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Le Fin Absolue du Monde

Ambientación

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13/09/2015, 20:35
Director

La Italia del Renacimiento

El fin del Quatroccento

Tras dos siglos de innovación artística, científica y material, el Renacimiento entra la fase de sus últimos exponentes, comenzando el nuevo siglo. Es la época de Leonardo da Vinci, Rafael Sancio, Miguel Ángel y otros genios itinerantes que vendían sus servicios a los diversos señores y estados del complicado mapa político renacentista.

Pintores, escultores, arquitectos y mil cosas más, su espíritu queda plasmado en la figura de Leonardo: explorando todas las vías, destacando en todo lo que hace. Sin embargo, ésta forma de trabajar, propia de genios, exaspera a los mecenas, que desean rapidez en los resultados. "¡¿Cuando estará?!" exclamó el Papa, entrando en la capilla Sixtina. "Cuando esté", respondió Miguel Ángel.

Por eso, y a pesar de las grandes figuras, multitud de alumnos de las diversas escuelas artísticas realizan los trabajos menos afamados, las copias y las soluciones de urgencia. Si deseas un edificio de Donato Bramante, sabes que costará mucho dinero, y años terminarla. Pero el resultado, sin duda, será magnífico.

El renacimiento se da la mano con el humanismo. Ya no es Dios el centro de todas las cosas, si no el hombre. Y aunque la Iglesia acepta a regañadientes, se beneficia como lo hacen los señores de la recuperación de la cultura clásica, de la expansión de la imprenta y la difusión del saber, la nueva tecnología, las fronteras que se amplían... Un nuevo mundo ha sido descubierto, mientras el viejo lucha entre si por la hegemonía.

También es tiempo de renovación en la Iglesia. Movimientos que llaman al purismo de una iglesia romana corrompida por el pecado y el vicio, que tendrá su mayor exponente en el Papa Borgia, notorio por sus amantes y su turnismo político, que le hace aliarse con el mejor postor.

 

El complicado mapa político

Fruto de los avatares de largos siglos de guerra, desde la época de Federico Barbarroja, Italia es, a finales del siglo XV, un complicado mosaico de estados independientes o teóricamente vasallos de otros señores, que sin embargo son en la práctica entidades totalmente independientes. Entidades controladas por poderosas familias nobles que luchan entre si por la supremacía y depredan el territorio de sus vecinos.

Italia, territorio disputado

En la Florencia de los Médicis, Maquiavelo trató de orientar a su señor con una obra maestra llamada "El Príncipe". ¿Como podían las pequeñas repúblicas italianas soportar el embite de los grandes imperios y naciones emergentes?

La pregunta parece justificada, sobre todo tras 1494, cuando Carlos VIII, rey de Francia, invade Italia con el objetivo de apoderarse del reino de Nápoles. Las tropas cumplen su objetivo, retirándose sin embargo tras ser hostigadas por la Liga Santa, una unión de repúblicas italianas que obtienen una victoria pírrica en Fornovo.

Pero los males de Italia solo acababan de empezar. Los ricos y pequeños estados se habían mostrado débiles, sobre todo ante los nuevos ejércitos nacionales, de solados profesionales, equipados con artillería. Y por si fuera poco, no solo Francia ambiciona territorios, si no otras grandes potencias. Venecia entra en guerra contra el Imperio Otomano, y la ciudad de los canales se salva por poco, perdiendo islas y territorios de su pequeño imperio ultramarino. En el sur, un brillante comandante castellano llamado Gonzalo Fernández de Córdoba derrota a los franceses en sucesivas batallas entre los años 1500 y 1503, ganando el reino de Nápoles para Isabel y Fernando.

Mientras, Francia se concentra en asegurar el norte. Tras recuperar su ciudad, Ludovico Sforza plantea la defensa de Milán, que sin embargo cae bajo las tropas del rey de Francia en el año 1500. La belicosa Romaña sigue en pie de guerra, con su pariente, Caterina Sforza, defendiéndose de los ataques de César Borgia. Pero todo parece en vano. Ludovico cae preso de los franceses, y su dominio sobre el Milanesado parece afianzarse. Solo las ambiciones del emperador Maximiliano de Austria parecen ensombrecer el triunfo galo.

El nuevo arte de la guerra

Durante más de dos cientos años, las repúblicas italianas confiaron en los mercenarios para su defensa. Fueron primero tropas extranjeras, mal armadas y peor instruídas, que sembraban el caos allá donde iban. Y sobre eso caos se impuso la brillante profesión del condottiero, el comandante de una "compañía" de mercenarios disciplinados, bien armados, ajustados a un contrato profesional. Eran al mismo tiempo, hijos de la gran nobleza italiana, los encargados de dirigir éstos ejércitos y hacerse la guerra entre ellos, con una mezcla de astucia, valentía y cortesía. Caballeros de brillantes armaduras, ballesteros a la vieja usanza, pequeñas bombardas que baten las fortalezas... Un condottiero debía esperar 6 meses tras un contrato, para su renovación. Y hasta dos años más tarde, no podía hacer la guerra a su último contratante.

Pero éste modo de hacer la guerra se está acabando. La invasión francesa así lo ha demostrado. Nuevas tropas nacionales, como las de España, o mercenarios que utilizan las tácticas de pica y arcabuz, como los suizos o los lansquenetes alemanes, se adueñan de los campos de batalla. No hay caballero que pueda romper el cuadro de picas, ni fortaleza que resista a los nuevos tiros de artillería. Italia debe reinventarse, creando un nuevo modo de guerrear, una nueva arquitectura para sus plazas fuertes.

Pero solo los grandes estados nacionales poseen los recursos suficientes para crear grandes parques de artillería, financiar impresionantes fortalezas abaluartadas y contratar grandes regimientos de mercenarios.

Las nuevas tácticas de guerra son una sorpresa desagradable, como lo fueron como para Carlos el Temerario, duque de Borgoña, cuando perdió la vida en la Batalla de Nancy bajo las picas de los cuadros suizos. La disciplina, el arte de la defensa estática y la ofensa de tropas ligeras armadas con armas de fuego, valen mucho más que las grandes gestas de condottieros como Gattamelata. Los ejércitos nacionales se abren paso, y hasta los suizos se están quedando anticuados. La fuerza de los rodeleros y los arcabuces del Gran Capitán se hace notar, poniendo nerviosos a los gendarmes de la caballería francesa y sus piqueros mercenarios.

El futuro está aquí. Un futuro que quizá, y solo quizá, sirva para detener lo que se avecina...

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13/09/2015, 21:16
Director

Llega el fin del mundo...

Renovación religiosa

En Florencia reinó, durante numerosos años, un monje loco llamado Savonarola. Antes de que el Papa Borgia lograra capturarlo y quemarlo en la hoguera, habló de una religión más sencilla, de una vida con desapego y desprecio al lujo y el pecado vanal de aquellos tiempos. Dios se había alejado del hombre, que ahora solo miraba por su interés. Y Dios iba a castigar al hombre.

No todos los reformadores son tan radicales. Erasmo, el gran pensador humanista, pretende una renovación desde dentro. Una Iglesia renovada, despojada de sus vilezas y vicios, que sea de nuevo merecedora del amor de Dios y la adhesión de sus fieles. Todos éstos mensajes alarman al Papa Borgia, que sin embargo juega haciéndose pasar por humilde en ocasiones. Su principal detractor, el cardenal Della Rovere, espera su turno para ocupar la silla de San Pedro, a la que quiere despojar de toda indignidad.

En el Sacro Imperio surgen movimientos, como los "hermanos de la vida común", que persiguen una vida más cercana a las escrituras y un monacato más estricto. No ha sido infrecuente, en realidad. Durante toda la Baja Edad Media, movimientos de renovación, cismas y grandes órdenes monásticas han surgido. Incluso las herejías tuvieron su lugar, como los movimientos cátaro o dulcinista.

Milán, 1503

Hace tres años que Milán es una ciudad ocupada por los franceses. De hecho, se ha convertido en su centro de operaciones en Italia. El gobernador de la plaza es, paradójicamente, un italiano, el condottiero Gian Giacomo Trivulzio, aristócrata milanés. El gobierno de los Sforza ha sido expulsado de la ciudad, y ahora en ella ocupan puestos de gobierno sus antiguos enemigos.

La guarnición de la ciudad la forman mercenarios suizos y jinetes franceses, bajo el mando intermitente del señor de la Tremoille, que ha estado a punto de intervenir contra César Borgia.

Fuera de éstos asuntos políticos, la ciudad prosigue su vida. Joya de la llanura padana, Milán es la sede de los territorios ducales que incluye la mayor concentración urbana del norte de Italia. Es una región próspera donde la agricultura y la ganadería tienen un desarrollo importantísimo, además de ser un centro cultural que acoge la obra de numerosos artistas de primer órden. Y por si fuera poco, Milán es conocida como "la armería de Europa", título que se disputa con la ciudad de Ausburgo. De sus armerías salen cañones, armaduras de gran calidad, espadas y armas blancas, así como arcabuces y toda suerte de ingenios mecánicos. Cuenta, además, con una de las pocas fábricas de pólvora en grano del mundo, que vende éste necesario bastimento de guerra a las potencias de Europa e incluso de Asia.

Milán, ciudad guerrera y de cultura, es una suculenta manzana que ha caído en manos del rey de Francia, ahora Luis XII. Pero en sus calles, el mismo bullicio de siempre. Nadie diría que el Castelo Sforzesco, recientemente reconstruído, ha sido testigo de la caída de la ciudad y la muerte de muchos buenos ciudadanos, hace tan solo tres años.

Las puertas se abren

Los pecados del papa Borgia le habían sentenciado. Encerrado en sus aposentos, apenas participaba en el culto. La sífilis que había contraído se agravaba por momentos. Donde antes tenía nariz, ahora solo un agujero, decorado por una prótesis de yeso pintado. Sus manos, llenas de llagas, se cubrían con guantes. Los sacerdotes decían misas en su honor, en el interior de la Basílica de San Pedro, orando por su recuperación. Pero el Papa tenía un pie en la tumba.

Guiado por la locura de la sífilis, el Papa recurre a magos y astrólogos. Entre ellos, un siniestro personaje conocido como Martino da Cosenza, que trae consigo antiguos libros de hechizos que ha robado a un cabalista judío. Libros que hablan sobre ángeles caídos, y formas de convocarlos. Ángeles caídos... demonios.

Es de ésta manera, mediante el sacrificio de lo que le es más amado, su bella hija Lucrecia, que el Papa convoca al que da la luz. A Lucifer. Al demonio. Firma con él un pacto, entregándole la vida de su hija a cambio de su sanación. El demonio acepta la oferta, y el Papa es curado. Pero su imprudencia hace que el demonio se haga con la tiara papal y el sello, símbolos de la protección de Dios sobre su pueblo en Roma.

Y entonces, el demonio tiene vía libre para soltar a sus legiones. Belcebú, su más fiero y fiel comandante, surge desde el Inframundo en las cercanías del antiguo foro de Roma, conquistando la ciudad en tan solo veinticuatro horas. El Papa es encarcelado en Sant Ángelo, y no puede hacer nada más que contemplar como el mundo se derrumba. Los ejércitos del mal no entran en la fortaleza. Ese es su castigo. El Papa será el último en morir. Antes, contemplará la destrucción del mundo que él mismo ha provocado.

Los ejércitos de la noche irradian desde Roma hacia el norte y el sur, mientras más legiones brotan en otras regiones del mundo, dispuestas a la conquista. El objetivo principal, sin embargo, es Italia. Si Italia cae, la Iglesia caerá. Y si la Iglesia cae, el mundo se sumirá en una nueva era de oscuridad.