. Junto con Mayra y Eldrid formaban un gran equipo. ¿Y qué decir de San Dámasor...?  ¡Si! ¿Qué decir? San Dámasor era San Dámasor. Vika se encogió de hombros ante ese pensamiento. Al menos sus primitivos dioses estaban de su parte y les protegían a todos a su manera. Si pudiera contener su bondad, sería más fácil lidiar con aquel anciano.

La sacerdotisa se acercó al cofre. Pensó en que podía esconder. Desde luego estaba bien custodiado y eso sólo podía indicar dos cosas. O bien realmente escondía algo valioso o simplemente era un señuelo y dentro no había absolutamente nada. Pronto lo descubrirían. O más bien, lo haría Tobías. ¡Qué hombre tan apañado!

Mayra dejó escapar todo el aire que había estado conteniendo de puro alivio, e incluso bajó un metro en el aire mientras hundía los hombros. Remontó el vuelo y batió las alas para acercarse a Eldrid. Mayra aterrizó junto a ella y la abrazó.

—Ya está, ya ha pasado —dijo en un tono tranquilizador.

Sonrió a Tobías.

—Sí, buen trabajo, Tobías. No sé qué haríamos sin ti —dijo, y miró al cofre—. Espero que lo que haya ahí dentro merezca la pena tanto esfuerzo.

Mayra volvió a batir las alas en el aire, remontando el vuelo.

—San Dámasor —llamó al anciano—, ¿podríais bendecir a Tobías como me habéis bendecido a mí durante el combate? Toda ayuda es poca.

Solo faltaba que después de matar a todos aquellos esqueletos y desactivar la trampa mágica in extremis le saltara la trampa del cofre en la cara. Mayra buscó una posición a resguardo del cofre, por lo que pudiera pasar...

Los esqueletos aparecen y desaparecen continuamente como por arte de ensalmo, pues Eldrid y Vika los despedazan tan pronto como se juntan nuevamente mientras Tobías se ocupa de... algo que no comprendo del todo pero que parece poner de muy buen humor a las jovencitas.

Qué humildad la de Vika, felicitando a su compañero cuando ha sido ella quien nos ha librado una y otra vez de los insistentes no-muertos.

—Fe-felicidades a todos, que Rashiel sea con vosotros, guíe vuestros pasos y os bendiga.

El soporte plegable se le escapó de las manos cuando la ceerradura chasqueó, y cayó al suelo. Tobías se miró las manos; estaban intactas. Podía mover todo su cuerpo y no sentía ningún efecto nocivo por la trampa activada. Dio gracias, en silencio, al artesano que había confeccionado la extravagante herramienta, que por enésima vez le había salvado de unos momentos de sufrimiento.

Suspiró, pensando todo lo que le quedaba aún por aprender. Recogió las herramientas del suelo, comprobó que la descarga mágica no las había dañado —un hábito que sus meticulosos mentores le habían inculcado desde el primer momento, antes incluso de enseñarle a manipular mecanismos— y las recogió en su funda. Plegó y desplegó el brazo extensible un par de veces y, cuando estuvo satisfecho, metió todo en su faltriquera encantada. Herramientas descuidadas conducían a una muerte temoprana. Solo entonces, tras asegurarse de que la trampa no era del tipo que se recargaba por sí misma, abrió el cofre, conteniendo el aliento por la expectación.

En el interior del cofre, el explorador encontró, en su mayoría, pergaminos, papeles y libros. Pero encontró también numerosas piedras preciosas entre las que vio, con ojos relucientes, cuatro diamantes tallados, dos rubíes, media docena de zafiros y una perla, además de dos ónices, todo guardado en una magnífica bolsa de fieltro que no tenía nada de antigua. Además, encontró una figurilla que al tacto reconoció como mármol de una mujer que sostenía un ánfora y arrojaba agua hacia sus pies, formando lo que parecía espuma de mar. Estaba limpia y pulida, excelentemente conservada. Había otra estatuilla similar, pero esta estaba pintada y había joyas incrustadas en ella: representaba una mujer con alas de pájaro y garras de ave.

Lo dejó a un lado para sacar algunos pergaminos, que tal vez a Mayra le pudiesen resultar de utilidad. Desplegó uno que estaba doblado en varias partes y se dio cuenta de que se trataba de un mapa. Tras darle un par de vueltas y pensar en ello, entendió que una de las salas dibujadas era la cámara en la que se encontraban ahora mismo. La puerta que había al sur era un largo pasillo con unas escaleras que descendían y luego había una gran cantidad de salas y pasillos que todavía no habían visitado. En algún punto debía estar la conexión con el resto del complejo que habían visitado pero que, el autor del mapa, no había descubierto. Encontró también un fajo de pergaminos amarillentos atados con un lazo, escritos en ese idioma antiguo que no conocía nadie más que Mayra o Dámasor. Al menos cien páginas de texto abigarrado. También encontró un pergamino con el sello roto, que tenía algo escrito que tampoco fue capaz de leer.

Escarbó un poco más. Había una daga con la vaina cubierta de joyas, un libro de cubiertas gastadas, un cinturón y ropa de color oscuro. También había una máscara de calavera, la parte frontal de un cráneo humano, tallada con motivos en su frente. Un collar con huesos pintados, un palito de madera simple, una botella de tinta, un estuche con material de escritura y pinturas en polvo de varios colores.

Tobías fue sacando, uno tras otro, los objetos del cofre. No eram riquezas asombrosas, pero sí un tesoro que haría salviar a cualquier saqueador. Digno de las dificultades que habían pasado para obtenerlo, en especial teniendo en cuenta que habían salido todos ilesos de las trampas.

Dejó los documentos y pergaminos bajo una piedra, las estatuillas expuestas una junto a la otra, la ropa, el cráneo y todo lo emás en dos hileras, como si fuera el expositor de un mercader ambulante. El saquillo de gemas, después de mostrarles a los demás lo que contenía, se lo guardó en su bolsa mágica.

Mientras cada uno examinaba lo que más le llamara la atención, él se dedicó a estudiar el mapa, copiando todo lo que podía en su cuaderno de notas.

Mayra no había tenido que intervenir en el combate después de que le señalara la trampa a Tobías y mas por mera costumbre que por otra cosa, había seguido concentrada en el conjuro de detectar magia. El explorador consiguió inutilizar la molesta trampa que reanimaba a los esqueletos y detonó con seguridad -o ello pensó Mayra- la del cofre. La maga descendió, contemplando con curiosidad toda aquella quincalla dispar. Le hizo gracia encontrar la estatuilla de la althemir y la cogió para admirarla de cerca.

—La daga y la varilla de madera son mágicas, por cierto —comentó—. No voy a dar abasto a identificar todo esto con Cuqui. Aunque podría utilizar la perla para identificar un segundo objeto cuando prepare conjuros mañana.

Al mencionar su nombre Cuqui salió de su mochila de un salto y se puso a olisquear el mapa que estaba examinando Tobías. O eso parecía, porque el libro, evidentemente, no tenía nariz.

Vika se puso tensa cuando Tobías se acercó al cofre para tratar de abrirlo. Al ver que algo había fallado, se le cortó la respiración y por un momento el corazón le dejó de latir. Pero finalmente nada malo le sucedió al habilidoso muchacho. La sacerdotisa pudo entonces respirar tranquila.

- Podemos tratar de cargar con todo eso. Es mucho material, pero dejarlo aquí... - Chasqueó la lengua. - No sé... - Negó con la cabeza. - Quizás pudiéramos transportarlo a un lugar donde guardarlo a buen recaudo. - Miró entonces a Mayra. - Por cierto, ¿puedes identificar algunos objetos, no? El espadón aquel que saqueamos del gnoll abatido, tenía buena pinta. Si pudieras descubrir sus propiedades quizás pudiera usarlo.

Haciendo gala una vez más de su incuestionable destreza, Tobías se las ingenia para abrir el cofre cerrado y vaciarlo de contenido para nosotros.

La verdad es que no hay en él nada que desee para mí, pues hace tiempo que he aprendido que las posesiones terrenales son para algunos una carga más que un tesoro. Sin embargo, el conocimiento es algo que yo procuro no desdeñar aunque a veces mi mala cabeza haga que parezca lo contrario.

Aprovechando que ninguno de mis jóvenes compañeros parece tener interés en lo que parece ser un libro sin encuadernar por el grosor del mismo, desanudo el fardo de pergaminos atados y comienzo a ojearlos. Tal vez se trate de algún texto sagrado de los verdaderos dioses que merezca ser rescatado del olvido.

Podemos pedirle ayuda a Josephus Luisus, comentó el explorador.

La nueva mascota de Mayra había decidido hacer acto de presencia y merodear alrededor del mapa. Temiendo que si trataba de quitárselo, el extraño constructo lo desgarrara con sus patas mecánicas, Tobías lo dejó estar y se puso en pie.

Las gema, la daga y la varilla, dijo, mientras se sacudía el polvo de las rodillas. Y el mapa. ¿Os interesan las estatuillas? ¿Los pergaminos? ¿Algo más?

Repasó de nuevo todos los objetos con la mirada. Uno que le había pasado desapercibido cuando lo había sacado del cofre, sin duda porque estaba todavía con la mirada fija en las tallas de las piedras preciosas.

Levantó la máscara que representaba una calavera y se la mostró a los demás. ¿Os recuerda a algo? dijo. Espero que no estemos saqueando el sótano de los Calaveras...