Partida Rol por web

Las Nieblas de Toledo [+18]

Un Poco de Historia

Cargando editor
24/12/2018, 20:14
Director

CORONA DE CASTILLA

La llegada del siglo XIII encuentra a la corona de Castilla envuelta en la anarquía y el desgobierno, pues los nobles y el rey de Aragón intentan por todos los medios influir o, mejor aún, derribar al todavía niño Fernando IV, al que su madre, la regente María de Molina, tiene que defender a capa y espada, consiguiendo finalmente que sea declarado rey en 1301, lo que no acaba ni mucho menos con la caótica situación del reino, pues tiene el nuevo rey que seguir haciendo frente a levantamientos nobiliarios y a las pretensiones aragonesas hasta el mismo día de su muerte en 1312, cuando se halla en Jaén preparando la toma de Algeciras. Y según cuenta la leyenda, su muerte fue provocada por una maldición lanzada un mes antes por los hermanos Carvajales, enemigos del monarca que éste había ordenado ajusticiar encerrándolos en una jaula para, a continuación, despeñarlos por un precipicio, aunque antes emplazaron al rey a una muerte segura en poco tiempo. Debido a esa leyenda, Fernando IV sería recordado como El Emplazado.

Sea como fuere, la muerte del monarca deja el trono castellano en manos de su hijo, Alfonso XI, que cuenta tan sólo con un añito de edad, por lo que María de Molina, su abuela, se arremanga las sayas y se convierte de nuevo en regente, aunque acompañada esta vez de la esposa y de los hermanos del rey fallecido - todo quedaba en familia -, hasta que en 1325, con quince años, Alfonso XI es declarado mayor de edad y asume sus tareas como rey de Castilla, dedicándose desde entonces a darle fuerte y flojo a tanto noble levantisco, que entre ajusticiamientos, asesinatos y emboscadas, los deja bastante mal parados, ganándose el sobrenombre de El Justiciero entre sus seguidores - los nobles posiblemente le llamarían cosas peores -. También invierte dinero y esfuerzos en proseguir la guerra contra Granada que había empezado su padre, venciendo a los moros en la batalla del Salado (1340) y conquistando Algeciras (1344), claro que no contento el buen hombre, que creía que estaba en racha, prosigue el avance hasta Gibraltar, donde en 1350 se le acaba la suerte; y es que un año antes, en el puerto de Barcelona, había desembarcado una nueva enfermedad, la peste negra, que rápidamente se extendió por la Península, y se llevó consigo, entre varios millones de personas, al propio rey - al que, por cierto, enterraron en dos partes: el cuerpo fue llevado a Sevilla y los intestinos se quedaron en Jaén: misterios de la historia, oiga -. Pero lo que nadie puede negarle al buen Alfonso XI es que supo divertirse, pues además de los dos hijos legítimos que tiene con su esposa, María de Portugal, tenemos que mencionar a los diez hijos, diez, que le dio su amante, Leonor de Guzmán, lo que traerá cola, como ahora mismo veremos.

Y es que, claro, muerto el rey le sucede su legítimo hijo, Pedro I, quien convierte en consejero principal a su ayo, el portugués Juan Alfonso de Alburquerque.

Cargando editor
24/12/2018, 20:22
Director

CORONA DE ARAGÓN

Ya desde muy temprano, la Corona de Aragón estará metida de lleno en varias guerras. Por un lado la que libra el rey, Jaime II, con su hermano Fadrique, pues el primero había pactado su retirada de Sicilia con los franceses y con el Papa, pero su hermano había decidido que él no se iba, y al ver Jaime que la familia le iba a dejar en mal lugar, envía una flota para “convencer” al buen Fadrique de que tirara para casa. Al final se lleva el pequeñín el gato al agua y, tras firmar la Paz de Caltabellota (1302), Fadrique es coronado rey de Sicilia (lo que, por cierto, le vendría bien luego a los aragoneses, que a la postre se terminarían quedando más tarde con la isla). La otra guerra pilla más cerca, pues Jaime II aprovechando que la muerte en 1295 de Sancho IV de Castilla había dejado en el trono a un hijo de pocos años, Fernando IV, bajo la regencia de su madre, María de Molina, y ya que el niño es considerado ilegítimo —resulta que como el Papa no había autorizado la boda de Sancho con la de Molina, el matrimonio era de todo menos válido y los frutos del mismo tenían la misma “legitimidad” que un saco de patatas; cosas de la Edad Media, como pueden ver—, el rey de Aragón se alía con el infante Alfonso de la Cerda, tío del niño, y a cambio de apoyarle en sus intentos para derrocar al crío, el aragonés se anexiona el reino de Murcia. Claro que al final, el Papa dice que de acuerdo, que considera legítimo a Fernando IV, y su tío Alfonso y Jaime II se quedan, uno sin el trono y el otro sin Murcia. Es lo que tiene la política: que no siempre salen las cosas como uno quiere. A partir de entonces, el rey buscará una ampliación de su territorio en el Mediterráneo, incorporando en 1325 Cerdeña y Córcega a la corona aragonesa.

A la muerte de Jaime II en 1327 debía sucederlo su primogénito, Jaime, pero éste era más bien capillita y había tomado los hábitos unos años antes, con lo que el trono pasa al segundo hijo, Alfonso IV, con el que las cosas empiezan a torcerse un poquito más. Para empezar, el rey se chupa en 1333 el llamado mal any primer (“primer año malo”), una fuerte hambruna que se lleva por delante a muchos de sus vasallos; luego se mete en una guerra contra el reino de Granada e intenta tomar Almería, pero se vuelve a casa con las manos vacías (y algunos varapalos en batallas, claro); por último, en Cerdeña se levantan en armas contra los aragoneses (apoyados por Génova) y aunque se consigue una cierta paz y estabilidad, lo cierto es que los sardos no dejarán de liar la traca hasta bien entrado el siglo XV. Pero como todo en esta vida tiene su final, por fin descansa el buen Alfonso en 1336 cuando fallece, y le sucede su hijo Pedro IV conocido como El Ceremonioso, pero no porque sea el hombre amigo de exageraciones y amaneramientos, sino porque le gusta la ceremonia y la pompa más que a un tonto un lápiz, y lo demuestra durante su reinado, cuando exalta como ninguno antes su papel como regente y gobernante de cara a sus súbditos y a los reinos vecinos. Está dispuesto a ampliar a costa de lo que sea el territorio aragonés, y lo primero que hace es fijarse en las Baleares, donde reina Jaime III, su cuñado —a lo mejor esto lo explica todo—. Así que, como quien no quiere la cosa, Pedro IV mete a Jaime en juicios y procesos que, por supuesto, gana en 1343, y éste debe cederle todos sus territorios; pero el cuñado no está por la labor, con lo que, se nos presenta El Ceremonioso en Mallorca con una flota y tras darle a Jaime hasta en el cielo del paladar, se lo lleva preso y se anexiona las Baleares. Cierto es que años después, en 1349, Jaime III consigue volver a Mallorca dispuesto a recuperar lo que es suyo, pero en la batalla de Llucmajor pierde definitivamente el reino y la vida.

En los años siguientes, Pedro IV de Aragón tendría menos quebraderos de cabeza, aunque no fue todo perfecto. Por un lado, está la Guerra de los Dos Pedros (que ya comentamos en la sección de Castilla) y, por otro, tiene que suprimir una revuelta nobiliaria (es curioso cómo se repiten las cosas una y otra vez, ¿verdad?) que comienza cuando Pedro dispone por decreto que su hija Constanza le suceda en el trono, quieran o no los nobles, y éstos, que otra cosa no, pero revoltosos eran un rato, forman la Unión y se sublevan en 1347. Finalmente, como, por un lado, son derrotados en Epila (1348) y, por otro, le nace un heredero varón al rey, los nobles vuelven a sus asuntos y aquí, como siempre, no ha pasado nada.

Cargando editor
24/12/2018, 20:29
Director

REINO DE GRANADA

Si como hemos visto antes, la política castellana y aragonesa de los siglos XIV y XV parece cuanto menos trepidante, prepárate ahora, pues lo que ocurre en estos años en Granada te va a dejar sin habla.

La llegada del siglo XIV encuentra a los granadinos en guerra con Castilla, pues unos años antes les había arrebatado Tarifa, pero en cuanto el rey castellano tiene un poco de tiempo libre, pues asuntos internos le reclaman, se lanza a la ofensiva y conquista Gibraltar en 1309. Y suerte tiene el rey Nasr de que no sigue más allá, pues le alcanza la muerte preparando una nueva campaña. Se suceden entonces unos años de relativa calma en la frontera, rota de cuando en cuando por las bravatas del príncipe Pedro, hermano del rey castellano, que se acaban en el mismo momento en que, envalentonado, decide atacar Granada, donde le espera un nutrido ejército que le pregunta que a dónde va con tanta prisa; como era de esperar morirá durante la batalla (1319) y aunque Alfonso XI, su sobrino y por entonces rey de Castilla, manda un ejército para vengar tamaña afrenta y vence a los granadinos, poco se notará en la frontera.

En 1332 llega al trono granadino Yusuf I y, aunque firma la paz con el castellano, una vez pasados los cuatro años de tregua estipulados en el tratado, reanuda la guerra. Sin embargo, como no quiere pillarse los dedos, recurre al viejo truco de llamar a los primos del otro lado del mar (táctica que permitió siglos atrás la llegada de almohades y almorávides), aunque en esta ocasión se trata de los benimerines liderados por Abul Hassán. Junto a ellos, Yusuf I emprende el sitio de Tarifa, pero Alfonso XI, que también ha echado mano de los libros de historia, decide proyectar una cruzada al estilo de las Navas de Tolosa y, tras recibir el apoyo de Portugal y de Aragón, ataca a los granadinos en Tarifa, derrotándolos en la batalla del Salado (1340): tras la contienda, los reyes nazaríes le decían adiós al Estrecho. En los años siguientes, Granada sigue perdiendo ciudad tras ciudad, hasta que el castellano muere en Gibraltar a consecuencia de la peste, lo que tranquiliza un poco a Yusuf, aunque no le duraría mucho el descanso

Cargando editor
24/12/2018, 20:38
Director

REINO DE NAVARRA

La historia del reino de Navarra transcurrirá a lo largo de los siglos XIV y XV a la sombra de sus tres reinos vecinos: Castilla, Aragón y Francia, que buscan anexionarse a toda costa el pequeño reino, lo que casi se consigue a finales del siglo XIII, cuando Juana I se casa con el rey francés Felipe IV el Hermoso: a partir de ese momento, la historia de Navarra queda unida a la de Francia. Su reinado se caracterizó por importar de tierras francas una costumbre muy extendida por entonces en el reino vecino, la de perseguir al judío, y Juana I impuso alguna que otra ley al pueblo hebraico que habitaba Navarra.

Cuando muere en 1305, le sucede en el trono navarro el mayor de sus tres hijos, Luis I (tranquilo, que luego hablaremos de sus hermanos), el que pocos años después también sería coronado como Luis X de Francia. Con su primera mujer, Margarita de Borgoña, tiene una hija, Juana, aunque la cosa no va a más ya que sus cuñadas le van con el chisme a Luis de que Margarita le está adornando con unos hermosos cuernos su real cabeza y que su hija Juana es en realidad de otro hombre —que malas que son las cuñadas, ¿verdad?—. El rey reacciona un pelín mal al oír esos comentarios y ordena de inmediato el estrangulamiento de la adúltera, ganándose desde entonces el apelativo de El Turbulento (lo cierto es que lo único que le salvó de nombres aún peores es que era el rey). Por suerte, su hija Juana siguió siendo considerada legítima, pero como Luis aún no había conseguido tener descendencia masculina, lo que en Francia se lleva muy a rajatabla, vuelve a casarse, esta vez con Clemencia de Hungría, que pronto se queda embarazada, aunque Luis no acudiría al parto, pues muere envenenado en 1316. Cinco meses después de su muerte, Clemencia trae al mundo al hijo de Luis, Juan, que es declarado rey desde el mismo momento de nacer, aunque no es que lo disfrutara mucho el pobre, pues muere pocos días después de ser alumbrado, pasando a la historia como Juan el Póstumo, tejiéndose alrededor de su corta vida multitud de leyendas, como la que aseguraba que el bebé había sido asesinado por su tío o la que defendía que había sido cambiado por el hijo de un labriego al nacer, con quien vivió muchos años sin llegar a saber cuál era su verdadero linaje.

Pero vamos a lo que vamos. Llegados a este punto quizás podíamos pensar que el trono debía pasar a manos de la única hija legítima de Luis, Juana, pero eso es pensar demasiado, sobre todo si tenemos en cuenta que aún siguen vivos dos hijos de Juana I de Navarra y, por tanto, hermanos del rey fallecido. Así que dicho y hecho: la corona pasa ahora a manos de Felipe II de Navarra y V de Francia, apodado El Largo, que años después, en 1322, fallece tras larga y penosa enfermedad sin haber dejado tampoco descendencia, por lo que le toca el turno ahora al último hijo vivo de Juana I, Carlos I de Navarra y IV de Francia. Pero tampoco tenemos suerte, pues muere en 1328 sin heredero varón y, con él, desaparece la dinastía de los Capetos. Así que mientras en Francia comienza un nuevo linaje, Navarra se separa del reino francés, pues por fin la hija de Luis I es coronada como Juana II de Navarra. La nueva reina, acompañada por su marido Felipe de Evreux, se vuelca por entero en el gobierno navarro, ampliando el Fuero Navarro, favoreciendo a la burguesía urbana y fortaleciendo el poder de la justicia dentro del reino. Claro que, para no perder la costumbre que exportó su abuela, permite que fray Pedro de Ollogoven anime varios saqueos a juderías y aljamas, para que una vez apagados los incendios y enterrados los cadáveres, la reina imponga leves castigos a los culpables y se embolse la indemnización que se les debía a los judíos supervivientes. Además, por si se les ocurre protestar, ordena que la aljama de Pamplona sea cercada por un muro: como ven, los nazis no inventaron nada.

En 1349, Juana II pasa a mejor vida y le deja el reino a su hijo Carlos II, al que los franceses le pusieron de sobrenombre El Malo, más que nada porque desde que llega al poder intenta por todos los medios meter su cuchara en todos los platos.

Cargando editor
24/12/2018, 20:49
Director

REINO DE PORTUGAL

Al contrario que el resto de sus vecinos, Portugal comienza el siglo XIII sumida en la paz, ya que décadas antes habían terminado su particular Reconquista y el reino no poseía enemigos al otro lado de sus fronteras. Claro que estas cosas no suelen durar, como ahora veremos. Dionisio I dedica, por tanto, sus esfuerzos a fortalecer las instituciones del reino, a construir castillos, a fundar la marina portuguesa y a viajar por todo el territorio, lo que en un rey de su época era cosa bastante rara. Hasta le da tiempo a cultivar la escritura y dejar para la posteridad libros de caza y de poesía; incluso se anima a arrancarse de trovador, como si la corte fuera una boda gitana. Además, fue uno de los pocos reinos que protegió a los caballeros templarios cuando éstos fueron perseguidos por toda Europa y transformó la orden del Temple portuguesa en la orden de Cristo, a la que restituyó todas las posesiones templarias que poseían en el reino.

Cuando muere en 1325, el reino pasa a manos de Alfonso IV, su único hijo legítimo —bastardos tuvo algunos, que está visto que entre trova y trova…—, con quien se empieza a liar la traca nada más sentarse en el trono. Y es que Alfonso le tenía manía a uno de sus hermanastros, el ilegítimo Alfonso Sanches, y pensaba que su padre prefería al bastardo antes que a él, así que en cuanto muere papá, Alfonso IV le ordena al Sanches que haga las maletas y que se largue en el primer carromato que pase camino de Castilla, desde donde se dedicó a planear más de una vez quitarle el trono a su hermanastro, aunque ninguna de sus tentativas terminó de cuajar.

El segundo incidente lo tiene cuando su hija, María, que es esposa de Alfonso XI de Castilla, le viene con el cuento a papuchi de que su marido no le hace ni puñetero caso, con lo que le da otro arrebato al padre y le declara la guerra a Castilla, una contienda que durará cuatro años y que la terminará la misma que la empezó, su hija María, quien consigue que los dos reinos firmen un tratado de paz. En los últimos años de su reinado, Alfonso IV vuelve a liarla en Portugal - le llaman El Bravo por algo -, pero esta vez por culpa de su hijo Pedro.

Cargando editor
24/12/2018, 22:55
Director

CRONOLOGÍA

1301: Fernando IV de Castilla es declarado mayor de edad con sólo dieciséis años. Muhammad III se convierte en rey de Granada.

1302: Roger de Flor, al mando de un ejército almogávar, se ofrece como mercenario al emperador Andrónico de Constantinopla.

1304: Al morir Juana I de Navarra, la corona navarra pasa a manos de su hijo Luis X de Francia, que une ambos reinos.

1306: Guerra de Granada contra Marruecos: Muhammad III conquista Ceuta.

1307: Orden de persecución contra los templarios; a petición del rey de Francia, Jaime II de Aragón los persigue en su reino y se incauta de sus propiedades.

1308: Muere ahogado en Almuñécar Muhammad III, y le sucede Nasr I. Roger de Flor es asesinado en Constantinopla.

1309: Guerra de Castilla contra Granada: Fernando IV conquista Algeciras y Gibraltar. Nasr I pacta con el rey castellano y se convierte en su vasallo. El papa Clemente IV abandona Roma y se instala en Avignon.

1311: Los almogávares de Roger de Flor son traicionados por los bizantinos; los que consiguen sobrevivir saquean e incendian varias poblaciones, derrotan al ejército bizantino y conquistan los ducados de Atenas y Neopatria. Muere Fernando IV de Castilla; su sucesor, Alfonso XI tiene tan sólo un año de edad, así que asume la regencia su abuela, María de Molina.

1312: En el Concilio de Vienne, el papa Clemente V suprime la orden del Temple.

1313: Guerra civil en Granada; muere Nasr I de Granada derrocado por Isma´il I.

1315: Sitio granadino sobre Gibraltar. Ramón Llull muere apedreado en una anónima aldea de Túnez.

1316: El gobierno efectivo de Navarra pasa a manos de Juana II, hija de Luis X de Francia.

1317: Se funda la Orden Militar de Montesa.

1318: Jacques de Molay, gran maestre de la orden del Temple, es ejecutado en la hoguera.

1319: Batalla de la Vega de Granada; los infantes de Castilla, don Pedro y don Manuel, mueren al ser sorprendidos por un ejército nazarí.

1321: Muere la regente de Castilla, María de Molina.

1323: Una expedición catalanoaragonesa conquista Cerdeña.

1324: Muere Isma´il I de Granada y le sucede su hijo Muhammad

1325: Alfonso XI es declarado mayor de edad con catorce años y asume su tarea como rey de Castilla. Lo primero que hace es mandar un ejército sobre Granada, venciendo a los musulmanes.

1326: Muere Dionisio I de Portugal y le sucede su hijo Alfonso IV el Bravo.

1327: Muere Jaime II de Aragón y le sucede su hijo Alfonso IV.

1328: Muere Carlos el Calvo, rey de Navarra y Francia, sin dejar descendencia: los navarros eligen como reina a Juana II, y rechazan, por tanto,como rey a Felipe de Valois.

1329: Revuelta en Cerdeña y guerra de Aragón contra Génova.

1330: El rey Muhammad IV solicita la ayuda de los berimerines de Marruecos, que sitian y conquistan Gibraltar.

1332: Muere asesinado Muhammad IV y es sucedido por su hermano menor Yusuf I.

1333: Grave sequía en Cataluña que trae consigo carestía y hambre.

1336: Muere Alfonso IV de Aragón y le sucede su hijo Pedro IV el Ceremonioso.

1339: Juana II es coronada finalmente como reina de Navarra.

1340: Guerra de Castilla, Navarra y Portugal contra Granada; tiene lugar la batalla del Salado, en la que Alfonso XI ocupa Tarifa.

1341: Alfonso XI de Castilla conquista Alcalá la Real.

1343: Pedro IV de Aragón secuestra y encarcela a su cuñado, Jaime III de Mallorca, y ocupa su reino.

1344: Castilla conquista Algeciras mientras que Aragón se anexiona el Rosellón y Cerdeña.

1345: El infante de Portugal, don Pedro, se casa en secreto con su amante, Inés de Castro. Poco después, su padre, el rey Alfonso, ordena asesinarla en Coimbra.

1347: Guerra civil en Aragón; Jaime de Aragón, hermano del rey Pedro IV, organiza a la nobleza en contra de su hermano, pero el rey les vence.

1348: Batalla de Llucmajor; Jaime III de Mallorca intenta recuperar su reino pero es vencido y muere en la batalla, con lo que Aragón se incorpora su reino. La peste bubónica llega a la Península y entra por Barcelona.

1349: Alfonso XI de Castilla muere víctima de la peste durante el asedio a Gibraltar. Muere también Juana II de Navarra y le sucede su hijo Carlos II el Malo.

1350: Es coronado rey de Castilla Pedro I el Cruel.

Cargando editor
27/12/2018, 13:50
Director

Las órdenes militares más importantes en la Península Ibérica fueron:

  • La Orden de Calatrava: Creada en 1158 en Calatrava bajo la regla cisterciense, intervino frecuentemente en las batallas y en la política de los siglos posteriores. Su símbolo es una cruz griega de gules con flores de lis en las puntas y su hábito es de color blanco. Sólo podían pertenecer a ella personas del reino de Castilla procedentes del pueblo castellano.

 

  • La Orden de Alcántara: Fundada en 1176 bajo los auspicios de la orden de Calatrava, pronto se independizó de ella y adquirió grandes territorios en Extremadura y Andalucía. Su símbolo es una cruz flordelisada y esmaltada de sinople y el hábito también es de color blanco. Sólo podían pertenecer a ella personas del reino de Castilla procedentes del pueblo castellano.

 

  • La Orden de Santiago: Creada en 1170 bajo la regla agustina - lo que permitía a sus miembros casarse-, se implicó completamente en la política castellana durante los siglos XIV y XV. Su hábito también es blanco, pero llevan una cruz de Santiago de gules. Podían pertenecer a ella personas de los reinos de Castilla, Aragón o Navarra, sea cual fueraa su pueblo de procedencia.

 

  • La Orden de Avis: Fundada en 1147 tras la conquista de Lisboa, juró desde el principio guerrear en todo momento contra los enemigos musulmanes. Su símbolo es una cruz flordelisada de sinople, parecida a la de Alcántara, como agradecimiento al apoyo que siempre le mostró. Podían pertenecer a ella personas del reino de Portugal.

 

  • La Orden de Montesa: Con los bienes requisados a los templarios, Jaime II de Aragón creó en 1317 la orden militar de Montesa. Su divisa era una cruz roja sin flores y su hábito también era de color blanco. Podían pertenecer a ella aquellas personas que procedían de la corona de Aragón.

 

  • La Orden de Cristo: En 1319, el rey Dionís de Portugal asignaba los bienes requisados a los templarios a esta nueva orden, considerada desde su comienzo una continuación de la labor que realizaron los templarios en Portugal en su lucha contra los musulmanes. Su divisa fue una cruz blanca y roja. Podían pertenecer a ella personas del reino de Portugal.
Cargando editor
28/12/2018, 16:36
Director

LA JERARQUÍA SOCIAL

NOBLEZA

Se conoce a la alta nobleza como los “señores de la alta justicia”, ya que tienen la obligación de velar por la seguridad de las gentes de su feudo y, para mejor cumplir tal función, se les otorga poder sobre la vida y la muerte de sus vasallos, debido al famoso Ius maltractandi. Para representar esto, y que todo el mundo se dé por enterado, suele estar bien visible, en el centro de su dominio, un cadalso donde ahorcar, como si de fruta madura se tratara, a los que la ley no respetan. Lo que mayormente hay, en la Península, son condes, vizcondes y barones, que duques y marqueses escasean y no poco.

Si lo primero es escaso, lo segundo, lo bajuno, la baja nobleza, hay en demasía. Muchos hijosdalgo, infanzones que apenas tienen donde caerse muertos, que del apellido no se come. Demasiado caballero haciendo gallardos méritos en las justas o en combate, para conseguir el preciado honor de ser nombrado señor de un castillo o de un pequeño feudo. Pero por cada uno que consigue ese honor, cien acaban muertos en el campo de batalla o, lo que es peor, viejos y tullidos recogidos en un convento de piedras demasiado frías para sus doloridos huesos. Los señores (así como la mayoría de los barones) suelen ser señores “de baja justicia”. Pueden imponer su ley, basada en su capricho o en la costumbre, pero no pueden juzgar delitos de sangre. Tienen en lugar bien visible un cepo en lugar de una horca y el bandido o asesino sabe que, de ser capturado en su tierra, será trasladado a la ciudad o ante un señor feudal superior para dar cuenta de su crimen y que se le aplique la sentencia adecuada. No hay esperanzas falsas ni demasiados refinamientos.

Ni que decir tiene que señores y caballeros son vasallos de un noble superior, auténtico dueño del castillo en el que residen y del feudo que regentan. Y lo que con una mano se da, con otra que se quita, así que andan prestos como lebreles cuando su amo los llama para que hagan éste o aquel servicio, que es, las más de las veces, irse a buscarle las cosquillas al moro u otro reino cristiano con el que se está en guerra o incluso a algún señor feudal vecino, que las reyertas, en una época en la que el honor lo es todo, son fáciles de avivar y difíciles de apaciguar.

 

CLERO

Para Dios todos los que rezan son iguales, desde el digno arzobispo hasta el más humilde fraile. Pero el Señor está arriba y los hombres, abajo, y la copia no es siempre igual al original. Aunque muchas muestras de humildad hagan de puertas para afuera, en el fondo, la mayoría de las altas figuras del clero consideran su cargo como un título feudal más y muchos arzobispos y obispos hay que nunca han pisado su diócesis, han sido ordenados de niños y llevan una vida muy poco casta. Las apariencias se guardan un poco más con los abades de los monasterios, aunque luego pasa lo que pasa, que empiezan a decir que los capones, esos pollos castrados y bien cebados, de carne tierna y mantecosa, no son carne, así como tampoco lo es el cerdo si se arroja del río, pues de él se pesca y pescado ha de llamarse. Y con tales picardías hurtan ayunos y cuaresmas, y sus redondas y bien cebadas panzas dan buena fe de lo tumbaollas que son.

En el otro lado, los sacerdotes o frailes mendicantes de pies duros como el cuero de tanto ir descalzos por los caminos y que pasan hambre cuando sus feligreses también la pasan, aunque tampoco en demasía, que la religión cristiana reserva a los sacerdotes el derecho de absolución y, si se juzga que el pecado es demasiado grave, bien puede el santo varón exigir dineros o propiedades para pagar misas que alivien la estancia en el Purgatorio del sujeto, quedando la iglesia que él administra bien apuntalada y la familia del pecador, en la ruina, que ve escaparse de entre sus dedos la herencia, mucha o poca, que del moribundo se esperaba recibir. Y tampoco hay que olvidar que los sacerdotes hacen voto de celibato, que no de castidad, por lo que pueden tener manceba más o menos discretamente, pero nunca casarse con ella, que muchos “sobrinos de cura” hay en nuestros lares.

 

BURGUESES Y VILLANOS

Hasta entre los plebeyos hay clases, que no es lo mismo un comerciante, maestro gremial o cambista que el artesano humilde aprendiz de su oficio o el que, careciendo de éste, los hace todos y mal, viviendo día a día por un plato de comida, se consiga de donde se consiga (y si se consigue, que cuando el hambre llega, las más de las veces la honradez se va). Aunque todos viven en poblado, a los primeros se les llama habitantes de burgo, es decir, de la zona que rodea al castillo, para demostrar que, si no por cuna, sí por sus méritos o por sus dineros (que en su caso los dos son uno) están cerca de la nobleza. Y burgueses hay que la han alcanzado, pues han casado a sus hijas con miembros empobrecidos de la aristocracia, que cuando la dote es lo bastante cuantiosa, puede saltarse hasta las leyes que Dios ha hecho para los hombres. Los otros, los villanos, son considerados apenas mejores que los campesinos, ya que aunque al menos son hombres libres (cosa que no se puede decir de todos los rústicos) también son ciertas, la mayoría de las veces, sus hambres. Forman la mano de obra que bombea el corazón de la ciudad, como si de su sangre se tratara, que sin sus manos nada se haría. Pero también están entre ellos, como ya se ha insinuado, los parásitos, la hez de la sociedad: los ladrones, las prostitutas y los mendigos. Mala gente de la que ya se hablará cuando el momento llegue.

 

CAMPESINOS

Los más pudientes entre ellos, los colonos, son los que han aceptado la oferta del rey de irse a tierras recién conquistadas por los musulmanes. No es negocio baladí: por un lado, la amenaza de las algaras de los infieles; a cambio, ser dueño de su propia tierra y no depender de los caprichos de un señor feudal. Y si la cosa sale bien y la frontera se desplaza al sur, sus hijos tendrán una vida más holgada, aunque con el tiempo siempre tengan que acabar pagando algún que otro diezmo a ésta o aquella orden militar. Los que deciden no arriesgarse y se quedan en el norte han de jurar vasallaje a un señor feudal, y entregarle tributo, tanto en especie (una parte de la cosecha) como en trabajo, que cuarenta son los días que puede exigir el señor para que trabaje gratis para él su vasallo.

Peor lo tienen los siervos de la gleba (pagesos de remença en Cataluña, pecheros en Vizcaya, que los nombres varían aunque todos sean lo mismo) que forman parte de la propiedad del señor feudal y son comprados y vendidos junto con la tierra en la que trabajan, aunque técnicamente son hombres libres, pues un cristiano no puede tener a otro como esclavo. Delicado eufemismo, cuando, si un siervo trata de huir de su tierra y del férreo dominio del señor feudal durante mil días, no es delito matarle, lo haga quien lo haga. Que ya lo dicen los sabios doctores de la Iglesia: “A los que no conviene la libertad, Dios misericordioso los destina a la servidumbre”. A lo que los campesinos, siempre descreídos y bastante paganos (que no olvidemos que la palabra viene del latín pagus, es decir, campesino) contestan entre dientes y por lo bajito: “Mientras Adán araba y Eva hilaba… ¿Dónde estaba el noble?”. Respuesta hay para eso (que la Santa Madre Iglesia las tiene para todo) y de ello luego se hablará.

 

ESCLAVOS

Los esclavos, musulmanes o negros, son en cambio objeto de lujo. Se les enseña un oficio o a servir como criados y son muy cuidados y apreciados. No hay esclavos judíos, ya que todos los judíos son, técnicamente, propiedad del rey. Un esclavo puede acceder a su libertad si declara querer hacerse cristiano. Pero como ello depende de su buena fe, y si la tiene buena o mala depende de lo que diga su amo, sumando además que como esclavo vive mejor que como hombre libre, pocas son en verdad las conversiones que se logran. Alguno hay que intenta huirse hasta su tierra, más allá de la frontera cristiana y, muchas veces, lo ayudan las comunidades mudéjares (es decir, musulmanes que viven en territorio cristiano). Peor lo tienen los de piel negra, que se distinguen como una mosca en un plato de leche. Poca piedad se puede esperar por parte de los amos si los esclavos son capturados, que lo menos que se les hace es desollarles las espaldas a latigazos o cortarles una oreja, para que todo el mundo sepa que es esclavo poco sumiso y nada de fiar.

 

 

Cargando editor
28/12/2018, 16:41
Director

LA SOCIEDAD MUSULMANA

También dividida por estamentos como la cristiana, tiene como principales diferencias que la clase alta suele estar formada por grandes funcionarios, es decir, por la gente que lleva el reino, aunque las más de las veces los cargos les sean concedidos por su familia y contactos que no por sus méritos y pericia. Con todo, suelen ser más cultos que sus homónimos cristianos. En la otra punta de la cadena, los esclavos son mano de obra barata y, por lo tanto, muy utilizada, aunque pueden llegar a alcanzar grandes cargos al servicio de los poderosos (en tal caso se les suele castrar, para asegurarse su fidelidad al no poder engendrar descendencia).

 

LA SOCIEDAD JUDÍA

Propiedad de los reyes (que sus buenos dineros les cuesta), encerrados en juderías que son su cárcel y su protección, sin derecho a poseer tierra (atrás quedaron los años de las pueblas judías, pequeñas villas formadas exclusivamente por enjuinos), los hebreos son por obligación urbanitas. Los hay ricos y poderosos, que prestan dinero (con usura, cosa prohibida por la religión cristiana, que sólo acepta el dejar dinero sin interés, de amigo a amigo) o que tienen grandes negocios, a menudo comerciales con el moro, que al ser ambos enemigos de Cristo, bien que se entienden. Y los hay que trabajan para ellos, gentes más humildes. Pero el roce hace el cariño y el escaso espacio que dejan los muros de la judería hace que, al menos de puertas para afuera, todos vivan en más o menos armonía. Algún judío especialmente pudiente puede que tenga un esclavo moro, como criado de lujo o incluso guardaespaldas, pero son casos relativamente raros.

Cargando editor
28/12/2018, 16:42
Director

DÍA DE MERCADO

Tiendas en la ciudad las hay, normalmente en la calle principal. Son casas corrientes, cuya planta baja ha sido habilitada como comercio, al igual que en los talleres de los artesanos gremios. Al igual que éstos, los viandantes ven lo que hay en el interior a través del amplio arco de las puertas, abiertas de par en par. Cosa buena, en un mundo donde ningún cartel serviría, ya que el común de las gentes ni sabe leer ni escribir. Estas tiendas a tiempo completo suelen ser escasas, ya que sirven para abastecer de objetos de lujo a los poderosos que pueden pagar los altos precios que por ellos se piden: piezas de lino finamente bordadas, pan blanco recién horneado, carne fresca, ni acecinada ni ahumada, y mil y una golosinas y caprichos más.

Las más de las gentes, para su abasto, van el día de la semana que toca mercado a comprar todo lo que necesitarán a lo largo de ésta. El mercado suele alzarse más allá de los arrabales, salvo que tenga la ciudad plaza lo bastante amplia para albergarlo, ya que allí se compra y se vende de todo: desde caballerías hasta comida guisada o para guisar, pasando por lanas, paños y telas, ropa ya confeccionada (poca y de humilde calidad, que bien que se sabe que a buen seguro será de muerto, que los ricos se hacen hacer las ropas a medida y los pobres se las hacen ellos mismos, o las heredan de sus padres). También se encuentran joyas, carne curada, ya fuere ahumada o salada; animales menores vivos (ovejas, carneros, aves de corral) para sacrificar y comer cuando corresponda; abarcas y demás calzado; aperos de labranza y herramientas diversas, armas, cecina de vaca o de castrón, vino, trigo, legumbres… Todo lo que en su día parió Dios se puede comprar, vender y la mayor parte de las veces intercambiar en día de mercado, en alegre mescolanza y gran bullicio.

 

LA FERIA

Si esto les parecía a vuesas mercedes un caos que ni la torre de Babel superara, no han imaginado nada, pues nada es comparable a la Feria. Ésta suele celebrarse una vez al año (aunque en algunas ciudades se hace dos veces al año, una en primavera y otra a principios del otoño), muchas veces coincidiendo con la festividad del santo patrón de la ciudad. Suele durar unos quince días y, en ellos, la ciudad cambia: durante estos días los comerciantes que lleguen están exentos del pago de portes (especie de impuesto o tributo que se paga por las mercancías al entrar en una ciudad, y que sí se paga en día de mercado), lo cual hace que lleguen comerciantes de otras ciudades y reinos cargados con sus mejores productos. La ciudad es invadida por ellos: los comerciantes no sólo ocupan el espacio normalmente ocupado durante el mercado, sino que se extienden también a las calles y plazas circundantes. Tanto es el bullicio, que en Barcelona el mismo rey evita estar en la ciudad esos días, ya que los mercaderes invaden la plaza que está ante su palacio.

Las ferias más importantes son las de Winchester y Stanford en Inglaterra; las de Brujas e Ypres en Flandes; las de Verona y Milán en Italia. En la Península destacan las de Beja, Evora y Penamacor, en Portugal; las de Vich y Gerona, en Cataluña; las de Valladolid, Sahún, Cuenca, Cáceres, Sevilla, Mérida, Burgos y Palencia en Castilla. Mención aparte merece la de Medina del Campo, cuyos soportales de la plaza mayor albergan una de las ferias más importantes de toda Europa, atrayendo comerciantes de países lejanos con las más exóticas mercaderías.

Una feria difiere de un mercado (aparte de en su volumen y en el exotismo de sus productos) en el aspecto: si en un mercado, como ha de ser para un día, muchas veces los puestos no tienen ni toldos ni tablas, sino que son poca cosa más que un manto sobre el que se expone la mercancía; en una feria, que ha de durar una semana o dos, son tiendas entoldadas, con buenas tablas con caballetes a modo de mesas donde se exponen las mercaderías de manera agradable para la vista. Se trata de que los puestos formen calles y de que las mercancías estén agrupadas según su género, a la manera de las calles gremiales, y no en abigarrada mescolanza como en los mercados.

Otro elemento en el que se diferencian las ferias de los mercados es que los comerciantes venden y compran, normalmente al por mayor, para irse luego a otra feria distante a vender lo más caro posible y comprar barato. Este tipo de tratos, entre gentes del oficio, se suelen cerrar el último día, aunque se van apalabrando a lo largo de toda la feria. Si sale una oferta mejor, el que primero fijó el precio tiene la opción de pujar al alza o retirarse.

A esto hay que añadir, que no podían faltar, los puestos de comida, los jugadores de ventaja o que no la necesitan para desplumar a incautos, los juglares que entretienen con sus chanzas a las gentes…, y las prostitutas que tratan de entremeterlos de otras maneras. No citaremos a los robabolsas, que ya los hay en el mercado, en la calle y en cualquier sitio donde haya más de tres personas juntas.

 

LEYES DE MERCADO Y FERIA

Al Concejo le interesa que haya comercio, faltaría más. Por eso, en días de mercado o feria no se impide la entrada en la población a ningún mercader, ni aunque hubiera restricciones a la entrada de viajeros (salvo en el caso de peligro de epidemia, por supuesto).

A un mercader jamás se le incautarán como prenda de pago sus animales de transporte y, en caso de que fueran robadas sus mercaderías, la justicia tiene la obligación de intervenir con la mayor diligencia. Caso de no atraparse al ladrón, o no poder éste restituir lo robado, el Concejo de la población o el señor del lugar tendrá que indemnizar al mercader.

El día de mercado, y sobre todo en tiempo de feria, el merino es prácticamente el dueño y señor de la ciudad, pues ha de mantener el orden en medio del caos y el tumulto de tanta compra y venta, y sobre todo entre tanta gente forastera que puede llegar a reunirse (especialmente en el caso de las ferias). Por ello, se alza la tienda del merino en el recinto, como si fuera un comerciante más, y en verdad que lo es, aunque su negocio es la seguridad. Allí atiende los asuntos y problemas relacionados con los mercaderes, y el propio Concejo celebra en días de feria en dicha tienda sus reuniones.

Las leyes que el merino y sus alguaciles velan por que sean cumplidas son sencillas:

  • En el recinto ferial está prohibido llevar armas, a no ser que se sea de nacimiento noble y el arma sea una espada (pero sí que se pueden llevar herramientas, desde hachas de cortar leña hasta mil y un tipos de cuchillo de mayor o menor tamaño. Por otro lado, no se pueden portar armas, pero sí adquirir las que los espaderos allí venden. Es decir, que no se puede entrar armado pero se puede salir cubierto de buen y afilado hierro hasta los dientes).

 

  • En caso de cometerse un robo o asalto contra los comerciantes en la Feria, los culpables cogidos in fraganti, aparte del castigo normal que imponga la ley, se les desnudará y azotará cien veces. Luego, maniatados y desnudos, se les paseará por todo el recinto ferial antes de ser conducidos a los calabozos del Concejo, en espera de juicio.

 

  • En estos días no se pueden tomar mercancías o bienes de un comerciante como prenda para el pago de una deuda.

 

  • Los comerciantes, a su vez, deben cumplir dos preceptos: dar el peso justo y pagar los impuestos de la ciudad que se hayan estipulado de antemano. En caso de no cumplirlos sufrirán igualmente severos castigos.
Cargando editor
28/12/2018, 17:07
Director

LOS CAMPESINOS, LA SAL DE LA TIERRA

COLONOS, VASALLOS, SIERVOS Y ESCLAVOS

Un dicho muy popular entre los nobles de la época asegura que un campesino en todo se asemeja a un buey, excepto en los cuernos, y por ellos puede diferenciarse uno del otro. Algo más serio (lo cual da más miedo) don Juan Manuel, en su Libro de los Estados argumenta que, al ser los campesinos muy “menguados de entendimiento” mal lo tienen para salvar su alma, que fácilmente caen en la tentación y hay que tratarlos como niños revoltosos: es decir, a golpe de vara. Y todo ello por su bien, bien claro que está.

Si ésa es la opinión de los nobles, la de los clérigos no es mucho mejor: en los textos eclesiásticos latinos se les da el nombre de laboratores, es decir, los que trabajan. Aunque ya hemos visto que hay artesanos y mercaderes, es el campesinado el que desarrolla la principal actividad laboral en un mundo básicamente agrario. Por lo tanto, normal es que sea el que en la práctica sostenga, mediante los tributos señoriales (los diezmos a la iglesia y los impuestos del rey), a toda la sociedad de la época. Que ya se ha dicho al principio que tres clases de hombres hay: los que rezan, los que defienden… y los que trabajan.

Según las Partidas de Alfonso X el Sabio los campesinos son aquéllos que “labran la tierra e fazen en ella aquellas cosas porque omes han de bivir e de mantenerse”. Pero claro, es definición muy genérica que hay que matizar. Pues aunque todos trabajan la tierra, cierto es, muchos lo hacen, y no todos gozan y sufren de los mismos derechos y deberes:

  • Hacendados: Campesinos ricos, que por azar, buena cabeza o unión matrimonial son dueños de propiedades considerables. Suelen formar el patriciado de los pueblos y aldeas, y ocupar los cargos de poder (como el de alcalde, merino o concejal). No trabajan ellos la tierra, no, que la tienen subarrendada a pecheros a su servicio.

 

  • Colonos libres: Campesinos dueños de la tierra que trabajan, cuya extensión es bastante variable. Son gentes que en su día aceptaron (ellos o sus antepasados) irse a tierra frontera, a repoblarla, sin señor ni la madre que lo parió, sólo con un par de… bueyes y una villa o ciudad que repoblar (y en la que refugiarse en caso de saqueos fronterizos). En Cataluña se da un caso especial de estas gentes, los llamados homes de paratge, campesinos con derecho a fortificar con una torre de vigilancia y una cerca de piedra su caserío, y tener armas para defenderse del moro, o de quien corresponda, que todos los forasteros son buenos hasta que resultan no serlo tanto.

 

  • Quinteros: Jornaleros especializados (a veces dueños de una yunta de bueyes o mulas) que viajan por los caminos ofreciéndose para trabajar los campos. La costumbre es que se contraten para todo un año, a cambio de techo, comida y algo de dinero o productos con los que luego puedan hacer trueque en el mercado.

 

  • Peones: Jornaleros que se contratan a tiempo parcial, en especial en época de mayor actividad agrícola (como la siega o la cosecha).

 

  • Vasallos y pecheros: La diferencia entre unos y otros es que los primeros están bajo la dependencia de un señor feudal, trabajando sus tierras y realizando determinados tipos de trabajos e impuestos para él. Los segundos trabajan igualmente tierras ajenas, pero son de plebeyos, por lo que no les deben ningún servicio extra.

 

  • Siervos de la Gleba (en tierras catalanas, pagesos de remença): Campesinos adscritos a la tierra que trabajan, dominio de un señor feudal. No pueden salir de sus campos sin permiso, ni salir de los dominios del señor, bajo pena de muerte. En caso de que el señor vendiera sus tierras, los siervos serían vendidos con ellas, ya que se les considera parte de las mismas.

 

LOS POCOS DERECHOS Y LOS MUCHOS DEBERES DE VASALLOS Y SIERVOS

Tanto los campesinos vasallos como los siervos deben fidelidad y obediencia a su señor feudal, que a veces no es un noble militar, sino eclesiástico, que no son pocas las abadías que cuentan con vasallos para cultivar sus tierras. El señor feudal garantiza a sus campesinos protección frente a bandidos y soldados (extranjeros o de otro señor vecino). A cambio, cobra de ellos ciertos tributos, que son de dos tipos: en trabajo personal (que aunque varía de una zona a la vecina, suele ser de unos cuarenta días al año) y en especie (normalmente un tercio de la cosecha).

En el primer caso el vasallo debe trabajar (gratis) en lo que su señor le mande, desde hacer caminos hasta construirle una nueva torre a su castillo, pasando por hacer un puente, proporcionar tablas ya hechas para hacer una cerca o desbrozar un bosque. En el segundo, el del tributo económico, aparte del tercio ya mentado al señor, los campesinos deben entregar al representante eclesiástico de su zona un décimo de la cosecha restante (diezmo). Con el resto habrán de pasar el invierno y guardar semillas para plantar a la temporada siguiente. De ahí la picaresca de no pocos, por no decir casi todos, de crear silos ocultos donde sisarle al señor parte de la cosecha, y de ahí los afanes (a veces abusivos en demasía) por parte de los recaudadores de impuestos por averiguar el monto exacto de la cosecha del año, que para los campesinos siempre es mala y para los representantes del señor nunca lo es tanto.

Además, el señor feudal tiene toda una serie de derechos sobre sus vasallos y siervos:

  • Derecho de hacer justicia: En el caso de miembros de la alta nobleza, pueden juzgar todo tipo de delitos que hayan cometido sus vasallos dentro de su territorio, teniendo la potestad de castigarlos con la muerte. Ya se ha dicho, pero no está de más repetirlo, que para que todos anden avisados suelen tener colocada, en sitio bien visible, una buena horca. Los miembros de la baja nobleza, por el contrario, no pueden juzgar delitos de sangre, por lo que tienen que enviar a los infractores ante el alto noble al cual le deban, a su vez, vasallaje. Los señores feudales dictan la ley según su sentido común, su capricho y su humor del momento, sin consultar ningún código escrito. Su derecho a hacer justicia incluye también a los forasteros que pasen por sus tierras, a no ser que sean nobles, eclesiásticos, o puedan demostrar que están al servicio de otro señor feudal con el que arreglar el asunto.

 

  • Derecho de la primera noche: Los señores feudales (los nobles, que no los eclesiásticos) tienen la potestad de acostarse con la mujer de sus vasallos o siervos la noche de bodas, antes que el marido por supuesto. E inmediatamente después de la cópula obligan al marido a que ejerza su privilegio, para luego no tener que andar con pleitos de hijos bastardos. Si el marido no está por la labor, ya se encarga de hacer el trabajo alguno de sus soldados. Este derecho podía negociarse a cambio de un pago en especie, por lo que suele confundirse con el derecho de pernada.

 

  • Derecho de alojamiento: El señor puede obligar a cualquiera de sus vasallos a que le aloje en su casa o a cualquiera que él le indique, aunque a raíz de ello el vasallo y su familia tengan que dormir al raso.

 

  • Derecho de reclutamiento: En caso de guerra el señor feudal puede reclamar a un varón por familia para que vaya con él a la batalla, haciéndole dejar atrás familia y pertenencias.

 

  • Derecho de monopolio: Molinos, hornos de hacer el pan e incluso, en ocasiones, herrerías son propiedad del señor feudal, y usarlos significa pagar un impuesto extra (en metálico o en especie). En el caso de los molinos, por ejemplo, el molinero aparta para el señor feudal una parte de la harina molida. No suele haber molineros flacos, y el que quiera entender, que entienda…

 

  • Derecho de pernada: En caso de que un vasallo o siervo de la gleba críe un animal para el consumo de su carne (normalmente, un cerdo) el señor feudal tiene la potestad de quedarse con una de las piernas (jamones) del animal. El derecho de desfloramiento o de primera noche suele canjearse a menudo con la entrega de un jamón o alimentos equivalentes, por lo que con el tiempo los nombres acabaron confundiéndose. En tal caso el señor acostumbra a dar una zancada por encima de la moza, acostada en el suelo, dando así por concluido su derecho.
Cargando editor
28/12/2018, 17:29
Director

LA FAMILIA CRISTIANA

Tanto Alfonso X, como Ramón LLull y Pedro de Cuellar opinan que el Matrimonio es el más antiguo de los sacramentos, instituido por Dios en el Paraíso antes del Pecado Original. Su objetivo principal consiste en tener hijos, que en un principio debían remplazar los ángeles perdidos tras la rebelión de Lucifer. Tras la expulsión del Paraíso, sin embargo, el matrimonio cumple asimismo la función de poner remedio a la lujuria sembrada por el Diablo. Que ya que es natural que el hombre peque con mujer, por lo menos que lo haga con la legítima.

El matrimonio no puede llevarse a cabo si uno o ambos novios no son capaces de engendrar hijos. Así pues no están permitidos matrimonios con castrados, o con varones menores de catorce años o mujeres menores de doce. Tampoco pueden casarse los locos, ya que los contrayentes deben aceptar libremente el compromiso sacramental.

El matrimonio se negocia entre los padres o tutores de los contrayentes, o entre el tutor legal de la pareja y el interesado/ a si éste/a ha alcanzado la estabilidad económica y tiene ya cierta edad, cosa bastante normal, ya que los hombres suelen casarse entrada ya la veintena, mientras que las mujeres muchas de ellas lo hacen a los doce. Ni que decir tiene que esta costumbre aumenta el número de viudas. Éstas, sin embargo, tienen que esperar un año antes de volverse a casar, so pena de perder la herencia que les correspondiera de su anterior marido.

La ceremonia matrimonial debe ser en ayunas, antes del mediodía y en público. El sacerdote bendice a los novios. Los testigos, durante la bendición, suspenden sobre las cabezas de los novios un velo. Luego se examina la genealogía, para evitar que los novios sean parientes y caer en el incesto. La jura matrimonial es muy sencilla: “Te tomo por esposo/a” o “con este anillo me caso con vos y con mi cuerpo os honro”. El intercambio de anillos significa el intercambio de promesas. Los padres tienen derecho a desheredar a los hijos si se casan sin su autorización. Matrimonios hay, sobre todo entre nobles o poderosos, concertados por las familias desde que los novios eran niños, como muestra de amistad entre ambos linajes.

Las fiestas de boda suelen durar tres días: domingo, lunes y martes, más otro domingo que es el llamado “de la toma de boda”. Los familiares e invitados traen como regalo la comida tradicional: gallinas, carne de carnero o vaca, cecina, pasteles, frutas, vino. La novia aporta su dote, la cantidad de la cual depende directamente del patrimonio familiar. Una mujer sin dote difícilmente logrará casarse, por lo cual numerosas muchachas pobres tienen que recurrir a la prostitución para reunirla. Se suele conceder permiso legal al marido para que disponga de dicha dote, pero la propietaria y administradora de la misma sigue siendo la mujer, por lo que en caso de que el matrimonio se anule puede recuperarla.

Según las Partidas de Alfonso X, se anula el matrimonio si la mujer practica adulterio con otro hombre. Sin embargo, si el marido comete a su vez adulterio, ambos pecados se contrarrestan el uno al otro, quedando la cosa en nada, que tan pecador es él como ella.

Según los Fueros Castellanos, el hombre tiene derecho a matar a su mujer si la sorprende in fraganti con otro hombre, siempre que mate al mismo tiempo al amante. El derecho de venganza del marido sólo se reconoce en caso de que se ejerza sobre ambos. Matar sólo a uno de ellos se considera un asesinato. Si el marido no denuncia a su mujer (por ser consentidor o por estar ausente), puede hacerlo cualquiera de la familia, siempre que sea varón: padre, hermano o tío carnal, ya que su deshonra mancha todo su linaje. La “culpable” puede librarse de la pena (que suele ser la muerte, o entrar de por vida en un monasterio de clausura si es noble) si el delito se cometió hace cinco años o más, y ha mantenido conducta casta desde entonces. También, y es cosa curiosa, si demuestra que se ha visto obligada a cometer adulterio por su marido, que ejercía de alcahuete. En tal caso, la pena de muerte le corresponderá a él, no a ella.

La mujer jamás puede negarse a hacer el amor con su marido, a no ser que éste quiera poseerla en otra postura que no sea la habitual. Se considera especialmente pecaminosa la postura del sodomita, y sobre todo si se hace a una mujer, ya que se considera tal acto una burla a Dios, y por lo tanto un halago al Diablo. Los sodomitas suelen ser quemados vivos, tras haber sido castrados antes. Se salvan los que han sido violados (por razones obvias) y los menores de 14 años si fueron “pasivos” y no activos (y no me hagan explicarlo con más detalle), por entenderse que andaban confusos y no sabían lo que les hacían.

La anulación del matrimonio se puede llevar a cabo si el hombre acusa a su mujer de brujería, o si se demuestra que ha forzado a la mujer a “realizar actos contra natura” (como los descritos arriba, y con las consecuencias que ello conlleva). También puede llevarse a cabo si el matrimonio no se ha consumado, sea porque ambos han decidido vivir castamente, sin hacer uso del derecho matrimonial, sea porque él tiene “una hombría demasiado grande” o ella es “demasiado estrecha”, con lo que la consumación es imposible. Sin embargo, si la mujer o el hombre deciden casarse nuevamente, el excónyuge y su nueva pareja han de mostrar las partes pudendas ante el mismo tribunal de eclesiásticos que concedió la anulación: si el tamaño del miembro de la pareja es similar al del anterior cónyuge no sólo se prohíbe la boda sino que se anula la anulación, volviendo el anterior matrimonio a unirse con todas las de la ley, sin posibilidad de apelación.

La estructura familiar no se limita al núcleo matrimonial (esposos e hijos) sino que abarca a parientes cercanos solteros, los padres o abuelos, viudas, jóvenes huérfanos, sobrinos y hasta algún pariente lejano o algún hijo bastardo del marido. Entre los plebeyos, son más manos para trabajar. Entre los nobles, un grupo de personas fieles en las que depositar su confianza. De uno u otro modo, son tiempos en los que un grupo familiar extenso es buena cosa. Ni que decir tiene que todos los integrantes de la familia están bajo el dominio del cabeza de la misma, y le deben obediencia y lealtad.

Salvo en caso de familias muy ricas y poderosas, todos sus miembros suelen vivir bajo el mismo techo e incluso, a veces, compartir la misma cama. Como ello puede atraer al Diablo de la lujuria y provocar incestos actos contra natura, la Iglesia insiste en que no haya tanta amalgama en la cama. Pero lo que dicen los clérigos es una cosa y lo que mandan el frío y la situación económica de la familia es otra.

Si a pesar de ello las hijas salen putas, es el padre el responsable, si no a los ojos de los hombres sí ante Dios, pues era su obligación enseñarlas a ser castas y modestas.

La esperanza de vida ronda los 30 años, situándose la longevidad media entre 30 y 40 años para las mujeres y 45 años para los hombres. La mayoría de los fallecimientos femeninos se producen entre los 18 y 29 años debido a fiebres puerperales o a partos difíciles. La natalidad también es muy alta, pero las familias sólo tienen (por término medio) tres o cuatro hijos que alcancen la edad adulta.

 

BARRAGANAS Y BASTARDOS

La barragana no es una prostituta, sino mujer amancebada o concubina, es decir, una mujer que vive con un hombre sin estar casada, quizá porque él está en otra tierra y tras abandonar a su mujer no quiere caer en el pecado de la bigamia, castigado con la muerte, y prefiere el de la lujuria; o simplemente porque es la mujer de clase social bajuna y no le apetece al noble ensuciar sus blasones uniéndose legalmente a ella. Con todo, las barraganas tienen ciertos derechos: a diferencia de las mujeres públicas, si son violadas, pueden denunciarlo y al afrentador se le aplica el mismo castigo que si se acuesta con una criada de otro a la fuerza: debe pagarle una multa a su amo y señor. Luego, él ya decidirá cómo compensar a la barragana o a la criada.

Ni que decir tiene que los hijos nacidos fuera del matrimonio son bastardos. Serlo no es cosa baladí, que al ser producto del pecado, se considera que están llenos de vicios. Según Eiximenis, los bastardos son incapaces para cualquier acto legítimo y, por lo tanto, no deben hacerse eclesiásticos ni ocupar cargos de importancia. Entre sus muchos vicios los más notorios son tres: el orgullo (pues se creen iguales a los hijos legítimos, cuando no lo son), la mentira (pues ante tanto desprecio niegan su condición y la ocultan) y la lujuria, que siendo hijos del pecado original a él vuelven siempre que pueden… Ya se sabe, del polvo venimos y al polvo volvemos, y al polvo nos vamos siempre que podemos…

Según las Partidas de Alfonso X el Sabio los hijos ilegítimos se clasifican como sigue:

  • Naturales: Bastardos reconocidos, hijos de una barragana o concubina, y cuya paternidad ha sido admitida por el hombre.

 

  • Fornecinos: Hijos del adulterio, o de una relación incestuosa entre parientes. También se conocen con este nombre a los hijos de las monjas.

 

  • Espúreos: Hijos de una concubina, cuya paternidad no ha sido admitida por el supuesto padre.

 

  • Manzeres: Hijos de prostitutas.

 

  • Notos: Hijos del adulterio, pero criados por el marido cornudo como si fueran hijos suyos.
Cargando editor
28/12/2018, 17:36
Director

LA ASABIYYA MUSULMANA

Entre los musulmanes, un hombre puede tener legalmente hasta cuatro mujeres, aparte de las concubinas. El matrimonio es legal a partir de que la mujer entra en la pubertad, y se acuerda entre el futuro marido (o el padre de éste) y el padre o tutor legal de la joven. Está permitido el matrimonio de un musulmán con una dhimmi (infiel), pero no lo contrario.

El marido es el jefe absoluto de la familia, ya que por el hecho de ser hombre es un ser superior. Sus mujeres oficiales deben permanecer recluidas en la casa y, si salen, cubrirse la cara con un velo. Por el contrario, las concubinas no pueden cubrirse con velo, y en general gozan de más libertad que las esposas.

Cuando nace un bebé le colocan en el cuello amuletos para que los espíritus maléficos no le hagan daño, hasta que en el séptimo día de su vida se le da nombre y entra a formar parte de la comunidad. Los niños permanecen con sus mujeres hasta los siete años, edad en la que son circuncidados, momento en el que pasan a estar bajo la tutela directa de su padre. Escapará a la autoridad paterna cuando se case, momento en el cual fundará a su vez una nueva familia. Respecto a las niñas, permanecen con las otras mujeres hasta que contraen matrimonio, y dependen, entonces, de su marido.

Una mujer casada sólo puede mostrar su rostro a su marido, parientes cercanos (padres, hijos) y a otras mujeres. Está sometida por completo a la autoridad de su hombre y sólo puede salir a la calle acompañada por él, o por un siervo o esclavo si va al mercado, o con otras mujeres si va a los baños públicos o a la mezquita, a rezar en el sitio reservado a las hembras. Entre tanta arena, una de cal: puede solicitar el divorcio si demuestra que su marido la trata mal o la ignora, prefiriendo la compañía de concubinas u otras esposas. Que si bien es cierto que el Islam acepta hasta cuatro esposas legítimas, cierto es que hay que ser capaz de atender sus necesidades en el tálamo a las cuatro, no a la vez ni la misma noche, pero sí de manera regular, salvo que anden ya muy ancianas para tal menester.

 

LA MISHPAJÁ JUDÍA

Para los hebreos, el matrimonio es una de las instituciones más importantes, hasta el punto de que los hombres y mujeres solteros reciben el mote de plag gufa (literalmente, “la mitad de un cuerpo”). El matrimonio suele ser monógamo, por tradición más que por ley. De hecho, los que toman concubina o una segunda mujer son considerados pecadores por la comunidad. Y recordemos que, para los judíos, la comunidad lo es todo. También está mal visto que una pareja no tenga hijos. Lo ideal es tener por lo menos dos, y que sean niño y niña. Ya que no se puede hacer proselitismo de su fe, ni casarse con no judíos, es una manera de mantener el número y evitar la extinción del Pueblo Elegido.

No se considera incesto el matrimonio entre tío y sobrina ni entre primos hermanos, aunque sus lazos sean de primera sangre. Sí que están prohibidas, en cambio, las uniones entre hermanos, entre el hijo y su madre, o con la viuda del padre. Tampoco pueden casarse nieto con abuela, ni abuelo con viuda de nieto. Las mismas prohibiciones se dan en caso de intercambiar los sexos en los mismos casos (hija y padre, hijastra y viudo de la madre, etc.). Los matrimonios mixtos, con gentes de otra religión, están prohibidos, como se ha dicho poco antes. El fruto de esa unión, si lo hay, se considera a los ojos de la comunidad judía manzer (bastardo), igual que si fuera un hijo nacido fuera del matrimonio.

El kiduchin (boda) es en sí una ceremonia muy sencilla: en presencia de dos testigos ambos novios se intercambian unos anillos y pronuncian votos de amor solemnes. Pero tras ello, la novia vuelve a casa de sus padres: legalmente está casada, pero su marido debe comprarla con el ketubbah (contrato nupcial), que se negocia con el padre de la muchacha. En ese documento se especifican por escrito los deberes de ambos cónyuges, se especifica que ambos están de acuerdo en su unión, que no es forzada ni obligada, y se fija la cantidad que el marido ha de pagar a la mujer en caso de que se divorcie de ella. Esa misma cantidad habrá de pagarla la familia del esposo caso de quedar la mujer viuda.

Este documento se lee en la ceremonia nupcial, la definitiva. Para que sea válida ha de haber presentes no menos de diez testigos varones. El marido puede repudiar a su mujer (sin pagar el ketubbah) si ésta muestra una conducta lasciva (no llevar la cabeza cubierta en público, dejar las ventanas abiertas para que los transeúntes puedan verla desde la calle, dejarse cortejar por otros hombres o simplemente coquetear con ellos) o si abjura de la Verdadera Fe. En cualquiera de los dos casos no pagará el ketubbah. Puede divorciarse de ella si no le da hijos o no le satisface, por encontrarla “perezosa y descuidada”. Una mujer judía, repudiada o divorciada, no tiene una vida fácil. Su familia la rechaza, y ha de buscarse la vida como buenamente pueda. Irónicamente, son las mujeres con mayor libertad dentro de la comunidad judaica, ya que no dependen de ningún hombre, sea su marido o un pariente, que decida por ellas. Ni que decir tiene que una mujer no puede solicitar el divorcio.

Si un hombre muere sin hijos, su hermano (caso de tenerlo) se acostará con la viuda hasta dejarla embarazada. Ese hijo será considerado hijo de su hermano, no suyo.

Los hijos varones reciben su nombre en la ceremonia de la circuncisión, las niñas a la semana de su nacimiento. Los padres tienen la obligación de enseñar las nociones básicas de la Torah a sus hijos y buscar marido para sus hijas. A su vez, sus retoños deben honrarles y respetarles, no contradecirles nunca, ni interrumpirles cuando hablan. También han de cuidar de ellos cuando sean viejos, trabajar para ellos e incluso mantenerlos si fuera necesario.

Cargando editor
28/12/2018, 17:49
Director

LAS MUJERES DEL MEDIEVO

¿Es la mujer un ser humano?

Es creencia común que en el tercer concilio de Nicea (año 585), los obispos reunidos en él discutieron sobre si la mujer tenía o no alma, ganando los partidarios del sí por un estrecho margen (apenas uno o dos votos) y sembrando una duda que no se resolvería hasta el Concilio de Trento, mil años más tarde. Bueno, la información no es del todo exacta. En realidad fue durante el sínodo de Maçon, en ese año 585, cuando un obispo formuló la pregunta: Feminae homo est? Es decir, ¿es la mujer un ser humano, como el hombre, o un animal semiinteligente como los caballos y los perros? Todo hay que decirlo, en el sínodo se decidió que, según la Vulgata, la mujer era ser humano, pero las féminas se encuentran en una posición tan maltrecha que muchos opinan lo contrario, hasta el extremo de que seiscientos años más tarde Abelardo y Santo Tomás de Aquino discuten agriamente en la Universidad de París sobre si la mujer tiene inteligencia o no. Gana Abelardo la disputa frente al santo, y termina como terminó, castrado y con sus partes pudendas paseadas por toda la ciudad, ensartadas en una lanza… Y es que nunca ha sido buena cosa nadar contracorriente…

Pues aunque como ya se ha dicho la Iglesia no se define de manera concreta hasta el Concilio de Trento, en el siglo XVI, no cesa de dar ejemplos que someten a la mujer al hombre: ¿por ventura no es parte del hombre, y no ser entero, ya que fue creada a partir de una costilla de Adán? ¿Acaso en el Génesis no se dice que debido a robar la fruta del pecado original, debe la mujer vivir sometida al hombre? ¿No es cierto que los Diez Mandamientos se refieren sólo al hombre, citándose la mujer sólo en el noveno, junto con los animales domésticos y los criados? ¿Y no es pecadora, corruptora, apóstol del Maligno, amenaza de la fe y de la salvación, pues entre sus piernas está la tentación? Por mucho que digan, los cinturones de castidad son una realidad, y el mismo Cid, al igual que muchos caballeros cuando partían a las cruzadas, se aseguró de dejar a su mujer en un convento, bajo la protección de la Iglesia… y alejada del mundo.

 

La mujer en la sociedad

Pero ni todo el bosque son ortigas, ni todos los caminos iguales. Durante la Edad Media la mujer nada entre dos aguas. En algunos países puede gobernar, como reina o como regente, en otros no puede heredar, y está siempre supeditada a un varón. En algunos fueros municipales se acepta que la mujer contribuya activamente en la defensa de la ciudad, armada si es preciso, aunque todos coinciden en no dejarlas hacer incursiones en territorio enemigo. En algunos lugares, hasta se las acepta en los gremios, como trabajadoras de segunda clase, eso sí. En otros, se las recluye en lo que se considera “ocupaciones propias de mujer” y pasan de la tutela del padre a la del marido, o a la de un pariente varón, o a la de Dios, si entran en la religión. Sólo el matrimonio dignifica en parte a la mujer, ya que le permite traer hijos al mundo, que es su función y su penitencia. “Parirás con dolor”, se dice en el Génesis, así como el “creced y multiplicaos”. Una vez casada, la mujer encuentra su lugar dentro del mundo, por lo que es normal que se las despose jóvenes, a partir de los doce años, normalmente con hombres diez o quince años mayores que ellas.

 

La mujer ideal

Una mujer culta y con otras inquietudes que no sean cuidar de la casa y de sus hijos es considerada un ser indeseable, anormal y poco femenino (no digamos, además, si no está casada y quiere ejercer derecho de libertad sexual, que son capaces de llamarla bruja o endemoniada y hacer una bonita fogata con ella). Por el contrario, la mujer que se dedica a la maternidad, a complacer a su marido y a cuidar de la casa es la mujer ideal, seguidora del ejemplo de virtud de la Virgen María. Debe ser también devota, pues si obedece a Dios obedecerá a su marido, y tolerante y rijosa, ciega cuando convenga a los devaneos de su hombre con otras, que ya se sabe que no es pecado, sino exceso de hombría el que su marido tenga otras amantes, fijas u ocasionales. Y, claro está, nunca ha de disfrutar del sexo, sino ofrecerse con repugnancia.

 

La mujer y el trabajo

Dejando aparte el trabajo de la mujer por excelencia (que no en vano es el oficio más antiguo del mundo) ya se ha dicho que en cada pueblo hacen el guiso de manera diferente, por lo que hay lugares donde nos encontramos mujeres que ejercen de barberos, cirujanos y sacamuelas, como si de hombres se tratara. Se pueden encontrar mujeres que trabajan el cuero y la piel, haciendo guantes, zapatos y sombreros, y hasta féminas que se dedican a trabajar el metal, tanto el frío hierro con el que se hacen cuchillos y herraduras como el metal precioso y delicado, siendo orfebres y talladoras de oro. Pero suele tratarse de hijas de artesanos que, no teniendo hijo varón al que enseñar el oficio, y viviendo en lugar apartado donde no es fácil encontrar discípulo, han de recurrir al mal menor de enseñar a su hija para que les mantenga, apartándola del matrimonio, pues ya se ha dicho que no es mujer deseable la que piensa por su cuenta.

Los únicos oficios en los que se acepta a las mujeres como trabajadoras “naturales” son aquéllos en los que se trabaja la seda y se hacen brocados y otros bordados en los que se necesiten manos suaves y dedos delicados. Estamos hablando de la ciudad, claro está. En el campo, la mujer trabaja tanto o más que un hombre, y si enferma el buey y hay que tirar del arado, es mejor que lo haga la mujer que la vaca, que la segunda, por lo menos, da leche, mientras que si la primera se desloma tampoco se pierde gran cosa…

Notas de juego

Que conste que esto es "histórico" de lo que aparece en el Manual. En mis partidas soy mucho más abiertas y dejo más margen a la libertad femenina. Eso si, siempre ateniéndose a las consecuencias si son pilladas... Nos guste o no (a mi no me gusta) desgraciadamente esto era la "norma" y lo más habitual...

Cargando editor
28/12/2018, 18:04
Director

EL SEXO, ESA COSA SUCIA, PECAMINOSA Y HORRENDA

Es cosa bien sabida que la mujer (al menos la mujer decente) no experimenta placer sexual, y que el orificio genital es oscuro y sucio, que no ha de mirarse ni tocarse (y no se me sorprendan, que la abuela del que suscribe hacía gala de que su marido nunca la había visto desnuda. Como dijo aquél: “Las mujeres decentes no tienen piernas”).

Ni que decir tiene que la Iglesia (de puertas para afuera, por lo menos) fomenta y aprueba esa teoría. Es cosa bien sabida que José y la Virgen María nunca realizaron el acto sexual, signo del pecado universal, y por ello exige castidad y celibato entre los suyos (aunque ya se ha visto que del dicho al hecho...). En resumen: el sexo placentero es algo que deteriora y que es mejor para el cuerpo la penitencia, el ayuno y el sacrificio - de los clérigos gordos, también hemos hablado -. Por todo ello, y porque en tierras de la corona de Aragón funciona en estos tiempos la Inquisición, hablaremos a partir de ahora de amor cuando queramos decir sexo…

 

AMOR CONYUGAL

Como decía San Pablo, tan misógino en algunas cosas, “mejor casarse que arder”. Frente a la natural necesidad del hombre de saciar su lujuria animal, el buen Dios ha dispuesto el sacramento del Matrimonio, para que pueda realizarse la honesta copulatio. Ni que decir tiene que el objetivo no es el placer sino la procreación, por lo que la relación carnal es más sosa que un guisado sin sal: en el tálamo los cónyuges evitarán todo tipo de caricias y besos, de palabras tiernas, de preliminares y de posteriores. Ni siquiera se hablarán, y harán la cópula ceremoniosamente. Una relación carnal sin “desbordamientos”, absolutamente fiel y desinteresada.

 

AMOR CORTÉS Y LAS CORTES DEL AMOR

En los palacios de los poderosos prolifera el llamado “amor cortés”, un amor absolutamente platónico (al menos en teoría) en el que el gallardo caballero, que no tiene, como en los romances de caballerías, ni castillos encantados ni dragones, se ha de contentar con las damas, que de ésas sí que hay en el mundo real: casadas o solteras, tanto da; a las que corteja con serenatas bajo su ventana, dándoles regalos caros o sangrientos trofeos de guerra o solicitando de ellas bailes o ésta o aquella prenda, para llevarla en los torneos y lides. Ni que decir tiene que el amor cortés sólo ha de practicarse con damas de alcurnia que sepan apreciarlo: a las campesinas, como bien rezan los tratados de amor de la época, hay que violarlas directamente, que es lo único que entienden.

Es juego muy común entre ociosas damas cortesanas las llamadas “Cortes del Amor”, tribunales de mujeres, tanto solteras o casadas, que someten a juicio la relación de una pareja determinada, ya sea la relación platónica entre una dama y su caballero o la más banal entre dos cónyuges. Aunque juegos privados, los veredictos son públicos y, muchas veces, crueles. Las reglas no son complicadas: la primera norma del amor es la generosidad, tanto moral y espiritual como material. La segunda es que no hay amor sin celos, ni celos sin amor: el hombre que no es celoso no ama a su mujer. Otras normas son que no se pueden tener dos amores; que el amor crece o disminuye pero nunca permanece estable; está mal visto un amor fácil y en cambio uno difícil, de dura entrega, tiene más valor, pues la mujer es como una fortaleza inexpugnable a la que hay que conquistar.

¿Por qué un caballero, un guerrero, de natural violento pues la violencia es su oficio, va a entretenerse con tales juegos? Si es dama soltera, quizá el fin último del cortejo fuera la boda. Si es mujer casada, pasamos directamente a la seducción. De uno u otro modo, las prendas que se exigen a la dama son más prácticas, menos místicas y más carnales, y de ellas convendrá hablar.

 

AMOR EXTRACONYUGAL

Ya lo decían los sabios y antiguos griegos: el amor es una desdicha enviada por los dioses (ahí se equivocaban, que no son los dioses, es Satán). El deseo, la pasión desenfrenada, es un impulso que rara vez se muestra en el ámbito matrimonial, ya que, al fin y al cabo, ha sido sacralizado por Dios. Ese amor suele ser destructor, amoral y, por supuesto, pecaminoso. De hecho, toda viuda que se descubra que tiene un amante pierde su herencia. Una muchacha que entregue su virgo antes de ser desposada ha de entrar en un convento o convertirse en prostituta. La mujer casada puede ser repudiada por su marido, aunque está mejor visto que la asesine en el acto (ya hablaremos de ello en el apartado de delitos). Evidentemente, la manera más clara de descubrir un adulterio es si la mujer queda encinta en ausencia del marido. Para ello, existen preservativos rudimentarios, hechos con tripa de cerdo, la sodomía y la retirada honrosa (el famoso echarse atrás o apearse en marcha, y no me pidan más explicaciones). Si la cosa empeora, están los bebedizos a base de ruda o beleño negro, que provocan fuertes hemorragias y el aborto. Pero hay que tener cuidado: puede irse la vida de la madre junto con la del hijo no deseado.

¿Cómo seducir a una dama? Lo más fácil es ir a rondarla a la puerta de la iglesia, que es el lugar donde obligatoriamente toda dama de bien ha de ir. Luego, hacerse con el favor de la dueña o ama que como cancerbero la acompaña, o bien recurrir a una alcahueta, que se meta en la casa de la amada, se gane su confianza y haga de tercerías en los amores ilícitos. Una vez consumados éstos, corriente es que el galán se olvide de la dama, que conquistada ya una fortaleza, hay que ir a por la siguiente. Aun entonces la alcahueta sacará beneficio, como reparadora de virgos rotos. Y a esto hay que añadir la de fabricar bebedizos que hagan que el amado vuelva con pasión a la dama, o incluso que lo vuelvan impotente en venganza por su perfidia. Y es que no hay rencor más hiriente que el de una mujer desdeñada…

 

LA PROSTITUTA

Cuando no hay doncellas que seducir, ni campesinas que violar, y uno se ha cansado de su legítima… ¿A quién acude si no es a la profesional más vieja del mundo? Las hay de todos los tipos: desde damas que habitan en palacios, damas hermosas y cultas con las que pasar una noche cuesta una pequeña fortuna…, hasta rameras de baja cuna y peor condición, jornaleras y plebeyas que se abren de piernas por un poco de comida con la que alimentar a su familia o a ella misma, como complemento a su trabajo de criada, campesina o madre. Entre una y otra, las que se ofrecen en ferias, mercados y tabernas, las que van en carro pintarrajeado de rojo de pueblo en pueblo, o las que se han aposentado en mancebía, donde recibir cómodamente a los clientes. Éstos reciben placer, y a menudo, una buena enfermedad venérea, que por donde han pasado tantos, dudoso es que no hayan dejado nada.

Cargando editor
28/12/2018, 18:25
Director

LA JUSTICIA MEDIEVAL

En estos tiempos morir es más fácil que vivir. Y aunque de la parca ya se hablará (al final, como corresponde, pues es el fin de todo) no será mala cosa que se cite a los que, por tratar de mejorar de modo artificial la vida que el Señor les ha dado, incumplen las leyes de Éste y de los hombres, y de los castigos que se sufren por ello, que muchas veces lo que hacen es acortar esa vida que querían tan regalada para ellos.

Como ya se dijo al principio, hay dos tipos de delitos: los bajos (robo, alcahuetería, fullería en el juego) y los altos, que implican normalmente crímenes de sangre, traición al rey o (el peor de todos) hacer burla a Dios o apostatar de Él. Hay tres tipos de justicia: la feudal, muy rápida, pues depende del capricho o de la costumbre del señor de la zona; la urbana, más lenta, y en la que hacen su aparición los leguleyos que pueden sangrar a ambas partes antes de llegar a ningún tipo de resolución; y la de Dios, que es implacable e inapelable, pues cuando Dios habla, todos han de callar.

A un acusado de un delito, a no ser que su inocencia quede clara desde el principio porque un poderoso de fe de él, esté ante numerosos testigos cuando se produjo el crimen o sea un caballero y jure solemnemente ser inocente, se le interroga durante tres días. Y en esas tres jornadas, buena parte del interrogatorio consiste en torturarle. Con tiento de no matarle, eso sí, que de hacerlo sin que el reo confiese, el verdugo y hasta el que dirigió el interrogatorio pueden verse en serios apuros, debiendo pagar multa a la familia y hasta sufrir acusación de asesinato. Cosa que se da pocas veces, que si se va la mano, ya puesta, con decir que confesó queda el negocio hecho, que el muerto no va a desdecir…

Si se trata de delito de sangre, la cosa cambia para los nobles, que aunque no sean torturados, si se demuestra su culpabilidad, son condenados como los plebeyos. A muerte, por supuesto, que quien a hierro mata a hierro muere. Eso sí, en lugar de sufrir la ignominia de la horca son degollados, las más de las veces en privado. Salvo en esos casos, los castigos son siempre en plaza pública y sobre cadalso, para servir de ejemplo al vulgo, que en realidad se lo toma como un excitante espectáculo. Repasemos delitos por orden de nombre, que no por el de su importancia. El avisado sabrá distinguir el grano de la paja, y lo baladí de lo trascendente.

 

Adulterio

Si el marido cornudo sorprende a su mujer con su amante yaciendo juntos, está autorizado a matarlos a los dos, y no será delito sino justicia. Pero si mata sólo a uno, se considerará asesinato. Tal normativa tiene su razón en evitar que un hombre quiera librarse de su mujer haciendo que un amigo la seduzca para luego poder matarla impunemente y quedarse con sus posesiones, o que obligue a la mujer a yacer con un socio en los negocios para matarlo a él y quedarse con todo. Más leve es que un hombre, prometido solemnemente con una mujer, se case con otra. En tal caso debe pagar la dote para que la mujer rechazada entre en un convento, ya que nadie quiere un plato rechazado por otro. La mujer adúltera puede ser simplemente repudiada por su marido y su familia, y arrojada a los caminos, donde la mayoría deben ejercer la prostitución para poder vivir. Eso sí tiene suerte y no es tratada a la antigua usanza, y apedreada hasta la muerte por la chusma. El adulterio masculino, en cambio, no se considera delito, sino una prueba de la virilidad del varón32.

 

Asesinato

No todas las muertes son consideradas asesinato. El maestro que maltrata a un aprendiz, y que accidentalmente le da muerte, no es acusado de tal delito si se demuestra que nada tenía contra él, quedando el tema como mero accidente y pagando, como mucho, una compensación a la familia (si la tiene). Lo mismo sucede en el caso de muertes accidentales en los torneos o en los ejercicios de soldados y caballeros. Pero si se demuestra que la muerte ha sido premeditada, es el cadalso y no otra cosa lo que espera al asesino, que ya dijo Dios que ojo por ojo, diente por diente, sangre por sangre y vida por vida.

 

Bandidaje

Es relativamente fácil hacerse bandido, y hay tantos tipos como malas gentes infestan los caminos. Desde el campesino, movido por la necesidad de saciar las hambres de su familia, hasta el que acecha los caminos como si fuera un campo más del que recoger lo que no ha cosechado. Otros son soldados sin señor, sea porque han abandonado su servicio, porque éste ha muerto sin herederos o porque por sus malas artes han prescindido de sus servicios. También los hay que son desertores de guerra, que han librado una batalla más de la que su templanza les permitía, y ahora vagan por los caminos, perros sin collar, hombres quebrantados, bestias rabiosas sin nada que perder. Y con todo, no son los más peligrosos, que peores que ellos son los soldados bandido que actúan con permiso de su señor feudal, saqueando los caminos que deberían proteger y echándole la culpa de sus bandidajes a cualquier forastero sin dineros que acierte a pasar luego. Y si saquean la tierra propia, ¿qué no harán con la del vecino, sabiendo que luego pueden volver a acogerse a la protección de su amo, que buena fe dará de ellos? Son alimañas a las que sólo se puede cazar si se las atrapa con las manos en la masa.

Sea cual fuere el bandido, y su motivo, el castigo es el mismo: ahorcarlos en el acto de un árbol, y dejarlos allí, como aviso para otros como ellos y para tranquilizar a los caminantes.

 

Blasfemia

Los que ensucian sus bocas con tan horrendo delito a los ojos de Dios y de los hombres merecen un escarmiento, y por ello son azotados en público, y en ocasiones se les corta la lengua. Sin embargo, si como penitencia ofrecen a la Iglesia una cuantiosa cantidad de dineros (a negociar según la blasfemia), harán solamente una leve penitencia. En otras palabras, una vez más los ricos y poderosos se libran de lo más grueso del castigo.

 

Homosexualidad

Es castigada con la castración y la anulación del matrimonio (si el sodomita está casado), aparte de la humillación que supone la confesión pública de su nefando crimen. No se contempla la homosexualidad femenina, ya que no entra en la cabeza de los hombres que una mujer pueda dar placer a otra mujer…

 

Incendio

Aquél que se demuestre que ha provocado intencionadamente un incendio para dañar las posesiones de otro debe pagar una fuerte multa, buena parte de la misma irá como indemnización a los dueños de lo quemado. Pero si el incendio ha causado muertes, la multa no será suficiente y será ajusticiado.

 

Robo

Al ladrón se le castiga cortándole una oreja, y una mano si reincide. Poco importa que lo hiciera movido por la codicia o la necesidad, que peca contra Dios además de contra los hombres, que ya dicen los mandamientos “no robarás”. Hay casos curiosos según el tipo de botín al que aspiraba el caco: por ejemplo, el que trate de robar a un perro u otro animal deberá, aparte de pagar una multa, meter la cara en el trasero del animal en público, y restregarla bien, para diversión de los presentes y vergüenza propia. ¿Por qué robar, entonces, si negocio tan peligroso es? Por necesidad, dicen los pícaros con desvergüenza. Por no poder encontrar trabajo, o por pasar hambre, o pasarla su familia. Pero los jueces, a los que tales argumentos no ablandan, saben que las más de las veces es por simple vicio y deshonestidad, y saben castigar en consecuencia.

 

Regicidio

El asesinato (o simple intento o conspiración del mismo) se castiga de un modo especialmente severo y cruel: con el descuartizamiento en vida, miembro a miembro. Castigo curioso cuando a veces, si el rey del país está excomulgado, todos sus súbditos lo están hasta que no muera o el Papa lo perdone, por lo que su asesinato, al menos para Roma, está justificado. Ni que decir tiene que los reyes, estén excomulgados o no, no están en absoluto de acuerdo con tal visión de las cosas…

 

Violación

Se castiga con la pena de muerte al esclavo o siervo que viola a mujer libre. Sin embargo, si es hombre libre y soltero el que corrompe de grado o a la fuerza la doncellez de la mujer y acepta casarse con ella, se le perdona la falta, aunque la familia de la mujer queda exenta de pagar la dote. A la víctima, ni se le pregunta (al fin y al cabo, mujer es).

 

Penas menores

Impago de deudas o impuestos, perjurio, injurias, alcahuetería, hacer fullerías en el juego, cazar en bosques feudales y mil y un delitos de menor cuantía tienen castigos aparte. Los nobles y los ricos, como siempre, suelen librarse con una multa, pero los plebeyos, que carecen de dinero y están más acostumbrados al dolor por la dureza de su vida, pueden ser castigados a perder una oreja, un par de dedos o la lengua, o ser marcados a fuego, o azotados públicamente, sufrir la vergüenza de pasar uno o dos días en el cepo, a merced de las “atenciones” de los vecinos del lugar o simplemente ser desnudados, embreados, emplumados o cubiertos de borra de lana y ser arrojados luego al camino, bien lejos del pueblo. Tal confiesa Celestina que le pasó en una ocasión, en el libro de Fernando de Rojas.

 

Las Ordalías o “Juicios de Dios”

Para evitar una pena de muerte o un castigo cualquier condenado puede solicitar una ordalía, para que sea Dios quien le juzgue. Se ha de decidir entonces si se hace con agua o con fuego. La primera consiste en arrojarlo a un río o lago con un gran peso al cuello. Si el agua lo rechaza y logra flotar (o librarse de la cuerda) y salir vivo, es culpable, y su condena se agrava. Si por el contrario las aguas lo acogen y muere ahogado, es que era inocente, y nada han de temer sus familiares, que ni su hacienda ni su honra se verán perjudicadas, y podrá ser enterrado en lugar sagrado.

La prueba del fuego consiste en recoger tres o más piedras de un caldero de agua hirviente, o sostener un hierro al rojo y dar con él varios pasos. A continuación se vendan las manos, se sellan con la señal de la cruz y no se quitan las vendas hasta el cabo de tres días, el tiempo que tardó Nuestro Señor en volver de entre los muertos. Si en ese tiempo la quemadura está sanada o en claro trance de curación, es señal de inocencia. En caso de que esté supurante…, se añadirá perjurio y blasfemia al crimen cometido.

 

Delitos de Animales

Si uno o varios animales propiedad de un campesino invaden las tierras de otro devorando o destrozando los cultivos, serán castigados con la muerte. Además de su pérdida, el propietario deberá pagar al dueño de los cultivos una cantidad dependiente del destrozo causado. Esto se aplica a perros, cabras, ovejas, caballos o reses. Así se evita que los ganaderos destrocen los cultivos para ganar terreno dedicado al pastoreo.

Si un buey, vaca, mula o caballo mata a un hombre que no es su propietario, éste debe pagar una fuerte multa a la familia de la víctima, quien además se queda con el animal, ya sea para utilizarlo o para sacrificarlo.

Cargando editor
28/12/2018, 18:31
Director

Aquí os dejo la imagen de La Tabla de Condenas para que os hagáis una idea de las condenas que pueden haber para los diferentes delitos.

Cargando editor
28/12/2018, 19:34
Director

LA INQUISICIÓN MEDIEVAL

Breve reseña histórica

En el siglo XII y XIII una ola de herejías sacudía el sur de Francia. Una revolución espiritual y social se extendió más allá de los Pirineos, hasta la corona de Aragón.

El catarismo se hacía fuerte en las principales ciudades de Francia, llegaba al pueblo llano, la gente abrazaba esta nueva forma de religión. Con un mensaje que volvía a los valores primordiales de fraternidad y consuelo a los pobres y desesperados, con un tono humilde y sencillo que nada tenía que ver con lo acostumbrado en la Iglesia de aquella época. Rechazaban las jerarquías eclesiásticas y la burocracia que servían de intermediarias entre el pueblo y Dios, no aceptaban las enseñanzas designadas por estos cargos eclesiásticos y basaban su visión divina en posturas muy personales y, se podría decir que, casi místicas. La gente abrió las puertas al catarismo, siendo éste, el más fuerte y principal de los movimientos heréticos que sacudieron Europa por entonces, por delante de albigenses, valdenses, beguinos, o joaquimitas entre otros, como los “falsos apóstoles” de Gerardo Segarelli, quemado finalmente en Parma en el 1300.

La lucha contra estas herejías caía en las manos de papas y obispos, siendo ellos los que decidían cuándo una doctrina se convertía en herejía (las más de las veces) y cuándo no (las menos). La Iglesia perseguía al hereje, lo detenía, interrogaba y entregaba al brazo secular, quien se encargaba de administrar castigo, pues la Iglesia tenía prohibido y repudiaba el derramamiento de sangre.

Pronto el Papa se dio cuenta de que no era suficiente el trabajo de los obispos, y decidió encomendar esta tarea a los compañeros del futuro Santo Domingo de Guzmán, fundador en el 1216 de la orden de los predicadores, los dominicos. En 1233, el papa Gregorio IX, tras varias bulas, les cede todo el poder en la caza de la herejía, con la ayuda de los obispos. Se crean así oficialmente los tribunales de la Inquisición, la llamada Inquisición medieval que es la que nos interesa a nosotros ahora.

No mucho más tarde se decidió que los franciscanos ayudaran a los dominicos para lograr que, como se dijo, la candidez de unos templara la naturaleza inflexible de los otros.

Cuando se inició la cruzada romana contra el catarismo y las hogueras quemaban a los bons homes a cientos, los cátaros franceses de todas clases sociales, se vieron obligados a buscar refugio en casas de amigos al otro lado de los Pirineos, confiando en que la persecución se detendría allí. Pero esto no fue así, y la Inquisición volvió sus ojos hacia Aragón, encontrándose que la frontera entre Francia y España estaba difusa y mal definida, por las posesiones de los unos al sur de los Pirineos y de los otros al norte. Fue así como la Iglesia arrastró su alargada sombra hacia estas tierras, llegando la Inquisición a la Península oficialmente después de un breve de Gregorio IX.

Los obispos se encargaban de la persecución herética en la Península, recibiendo solicitaciones del Papa en momentos puntuales, como en el año 1308, cuando el papa Clemente V solicita a reyes, obispos e inquisidores de España que actúen contra los templarios; esto da con una cruel e injusta persecución que lleva al saqueo y expropiación de todas las posesiones de dicha orden. Pierden fortalezas, castillos, todos sus bienes obtenidos en años de servicio en diferentes campos de batalla. No desarrollaremos el tema de los templarios puesto que daría para un manual entero, tan sólo reconoceremos que el exceso de poder y codicia de los templarios acabó siendo su perdición. Las envidias y los intereses dieron con sus huesos en la pira, siendo la última al anochecer del 18 de marzo de 1314, cuando Jacobo de Molay (maestre), Godofredo de Charney, Hugo de Peraud y Godofredo de Goneville ardieron en un islote del Sena conocido como la Isla de los Judíos.

En el mediodía francés un inquisidor sobresalió por encima de todos, Bernardo Gui, gran inquisidor de Toulouse entre 1308 y el 1323. Se puede decir que reescribió los procedimientos inquisitoriales en cuanto a la práctica del interrogatorio de los sospechosos. Sus escritos serían la norma a seguir por la Inquisición durante años. Hay que tener en cuenta que anteriormente tan sólo existía un pequeño tratado de cuarenta y tres capítulos muy breves publicado en 1302, cuyo autor fue un italiano de nombre Zanchino Ugolino, consejero de la Inquisición. Pues bien, en este tratado de Bernardo aparecen profundos estudios sobre cómo descubrir la herejía y al hereje, expone las doctrinas y costumbres de los diferentes movimientos heréticos, habla de los adivinos, los brujos y tratantes de demonios, de los judíos, falsos conversos, etc.

Por tanto, tenemos que el advenimiento de la Inquisición medieval fue constituido por estos hechos principales.

  • Las herejías meridionales, principalmente los cátaros y los valdenses.

 

  • El resto de exaltados espirituales, cualquiera que sea el nombre por el que se identifiquen, ya sea fratichelos, hermanos de la vida pobre, beguinos, beguinas (éstos recorrían los caminos profetizando la inminente venida del Anticristo para el 1325), begardos, etc., desde que el papa Juan XXII, el 17 de febrero de 1317, ordena a los inquisidores del Languedoc que les persigan allá donde éstos aparezcan.

 

  • Y finalmente la brujería; estando incluido bajo este título un amplio abanico de “subcategorías” como la adivinación, la astrología, la demonología, la magia, la alquimia y un largo etcétera.

 

  • El posterior resurgir que dio finalmente con la Inquisición moderna, de la cual nada trataremos nosotros, se debió al problema de los judíos falsos conversos.

 

La Inquisición Aragonesa

Si bien se le llama “Inquisición medieval” a la que se centra en estos años de los que venimos hablando, desde el 1220 ó 1230 hasta finales del siglo XV, sería mas conveniente llamarla, en el caso de España, “Inquisición aragonesa”, pues sólo en estos territorios se dio Inquisición formalizada y estructurada como hoy la comprendemos.

Sólo la corona de Aragón dio entrada a la Inquisición medieval, sobre todo, como hemos dicho anteriormente, por su proximidad con la frontera francesa, por donde llegaban los herejes huidos o refugiados desde Francia. Jaime I promulgó un edicto en el que precisó los medios y las personas que habían de ser empleados en la búsqueda de herejes, esto sería: un sacerdote de nombramiento episcopal asistido por dos o tres laicos, a los que al poco, el Papa ordenó que se unieran dominicos y franciscanos.

Esta Inquisición, dirigida por obispos, inició su andadura en Lérida y Tarragona en el 1232, quedando especialmente localizada en la zona nordeste, y su primer tribunal se instauró en Lérida, se calcula que hacia el 1238, del que cuidaba el obispo Bernard junto a dos dominicos, Pedro de Tomenes y Pedro de la Cadireta.

No existía un tribunal fijo de la Inquisición, era más bien itinerante, recorrían las distancias de pueblo en pueblo sobre sus mulas o en carromatos. Si se producía herejía o alguna acusación en tierras donde no hubiera inquisidor, eran los obispos los encargados de eliminar tal herejía.

Por entonces el principal cometido de los inquisidores era la investigación de los muertos cátaros o herejes en general que habían llegado a estas tierras. Así empezaron las investigaciones que dieron con una primera sentencia contra la memoria del conde de Forcalquier y de Urgel. La condena consistió en la exhumación de sus restos, que fueran quemados y las cenizas lanzadas al viento. Pero ésta fue sólo la primera de las condenas; otros restos que sufrieron el mismo destino fueron los del vizconde de Castelló y de Cerdeña y su hija Esmeralda, esposa del conde de Foix. Ya poco o nada quedaba de la revuelta cátara que tanta sangre vertió en Francia años antes.

También se prestó atención al creciente problema de los judíos conversos, muchos de los cuales fueron quemados en Aragón, aunque de este problema se encargarían con mayor severidad más adelante, en la llamada “Inquisición moderna”.

Cargando editor
28/12/2018, 19:47
Director

El Procedimiento del Santo Oficio

Gregorio IX envió una carta el 11 de octubre de 1231 a Conrado de Marbourgo; en ella, y a grandes trazos, se puede adivinar como era el procedimiento de los inquisidores:

“Cuando lleguéis a una ciudad, convocaréis a los prelados, los clérigos y el pueblo y haréis una solemne predicación; después buscaréis algunas personas discretas y haréis una inquisición o búsqueda de los heréticos y sospechosos. Aquéllos que, después del examen, sean declarados culpables o sospechosos de herejía deberán prometer obedecer absolutamente las órdenes de la Iglesia; si no, procederéis contra ellos siguiendo lo que nos hemos recientemente promulgado contra los heréticos”.

Cuando los inquisidores llegaban al pueblo, ciudad o villa donde fueran a practicar inquisición, se personaban en la iglesia local o ante las autoridades seculares y hacían que todo el pueblo supiera que cierto día, que ellos elegirían - preferentemente domingo o festivo -, se tendrían que reunir todas las gentes en la iglesia o frente a ella, para la lectura de un edicto o sermón.

Llegado el día, y una vez estaban todos congregados, se pasaba a leer el Credo o un sermón, según el caso. Al acabar la lectura se hacía que todos los asistentes repitieran con el inquisidor la promesa de ayudarle a él y a sus ministros, ceremonia que se llevaba a cabo con la mano derecha en alto y ante un crucifijo sostenido por el inquisidor o alguien designado por éste. Las autoridades seculares podían ser también obligadas a prestar público juramento de que harían cuanto estuviese en sus manos para erradicar de sus tierras a todo hereje señalado como tal por la Iglesia. “Y que harán esto de buena fe y según sus fuerzas”. Sobre esto, aparece en las cartas de Urbano IV y Clemente IV lo siguiente: “Si alguien, sea de la condición que sea, se opone a vosotros - cosa que no creemos que suceda -, o si os impide hacer vuestra tarea de manera que ya no podáis actuar libremente, proceded sin temor contra él según las sanciones canónicas determinadas contra los partidarios de los herejes y sus defensores”. Una vez todo el pueblo juraba, se pasaba a leer el edicto.

Se trataba de la lectura de una lista de herejías y la pública invitación a denunciar, a sí mismo o a otros, bajo la premisa de que, si se efectuaba esto dentro del periodo de gracia - entre treinta y cuarenta días -, se reconciliaría al inculpado sin castigo alguno. Estas últimas palabras resultaban tan prometedoras que la denuncia, tanto propia como ajena, proliferó en todos los pueblos.

La lectura del edicto se podía alargar horas dependiendo del inquisidor. Y el texto que se leía, incluía una larga lista de faltas o penas que a medida que pasaban los años se iba haciendo más larga, añadiéndose nuevas herejías o faltas según iban apareciendo. Esto conllevó que ciertas conductas, que hasta entonces no se daban por puro desconocimiento, empezaran a aparecer en las poblaciones donde se leía.

Así pues, la gente disfrutaba de un tiempo de gracia - tempus gratiae sive indulgentiae - en el cual, se podían presentar ante los inquisidores para inculparse de cualquier falta o herejía. Así, quedaban dispensados a cambio de leves penitencias. Entre éstas, se encontraban por ejemplo pagos de multas, obligación de realizar cierta cantidad de rezos, peregrinaciones o incluso algunas penitencias más extrañas, como la obligación de darse un baño.

Ahora bien, si pasado este tiempo de gracia caía alguna denuncia sobre alguien que no había corrido a inculparse de alguna falta, se procedía a la investigación del caso, y al apresamiento del inculpado si procediese. En primer lugar, se le enviaba una citación escrita, o más comúnmente, verbal. El inculpado debía presentarse inmediatamente ante los inquisidores. En Francia, si no se presentaba inmediatamente se le declaraba contumaz y se le aplicaba excomunión temporal. No era lo habitual, pero si el inquisidor lo estimaba adecuado, podía enviar un segundo requerimiento o incluso hasta un tercero. Entonces, era la justicia civil la que se encargaba de acudir al arresto del acusado.

Una vez el acusado ante los inquisidores, se pasaba al interrogatorio, se le hacían una serie de preguntas muy concretas y preparadas con antelación y se escuchaban sus respuestas. El notario no transcribía exactamente el interrogatorio, si no que hacía un resumen analítico: Bernardo Gui consideraba que de este modo podía detectarse más fácilmente la verdad.

Si en ese punto el acusado confesaba, ahí acababa todo. Pero si no se declaraba culpable, se atendían a los testigos, y se escuchaba a cualquiera que aportase testimonio de la acusación, aunque el acusado no tenía forma de saber quién le estaba acusando, pues este dato permanecía en secreto. La edad mínima para la validez del testimonio acusador era, desde el Concilio de Toulouse de 1229, de catorce años para los hombres y de doce para las mujeres, y dos testigos eran suficientes para alcanzar la condena del acusado. Normalmente se tenía cuidado de no permitir que la acusación sirviera de herramienta de venganza personal entre, por ejemplo, acreedores y deudores o maridos y amantes, de hecho, el 19 de abril de 1223 Gregorio IX enviaba una carta a Robert le Brouge en la que le advertía que “la herejía no fuera un pretexto falso para condenar al adversario”. Los inquisidores podían descartar a su conveniencia los testigos que quisieran si consideraban que no eran sinceros o que tenían intereses en el castigo del inculpado. Estas acusaciones con perjurio podían ser castigadas con penas estipuladas.

Seguidamente se pasaba a la detención. Se llevaba al acusado ante el juez inquisidor o el obispo que llevase el caso y se le hacía jurar decir la verdad. Se le asignaba un abogado, que no ejercía como hoy lo entendemos, más bien se dedicaba a insistir una y otra vez en que reconociese su culpa. Si al ser interrogado no reconocía su culpa, se le podía aplicar prisión preventiva, recluyendo al sospechoso – “al pan de la angustia y el agua del dolor” - el tiempo que el inquisidor considerase necesario hasta que recapacitase y admitiese culpa.

Caso de seguir sin obtener resultados, el siguiente paso era la aplicación del tormento o tortura. Y este punto requiere una especial atención, puesto que la imaginación popular le ha dado demasiada leyenda negra a la Inquisición, que si bien fue real en Europa, en Aragón no llegó ni a la mitad de la crueldad que se vio fuera de nuestras fronteras.

A la hora de aplicar tormento, Eymeric, en su Directorium inquisitorum da una serie de pistas sobre lo que daría pie al interrogatorio o aplicación de tormento, no siendo esto reglas estrictas, tan sólo sus valoraciones personales. Entre ellas aparecen, por ejemplo, si el acusado vacila o se contradice a sí mismo. En estos casos se entenderá que miente u oculta la verdad, pues se encuentra incómodo y ése es el motivo de su contradicción. Según el Directorium, hay tres pilares básicos en la aplicación de tormento: la mala fama, el testigo no de oídas y que haya muchos otros indicios fuertes. Si no se diesen al menos dos de los tres puntos, y siempre desde el punto de vista de Eimeric, no podría aplicarse tormento.

Cargando editor
28/12/2018, 20:18
Director

ÓRDENES MILITARES

BÁSICAMENTE, una orden militar es un grupo de monjes guerreros, pues se trata de gentes que se acogen a una regla monástica, como el resto de los monjes, pero que además juran proteger con sus armas el estandarte de la cruz, pues es la carrera de las armas su principal función, aunque entre sus filas también cuenten con componentes estrictamente religiosos (monjes y monjas) que trabajan cuidando de los enfermos y los pobres. Las principales órdenes militares en la Península fueron, por fecha de creación:

 

Lirios

Navarra

Llamada también “Real de Navarra” y fundada en el reino de Navarra en 1023, en honor a la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Está consagrada a la defensa de la religión y de la patria. Su emblema es una imagen de la Anunciación rodeada de lirios celestes, de ahí su nombre. Su lema es: “Deus primun christianum servet”.

 

Hospital

Tierra Santa

Los hospitalarios de San Juan Bautista nacen hacia 1104 en Jerusalén por iniciativa del rey Balduino I para hacerse cargo del hospital de San Juan en la ciudad santa. Posteriormente, las circunstancias les hicieron crear una rama militar, como sus compañeros (y a menudo rivales) los templarios. Con la caída de Jerusalén la orden se trasladó a Chipre primero y a Rodas después, convirtiéndose en despiadados enemigos de los musulmanes, que aunque lanzan numerosos ataques contra la isla no logran expulsar de ella a los hospitalarios hasta el siglo XVI. En la Península existieron asentamientos hospitalarios en Castilla y Aragón, aunque nunca tuvieron tanto renombre como la orden del Temple. Su sobrevesta era originalmente negra con una cruz blanca cuyos brazos, de igual longitud, se ensanchan en los extremos, pero a partir de 1278 llevan la cruz blanca sobre fondo rojo.

 

Temple

Tierra Santa / Francia

Esta orden, quizá la más famosa y legendaria, fue creada en el año 1118 por Balduino, rey de Jerusalén, y ratificada en 1127 por el papa Honorio II. Originariamente eran sólo nueve caballeros, todos franceses, y aunque con el tiempo la orden llegó a ser internacional, la influencia francesa siempre fue muy grande. Los templarios (así llamados por tener su sede principal cerca de las ruinas del antiguo templo de Salomón) estaban consagrados a la defensa del reino de Jerusalén y a la protección de los peregrinos cristianos que iban a Tierra Santa. Estaba dividida en tres grupos; caballeros de origen noble, encargados de guerrear; sirvientes o escuderos, de origen más humilde, encargados del cuidado de los peregrinos enfermos, y clérigos, que hacían la función de capellanes. Seguían la regla de San Bernardo y hacían voto de castidad, pobreza y obediencia. Les estaba prohibido rehusar combate aunque el enemigo los superara tres a uno, y si eran capturados no podían ser rescatados mediante dinero, motivo por el cual eran ejecutados, ya que no eran lo que se dice esclavos dóciles.

La caída de Tierra Santa le quitó la razón de ser a la orden, y las muchas riquezas acumuladas por la orden (ya que los nobles que entraban en ella le cedían todas sus posesiones) excitaron la codicia del rey francés, Felipe IV, que entonces estaba en una situación de poder excepcional al tener retenido en Avignon al Papa, la única autoridad que reconocían los templarios. En 1307 les acusó de herejes y mandó apresarlos, animando a los reyes del resto de Europa a que hicieran lo mismo. Cinco años duró el proceso, en el que no faltaron las torturas, antes que el Papa resolviera disolver la orden en 1312. Dos años después, el gran maestre Jacques de Molay moría en la hoguera. Dicen que con su último aliento maldijo al rey y al Papa que lo habían traicionado. Crean lo que quieran, pero un año después ambos estaban muertos.

La mayoría de las posesiones de los templarios (nueve mil conventos y señoríos repartidos por toda Europa) fueron entregados a su gran rival, la orden del Hospital. En la Península Ibérica sus posesiones fueron repartidas de forma diferente: Jaime II de Aragón creó la orden de Montesa con dichas riquezas y posesiones, permitiendo que los viejos freires ingresaran en ella. Similar fue el caso del rey Dinís de Portugal, que se limitó a cambiar el nombre de los templarios creando la orden de Cristo (ver más adelante). En cambio, en Navarra fueron perseguidos al igual que en Francia, y en Castilla sus posesiones quedaron en poder de la corona, aunque un tribunal los exoneró de toda culpa...

Su sobrevesta era blanca con una cruz maltesa roja en el pecho. Los sirvientes llevaban, en cambio, ropajes marrones o negros.

Perseguidos por los reyes, protegidos por el pueblo, se convirtieron en leyenda, y quizá en algo más.

 

Calatrava

Castilla

La fortaleza de Calatrava fue entregada en un principio para su defensa a los caballeros del Temple. Su importancia estratégica era vital, ya que controlaba todo el valle del Guadiana. Los templarios, en 1157, abandonaron la fortaleza, afirmando que era indefendible frente a los infieles. Al año siguiente se creó la orden de los calatravos, formada en un principio por monjes del Císter y caballeros aventureros. La orden es especialmente dura, pues se rige por la regla de San Benito, no permitiéndose a los caballeros que se casaran. Hubo, y es dato curioso, monjas calatravas, aunque no participaban en la lucha (como mucho, en la defensa, si se daba el caso). Visten sobrevesta blanca con cruz encarnada de brazos iguales terminados en flores de lis. Pueden llevar en invierno abrigo de piel de cordero, pero no de otro animal más noble (y por tanto, más vanidoso).

 

Alcántara

Castilla

Fundada hacia 1166 con el nombre de San Julián del Pereiro, por los caballeros leoneses Suero Fernández y su hermano Gomesio, el nombre original de la orden procede de la primera localidad que defendieron contra el Islam. Se rigen por la orden del Císter y sus miembros hacen voto de pobreza, castidad y obediencia, debiendo confesar y comulgar por lo menos tres veces al año, y sólo con sacerdotes miembros de la orden. Al ser pequeña, estuvo durante años bajo la protección y amparo de la más poderosa, la orden de Calatrava. Al tomar en 1212 el rey Alfonso IX de León la plaza de Alcántara, se la cedió a los calatravos para su defensa, y no teniendo éstos gente suficiente para ello, se la cedieron a su vez a su orden hermana en 1218, que mudó así el nombre. La divisa de la orden es un peral silvestre de color pardo, sin hojas, con la cruz roja de los de Calatrava. Su sobrevesta es blanca y su capa negra.

 

Santiago

Castilla

Fundada en 1170 con el nombre de “frates de Cáceres”, tras la conquista de dicha localidad por Fernando II de León. Mudaron su nombre por el de Santiago apenas un año más tarde, cuando recibieron el patronazgo de don Pedro, arzobispo de Toledo. Orden militar encargada de luchar contra el infiel, su compromiso con el Santo Apóstol les hace también patrullar por el Camino de Santiago, protegiendo a los peregrinos de malhechores y otras amenazas. Desde 1312 existen monjas canonesas de Santiago, encargadas de hospedar y cuidar a los peregrinos. La orden sigue la regla de San Agustín y admite en su seno hombres casados, aunque han de hacer voto de castidad conyugal, así como de pobreza. Su sobrevesta es blanca, con la característica cruz de Santiago en el pecho, aunque pueden llevar una capa de color pardo como prenda de abrigo extra.

 

Avis

Portugal

Fundada en 1176 con el nombre de orden de Évora por tener su asiento en dicha ciudad, mudó su nombre al de Avis al tomar dicha ciudad en 1211 y trasladar allí su residencia. Sus caballeros siguen la regla del Císter. Visten sobrevesta blanca con una cruz verde en el pecho.

 

Montesa

Aragón

Orden creada en 1316 por Jaime II de Aragón, que tiene como sede el monasterio de Montesa y utiliza el patrimonio (tanto material como humano) de la extinta orden del Temple. Los viejos templarios siguieron defendiendo la frontera de Valencia como antes habían hecho bajo otros hábitos y otras normas de conducta, pues siguen después la regla del Císter y están bajo la tutela de la todopoderosa orden de Calatrava, que se encarga de que no caigan en sus viejas y supuestamente heréticas costumbres. Su sobrevesta es blanca con una cruz negra.

 

La Banda

Castilla

Orden creada por el rey de Castilla, Alfonso XI, en 1320, que tiene como particularidad que el maestre de la orden era el mismo rey (cosa que tampoco es de extrañar, que recordemos que era rey caballero, ungido por el mismo Santiago Matamoros). Sólo se admite en la orden a hijos segundones de nobles que hayan servido al rey con las armas o en la corte por espacio de diez años. Sus obligaciones consisten en defender la religión cristiana y tener una fidelidad absoluta hacia su rey. Su sobrevesta es blanca, pero llevan una banda de tela negra de cuatro dedos de ancho que les cruza el pecho en diagonal desde el hombro izquierdo hasta el costado derecho. Esta banda (que les da el nombre) simboliza el vínculo de los miembros de la orden con Dios, ya que si en la izquierda está el corazón, en la derecha se ciñe la espada.

 

Orden de Cristo

Portugal

Creada en 1318 por el rey Dinís de Portugal, bajo la regla del Císter. Sus miembros, originalmente caballeros templarios portugueses en su mayoría, hacen voto de castidad, caridad y pobreza, así como el juramento de combatir en todo momento al infiel. Recibieron en patrimonio los bienes confiscados a la orden del Temple, lo que fue jocosa ironía, ya que siendo templarios ellos mismos, sólo mudaron de hábito y poco más. Su sobrevesta es blanca con una cruz dorada en el pecho.