Partida Rol por web

Llorando Pecados

Testamento

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26/11/2009, 23:48
Allan Murray

Cuando William despertó, lo primero que vio fue la nuca de un desconocido. De espaldas, Aengus Rosston era inmenso pero difícilmente reconocible para alguien que estuviera acostumbrado a verlo antes. En el mover autómata e instintivo de la cabeza, intentando entender por qué le continuaba la sensación de estar flotando entre agujas y algodones, William se dio cuenta que estaba suspendido en el aire. Estaba siendo cargado, con el mayor de los cuidados, hacia algún sitio que no llegaba a divisar. Una mirada mareada pero atenta le permitió divisar a Allan Murray cargándolo por los pies, con el rostro sereno pero las venas del cuello contraídas por el esfuerzo, y a lady Leary a un lado, acompañando la procesión con rostro entre el alivio y la preocupación.

Allan parpadeó sorprendido al ver a William volver en sí. Ya habían recorrido gran parte de la distancia entre el salón de lectura y la habitación asignada al hombre, que no podía ser menos propicia para su condición. Sin embargo, el inglés no dijo nada de dónde estaban ni qué hacían allí. Continuó caminando tras Aengus intentando hacer caso omiso a la mirada inquisitiva de William, por lo menos para ver cuánto podían seguir cargándolo antes que el hombre, en su orgullo, les pidiera que lo dejaran en el suelo. Sí sonrió suavemente, y le dedicó un gesto de calma que trató de serenar sus alertados sentidos que acababan de despertar.

- Bienvenido a la vigilia, señor McDonald. Confío en que se encuentra usted bien, a pesar del mareo y el dolor de cabeza.

No pasó más de un minuto antes que el hombre exigiera que le bajaran. Allan no se resistió a su pedido. Junto con Aengus, maniobraron para depositarlo suavemente en el suelo. Si bien no le pasó el brazo por debajo de los hombros, ni atinó a ofrecerse como bastón humano para su mareo, Allan se quedó de pie muy cerca a William, a una distancia tal que podía agarrarlo apenas amenazara con desvanecerse, y a la cual podía fingir que sólo estaba allí por simple cortesía. Se dirigió al inmenso artista, y asintió.

- De nuevo, gracias. Si hay algo que podamos hacer por usted, no dude en avisarnos. La última molesta, señor Rosston: ¿sabe usted cuáles son las habitaciones asignadas para lady Leary y para mí? No tengo idea a quién preguntarle, si no es a usted.

Echó una mirada de reojo a William. Seguramente el hombre estaba esperando respuestas. Pero Allan esperaría sus preguntas.

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27/11/2009, 04:08
Eminé Leary

Eminé se mantuvo por detrás de los hombres en todo momento. Caminaba fijando la vista en ellos y en el suelo que iban dejando atrás. Apenas levantó la vista, temerosa de ver algo que le hiciera recordar cualquier cosa. Algo que nuevamente la dañase. Sentía frío en las manos y la agobiante presión en sus caderas ascendiendo por su espalda hasta su nuca. El terror y el miedo se manifestaron en dolores reales tiempo atrás.

Cuando escuchó las palabras del desvanecido, Eminé lo miró inquieta, algo preocupada. No se había atrevido a acercarse demasiado. Aquellos hombres habían escuchado lo que el Conde había dicho de ella, la gran mentira urdida y que ella fue obligada a afirmar. Todo fuera por salvar el prestigio de un hombre como él. Lo que pudiera pensar cualquiera de ellos poco daño más podía hacerla, pero no estaba dispuesta a dejar que ocurriera.

- ¿Se encuentra bien, caballero? Ha sufrido un golpe terrible. Rápidamente estos caballeros le trajeron hasta las proximidades de su estancia -dijo ella con la mirada dirigida hacia los hombres como único punto de atención-. Deberá descansar y comer algo. Estaremos aquí más tiempo, hasta que todo esto se aclare, y no podemos perder los nervios nuevamente. Hace unos minutos he presenciado varios intentos de asesinato. Estoy segura que él lo tenía pensado.

Se mordió el labio inferior y desvió la mirada hacia el suelo. Observó los pliegues de su vestido que caían formando graciosas formas en la tela, como grietas en una montaña de color ocre.

- Si se encuentra bien, caballero, quisiera saber dónde se encuentran mis aposentos. No se espera ningún tipo de cena ni nada por el estilo, ¿cierto? -preguntó con temor.

Quería dormir, dormir y despertar en su hogar, lejos de allí. Deseaba que nada de su vida hubiese ocurrido.

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27/11/2009, 12:20
William McDonald

William emitió un leve quejido, apenas un murmullo, cuando la más pura realidad volvió a envolver sus sentidos, y con ella, el intenso y agudo dolor de cabeza, un continuo e incesante martilleo que lo golpeaba en la parte posterior de su cabeza, allí donde había recibido el golpe que no había alcanzado a ver. Durante unos largos segundos se dejó llevar por aquellos que lo transportaban sin osar abrir los ojos, pues un profundo temor, un más que respetable miedo, lo atenazaba con la mera idea de poder sentir lo mismo que lo había atacada cuando sus manos sujetaban y amenazaban al doctor Mackenzie.

No era capaz de recordar que había sucedido un instante después de sentir aquella neblina, aquel férreo e incomprensible ataque a su cuerpo, y apenas tenia constancia o recuerdo alguno de nada posterior a ese suceso, a esa opresora sensación, y por ello, su mente, abotargada y lenta, menguada por el golpe, luchaba frenéticamente por ordenar lo ocurrido, por hacerse una idea de lo que pudiera haber pasado. Pero era inútil, tan solo era capaz de ver el temblor de sus manos, el como su vista perdía intensidad, abocada a un mundo de negros y grises, para posteriormente sentir el dolor, marcado y preciso en su cabeza, antes de rendirse a una necesaria y agradecida calma, la inconsciencia.

Tras varios zarandeos más, y entendedor de que al menos dos personas cargaban con su cuerpo, uno agarrándolo bajo los brazos, con firmeza, y otro por los pies, sin duda sin tanta fuerza pero con la suficiente, brindándole la sensación de estar suspendido en el aire, flotando, William osó abrir lentamente los ojos, parpadeando por un par de veces, soportando el agudo pinchazo que arremetió contra su cabeza, atravesando su cuero cabelludo para alcanzar el centro neuronal del dolor, el cual se encargó, enérgicamente, de anular cualquier otra impresión que no fuera la del malestar.

Allan..., - pensó, al reconocer al hombre que lo cargaba por los pies, el cual le ofrecía una ligera sonrisa como acompañamiento a sus palabras, y no así el que lo hacía por los brazos, del cual solo era capaz de ver su espalda. – ... y Eminé. – agregó al escuchar las siguientes palabras, con un nuevo parpadeo, acostumbrándose a la luz, dañina, pero apenas una molestia comparada con el martilleo de su cabeza.

Por favor. – musitó al fin, una vez se sintió con fuerzas, suficientes como para mover su cabeza ligeramente, ganándose una nueva oleada de aguijonazos, en señal de que deseaba caminar, que no hacia falta que siguieran cargando con él. – Señor Murray, lady Leary, ah, y señor Rosston, - lo nombró, al reconocer al artista con el que había charlado en la biblioteca. - muchas gracias por todo. – afirmó, una vez ambos hombres lo depositaron en el suelo, con sumo cuidado, ofreciéndole la oportunidad de no sentirse un carga para aquellas personas. En silencio, e intentando no dar muestras del mareo que lo acuciaba, se mantuvo rígido, reconquistando lentamente el control de su cuerpo. – El dolor de cabeza es intenso, pero supongo que pasará, señora Leary. – agregó rápidamente, con una sonrisa de agradecimiento por su interés y ayuda, pero sin hacer referencia alguna a las últimas palabras de Eminé, dedicadas al intento de asesinato, acto en el que él se había involucrado y del que ahora, una inconsciencia después, no estaba muy seguro de si su actuación había sido la correcta. O quizás si.

Lo que no sé es el porque de mi dolor de cabeza, tan solo recuerdo sentir un golpe y luego... nada. – informó unos minutos después, cuando ya avanzaba lentamente igual que el resto, caminando por su propio pie, aunque con una cojera más pronunciada a causa de la ausencia de su bastón, seguramente aún tirado allí donde él mismo lo había sustituido por el estoque de Alexander. – Y tampoco como acabó todo y allá abajo. Díganme, ¿está todo el mundo bien? ¿Alexander? ¿Bruce? – inquirió, sin mencionar en sus preguntas el estado del Conde, pues aunque ardía en deseos por escuchar a alguien confirmarle su muerte, se sintió poco envalentonado para averiguarlo, poco preparado para recibir una respuesta contraria, y menos tras su actuación. Si ese hombre vivía, si James Duff no había muerto, la venganza que llevaría a cabo contra él y su familia seria terrible.

William se detuvo al frente de la puerta que supuestamente daba acceso a su habitación, y allí, plantado, a la espera de alguna respuesta a sus preguntas pronunciadas en voz alta, y no así a las muchas que lo carcomían por dentro, viajó de nueva a la librería, recordando, demasiado vividamente, como aquella bruma, nacida de ningún lado, lo invadía y lo acosaba, lo hacia temblar y desmoronarse, perder el control sobre si mismo. Fuera lo que fuese, no había sido normal, y mucho menos casual, así que alguien tenía que haberlo hecho, ¿pero quien?.Y lo más importante, ¿cómo?.

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27/11/2009, 17:30
Baird Mackenzie

-Mañana todos podremos irnos a casa, eso es lo que me han dicho. Esto ya está listo. No creo que nos encontremos complicaciones inesperadas, únicamente con limpiar bien la herida y mantener el vendaje en condiciones debería sanar sin mayores problemas. Ese Duncan.. ¡aún cuando no quiere hace bien las cosas! La herida es limpia y no han quedado fragamentos - recogió sus cosas y se dispuso a marcharse -. Caballeros, les veré en la cena. Alexander, ¿Quiere que de instrucciones para que le envíen aquí la comida?

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27/11/2009, 17:34
Aengus Rosston

No se cuales son sus habitaciones pero ahora mismo vamos a enterarnos de ello - respondió dirigiéndose hacia una de las camareras que correteaba por los pasillos. Conversó con ella unos instantes y regresó presto a guiar a Eminé y a Allan -. Ya me han informado, si me acompañan les guiaré con mucho gusto.

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27/11/2009, 18:49
Alexander Duff

Caballeros, les veré en la cena. Alexander, ¿Quiere que dé instrucciones para que le envíen aquí la comida?

La pregunta del doctor retumbó en la cabeza de Alexander como un eco decidido a persistir, a no alejarse en las lejanías de su mente, a no evaporarse en el olvido.
Sería tan fácil, pensó Alexander, decir que sí y quedarse en aquella cama. Alejado de las acusaciones, de las miradas expeditivas, de los susurros y de las preguntas. Lejos de las consecuencias de sus actos. Sería tan sencillo alegar la verdad, que su pierna apenas le respondía y que se encontraba realmente cansado, pero aquello sería una verdad con sabor a embuste, con olor a mentira.

No, iré a la cena, espero que puedan ayudarme a llegar a la misma o tendré que ir arrastrándome.

Porque él seguía siendo Alexander Duff, herido o moribundo, cuerdo o demente, víctima o verdugo, seguía siendo él. Siempre se había enfrentado a todos sus problemas con valentía y cabeza erguida y mientras una sola gota de sangre le recorriera el cuerpo, seguiría haciéndolo.

¿Sabéis si el servicio guarda algo de ropa de los mercenarios de mi tío? No creo que sea necesario que acuda a la cena con la ropa manchada de sangre. No creo que fuera bueno para el apetito de nadie, si es que alguien aún lo conserva.

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27/11/2009, 19:32
Bruce Keenan

Bruce no pudo evitar quedarse algo atónito ante el agradecimiento de su primo. La verdad es que no esperaba que algo así pudiera surgir del noble, en realidad de ninguno de ellos entorno a su persona, pero el hecho de tratarse de un pariente bastardo seguro que dificultaba aún más la posible difícil relación. Le cogió bastante por sorpresa comprobar su error pero al final consiguió esbozar una débil sonrisa acompañada de un negamiento de cabeza. Él apenas había hecho nada.

-Así es, y lo peor ha sido descubrir que el C-Conde no es el único de-demonio que reside en él- añadió al comentario de Alexander entorno a la definición de la mansión como el infierno, impulsado sobretodo por su mirada escrutadora que parecía demandar algo que a Keenan se le escapaba. No era muy bueno para esas cosas, no estaba ostumbrado a las sutilezas, siempre acostumbraba a ser directo.
-Creo que éste lugar está demasiado m-maldito como para poder acabar con el mal que lo r-regenta tan fácilmente. Pero lo intentó, y eso ya le honra. Ojalá se me hubiera ocurrido algo parecido- admitió esto último sin tapujos, unidos nuevamente por el odio a la sangre de su propia sangre.

Después se giró entorno al doctor y le asintió con cierta desgana. Quizá a él sí le dejaran marchar sin problemas pero dudaba que con la mayoría el trato fuera igual. Él sí sintió verdaderos deseos de que el joven herido aceptara cenar en esa habitación para poder alegar hacerle compañía y de paso librarse del desagradable espectáculo que a bien seguro tendría lugar en la cena. Por suerte o por desgracia su primo era demasiado orgulloso así que no pudo hacer más que ayudarle a incorporarse con un leve suspiro para después levantarse de la silla y empezar a colocarse bien su propia ropa, aunque con cierta desgana.

-Quizá haya algo p-por aquí- dijo antes de dirigirse al gran armario frente a la cama para abrirlo de par en par y contemplar su interior, aunque tal vez sólo se topara con pijamas y mantas que solía ser lo habitual en esos casos -No sé cómo puede seguir teniendo fuerzas para querer soportar sus miradas ponzoñosas. Bueno, quizá a usted le re-respetan más- comentó algo abstraído. Al menos podría tener esa conversación que el sr. Murray había demandado.

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27/11/2009, 20:52
Allan Murray

Allan miró a lady Leary, y un inmenso deseo de proteger a aquella dama emergió desde lo más profundo de su carácter. La mujer había pasado todo el tiempo en un segundo plano, y se mantenía erguida y rígida como si estuviera tirando de sus propios hilos para mantenerse en pie. Sin embargo, para un breve observador, las trazas de la angustia y el miedo, el dolor y la inseguridad, eran tan notorias como su silencio. A los ojos de Allan, lady Leary era una víctima más de la voluntad viciada del Conde de Fife, una víctima más de su locura impúdica e inmoral, y a pesar que había escuchado lo que decía el testamento, no lo creía posible. En el fondo de su corazón, no había espacio para ninguna duda. Y no sólo porque él mismo se fuera identificado en una campaña de difamación igual de notoria.

Hizo un gesto cortés hacia ella, intentando restar importancia al nuevo asunto que le llenaba de miedo.

- Milady, dudo que no se ofrezca una cena - dijo Allan, en tono tranquilizador. Lo hizo mientras Aengus se había retirado a hablar con la camarera que pasaba por allí, lo que hacía que sus palabras fueran exclusivas para sus dos acompañantes - Pero quien esté indispuesto, algo totalmente normal y esperable luego de lo que acabamos de presenciar, seguramente será disculpado de asistir y podrá permanecer en sus habitaciones. Incluso, mal creería que no hubiera servicio en esta casa que le llevara una cena ligera a su lecho.

No había en las formas de Allan, ni en su mirada, si no amabilidad y respeto. Lady Leary podía recordar el color de su rostro cuando la anciana había empezado a acusarlo de corrupción. El inglés los miró, buscando en algún resquicio de sus gestos alguna desconfianza o desagrado, y no fue capaz de encontrarlo. Al parecer, las dos personas que estaban de pie frente a él creían en su inocencia tanto como creían en las suyas propias. O no lo habían creído posible, o a pesar de creerlo, se habían inclinado a considerar que era mejor escucharle primero y juzgarle después. O ni siquiera se habían puesto a pensar en ello: al fin de cuentas, Allan era lo que menos importaba detrás de una cola de atentados contra la vida, de ríos de sangre, gotas de sudor y lágrimas.

- Si en algo puedo serle útil, lady Leary, no dude en acudir a mí - terminó, poniendo con ello punto final a la insinuación del inicio.

Había enredado demasiado sus palabras para sugerir, de modo sutil, que la dama no asistiera a enfrentarse de nuevo con sus demonios. Pero de pronto, mientras la miraba, algo empezó a doler dentro de su cuerpo, y no era la falta de aire. Las pupilas de Allan se contrajeron ligeralmente. No, no podía hacerlo. Si se quedaba sola, y le sucedía algo, nadie se daría por enterado. No, todos tenían que estar allí, juntos, aunque sea a la vista de los demás.

- Y si me permite un parecer, sepa disculpar mi atrevimiento... si hay cena, acuda al llamado. No aguarde el sueño en la soledad de su habitación.

Una leve inclinación finalizó por fin sus palabras. Mantuvo la mirada unos segundos para asegurarse de que la dama hubiera entendido por completo sus intenciones, y después se volvió hacia William. El otro hombre pudo apreciar que el abrigo de Allan ya no estaba sólo mojado de lluvia, si no salpicado por entero de rojo. Las rodillas del inglés estaban empapadas de sangre, lo mismo que sus mangas de camisa, zapatos y rozando la zona de su pecho. Era una imagen sencillamente aterradora, en la piel de un hombre inmaculado como había aparentado ser el inspector desde aquella primera mirada en la estación de tren. Sin embargo, Allan parecía estar, en ese momento, totalmente más allá de lo que pasaba consigo mismo.

- El señor Alexander se recuperará, según ha dicho el médico. El torniquete de lady Heisell funcionó - informó, calmadamente - El señor Keenan también se encuentra bien, en mucha parte, gracias a usted - Allan hizo un leve gesto de respeto hacia William - En un momento de desesperación, señor McDonald, en el que hubieramos jurado ante Dios que creímos que le dispararían sin más, lady Heisell puso fin a la situación. El dolor que siente es producto del impacto de una jarra de agua contra su cabeza. La dama me pidió que le trasmitiera sus disculpas por haberlo hecho. Creímos que le íbamos a perder - Allan negó, de forma tan sincera que casi hasta parecía ir a suspirar; pero no lo hizo - Quienes manejaban las armas en aquella habitación estaban dispuestos a cualquier cosa, sin ningún límite. Me alegra, sinceramente, que esté usted bien.

Volteó hacia Aengus, que se había mantenido en un segundo plano mientras hablaban, y asintió hacia él.

- Le agradezco, caballero. Si me permite un momento... - volvió su atención a William, e indirectamente también sus palabras fueron hacia lady Leary - Nadie murió en ese salón, pero podrían haber habido muchas muertes. Lo que está sucediendo es particularmente alarmante, y debemos enfrentarlo con toda al calma de la que seamos capaces. De otra forma, no habrá otra cosa que perjuicio hacia nosotros mismos, más de lo que ya estamos experimentando. No puedo vislumbrar qué más dará en suceder, pero sea lo que sea, no debemos tentar más a la suerte. No con hombres sin escrúpulos manejando armas, y apuntándonos a la cabeza.

Allan relajó el gesto de seriedad, y William vio entonces la sincera satisfacción de verle vivo y en pie.

- Guarde un poco de descanso, señor McDonald. El dolor de cabeza dudará una hora o más, pero confío que se irá rápido.

Notas de juego

Si William nada tiene que preguntar o agregar, Allan ofrece su brazo a Eminé y la acompaña a su habitación, para luego irse a la suya.

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27/11/2009, 22:31
Margarett Heisell
Sólo para el director

Sentada en la butaca, Margarett se reclinó en ella y con el bastón de Alexander Duff en su regazo, cerró los  ojos unos instantes. Agradecía el poder disponer de unos momentos de silencio y tranquilidad, alejada del trajín de la mansión, de la presencia de los demás, para así recapitular acerca de todo lo ocurrido en las últimas horas, especialmente desde la llegada a WetStones, y analizar sus propios sentimientos. Su mano derecha acariciaba distraídamente el pomo del bastón, mientras su mente se afanaba en ordenar su particular caos.

Margarett, por una vez en tu vida, piensa y piensa con orden, con lógica, con razón. ¿Por qué estoy en WetStones? ¿Por qué he accedido a venir? ¿Por James? Sí, claro. ¿Por saberle definitivamente muerto, por saber que le he sobrevivido, por la vana esperanza de un recordatorio, de unas torpes palabras de perdón escritas en un documento sólo válido post mortem, que amortizaran veinte años de soledad y amargura? ¿Por creer que lo que jamás hizo en vida lo haría cobardemente a su muerte, por un postrer arrepentimiento ante la consciencia del final de sus días? Oh, puedo llegar a ser tan tonta, tan ciega... tan estúpida. Y cruel paradoja del destino, broma pesada donde las haya, James está vivo. Sí, vivo. Y solo sé que no lo lamento, mal que me pese, a pesar del odio, del resquemor que me atormentaba, que me rodeaba y aplastaba como una pesada bruma invernal. Verle, hablarle, sentir sus manos en mi talle, respirar su aliento… Dios mío, mi dolor, mi sufrimiento, mi ansia de venganza, de infligirle igual o superior daño al que me provocó se han desvanecido por la magia de sus palabras. Un solo instante, una declaración y mis entrañas se han caldeado bajo el fuego de un amor y una pasión enfermizos, caducos y condenados. Y como si tuviera veinte años, ansío sus caricias, sus besos. Debería avergonzarme, pero no lo hago. Estoy vieja, la edad me pesa y sé que busco consuelo y alivio donde tal vez no lo haya. La mentira, el engaño, la trapacería son las armas de James. Siempre se desenvolvió bien con ellos y los manejó a su antojo y conveniencia. ¿Por qué no una vez más? Margarett Heisell ¿por qué James te ha traído aquí? ¿Por qué? ¿Por qué?

Margarett abrió los ojos, incómoda. Sus preguntas sin respuesta la atosigaban, la enervaban, la conducían a un camino sin salida, a un cul de sac. Descubrió que su mano se aferraba a la empuñadura del bastón con fuerza, los nudillos blanqueados y aflojó la presión. Con la mente vacía contempló cómo la sangre volvía a fluir por sus dedos, que recuperaban rápidamente su color. Sangre roja, dulce, densa como la que se había derramado hacía poco, en un frenesí de odio y locura. Incapaz de permanecer más tiempo sentada, se puso en pie y se acercó a la ventana apoyando la frente contra el cristal. Agradeció el frescor que recorrió su piel. Fuera, la fría noche invernal, con una tímida luna que dibujaba los perfiles del bosque circundante, de las colinas próximas y del hermoso Ben Lommond cuya nevada cima relucía en la oscuridad. Negras nubes de plateados bordes cruzaban veloces el cielo. Un paraje hermoso, salvaje, incivilizado que relajó con su belleza a Margarett.

¿Una hermana? ¿Es posible? Boyd tenía razón al afirmar que hay cierta semejanza entre ambos. Pero, ¿por qué hace ahora acto de presencia? ¿Quién es realmente? ¿Su hermana, tal vez una hija habida en su juventud? ¿Quién? ¿Y porque ha estado alejada, oculta a los ojos de todos? ¿Y dónde? No sé si llegaré a saberlo nunca. Dudo que en la cena nos lleguen las respuestas. ¿Estará ella? ¿O permanecerá junto a la cama de James, velándole? Sea quien sea, nos conoce, sabe nuestro pasado, nuestros pecados y miserias. No ha dudado en escupirlo todo a nuestra cara, cargado de veneno y rencor. No olvidaré jamás su rostro cuando lo hizo, ni su voz. Fría, poderosa, cargada de desprecio Ni olvidaré mi indefensión, ni mi torpeza para responderle como correspondía. Y el dolor. El dolor en mi brazo y en mi pecho. Jamás he padecido del corazón. Gracias a Dios los achaques de la edad no me han afectado más allá de lo normal. Pero ella fue capaz de atemorizarme, de hacerme callar como si fuera una niña cogida en falta, de hacerme sentir enferma. Y no solo a mí. Allan Murray. Su respiración era agónica, con aquel terrible silbido como si le faltara el aliento y fuera a caer desvanecido en cualquier momento. Y en ambos casos, cuando nos opusimos a sus deseos.

Margarett se separó del cristal, mostrando una expresión sorprendida, para a continuación echarse a reír.

- Ja, ja, ja , ja – río a grandes carcajadas -. Margarett Heisell, no seas estúpida. Vives en el siglo XIX. No eres una estúpida y supersticiosa campesina de hace tres siglos, dispuesta a quemar brujas tan solo por ignorancia, sino una mujer de la Ilustración – dijo en voz alta y secándose una lágrima -. Oh, ¿cuándo llegará Boyd? Espero que pronto o mi vieja y loca cabeza se trastornará aún más.

 

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28/11/2009, 16:20
Alexander Duff

Alexander estaba sentado en el borde de la cama haciendo acopio de fuerzas, mientras escuchaba a su primo.
Levantó los hombros ante sus últimas palabras y sonrió con gesto cansado.

Creeme Bruce, no se si tendré las fuerzas suficientes, o si como bien dices me acecharan a miradas y preguntas. Eso es algo que averiguaré cuando me siente en la mesa.

Observó con gesto cansado desde su posición el interior del armario, aunque no veía con demasiada claridad pues su interior estaba oscuro.

Notas de juego

Si hay algo que le venga más o menos bien de talla se lo pondrá, sinó aparecerá en la cena como salido de una pelicula gore xD

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28/11/2009, 17:49
Eminé Leary

Allan Murray ofreció su mano. Mano con las que había firmado, tapado y permitido ciertas irregularidades. Un hombre de moralidad dudosa según las palabras que profesaron hacia él. Con aquella mano pretendía ser amable con ella, cortés y gentil. No aceptarla sería considerada una falta de educación, una actitud incomprensible. Ella había sufrido los desplantes y desprecios de otros, no deseaba hacerlo con los demás.

Tras intercambiar algunas palabras con William y comprobar que se encontraba mejor, aceptó finalmente el brazo del otro caballero. Apoyó la mano libre en su antebrazo y estiró su espalda.

- Realmente no desearía volver a encontrarme con tanta gente. Hace unas horas me encontraba en otras tierras, con otro clima, con otras gentes y sin duda, más tranquilidad. Tengo el estómago revuelto, y ciertamente, no me encuentro con ánimos -murmuró Eminé tragando saliva-. Mucha gente, entre las que me incluyo, se encuentran desconcertadas ante la farsa del Conde. Ya han visto lo ocurrido. No quisiera estar presente en algo similar. No desearía ver una muerte con mis ojos. No...

Agitó su cabeza y mordió su labio inferior. Rápidamente recuperó la compostura, parpadeando varias veces y tosiendo de manera discreta una vez. Agitó ligeramente su cabeza y se obligó a sonreir para aparentar un estado que no sentía realmente.

- Señor Murray, aunque parece que todo esto también le sorprende, estoy segura que sabe más que nosotros. ¿Está capacitado para hablar y comentarnos algo de lo que a continuación debiera pasar o no?

Notas de juego

Editado por Dama para que sea dirigido a los interlocutores correctos.

Vigila los destinatarios, por favor.

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29/11/2009, 16:54
Allan Murray

Allan esperaba la respuesta de William. Pero recibió el brazo de la dama, y a sus palabras, negó con cierta turbación.

- Lamento ser de menos utilidad incluso que cuando me encontraba en el carruaje, milady. La situación también me tiene estupefacto, y puedo arriesgar, un poco más que a la mayoría de los presentes, dado que no conocía ni de oídas las personalidades ni de los invitados ni del Conde - dedicó una mirada hacia William y luego hacia Aengus, que se había apartado un poco para dejarles cruzar las últimas palabras de rigor - Lo que ha de suceder, lamentablemente, es muy dudoso. No se puede ejecutar la última voluntad de alguien que no ha perecido, por lo que ahora mismo, no habría nada que discutir. La validez del testamento que se ha leído es realmente dudosa y es posible que, se haga lo que se haga con él, a la larga termine siendo anulado. A menos que el Conde de Fife fallezca hoy mismo, esta reunión carece de sentido y de cualquier valor.

Allan negó nuevamente, y miró con ojos de gran sinceridad a la dama y el caballero.

- Les soy sincero: no sé cómo puede terminar esta situación. El desapego de la mayoría de los presentes por las legalidades y la falta de respeto hacia la autoridad hacen que resulte mucho más imprevisible. Incluso es posible que no me encuentre capacitado para hacer mi trabajo, y el último testamento se ejecute de todas maneras. No tengo intención de volver a interferir si la vida de ninguno de los presentes se encuentra en riesgo inminente. La falta de escrúpulos y apego por la vida de los guardianes de WetStones hacen fácil la elección: las ansias de juego o el dinero de alguien no vale la vida de ninguna persona.

Una pausa siguió a las palabras del inglés. Palabras que se deslizaban de su boca con facilidad, pero que se agolpaban en su conciencia encendiendo sirenas y alarmas. Dichas sonaban tan fáciles como mover, en el tablero a cuadros, una de las damas hacia adelante. Pero Allan sabía que, llegado el momento del juego, aquello resultaría tan difícil como la mayor estrategia maestra. Llegado el momento, golpearían las puertas de su espíritu el grito de oposición contra el sadismo, contra la barbarie, el deseo de mandar a callar a todos los que se burlaban de la Reina, de la Corona, de sus valores, sus creencias, de su vida entera. La sangre inundaba sus zapatos. Allan carraspeó, sintiendo la nausea de nuevo acudir a su boca.

- No quiero decirlo así, milady, pero me veo obligado a hacerlo. La situación que se ha vivido en el salón de lectura ha sido demasiado violenta, y no sabemos qué puede llegar a suceder. Si usted decide reposar en su habitación, ninguno de nosotros podrá acudir en su ayuda si algo llegara a asustarle o sucederle - Allan miró a la mujer a los ojos - No pretendo inducirle al pánico, ni ofenderle con una intromisión en su intimidad. Me preocupa su seguridad, porque aquí se han roto todos los códigos de moralidad y de educación que existen, y no sé qué se puede esperar que suceda a continuación.

Tras eso, miró a William, esperando por su respuesta. Si no, su destino estaba claro.

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29/11/2009, 18:53
Bruce Keenan

-Hmm... aquí está su maleta, creo - informó tras observar el oscuro interior del armario, sacando de él un amplio maletín de buena calidad que transportó hasta la cama para abrirlo ahí y dejar que Alexander mismo escogiera vestuario para la velada.
-Lo harán con todos, tendremos que intentar resistir aunque sólo sea p-por no darles la satisfacción- respondió con cierto efecto retardado a la frase de su primo sin saber muy bien cómo dirigirse a él. Alex había optado por dejar a un lado los formalismos pero también era cierto que Bruce pertenecía a una clase social inferior y por tanto tenía ese "derecho".

Entonces se apartó y contempló con mudo asombro los impresionantes trajes y camisas que formaban el equipaje del caballero. Desde luego él nunca había podido permitirse nada ni remotamente parecido así que cuando se sacudió un poco su propia indumentaria todavía la pareció más rudimentaria de lo habitual.
Arrugó un poco el ceño pero no emitió queja alguna, estaba acostumbrado a resignarse. Ayudó a su primo en lo que requiriera o le permitiera, ya que a fin de cuentas era un hombre orgulloso, y finalmente ambos se dispusieron a llegar hasta el comedor en cuestión con poco entusiasmo.

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30/11/2009, 09:48
Alexander Duff

Los ojos de Alexander se iluminaron cuando vió su maleta, por alguna razón pensó que seguramente se las habían quitado en aquella casa del horror, pero no, ahí estaba en las manos de Bruce.
Alexander se vistió poco a poco, como si vistiese a un bebe y ese bebe fuera él.
Para no caer se apoyó en su primo que aguantó estoicamente y con paciencia.

Tranquilo Bruce, estando en familia puedes hablarme con normalidad. En la cena y por formalismos ya nos hablaremos suficiente de "usted".

Esta vez Alexander habló con normalidad a su primo como si en las anteriores veces que lo había mirado directamente a los ojos ya hubiera conseguido la información que necesitaba sobre este y ahora pudiera relajarse.

¿Sabes? Me alegro de encontrar a alguien de mi familia que no parece haber heredado la maldad que nuestra sangre parece llevar impresa. Quizás aún saque algo bueno de la estancia aquí, siempre que no acabe muerto o en la carcel claro.

Luego empezó a cojear hacia la cena, ayudándose de su primo para no matarse bajando las escaleras o caerse durante al trayecto.

Es curioso que siempre he llevado bastón sin hacerme falta, y ahora que lo necesito me lo quitan sin razón aparente. Negó con la cabeza sonriendo a apenas unos pasos de la puerta de entrada a la cena.

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30/11/2009, 10:34
Aengus Rosston

Señor Murray, Señora Leary, debemos marcharnos ya. La cena comenzará en tan sólo unos minutos y si nos demoramos más no tendremos tiempo de asearnos debidamente. Hagan el favor de seguirme - Aengus comenzó a descender la escalera sin esperar a la respuesta de William. Les condujo hasta el primer piso, en el ala este de la mansión. Tras recorrer varios pasillos por lo que parecía una estructura laberíntica se detuvo ante una puerta -. Señora Leary ésta es su habitación. Si nos disculpa acompañaré ahora al señor Murray.

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30/11/2009, 10:50
Director

No fue Boyd quien entró en la habitación, al menos no fue él el primero en hacerlo.

Cuando la puerta se abrió Margarett no se sorprendió al ver a Eminé Leary de pie bajo el umbral. A ésta, sin embargo, si que la pilló desprevenida encontrarse en su propia habitación a la mujer con la que había intercambiado tan duras palabras en la estación de Balloch. Un rápido vistazo a la estancia le facilitó la explicación que precisaba. Al parecer tendrían que compartir la habitación, o eso decían las dos camas separadas que la ocupaban y a cuyos pies se encontraba el equipaje de ambas.

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30/11/2009, 10:58
Aengus Rosston

Varias vueltas y revueltas más por los interiores de aquella grandiosa mansión les llevaron hasta el final de un pasillo. Una única puerta bloqueaba el camino.

-Ésta es su habitación, o al menos eso me ha dicho la criada. Lo lamento señor Murray, me parece de muy mal gusto que se le aloje a usted aquí. Ahora, si me disculpa, yo también tengo que cambiarme para la cena. Lo veré en unos minutos - sin aclarar nada más sobre su curioso comentario el gigantesco pintor dio media vuelta y se marchó.

Todo quedó aclarado, no obstante, en cuanto Allan abrió la puerta de la que era su habitación. Aquella estancia le recibió con un puñetazo de humedad en pleno rostro. Saltaba a la vista que no había sido utilizada en mucho tiempo y que ni tan siquiera la habían ventilado debidamente en meses. El polvo se acumulaba por doquier y únicamente el hedor que se respiraba desde la propia puerta ya provocó que se le encogieran los pulmones. No podría dormir allí.

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30/11/2009, 14:32
William McDonald

Las palabras de Allan Murray devolvieron a William a la realidad, alejando los oscuros recuerdos de lo sufrido en la biblioteca, y con una ligera sonrisa, asintió a la breve pero precisa explicación que recibió, primeramente acerca del estado tanto de Alexander como de Bruce, y acto seguido acerca del intenso dolor de cabeza que lo acosaba.

Entiendo, y sin duda lady Heisell actuó como creía debía hacerlo. – comentó, sin poder evitar trasladar unas de sus manos a su nuca, frotándola suavemente mientras percibía, con las yemas de sus dedos, el resultado del golpe, una marcada inflamación que empezaba a crecer bajo su cabello, otra nueva consecuencia de la jarra que había castigado su cabeza. – Supongo que tiene razón, señor Murray, y puede que ese golpe salvara mi vida de las armas de fuego, ya que al parecer a esos mercenarios les importaba bien poco que su querido Conde pudiera morir. – agregó en un tono bajo, cargado de pesadumbre, mientras su mirada bailaba entre el caballero y lady Eminé, recordando las palabras de Duncan, desafiantes y seguramente ciertas. – Yo tan solo deseaba que tiraran esas armas, y esa era mi única intención. Ni siquiera pensé en la posibilidad de dañar al buen doctor. Pero no funcionó. A esos tipos la vida de los demás no les importa en absoluto, y lo han dejado bien claro. – se explicó, deseando dar a entender, con esas pocas palabras, que jamás habría herido al señor Mackenzie, que su acción no había sido más que un farol, un intento por desarmar a los guardaespaldas del Conde. Eso, y que el Conde muriera, ese también era su deseo.

Tras su breve explicación, y tras escuchar la opinión al respecto de la cena de Eminé, William no tardo en aunar fuerzas con Allan, y ante la directa apreciación de este acerca del posible peligro que ella podía correr quedándose sola, el economista asintió con fuerza, obteniendo un nuevo pinchazo en su dolorida cabeza que tan solo expresó con una ligera mueca de dolor. – Señora Leary, creo que el señor Murray lleva razón con su exposición, y si a bien estoy seguro que no desea asistir a esa cena, al igual que yo, espero que cambie de opinión. Ya se ha demostrado que este lugar es de todo menos seguro, y personalmente, me sentiría mucho más tranquilo si nos acompañase a dicho e indeseable ágape. – opinó, dirigiendo una amistosa sonrisa a la que fuera esposa del Conde, antes de que Aegnus se reuniera con ellos, incitándoles a acompañarlos a sus habitaciones. – Espero que nos veamos en un rato. - se despidió, de los tres, y cuando el pequeño grupo inició el descenso de las escaleras se volvió hacia su puerta, y con un profundo suspiro, cargado de un sinfín de emociones, ninguna de ellas agradable, tendió su mano hacia el pomo, la abrió y se adentró en su habitación con la desconfianza y una intenso de temor reflejado en su rostro.

Necesitaba descansar, así como cambiarse de ropa y asearse, y aunque lo primero sería incapaz de hacerlo si llevaría a cabo lo segundo…

Notas de juego

Siento la tardanza.

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30/11/2009, 16:55
Margarett Heisell

Una Margarett aún risueña por su última alocada reflexión se volvió hacia la puerta cuando sintió que esta se abría. Boyd, ¡por fin!, pensó antes de ver entrar por la misma a Eminé Leary. Su sonrisa se desvaneció casi de forma mecánica, siendo sustituida por un gesto de seriedad. Imaginaba la desagradable sorpresa que su presencia podía representar para aquella mujer y no pudo dejar de experimentar un íntimo regocijo ante tal hecho. Pese a todo, Margarett se había jurado una tregua unilateral y estaba dispuesta a respetarla.

- Señorita Leary – saludó desde su posición próxima a la ventana -. Como puede comprobar, alguien ha tenido la desafortunada idea de asignarnos este dormitorio a ambas. Digo desafortunada – dijo en un tono neutro -, porque estoy convencida de que hubiéramos preferido una solución más acorde a nuestros intereses y querencias. Sin embargo, no creo en las casualidades y menos aún en las que vienen ocurriendo en esta mansión de WetStones – afirmó haciendo un amplio gesto con la mano -. Tras la decisión de una impuesta convivencia de usted y mía, aunque solo sea por unas horas, es evidente la presencia de una mente confabuladora y con un objetivo no demasiado sutil en su infantil perversidad. Forzar un encuentro que nos violente y que nos conduzca a un enfrentamiento. Sin embargo, no estoy dispuesta a dar tal satisfacción a quien haya pergeñado algo tan burdo. No tengo la más mínima intención de reclamar un cambio de habitación, petición que además considero harto improbable nos concedieran, ni tengo deseo alguno de discutir con usted. Procuremos obrar civilizadamente y establecer una entente cordial entre nosotras. Unas gotas de serenidad y cordura en este caótico e infame ambiente serán de agradecer – añadió al tiempo que se aproximaba a la puerta -. Espero que esté de acuerdo en tal extremo. Comprobará que he dejado espacio más que suficiente para que acondicione sus pertenencias con comodidad y suficiente agua caliente en la jofaina como para que se asee si así lo desea. Imagino, igualmente, que querrá cambiarse para la cena, de modo que le proporcionaré la intimidad necesaria para ello y aprovecharé para interceptar a alguien del servicio para que me limpien el vestido. La sangre es tan difícil de quitar – dijo en un tono absolutamente superficial -. Señorita Leary, la veo en el comedor – dijo a modo de despedida, cerrando la puerta de la habitación tras ella y saliendo al corredor de la planta.

Margarett miró a un lado y a otro del pasillo e hizo un gesto a una doncella que pasaba apresurada.

- Muchacha, quiero que durante la cena, recojan mi vestido de la habitación y lo limpien. Encajes almidonados y, de paso, que cosan el bajo. Puede retirarse – dijo despidiendo a la doncella y aguardando pacientemente la llegada de Boyd Jarret junto a la puerta de su habitación.

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30/11/2009, 17:40
Allan Murray

Allan esperó un momento, a que la dama abriera la puerta e hiciera el amago de entrar. Luego, habló.

- Lady Leary, cualquier cosa que necesite, estoy a su disposición. Espero verle en un rato.

Hizo una suave inclinación a modo de despedida y se marchó detrás de Aengus.