Partida Rol por web

Le Fin Absolue du Monde

Poenitentiam agite (Capítulo I)

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21/11/2015, 01:26
Vincenzo Tataglia

Vincenzo vio como Urs se ufabana en hacer que la puerta no cediese, así que decidió que su sitio eran las murallas, impedir que subiesen demasiadas escalas a las almenas, con las espadas desenvainadas, se preparó para empujar escalerrillas y combatir a aquellos esbirros de Belcebú que osasen asaltar Milán

-Santa madonna ayudanos a repeler a estas hordas del infierno-

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21/11/2015, 01:52
Giulia Zatelli

Giulia confiaba en que Pietro regresara a tiempo y que el poder de Dios hablara por su boca y el exorcismo hiciera su efecto. De otro lado, su arte no era el de lucha sino el de la sanación. Miró en derredor y vio que no eran pocos los heridos que necesitaban de su atención aunque los medios para curarlos fueran magros. Se movió entre los diversos cuerpos mientras unos y otros se preparaban para la lucha.

Alzó el bajo de su vestido y rasgó la tela de sus enaguas en largas tiras y arrodillándose junto a aquellos que habían caído heridos bajo la lluvia de saetas, se aprestó a extraer las mismas y vendar sus heridas, mientras su voz melodiosa los arengaba conforme los atendía.

-Ánimo soldado, pues tu hora no ha llegado. Eres un soldado de Dios. Ponte en pie y lucha.

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24/11/2015, 20:10
Director

Tras aguantar lo indecible, la puerta iba cediendo. El combate en las murallas era adverso, a pesar de que con mucho esfuerzo y no pocas muertes, se mantenía al enemigo a ralla. Pero el ariete resultó decisivo, y al cabo de unos cuantos golpes, rompió la puerta.

Las huestes demoníacas entraron en el patio de armas, y la guardia de la ciudad huyó vergonzosamente, dejando solos a los soldados. Los suizos, disciplinados, formaron en cuadro y mantuvieron a ralla los primeros ataques. Mientras, los esqueletos subían por las escaleras a las almenas, atacando a sus defensores con largas lanzas. Cundía el terror, parecía que Milán iba a caer.

Entonces, una voz resonó como si proviniera de una gruta enorme. Era una voz conocida, recitando unos párrafos en latín, mientras bajaba las escaleras de la torre que conectaba con la capilla del castillo.

-Vade Retro Satana
Numquam Suade Mihi Vana
Sunt Mala Quae Libas...

Las palabras parecían afectar a esqueletos y demonios por igual. Uno de ellos, que había conseguido agarrar las faldas de Giulia, a pesar de que ella se defendía a patadas, se quedó petrificado. Uno de los demonios que mandaba a los esqueletos, gritó con la molestia propia de un fuerte dolor. El chillido raspaba por dentro como uñas sobre pizarra.

-¡Ipse Venena Bibas! -terminó de recitar.

Detrás de él, Francisco de Paula se acercaba con la custodia de la capilla. Ésta comenzó a emitir una luz brillante y cegadora, diseminada en una multitud de haces. Todo lo que esa luz tocaba, y era maligno, quedaba reducido a polvo. Los demonios se retorcían sobre si mismos, como si alguien los estuviera achicando a la fuerza, con un crujido desagradable de huesos. Desesperados, se agarraban a lo que podían, pero la tierra se los tragaba, devolviéndoles al inframundo al que pertenecían.

Entonces, cundió el pánico entre las fuerzas del enemigo. Los esqueletos se retiraron, perseguidos por aquella luz, que subió hasta las almenas. Cientos, miles de ellos, se convirtieron en polvo en cuestión de segundos. Belcebú alzó su vara de mando, y las tropas infernales se retiraron desordenadamente, a la carrera.

Los miembros de la guardia, viendo que ahora el combate se estaba ganando, volvieron a sus posiciones para cantar victoria. En un momento, los enemigos se perdieron en el horizonte, y en Milán tocaron campanas de victoria.

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24/11/2015, 20:44
Vincenzo Tataglia

Vincenzo peleaba casi a la desesperada en las almenas de la muralla, había conseguido tirar un par de escalas, pero no era para nada suficiente, un esqueleto incluso llegó a hacerle un pequeño corte en la frente

-Che, mierda-

El veterano maestro de espada empezaba a ceder a la fatiga, y el sudo cubría ya su cuerpo, apenas quedaban soldados milaneses a su lado, pues todos iban cayendo poco a poco, excepto él.

Entonces los escuchó, el peor sonido que jamás pudo escuchar nadie. La puerta de la ciudad, crujiendo y cediendo, las tropas del demonio entraron como una enfurecida marea al interior del patio.

Desde su privilegiada vista, contempló como muchos de la escuadra Pulcini  caian al instante muertos, arrollados por la corriente de huesos y maldad, y pronto, esta comenzó a subir por las escaleras interiores a las murallas.

Pero cuando más cundió el desánimo, más se templó la voluntad de Vincenzo, y tras gritar de rabia, acabó con un oponente e intentó responder a la nueva amenaza enemiga, la cual estaba dispuesta a hacer caer Milán. Solo quedaban 4 soldados a su alrededor.

-Che, soldados! conmigo!-

Y se lanzó contra la horda que se avecinaba por las escaleras.

Estaban perdiendo, e iban a perder la ciudad, a pesar de todos los esfuerzos, todos los sacrificios, Milán caería como las ciudades del Sur, a pesar de las ayudas recibidas, no era suficiente, parecía que el mal se había instalado profundamente en la tierra. Despues de Milán vendría suiza, Francia, Europa y el mundo entero, a los pies de Lucifer.

Pero a pesar del pensamiento fatalista, Vincenzo continuó luchando, en nombre de Dios, de las almas de Milán, y por ende de toda la cristiandad, luchó superando los límites del cansancio, los del dolor, incluso cuando una maza le golpeó el costado y le hizo perder el resuello, continuó dando bravas estocadas, golpes de empuñadura para romper cráneos, y, en definitiva, vender su pellejo al más alto precio, mientras se encomendaba a Dios.

Pronto se vio solo, rodeado por el enemigo, esqueltos de rostros burlones que contemplaban su próxima muerte con diversión, como perros de presa acechando a un conejo acorralado.

Los pocos soldados que estaban a su alrededor yacían muertos, despedazados, con muecas de terror en sus rostros.

Vincenzo estaba resoplando por el esfuerzo, no podía más, sus brazos le pesaban 10 quintales cada uno, solo podía mantener las armas agarradas, con dificultad, pues tampoco sentía los dedos, entumecidos por la sobrecarga.

Los esqueletos comenzaron a estrechar su cerco, ante un Vincenzo incapacitado, no podía moverse, y no cayó al suelo debido a que se encontraba apoyado contra una de las almenas de la muralla, su gesto era el de la rabia infinita, surcado de cortes menores y moratones por doquier, al igual que su cuerpo, en las zonas donde la tela estaba desgarrada. Estaba hecho polvo.

Entonces sucedió, una luz salida del mismísimo cielo (o eso le pareció a él) comenzó a inundar la plaza, la puerta y las murallas, y allí donde esa luz llegaba, los esqueletos se hacían polvo, los demonios fenecian sin remisión, era la justicia de Dios, portada por Francisco de Paula.

Los esqueletos miraron este nuevo curso de los acontecimientos, e intentaron huir mas pronto que tarde, pero, impulsado por el hálito divino, Vincenzo se lanzó a por ellos, con rabia redomada

-Che!, en el nombre de San Miguel, de los cielos y de Cristo, morid!!!-

.......................

Cuando todo terminó, bajó renqueante de las murallas, necesitaba descansar una semana por lo menos, pero sabía que iba a ser imposible, mientras las huestes del maligno campasen por la tierra.

Se acercó a los restos de la escuadra Pulcini, y les dedicó la señal de la cruz

-Descansad en paz, hermanos, lo hicisteis bien-

Luego se acercó a Francisco de Paula, no sin esfuerzo, el cual iba con el custodio de la capilla, y frente al hombre santo, cayó abatido de rodillas, con la cabeza gacha y sin un ápice de fuerzas

-Loado sea Dios, por su gracia y por ayudarnos a vencer a las hordas de Belcebú en el dia de hoy-

 

 

 

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24/11/2015, 21:21
Giulia Zatelli

El pecho de Giulia recobraba su ritmo normal tras ver cómo aquel que había hecho presa en sus faldas se había disuelto como sal en un vaso de agua. Vio la tela hecha jirones y lágrimas de alivio cayeron de sus ojos. La voz de Pietro aún resonaba entre los muros de la ciudad, deshaciendo las hordas del mal y sumiéndolas en el caos. Sus palabras eran ahora coreadas con los vítores de una guardia que no había sentido ni vergüenza ni pudor a la hora de huir y que ahora, como cuervos entre la carroña, se aprestaban a hacer suya a picotazos la gloria de una victoria que no les correspondía.

-¡Cobardes! -musitó. Sabía que quizá no era justa, que el temor a la muerte era poderoso y que pese a los milagros vistos, ni uno de ellos había sido llamado directamente a la batalla como lo habían sido ellos. Sentía que debía perdonarlos, pero la debilidad de su humanidad reclamaba su propio derecho a juzgarlos y sentenciarlos con aquel insulto. Se enjuagó las lágrimas y se forzó a levantarse. En derredor el férrico olor de la sangre se mezclaba con el hedor del azufre. Eran muchos los tendidos, muchas la heridas, los huesos fracturados, la sangre vertida por heridas abiertas como rosas de fuego. Mucho era el trabajo que había de venir. Era el tiempo de los vivos ahora que contaban con un respiro y el tiempo de dar adecuada sepultura a quienes habían caído bajo el peso del demoníaco ejército.

Las campanas repicaron celebrando la victoria del bien sobre el mal, del ejército de Dios sobre el de Satanás. La esperanza regresaba a los corazones con cada tañido. Buscó con la mirada a Pietro y le sonrió cálidamente. Hizo lo propio con los demás, sin mediar palabra, solo aquel gesto destinado a su nueva e improvisada familia.

-¡Ayudadme! -gritó dirigiéndose a todo aquel que estuviera en pie-. Hemos de trasladar a los heridos. ¡Parihuelas! -echaba de menos tener allí su équipo médico-. Necesitamos médicos y a cualquiera que pueda ayudar. 

No perdió el tiempo y se inclinó sobre el primer herido que vio, dispuesta a ayudarle en cuanto estuviera en su mano.

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25/11/2015, 00:54
Antonella Bianchi

Antonella no podìa creer lo que veìa, parecìa que iban a ceder, que perderìan y que de nada habrìa vàlido el esfuerzo pero no fue asì; cuando menos se lo esperaba, encontrò que en el aire se respiraba algo màs y aquella voz que calmaba el infernal ejercito, que conseguìa que se replegaran pero no sòlo eso, sino que parecìan morir con aquellas palabras. La joven se volviò para buscar a todos aquellos con los que habìa estado y parecìan estar bien. La màs ocupada era Giulia que corrìa a ayudar a los heridos y siguiendo su ejemplo, ella hizo lo mismo. Su corazòn latìa aprisa, sentìa unas enormes ganas de llorar cada que veìa una herida pero se contenìa porque no debìa poner màs dolor en las almas de los caìdos.

-Vamos a estar bien...

Sus pensamientos se centraban en su buen Dios y en plegarias para èl, para que siguiera ayudàndolos y no los dejara a la deriva. Por el momento parecìa que estaba funcionando y no podìa ser de otra manera con un Dios bondadoso como èl. Còmo podìa iba de un lado al otro y de reojo miraba en el horizonte a aquel ejercito que momentos antes pareciera estar a punto de ganarles la batalla, temìa que regresaran en cualquier momento. Habìa que sacar a los heridos de una vez por todas.

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25/11/2015, 08:41
Fray Pietro Bertoni

Las palabras salían por su boca, pero le parecía como si no fuera él quien hablaba. Más bien era un él que venía desde más allá de sí mismo, uno tan libre que parecía liviano hasta el punto de hacerle sentir ligero, liberado de un peso muerto infinito que le había constreñido desde siempre. Cuando terminó de declamar se dio cuenta de que ya no temblaba. Respiraba profundo y el aire le entraba refrescando cada espacio de su cuerpo haciéndole sentir ferozmente vivo.

Estaba parado en medio de un montón de cadáveres, muchos de ellos muchachos que apenas habrían conocido los goces de la vida, en la gloria estén. Los heridos gemían pidiendo ayuda, agua, o llamando a su madre. Durante unos instantes era lo único que se oía en la plaza. Otrora la escena le hubiera paralizado de estupor. Pero llegado este día Pietro podía escuchar la voz de los vivos abriéndose paso.

Hincó sus rodillas en el suelo, y dio gracias al Señor por su misericordia. Creyó que hasta el último de los supervivientes se le uniría, pero los vítores de un coro de cobardes callaron su llamada al rezo. Han muerto los mejores, –pensó- pero los cobardes de hoy serán los valientes de las muchas batallas que han de venir. Mi Señor, ayúdales a encontrar la fuerza que guardaste en ellos, como hiciste con tus apóstoles, como has hecho conmigo. Rezó y se levantó de nuevo. Agarrotado, dolido, cansado, pero no exhausto. Los huesos hacían montaña y algunos muertos miraban al cielo.

Entonces oyó a Giulia increpar a los que cantaban victoria y una alegría le arrebató hasta estar a punto de tener que contenerse para no echarse a reír. Resultaba encantador verla tan vital como siempre, tan franca. Luego se miraron como diciendo, "estamos aquí". Y a su petición de ayuda se ató como pudo el misal con el cinto y acudió a la carrera, para ayudar a las mujeres dando la unción a los más graves y que la fe y la medicina sanaran sus heridas.

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30/11/2015, 18:29
Urs Stoessel

Urs cayó de rodillas sobre el suelo apisonado del patio de armas y descansó su cuerpo sobr el mango de su alabarda. El pecho subía y bajaba luchando contra la brigantina que lo contenía para llevar aire a los pulmones. Levantó la cabeza para ver otro milagro, al menos el tercero si tenía en cuenta la aparición del Arcángel.

El enemigo se retiraba presa del pánico ante la luz divina de la custodia. Dios había ganado esta batalla y les había auxiliado cuando parecía haber abandonado a sus hijos. Como les había dicho a sus compañeros de armas, la fe era lo que les había salvado, no las armas ni las corazas. La fe de un monje y la ira celestial en forma de luz.

Gracias Señor.

Musitó entre jadeos. Por primera vez había librado una batalla sin tener que matar a un semejante y era con seguridad, la primera victoria justa y buena de su vida. Pese al cansancio le invadía el júbilo y deseó poder abrazar a su mujer, sintiendo la vida que crecía en su vientre.

El suizo se levantó con esfuerzo y rompió en una sonora carcajada llena de dientes romos como piedras de molino. Sintiendo que era su sitio ahora, se acercó a la mujer que organizaba la atención de los heridos, donde también estaba el monje que los había salvado y el maestro de armas, a quién saludó con un gesto de la cabeza.

Deberíamos asegurarnos que no queda ninguna de esas cosas con vida y reparar los muros.

Los heridos eran importantes, pero si el enemigo atacaba de nuevo y los cogía desprevenidos no quedaría nadie para cuidar de ellos. O al menos así pensaba Urs, cuya mente seguía siendo racional y cuadrada, como es de esperar en un soldado.

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10/12/2015, 01:23
Director

Los milaneses y refugiados respiraron aliviados. Pero la sensación no parecía que fuera a durar mucho tiempo. La campiña seguía desolada, y aventurarse más allá de los muros de la ciudad fuera, posiblemente, un suicidio. Habían ganado una batalla, pero ni mucho menos la guerra.

Se curó a los heridos y se repararon las puertas, y entretanto, el gobernador mandó llamarles en un singular consejo, impensable en tiempos "normales". Pero estaba claro que aquellas personas estaban tocadas por la mano de Dios, y que gracias a su intervención, la ciudad se había salvado.

Por eso mismo, las opiniones eran dispares. Había quien quería que permanecieran allí, pues así al menos aseguraban su supervivencia inmediata. Pero Francisco de Paula insistía en que ellos debían cumplir la voluntad de Dios, y ésta le había sido revelada de modo muy claro. Tenían que ir a Roma, por que allí estaba la puerta al Infierno, y de allí provenía el mal. Solo atajando el mal de raíz se podía acabar con aquella pesadilla.

Lo malo es que, para atajarlo de ésta manera, debían presentarse donde los ejércitos de las tinieblas eran más abundantes. Y también cabía decir que no poseían los rituales adecuados para garantizar el triunfo. ¿Como se combatía contra el mismísimo Lucifer?, ¿Como se podía excomulgar a un Papa? No tenían las respuestas para aquellas preguntas, pero si sabían donde poder hallarlas. Necesitaban llegar a una de las mayores bibliotecas de la Cristiandad, donde se recopilaban viejos pergaminos y códices antiquísimos: la abadía de Montecasino.

Pero la abadía estaba muy lejos, pasando la propia Roma, y todos los ejércitos del maligno tratarían de frenarles. Podían, como se planteó, mandar con ellos un auténtico ejército, y luchar batallas "santificadas" como aquella. Pero eso supondría un penoso avance hacia el sur, de batalla en batalla, y sus fuerzas eran limitadas. En aquel combate habían perdido a bastantes soldados, y todo hacía presagiar que las batallas en campo abierto podrían ser todavía más sangrientas.

Por eso, optaron por la solución más rápida. Génova no había caído todavía, y si eran rápidos, podían llegar allí y embarcar en algunos de los barcos de la Santa Liga que se había formado para tratar de contener al maligno. De ahí hacia el sur, el viaje sería más llevadero, y podrían desembarcar cerca de Gaeta, plaza que estaba controlada por los españoles. La reina Isabel había prometido a los príncipes italianos toda la ayuda que pudiera prestar para contener aquella amenaza, y al mando de sus fuerzas en Italia contaban con el prestigioso "Gran Capitán", genio militar que sin duda sabría como ayudarles.

El señor de la Tremoille mandó que Bayardo y sus jinetes les escoltaran en el camino a Génova, y recibieron las bendiciones del obispo metropolitano de la ciudad, más todo el equipamiento y vituallas que el gobernador dispuso. Todo era género de la mejor calidad, aunque dispuestos estuvieron de rechazarlo, haciendo gala de humildad cristiana. Pero bien mirado, cualquier ayuda resultaría poca.

Tras despedirse de los suyos, que no terminaron de entender bien su partida, más no podían oponerse al designio divino, la comitiva marchó a lomos de caballos, mulos y asnos, para cubrir la distancia con la mayor rapidez. Dejaron atrás Milán, y se adentraron de lleno en la inquietante devastación del mundo exterior. Un anticipio de lo que el Diablo reservaba para la humanidad si su triunfo llegara a completarse.