Partida Rol por web

Oronto no era la ciudad que os habían prometido, pero al menos ofrecía cierto grado de seguridad. Nadie conocía como vosotros las calles, sus esquinas grasientas y los callejones sombríos, ni tampoco deseaban conocerlo, puesto que era más fácil y cómodo vender aquella idea de que era perfecta, el lugar ideal para vivir.

¿El lugar ideal? Y una mierda. Quizás lo fuese para unos pocos, pero para el resto, había tanta mugre que si alguien quería llegar a ver las cosas debía rascar con una pala del tamaño de un edificio.

Pero como controlador, tu obligación era mantener el orden y vender la idea de que todo marchaba perfectamente. No hay nada que ver, nada que criticar, y ningún problema en el paraíso.

Mientras circulabas, mirabas a través de la ventanilla las calles y su gente, que paseaba como si nada malo sucediese a su alrededor, y después, te volviste a mirar a tu compañera. Rachel no hablaba demasiado, y hacía poco que trabajabais juntos, por lo que tampoco estabas completamente seguro de hasta dónde debías confiar en ella. Por sistema, tu compañero era siempre de fiar y en todo momento, alguien a quien defender y también a quien acudir en caso de dificultades, pero estabas teniendo algunas dificultades en entrar en su vida, en parte porque tú eras un lobo solitario y también porque ella no parecía querer abrirse demasiado a ti.

Pero por lo que habías visto, al menos era profesional y eficiente.

Rachel conducía con la seguridad que había adquirido a lo largo de los años. Se conocía buena parte de la ciudad y en el tiempo que llevaba recorriendo las calles, había llegado a conocer bastantes atajos para poder llegar de un lugar a otro en condiciones de necesidad. Aquella mañana, la cosa no parecía estar demasiado movida. El trabajo como Controladora podía ser extremadamente aburrido en ocasiones, algo que era de agradecer, o demasiado tenso en otras, pero siempre intentaba que no sobrepasara su nivel de resistencia.

Era un trabajo, su trabajo, y no debía permitir que transcendiera al resto de su vida.

Su compañero parecía muy diferente. Aún no entendía por qué les habían asignado para trabajar juntos, pero pocas veces discutía aquella clase de cuestiones. Tenía la sensación de que no eras de trabajar en equipo y que hablabas poco. Eso no estaba mal del todo. El resto... bueno, ya lo iría descubriendo conforme fuesen ocurriendo cosas.

Ene se momento, se fijó en que mirabas a través del cristal y le hizo gracia pensar que podías estar preocupado por lo que sucediese fuera. No le había parecido eso.

-¿Ves algo que te interese, vaquero? -te preguntó, sin apartar la vista del frente.

Por el momento el día era tranquilo. Me pregunté por mis propios deseos de si me gustaban más los días con acción o los días tranquilos, y mi mente no parecía llegar a un acuerdo. Todo tenía sus ventajas e inconvenientes, así que mejor aceptar lo que fuera a suceder. Los deseos... por el momento los dejaba para otras personas. ¿Me consideraba alguien pragmático? Quizá. Algunos podrían decir que era pesimista, pero eso, sencillamente no era cierto, era realista.

Miraba al exterior fijándome en la gente, corderos del sistema, pero... y era lo mismo, no había diferencia. Entonces me habló mi compañera sacándome de mis pensamientos. No era muy habladora, pero eso no era malo del todo, mejor callada que si fuera de esas personas que solo habla para decir tonterías. Me hizo gracia que me llamara "vaquero", me gustó. Pero... ¿Cómo se lo tomaría si yo le llamara vaquera? ¿Y nena? ¿muñeca? Eso me hizo sonreír.

- Nada nuevo bajo el sol - Respondí. Me di cuenta de que apenas nos conocíamos y claro, hay que llevarse bien con el compañero es el primero que te cubre la espalda. Antes de que me preguntara por la sonrisa me adelanté y aproveché la ocasión para saber más de ella - Estaba pensando... ¿A ti qué te gustan más, los días tranquilos o los días en los que hay más acción? - Ahora centraba la atención en ella

Tu respuesta me hizo sonreír ligeramente. Nada nuevo bajo el sol era una expresión que solo usaría alguien que contemplase el mundo como si ya no tuviese remedio. Durante el tiempo que habíais estado juntos, la sensación de que estabas en el cuerpo solo por simple inercia, se había hecho cada vez más fuerte. Ahora, con aquella simple manera de decirme cómo te sentías, las piezas habían acabado por encajar.

A pesar de todo, no le tenía por un mal compañero. Solo por alguien que había perdido la esperanza, si es que alguna vez la había tenido.

-¿Es qué hay días tranquilos? Siempre que miro en cualquier dirección veo problemas. Otra cuestión es que nos llamen para arreglarnos o simplemente dejemos que cada uno solucione los suyos. ¿Te has dado cuenta de que últimamente, cada vez que surge algo es para mediar en un conflicto? Es como si la gente estuviese más nerviosa cada día que transcurre, y con... esos terroristas, todo es más complicado.

Los líderes habían sido muy claros. Liber8 debía desaparecer a cualquier precio, sobre todo porque últimamente, la gente de la calle, los diestros sobre todo, estaban empezando a verles como salvadores, más que como un problema. Después de todo, nunca les atacaban a ellos; solo al sistema y a quienes lo protegían.

-Así que si me preguntas qué prefiero... te diré que me gustaría algo más de claridad. No sé muy bien para qué estamos trabajando.

Reí ligeramente con su pregunta retórica de los días tranquilos, tenía razón con lo de que cada vez había menos días de esos.

Acabé por asentir con la cabeza, lo que ella comentaba se correspondía con lo que yo mismo había podido comprobar a pie de calle en mis paseos por el barrio chino. El ambiente estaba enrarecido y aunque esa tensión aún no se había extendido a nivel total... llevaba camino de lograrlo algún día.

- Si, la tensión va cogiendo inercia y veo que cada vez va a ser más difícil de parar. Dales algo en lo que creer a la gente con menos recursos, me refiero a algo que incentive la insurrección y... todo acabará explotando por los aires - Y pillándonos a nosotros en medio, pero ese pensamiento ya me lo guardé para mi.

Enarqué una ceja con sus último comentarios - ¿Para qué? ¿O para quién? - Hice una pequeña pausa - Si sabes para quién... sabes para qué ¿No? - Sonreí con complicidad, sin estar seguro de si lo pillaría. Porque en otras palabras sería... ¿Qué es lo que quieren de nosotros para quien trabajamos?

- A mi lo que me gusta de mi trabajo es mantener el orden, creo en ello y quiero creer que es lo bueno para todos, para que nadie se haga daño, para evitar males mayores, ya sabes. Pero si hubiera un conflicto... eso sería otra cosa. No sé, casi prefiero no pensar en ello - No sabía hasta que punto podía confiar en ella, pero lo que me pasaba por la cabeza es que me pagaban por mantener el orden, no para ejercer de militar. Pero también, como dije, era cierto que me daba miedo pensar más allá.

No pensar era siempre la mejor manera de evitar los problemas. No pensar en lo que sucedía, en si podían cambiarse las cosas, si había justicia o injusticia... era el mejor arma para no caer en complicaciones que a menudo no llevaban a ninguna parte, salvo a que el culo de uno acabase donde no debía.

El tedio formaba parte de la mayor parte de los trabajos, pero en aquel, era incluso más habitual, hasta que una comunicación por radio os avisaba de algo que debíais atender... como la que empezó a sonar en esos momentos.

-Lincoln 308, Atención Lincoln 308. Acudan a los Edificios Malmer. Se ha producido un 10-50.

Los edificios Malmer eran un conjunto residencial de lujo en el cual solo vivían líderes, y no cualesquiera, sino la mayor parte de miembros del Consejo. Casi daba pánico pensar que se había producido una muerte en aquel lugar y que vosotros erais los encargados de atenderla, pero es que era vuestro turno. De haberse producido unas horas antes, le habría tocado a otra pareja, pero tras el amanecer, aquel día en concreto, el destino había querido que estuvieseis vosotros de servicio.

Era vuestra llamada.

Miré la radio con curiosidad al oír el familiar chisporroteo que precedía a un mensaje, pero mis ojos se abrieron como platos cuando oí la dirección. Una muerte en aquel lugar no era ninguna tontería casual. Si un líder había caído, el caos y las complicaciones que podrían surgir no serían pocas.

Maldita sea.

Miré entonces a Scott, casi lamentándome de ser nosotros quienes tuviésemos que ir hasta allí, pero sabiendo que no nos quedaba más remedio.

-Será mejor que respondas -le dije finalmente.

Sí, y será mejor que sea una tontería.

Aquel aviso hizo que Rachel no respondiera a mis reflexiones y me quedé con ganas de saber un poco más de lo que pensaba al respecto.

Respondí por inercia sin que hiciera falta que mi compañera me lo dijera - Aquí Lincoln 305, recibido, vamos para allá.

Acto seguido activé la sirena - Dale caña - Pues era ella la que estaba a volante. Por el camino ya habría tiempo de pensar en el aviso. 

No tenía pinta de que fuese a ser fácil, si alguien del consejo se había visto implicado, querría decir que habría presión. Pero darle vueltas antes de hora era tontería, simplemente tenía que hacer mi trabajo y lo demás ya se vería.

Por lo demás comprobé que mi arma estaba preparada y me agarré al pasamanos, anticipándome a una conducción más agresiva por parte de mi compañera.

Rachel aceleró de pronto y empezó a circular, no solo a una velocidad endiablada, sino sobre todo, a moverse por el asfalto esquivando todos los obstáculos que encontraba a su paso sin frenar ni un ápice.

Un equipo de mantenimiento se encargaba de que las carreteras estuviesen limpias y sin nada que impidiese su tránsito, puesto que solo unos pocos disponían de vehículos, como por ejemplo, vosotros, pero siempre había contendores, muebles, y viejos coches dispuestos en mitad para ocasionar accidentes.

Eran rebeldes que no llegaban a formar parte de Liber8, pero que para vosotros, a efectos prácticos, debían ser considerados en el mismo nivel, o eso os habían dicho.

Por fortuna, no hubo grandes problemas y en pocos minutos, llegasteis a los edificios Malmer, toda una reliquia de otros tiempos que ahora estaba ocupado por unos cuantos Líderes importantes (todos lo eran, en realidad).

Cuando Rachel detuvo el coche, os fijasteis en que no había nadie en la calle, aunque unos segundos más tarde, un sargento salió a vuestro encuentro, el sargento Ponce.

-Buenos días, Teniente Scott, Teniente Cameron. Ahí arriba tenemos un fiambre de primerísima calidad, tanto que no han dejado que entremos hasta que no llegara el oficial al mando de la investigación. La encargada del edificio se niega a abrirnos la puerta. A lo mejor contigo tiene más éxito, creo que le van más las arepas -dijo, mirando a Rachel.

Aunque nos decían que cualquiera que pusiera un obstáculo se trataba de un terrorista, yo no lo consideraba así, había visto hasta niños hacerlo. Yo pensaba más bien que la solución debía de pasar por atrapar a los cabecillas. Atacar a la gente de abajo solo serviría para que el descontento se disparara aún más.

Mi compañera era una diestra conductora, quizá un poco temeraria, o simplemente pensaba eso porque no era yo el que estaba al volante, y desde la posición de piloto se ven las cosas de una manera distinta. En cualquier caso llegamos sanos y raudos.

Sali del coche. - Sargento... - Lo saludé.

Y ya comenzábamos con trabas, cosa que no me enfadaba pero me causaba algo de frustración, si no nos quieren dejar hacer nuestro trabajo, ellos sabrán, al fin y al cabo son los que tienen el poder.

Tras sus comentarios, miré divertido a Rachel - ¿Quieres intentarlo? - La situación daba para distintos comentarios jocosos, pero me contuve.

Tenía la sensación de que mi nuevo compañero opinaba que conducía demasiado deprisa, lo que me hizo esbozar una sonrisa de satisfacción. Sabía que no iba a conseguir asustarle, pero me resultaba divertido ver aunque fuese una pizca de fastidio en aquel rostro pétreo.

-¿Preocupado? Tranquilo, no me habré estrellado más de media docena de veces -dije, sin dejar de practicar el slalom por la carretera.

Para cuando llegamos, di un frenazo en seco que de no haber llevado puestos los cinturones, nos habría empotrado contra el salpicadero. Salí echándole otra mirada a Scott y a continuación, me dirigí al encuentro de Ponce.

El Sargento era uno de aquellos tipos que no se metía en líos, al que solía gustarle permanecer en un segundo plano y dejar que los demás asumiesen el riesgo, aunque era un buen policía, al menos, por lo que yo sabía.

-Sargento, ¿qué ocurre ahí dentro? -le pregunté.

Y para mi fastidio, salieron con aquello. Allí nadie sabía si yo era de un sitio u otro, pero como no había salido con ningún tipo de la comisaría, los rumores habían corrido como la pólvora y claro, solo faltaba que además, se diese la oportunidad adecuada para sacarlo a colación.

-¿Y tú por qué no vas a que te den por el culo? Creo que últimamente están de rebajas y aceptan hasta a policías -le solté, sobrepasándolo y entrando en el edificio, ya de mal humor, irritada por las risas de Ponce que oía a mi espalda.

-Cabrón hispano -mascullé en un pésimo español.

Nada más entrar en el edificio os esperaba una mujer que debía ser a la que se refería el sargento. Su aspecto podía ser perfectamente el de una líder, pero era la encargada del edificio. Sabíais de la existencia de la figura de encargada, cuyo único objetivo era el bienestar de los habitantes del lugar en todo cuanto necesitaran. Lo que no era fácil de comprender es que no os dejase entrar.

Lentamente, se aproximó a vosotros y solo cuando estuvo justo delante, os miró a los tres y se decidió a hablar. Su porte era elegante y su vestido estaba al mismo nivel. No escatimaba en gastos... pero tenía además buen gusto.

-Soy la Encargada, Laurel Kendal. Ninguno de ustedes entrará allí salvo el oficial al mando y siempre que esté yo presente. El honor del señor Mankor no será mancillado por un Controlador -explicó, pronunciando aquella última palabra con cierto desprecio.

Empecé riéndome por la respuesta de Rachel, pero apenas duró un instante, pues en cuanto me di cuenta de que se enfadó me puse serio. Si las bromas sientan bien, genial; pero de no ser así, respetaba al máximo a mi compañero fuese quien fuese y con... los gustos que tuviera. Tal vez no se me diera demasiado bien la diplomacia, pero sabía de sobras que tu compañero era el primero que te podía salvar el culo y lo mejor era llevarse bien con él.

Dudé sobre si decir algo, pero ahora mismo nos enfrentábamos a un problema y pensé que lo mejor sería dejarlo correr. No hay nada mejor que tener la cabeza ocupada para olvidar los pequeños problemas. Y de eso yo si sabía un rato.

Y nuestro problema venía de frente y tenía el pelo rubio. Sabía que nos iba a soltar palabras de desprecio, eso me resbalaba totalmente. Lo aprendí hace mucho; me ayudaba a tener la cabeza fría y actuar con profesionalidad.

Pese a lo comentado antes, mi compañera tampoco es que se apresurara a hablar, dejándome a mi el marrón de iniciar la mediación. Mi tono para hablar fue calmado y profesional, intentando empatizar con ella  - Señora Kendal... Estamos de su lado y solo venimos a hacer nuestro trabajo. Es mi deber informarle que llegar cuanto antes a la escena de un crimen puede ser la diferencia entre atrapar al culpable o no... Si de verdad quiere honrar a la memoria del señor Mankor... déjenos pasar para poder analizar lo ocurrido y poder buscar pruebas.

Bueno, al menos nos había dicho el nombre. Ahora dependía de ella. Sabía de sobras que no podía darle un empujón y entrar como haría con un Diestro. Nuestros jefes nos pondrían de patitas en la calle. ¿La justicia era igual para todos? No, era consciente de ello, los poderosos juegan con ventaja.

La encargada miró a Scott tras escuchar sus palabas, considerando todo lo que había dicho. Tardó unos segundos en decidirse a hablar y antes de hacerlo, miró a Rachel de abajo a arriba, como si la estuviese evaluando.

-Está bien. Pueden pasar. Pero tal y como les dije, iré con ustedes.

Tras girarse, comenzó a caminar hacia el ascensor, seguido de vosotros tres, en silencio. El Sargento llevaba una sonrisa que decía algo así como "yo tenía razón", y Rachel parecía irritada, quizás por lo mismo.

Finalmente, al pulsar el botón, las puertas del ascensor se abrieron, entrasteis y unos segundos más tarde, estabais en marcha hacia el piso de la víctima.

La insoportable música de ascensor os acompañó durante todo el viaje, para vuestro fastidio. Rachel parecía más malhumorada que nunca.

-El señor Mankor vive en el ático. Es la vivienda más lujosa del edificio -especificó la encargada, que ahora volvía a mirar a Rachel.

Como estaba sobre aviso, ya tenía la mandíbula rígida al ver a aquella mujer. Ni siquiera me molesté en responder, puesto que cuando me ponía nerviosa, como hacía unos instantes, y me dejaba llevar por lo que sentía, no dejaba títere con cabeza. Me alegré de haber permanecido en silencio porque Scott lo llevó finalmente muy bien, aunque eso no evitó que aquella mujer que desguazara con la mirada.

Así que mientras la seguíamos hacia el ascensor, me volví hacia el sargento, que estaba riéndose con gesto de autosuficiencia.

-Ni una palabra -le advertí, en voz baja.

Una vez en el ascensor, aquella maldita música sonó por todas partes, haciéndome resoplar de desesperación.

-¿No hay alguna manera de detener ese sonido? -protesté, intentando ser medianamente educada, por que lo que tenía ganas de decir era mucho más fuerte.

Y por si aquello no fuese suficiente, la mujer volvió a mirarme.

-¿Ve algo que le guste? -le pregunté con fastidio.

Al ver la cara de fastidio de la Controladora, la Encargada se sonrió. Y cuando pidió quitar la música, simplemente alargó una mano hacia el panel de control y pulsó uno de los botones. Para hacerlo, tuvo que acercarse hasta rozar la piel de su rostro con el de la controladora, aspirando el aroma del perfume que usaba.

Era una delicia.

Sin embargo, ella era muy diferente a aquel perfume. Parecía irritable e incontrolable, casi salvaje.

-La verdad es que sí. Quizás pueda venir a visitarme en otro momento.

Las puertas del ascensor volvieron a abrirse justo a tiempo de impedir que un crimen se cometiese en su interior, y Kendal salió casi flotando, en dirección hacia el ático. 

La puerta se abrió sin dificultad, puesto que ella tenía la llave. Miró al Sargento y señaló la entrada con un gesto en el rostro, indicándole que esperara allí. El sargento pareció cogerlo a la primera.

Y una vez dentro, el lujo y la elegancia os envolvió por todas partes. Jamás habíais estado en un lugar como aquel, roto tan solo por el cuerpo sin vida de su habitante, que estaba en el sofá, de espaldas a la puerta de entrada. Parecía como si hubiese permanecido sentado hasta que quien quiera que fuese, le disparase, cayendo hacia un lado y llenando de sangre, tanto el sofá como el suelo.