Partida Rol por web

Corre el año 1921 y, en la costa oeste de Sudamérica, la República del Perú es el tercer país más grande del subcontinente, hogar de ya más de cinco millones de personas. La civilización de este país data, como mínimo, del año 2500 a.C., aunque cuando se trabaja con esas magnitudes, las cosas nunca están del todo claras.

A tan solo unos días del comienzo del año, los periódicos de varios países de habla inglesa dan a conocer al mundo una expedición organizada por el empresario Augustus Larkin a unas ruinas incas. Cada uno de vosotros, movidos por vuestros propios motivos personales, decidís contactar con Larkin para uniros a su viaje, que dará comienzo unos meses más tarde.

BÚSQUEDA DE PIRÁMIDE ANTIGUA EN PERÚ

Explorador planea expedición para descubrir civilización perdida

LIMA, 12 de enero - El explorador Augustus Larkin planea una expedición a la cordillera sur de Perú, donde espera encontrar una pirámide olvidada por la Historia. Basándose en el descubrimiento de algunos artefactos de oro encontrados en la región, Larkin cree haber encontrado evidencias de la existencia de tal yacimiento. Actualmente se encuentra en Lima, buscando miembros que le acompañen y posibles inversores.

TELEGRAMA TRANSPACÍFICO

GRACIAS POR VENIR A MI EXPEDICION STOP POR FAVOR REUNION EN LIMA STOP RESERVADO HABITACIONES EN HOTEL MAURY STOP 18 MARZO 7 PM EN BAR CORDANO JIRÓN ANCASH 202 DISTRITO DE LIMA STOP

Son las 7 pm del 18 de marzo de 1921 y entráis en El Cordano, un restaurante situado en el número 202 del jirón Áncash, en el centro de la ciudad de Lima. El local es bastante grande y, aunque decorado de forma austera, se puede apreciar el buen gusto en la elección de los muebles, con panelados de madera y suelo embaldosado. Sin duda se trata de uno de los restaurantes de moda de la ciudad.

Un hombre con traje de lino blanco sentado en una mesa circular junto con otras dos personas mueve el brazo para llamar vuestra atención. Os dirigís hacia allí y, sin conoceros entre vosotros, os sentáis todos a la mesa.

El hombre del traje de lino, sentado en el centro de los tres, parece llevar la voz cantante. En ese momento os dáis cuenta de que, aunque habíais contactado con él por correspondencia, nunca habéis visto antes a Larkin. Se trata de un hombre pálido de grasiento cabello rubio y ojos azul claro. Aunque es bastante joven, su piel está llena de arrugas y tiene dos grandes bolsas en los ojos. El traje que le queda un poco grande.

Señoritas, caballeros, saluda de forma educada en inglés mientras os inspecciona con la mirada, buenas noches y bienvenidos a Lima. Espero que no hayan tenido problemas para llegar hasta aquí. Se lleva la mano al pecho mientras habla. Soy Augustus Larkin, un placer.

Coge el tenedor y pincha de un plato en el centro de la mesa. Se lleva el cubierto a la boca y, cerrando un momento los ojos, se deleita.

El marisco es de lo mejor de esta ciudad, pero les recomiendo que prueben el escabeche, es la especialidad de la casa. Créanme, he estado en muchos lugares, pero en ninguno he probado algo tan delicioso.

El hombre a la izquierda de Larkin carraspea lo suficiente como para llamar su atención. Larkin cambia de tema y vuelve a las presentaciones.

Disculpen, ¡qué grosero por mi parte! Este es Luís de Mendoza, mi ayudante. No le juzguen por su aspecto, es un buen hombre.

Señala ahora al hombre a su derecha.

Y este es el señor Hughes, una... incorporación de última hora. Es un folklorista de Nueva York que ha expresado su deseo de acompañarnos en nuestra expedición.

Tras las breves presentaciones, Larkin se incorpora y deja los cubiertos sobre el plato.

Y bien, ¿qué me pueden contar de ustedes? Los telegramas no son muy aptos para la conversación, ya saben. Debemos conocernos un poco si vamos a hacer historia juntos.

De Mendoza ni se molesta en saludar, simplemente emite un gruñido cuando se le presenta.

Veis que se trata de un hombre de cara demacrada y pómulos pronunciados. Sus ojos son de un azul intenso y su mirada, penetrante. Lleva una enmarañada media melena de color castaño que ni se ha esforzado en desenredar. También viste un traje de lino y, aunque le queda mejor que a Larkin, está un poco desgastado.

Jesse Hughes es un hombre de raza afroamericana, de pelo corto y altura y constitución medias. Lleva un traje de tweed y luce un sombrero fedora. Se encuentra de brazos cruzados, con gesto relajado y fumando pipa.

Un placer poder acompañarles en esta expedición, responde en un tono muy educado que inspira cierta calma, sujetando la pipa con su mano izquierda.

Mientras ocurren las presentaciones, Alexander escudriña con la mirada a cada uno de los presentes. Un grupo variopinto. No esperaba que tanta gente se hubiese interesado en la expedición.

Alexander se fija especialmente en el señor Larkin, su razón de haber viajado a Perú. Para su gusto, hablaba demasiado.

El tal Luís de Mendoza, por otro lado, no parecía estar demasiado entusiasmado con la compañía. ¿Por qué sería?

- Alexander Haynes - se presenta secamente Alexander, sin variar la expresión de hastío de su rostro -. Un placer.

Nada más entrar por la puerta de El Cordano, Brian se sube el cuello de la gabardina y baja un poco la parte delantera de su sombrero de copa baja o porkpie.

Se siente bastante nervioso ahora mismo, hacía muchos años que no pisaba un restaurante o algún comercio con tanta gente. Siempre esperaba las horas de cierre de los estabelcimientos para ir a buscar la comida y así tener el menor trato posible con gente. El gobierno seguramente le estaría buscando y nunca se sabe por quién se están haciendo pasar.

Umm cuanta gente, si lo llego a saber no vengo. Parece que esconden algo, pero ¿quién no? No parecen del gobierno estado unidense, les daré una oportunidad por ahora.

Adelanta un paso, inclina la cabeza y usa su mano derecha para tapar sus labios al resto de la gente que por allí andan justo antes de pronunciar su nombre casi susurrando.

-  Eh.. Brian... Weaver.

Da un paso atrás y mira alrededor como si acabase de cometer un delito.

El brusco movimiento hace ondear la gabardina marrón de Brian, que para el tiempo que tiene se conserva bastante bien por el poco uso que se le da.

Lo que tiene que hacer una por vocación...

Observo con desagrado el aspecto desaliñado de aquellos que se han presentado ya.

¿Tanto cuesta invertir un poco de dinero en ropa con un poquito de estilo?

El acento del señor Larkin se me hace extraño, pero me distraen demasiado sus rostros demacrados como para centrarme en analizarlo. Miro de reojo al señor... ¿Ryan Biever? No logro entenderle, pero asumo por su cantidad de grasa corporal que o bien aborrece el ejercicio o bien pertenece a la burguesía... Me yergo en la silla, haciendome notar como la atractiva señorita que soy

Bustine Sinclair, enchanté - añado en francés. Francés es sinonimo de sofisticación.

Lucy nunca había salido del continente, por lo que estaba un poco nerviosa como para fijarse mucho en sus acompañantes.
No tengo que dejar pasar esta oportunidad, hay que causar una buena impresión

Encantada de conoceros, Adler Lucy, digoo Lucy Adler, Lucy es mi apellido, digo mi nombre jaja
Mierda. Cualquiera diría que tienes el culo pelado de hacer esto

El capitán observa la escena haciendo parecer que nada iba con él. Nada más lejos de la realidad, puesto que estaba muy atento a los interlocutores. Tras sus múltiples viajes, Robert ha conocido muchos lugares, muchas culturas, y por supuesto muchos dejes del lenguaje que la gente tiene. 

No obstante, nunca fue bueno con las relaciones interpersonales y mucho menos con la psique de las personas. El era más de hablar con pocas palabras, o con los puños.

- Capitan Robert Westley. Y ahora que estamos todos presentados, creo que lo mejor es ir al grano cuanto antes.

Sin duda alguna la competencia en este viaje va a ser nula...

Aunque es vuestra lengua materna y estáis, por supuesto, familiarizados con el idioma, no lográis identificar el origen exacto del acento del señor Larkin. Lo que sí notáis, por lo menos, es que tiene un deje británico.

Tus largos y múltiples viajes a bordo del Sweet Baby Jesus te han permitido conocer de primera mano muchos puertos de África y América. El acento del señor Larkin tiene un deje británico, pero te recuerda a cómo hablaban los colonos del puerto de Mombasa, en Kenia. Qué buenas especias se comerciaban allí...

Inspeccionáis a De Mendoza con la mirada, pero no tenéis ni idea de qué puede estar pasando por esa cabeza desaliñada y ese gesto malhumorado. Cuando cruzáis miradas con él, sentís cómo sus ojos os atraviesan y, por un momento, os dejasen sin habla.

Mientras tanto, Larkin asiente satisfecho, dedicando una mirada más larga a unas que a otros. Aunque no todos los recién llegados se muestren dispuestos a abrirse, es un primer paso. Ya habría tiempo para el diálogo personal y la confianza, todavía quedaba un viaje largo...

Durante las presentaciones, la frente del empresario empieza a perlarse. Se seca de forma educada las gotas de sudor con la servilleta y continúa con su discurso.

Un honor tenerle, capitán. Pero no sea usted impaciente, todo a su debido momento. ¿En qué flota sirvió?, pregunta de manera más cortés que interesada. Seguro que hizo un gran servicio para su país.

De Mendoza gruñe al respecto y Larkin se reincorpora, volviendo al tema, aunque no sin antes echar una furtiva mirada a la señorita Sinclair.

El plan es dirigirnos a la Cordillera de los Andes, encontrar el lugar de la pirámide perdida y... recuperar algunos artefactos de valor. Hace una pausa. Seguro que todos ustedes quieren pasar a la historia, ¿no es así? Tantea, tratándose de asegurar que todos están en la misma página.

El empresario mira al cabizbajo Weaver, intentando adivinar por qué un hombre con tanto sobrepeso y pocas dotes sociales se querría embarcar en esta expedición. Podía entender que gente curtida, ciudadanos del mundo como Westley estuvieran interesados. Haynes parecía un hombre de bien, parecía que sabía dónde se metía, pero ¿y las dos chicas? Esto no era ni un paso de modelos.

Larkin se lleva la mano al interior de su chaqueta, buscando algo.

Jesse Hughes quita hierro a la conversación, volviendo a coger la pipa con su mano izquierda y haciendo grandes aspavientos con el brazo, para dar importancia a sus palabras.

Soy un gran amante de las civilizaciones perdidas y de la cultura inca. Sabiendo que tengo la oportunidad de estar allí y verlo con mis propios ojos... Suspira. Nunca me lo perdonaría si no lo hiciera.

De Mendoza, al oír las palabras de Hughes, gruñe en desaprobación, pero a Hughes no parece importarle demasiado.

Menudo grupo más pintoresco ha conseguido juntar el señor Augustus Larkin... Que poder de convocatoria.

Alexander ignora el comentario del emocionado Jesse Hughes para dirigirse directamente al señor Larkin - Debe usted ser un hombre muy poderoso, señor Larkin, para haber reunido aquí a tanta gente para esta... expedición. Y debe estar muy interesado en lo que podamos encontrar. ¿Es usted coleccionista?

Larkin sonríe ante el corte de Haynes.

Señor Haynes, es usted una persona muy perspicaz. Lástima que eso no le bastara para ganar el caso del señor Walsh, ¿no es así?, pregunta con un tono que se torna desafiante, eludiendo la pregunta. Debe ser duro mover todos los hilos a su alcance y que, aún así, a su cliente le caigan más años de prisión que los que le quedan por vivir.

A De Mendoza se le escapa una gutural carcajada. Ya es más de lo que ha dicho durante toda la velada.

Larkin aparta unos platos para poner sobre la mesa un pequeño maletín de cuero. De su traje ha sacado una llave que utiliza para abrirlo mientras sigue hablando.

Miren, les voy a contar una historia. Hace ya unos meses, en uno de mis viajes por los Andes, un criador de alpacas vendía estas piezas tan interesantes.

De la maleta saca dos piezas que, claramente, son de una época pasada. Una parece un colgante con la forma de un hombre levantando dos báculos, embellecido con formas rectangulares. El otro, una especie de copa tallada con patrones geométricos y con turquesas incrustadas.

El hombre me contó que su abuelo había encontrado estos objetos en los túneles de una pirámide escondida entre las montañas, continúa, El hombre no volvió a ese lugar por absurdas supersticiones, y ahí es donde entra en juego nuestra expedición.