Partida Rol por web

Llorando Pecados

Susurrando Ira

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09/06/2010, 21:56
Margarett Heisell

- No hay de qué, doctor Mackenzie, no hay de qué - respondió amablemente Margarett -. Tenga por seguro que después requeriré sus servicios para que me examine el brazo.

Su comentario, sin embargo, se vio de inmediato diluido por las agrias voces que resonaron en el comedor. La tensión empezaba a descargarse en forma de gritos y de veladas acusaciones y tan solo Allan Murray introdujo algo de sensatez en aquel inicio de caos.

- Deberán disculpar a esta anciana, pero creo que la situación exige un mínimo de sangre fría y un respeto hacia los más allegados al difunto. Con gritos y acusaciones no se conseguirá nada. Señor Duncan, usted era el hombre de confianza de Sir James y el encargado de la protección de su persona y de esta casa. Entiendo su malestar y su pena - dijo gravemente - así como su deseo de resolver todo esto. Sin embargo, es a las autoridades a quienes corresponde tal extremo. Le aconsejaría enviara a alguno de sus hombres en su búsqueda. Mientras tanto, nadie debería abandonar la casa. Como bien dice, la causa y origen de esta doble tragedia se halla aquí. Tómelo como un consejo, pues no es a mí a quien corresponde darle instrucciones acerca de cómo proceder.

Margarett Heisell se volvió y tomó la copa de jerez que tenía tras de sí. Su aspecto era el de una mujer cansada. Cansada y herida. Pero a pesar de ello, su espíritu permanecía incólume y un ansia de justicia ardía en su interior. O de venganza, según se interpretara.

- Como ha señalado el señor Murray, hay una realidad un tanto absurda en todo cuanto ha acontecido en esta funesta noche. La muerte del conde en las cocinas. ¿Cómo ha podido ser posible que su asesinato y cremación hayan pasado inadvertidas al servicio que se afanaba en preparar la cena? Sin duda, debería interrogarse a las personas que allí se encontraban para saber qué es lo que ocurrió realmente. Y no olvidemos que la mayoría de los invitados a esta casa estaban presentes en este comedor cuando el fuego se declaró, lo cual, los exculparía, al menos como autores materiales. Incluso me atrevería a aventurar que el joven Keenan se encontró inadvertidamente con algo que no debía presenciar y que supuso su muerte. Intuyo que vio al asesino o asesinos de Sir James. Todos sabemos que este estaba herido. De gravedad. Puedo incluso pensar que su muerte se produjo con anterioridad y que su cuerpo fue llevado a las cocinas, donde se organizó tan macabro espectáculo - dijo con una voz en la que asomaba el dolor y el horror -. No es descabellado pensar por lo tanto en la colaboración de dos personas. Si los pasos del señor Keenan, tras su marcha de esta habitación, en medio de la cena, le condujeron hasta alguna zona adyacente a las cocinas, pudo perfectamente ser testigo de lo ocurrido y firmar con ello su sentencia de muerte. Pero me resisto a creer que los criados no hayan visto nada. Lo que entiendo es que nadie ha tenido la posibilidad o la ocurrencia de interrogarlos, algo que debería hacerse a la mayor brevedad posible - afirmó perentoriamente.

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10/06/2010, 00:43
Aengus Rosston

Una vez dado el pésame a las dos damas, Aengus se acercó hasta la mesa en la que estaban sentadas las tres mujeres, evitando acercarse al campo de batalla en el que Alexander estaba convirtiendo la mesa del comedor.

-Queridas damas, mi más sentido pésame por lo sucedido. Saben lo que estimaba al Conde.... –volvió a repetir su inclinación, sin saber que más decir en aquellas circunstancias.

Con un pequeño saludo se alejó de ellas, vagabundeando por el comedor sin saber muy bien que hacer mientras se desenrollaba lo que quedaba del improvisado vendaje en sus manos. Las duras palabras de William llegaron a sus oídos. Sintió que volvía al pasillo y veía de nuevo al joven Keenan tirado en mitad de el. Le faltaron las fuerzas por un momento y se dejó caer en la primera silla que encontró libre. Se centró en liberarse las manos, en no escuchar las palabras de William, que salían de su boca hiriendo la sensibilidad del pintor al recordar lo que él intentaba relegar ya al cajón de los recuerdos guardados bajo llave. Hizo un último esfuerzo por intentar que no sucediera. Lo intentó con todas sus fuerzas. Pero el tono frío y sin emoción de William pudo con él. Se levantó de la silla y se acercó a la mesa, cogió la primera botella que encontró y sin mirar siquiera lo que era, echó parte del contenido en una copa y de un solo trago hizo desaparecer el líquido en su garganta. Se lo tragó todo, sin pensar, líquido y lágrimas.

Pero la frase de Duncan le llegó nítida, tan clara como las palabras de William y, ahora, fue él quien se encargó de darle otra patada de realidad a Aengus.

Un asesino entre nosotros....un asesino que ya ha matado dos veces.....a mi querido señor James.....al joven Bruce....¿quién...? ¡QUIEN! ¡Y NOSOTROS TAN CERCA DE ELLOS, COMIENDO, PASANDO UN BUEN RATO!

Aengus pensaba de esta guisa mientras que caminaba de nuevo con paso perdido por el comedor hasta que unas palabras le sacaron de sus pensamientos. El señor Murray, allí delante suyo, llevaba un rato hablando, pero fueron solo las últimas palabras las que penetraron en su embrollada cabeza y lo hicieron prestar atención. Cuando terminó de hablar, esperó a que alguien de más categoría que él le contestase a Allan, miró a aquellos que habían estado en las cocinas, en particular al Vizconde y a Duncan, pero enseguida otra voz, autoritaria e indiscutiblemente femenina hendió el silencio que se había instaurado tras las palabras de Allan.

Margarett habló y Aengus asintió a sus propuestas mientras que miraba de reojo a Duncan. El ya había propuesto algo parecido, pero el hombre lo mandó callar con solo una de sus miradas y le había quedado claro que él sabía muy bien hacer su trabajo y no necesitaba que nadie le dijese como hacerlo. Así que temió ligeramente por la contestación que pudiera recibir la mujer, aunque bien sabia que ella no se amilanaría ante sus palabras. Pero Margaret siguió el mismo hilo que minutos antes había discurrido Allan. Había algo que no era como ambos lo estaban relatando, algo que le quemaba a Aengus en la punta de la lengua por comentar. Decidió que no podía dejar pasar más tiempo sin sacarles a ambos de la suposición errónea que estaban tratando como verdadera.

-Disculpen mi intromisión en su conversación... –Aengus se adelantó un paso de donde estaba, levantando una mano en alto, pidiendo permiso para intervenir. Miró a todos los presentes y cogió aire.

-Mi querida Margarett –Aengus se calló, pensando repentinamente si ese comienzo no sería poco apropiado para la ocasión, pero desechó la idea tan pronto como apareció en su mente- Yo...si puedo responder a su pregunta y tambien a la suya señor Murray. Es decir...a ver como lo explico para que me entiendan ustedes..... –Aengus se llevó una mano a lo que quedaba de barba y mesó los cuatro pelos que le quedaban medianamente sanos- El señor Duncan no ha podido decir que una persona buscó al señor James, lo trajo hasta las cocinas, lo ató allí y prendió fuego.... –dijo, negando con su cabeza y repitiendo la misma secuencia de palabras que le había escuchado a Allan en su intervención. Se volvió hacia Margarett – Y sí, es posible que nadie en las cocinas viera nada aún cuando era un momento en el que se supone que las cocinas estarían llenas de gente del servicio. Realmente, yo.....bueno.... –Aengus dudó por si alguien consideraba que se había entrometido en un espacio que no era el suyo, pero ya tenía que seguir lo que había comenzado- Estando apagando el fuego en las cocinas, le pregunté a un muchacho del servicio que había visto durante la cena si había visto algo. Me extrañó, lo mismo que a usted Lady Heissel, que todo eso ocurriese sin que nadie viese nada ¡ERA IMPOSIBLE! –Aengus levantó sus dos manos al techo y volvió a bajarlas rápidas para continuar con su narración de lo que sabia- Me comentó que, cuando él se dirigía a las cocinas, se encontró con las cocineras que salían todas en grupo, lo cogieron y le dijeron ¡QUE NO PODIA ENTRAR! ¡QUE ESTABA PROHIBIDO! Alguien les había mandado salir a toda prisa. ¿Sabe quien? –Aengus hizo una pequeña pausa, sabiendo que un nombre se estaba formando en cada una de las cabezas que lo estaban escuchando ¿A quien obedecerían todas las personas del servicio sin protestar? ¿Quién tenía en aquella casa tanto poder, tanta voz de mando como para ser obedecida sin que nadie se preguntara ni objetara nada en contra? – Si, están pensando en la persona correcta. ¡NUESTRO CONDE, EL MISMISIMO JAMES!

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10/06/2010, 13:56
Alexander Duff

Alexander, sentado aún en aquella silla, con la cabeza gacha y su pelo cubriéndole el rostro como rejas tras las cuales su cara hubiese sido encerrada.
Sujetó su bastón entre las dos piernas y con un gesto con ambas manos se hechó el pelo atrás, atándoselo tras la nuca en una coleta que le hacía parecer un duelista.
Su gesto cansado parecía haber sido llevado junto al pelo que lo cubría, como si este hubiese sido una crisálida tras la cual un ser llamado rostro hubiese hecho un cambio de muda. El disparo de la pierna y el dolor de la úlcera no se reflejaban en él, como si nunca hubiesen existido.
Cualquier hombre o mujer que no conociese sus circunstancias hubiera jurado que aquel hombre estaba perfectamente y que la cojera que demostró al levantarse era solo un gesto fingido para dar interés.
Se levantó junto con Margarett. Por supuesto que tiene mi ayuda, dijo mostrandole su brazo izquierdo para que se cogiera a el un caballero nunca rechaza una oportunidad para estar en tan buena compañía. le dijo con una fugaz pero verdadera sonrisa.
Pero ninguno de los dos fué demasiado lejos, la aparición de Duncan lo sorprendió, aunque ningun gesto emergió siquiera en los ojos de Alexander.

Gracias Duncan, dijo Alexander acompañando sus palabras con un movimiento de cabeza, Aún así creo que es muy pronto para felicitarme por ninguna sucesión. Todos estabamos en la lectura de aquel testamento que atestiguaba todo lo contrario. Dijo Alexander -que coincidía con la suposición de Duncan pero no podía admitirlo aún- mientras evaluaba sus palabras, dejando aparte el hecho de que ambos habían intentado matarse hacía apenas unas horas. Observó sus palabras, la forma en que tomó el mando de la situación y en que siguió sus premisas para encontrar el asesino. Realmente era un nuevo e inesperado aliado o solo una estratagema para ganarse su confianza.
¿Seguiría ordenes de su difunto tío que le habría ordenado que guardase el linaje?¿Seguiría ordenes de aquella vieja que aprobechandose de la cercanía de Duncan a este le había pagado para acabar con él? Sabía que su tío no era tonto y que si tenía aquel hombre por hombre de confianza debía de serlo, momentaneamente le daría el beneficio de la duda... pero no la espalda.

Escuchó hablar a Allan sobre el tema de que quién se había encontrado a Bruce debía de ir armado, para luego preguntar a Duncan: ¿Todos los hombres armados que guardan esta mansión eran tan fieles a mi tio como usted mismo? Miró a los ojos a Duncan y solo los desvió un momento en dirección a aquella vieja, señalandola. ¿Apostaría su vida en que ninguno de ellos le hubiese procurado mal alguno?
Escuchó atentamente las intervenciones de los demás, la urgéncia que se había dibujado con anterioridad en sus gestos había desaparecido, como si aquello fuese solo un ocioso juego con el que pasar las horas.
En su mente no pudo más que enlazar un comentario de Margarett

Cita:

Todos sabemos que este estaba herido. De gravedad. Puedo incluso pensar que su muerte se produjo con anterioridad y que su cuerpo fue llevado a las cocinas, donde se organizó tan macabro espectáculo

con la increible revelación que había hecho Aengus.

Cita:

Alguien les había mandado salir a toda prisa. ¿Sabe quien? Si, están pensando en la persona correcta. ¡NUESTRO CONDE, EL MISMISIMO JAMES!

Sin darse cuenta Alexander oprimió un poco el brazo -por suerte el bueno- de Margarett.
1-Su tío había intentado salvarle la vida cuando él había intentado matarlo.
2-Por lo que creía haber entendido de Allan cuando volvió a la mesa se había reescrito el Testamento.
3-Esto indicaba que su tío estaba realmente mal, apunto de morir por la herida que el propio Alexander le había inflingido.
4-Si eso hubiese sido así hubieran encerrado a Alexander. El cadaver quemado de su tío por un tercero le liberaba a él de toda carga o culpa legal. Era como limpiar dinero.

Multitud de dudas y preguntas le asaltaban. ¿Habría su tio ordenado a alguno de sus propios lacayos que acabasen por el para exculparle a él totalmente? Si no el asesino le había hecho un favor quemando a su tío, un favor que seguramente no llegaría a disfrutar fuera de aquella mansión si no iba con pies de plomo.

Deberiamos pues llamar al muchacho y hacerle unas preguntas. Espero que nuestro asesino no le viera hablando con él. Aunque si aquel joven estaba fuera de aquel salón, quizás ya estuviese muerto.

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10/06/2010, 13:59
Alexander Duff
Sólo para el director

En su interior la úlcera seguía atravesandolo de dolor como una lanza, pero Alexander sabía que si no racionaba sus medicinas y estas se le acababan, el mismo sería su propio verdugo.

Alexander aguanta, eres un Duff. Debes de mostrate fuerte.

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10/06/2010, 18:57
William McDonald

Aún sentado y en la misma posición en que había sorbido apenas el agua de la copa, William escuchaba los diálogos, frenéticos algunos, que se desgranaban a uno u otro lado de la mesa del comedor. Sin embargo seguía con los ojos clavados en el mantel, pensativo.

Pensando, sí, trayendo a su mente embotada los recuerdos, y tratando de ponerlos en orden. De atar uno tras otro los cabos que habían ido apareciendo durante el drama que estaba teniendo lugar... porque no había terminado.

-No ha sido sólo un muchacho, Alexander. Al parecer todo el mundo en las cocinas ha sabido que el Conde quería estar solo. El mayordomo, Bothan, nos lo ha dicho personalmente: él mismo vio llegar al Conde a las cocinas. Así nos lo ha asegurado. Dice que vino solo, apoyado en un bastón, pero sin la ayuda de ninguna otra persona. Que les pidió que salieran y que naturalmente lo obedecieron. Aguardaron en el pasillo, hasta que empezó a salir humo. Esas han sido sus palabras.Y no llevaba cadenas, se lo hemos preguntado.

Hablaba con voz medida, fría. Había recobrado su compostura, y ahora, como el que más, necesitaba resolver el macabro misterio. Porque no sentía en su fuero interno la muerte del hombre que le había hundido cada segundo de su vida, pero sí que hubiera pagado por ella un joven inocente. Y que, quizá, aún pagaran otros. No, si estaba en su mano, no se detendría hasta dar con la respuesta.

-Si me preguntan, debo decir que no me extrañaría nada que el propio Conde hubiera orquestado de algún modo todo esto. -Levantó una mano, deteniendo alguna posible objeción antes de que hubiera ninguna. Prosiguió- Pero se le escapó de las manos. Hay que ir levantando cada piedra del camino, hasta dar con la víbora, o el escorpión, que lanzó su ponzoña. Creo que el Conde había quedado con su asesino en las cocinas, ¿por qué allí...? No lo sé. Resolvió sus asuntos legales, verbigratia el testamento del que nos ha hablado el señor Murray, el último, al parecer. Y después, cuando se quedó solo, se levantó, cogió su bastón, y se fue a su cita. Entró solo en las cocinas... y ya no salió de ellas.

Porque, por otro lado, el asesino venía desde el pasadizo de la zona de servicio. Antes lo había vigilado. Había visto cómo salía de sus aposentos, y como el doctor iba a cruzarse en su camino, lo dejó inconsciente. Tomó las cadenas y el candado, y bajó. Y se dirigió a su patíbulo particular, donde su víctima le esperaba, confiada... Pero le sorprendió el joven Bruce, que probablemente se había perdido. O quizá topó con él después de lo sucedido, es lo mismo. Y, no pudiendo permitirse ser identificado, le mató. Con absoluta sangre fría... 

William sabía que diciendo esto estaba firmando una sentencia de muerte más, la suya. Pero aunque el precio era desorbitado, sentía que la verdad tenía que salir, tenía que brotar de allí. Y no podía permitir que el asesino quedara impune... aunque eso representara ponerse en el punto de mira...

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15/06/2010, 22:20
Margarett Heisell

La seriedad de las soprendentes declaraciones de Aengus Rosston, la gravedad de lo tratado, unidas a una férrea educación evitaron que margarett sonriera ante la teatralidad en que el pintor les hizo llegar cuanto sabía. Poco a poco la información se iba desgranando, con cautela, perezosa, casi con renuencia, como si nadie quisiera ceder su parcela de saber. Pero Margarett era consciente de que la imagen final solo podría vislumbrarse cuando todas las piezas del puzzle estuvieran a disposición de los presentes.

Por ello guardó un prudente silencio, reprimiendo su deseo de preguntar a unos y otros, de exigir los detalles que tan celosamente guardaban en su propio perjuicio. Escuchó a Alexander Duff, cuyo fogoso carácter volvió a brillar. Y a William McDonald, cuya fría voz se arrastró como una víbora sobre los oídos de todos, revelando más de lo que Aengus Rosston ya había hecho.

Pero en medio de aquel panorama, algo destacaba especialmente a los ojos de Margarett Heisell. El silencio de las tres mujeres y, muy especialmente, el silencio de la anciana. Su frialdad, su aparente pasividad, era más elocuente que cualquier palabra. Mas estas no tardarían en llegar y cuando eso ocurriera, la tormenta se abatiría sobre las cabezas de los allí presentes. Margarett se llevó a los labios la copa de jerez, deseando que amortiguara un tanto sus sentidos. Su palpitante brazo era un constante recuerdo de lo ocurrido y un signo de que estaba viva. Por dentro, un intenso fuego de desolación crepitaba alimentado por un viento huracanado de rabia. Aún le costaba creer lo que en aquel comedor se había dicho. Que James hubiera llegado por su propio pie a las cocinas. De algún modo, él era una víctima más.

- Doctor Mckenzie, las declaraciones tanto del señor Roston como del señor MacDonalds son, sin duda, estremecedoras - dijo con un tono suave y grave -. Usted atendió a Sir James de sus graves heridas tras el... incidente del Salón de Lectura. ¿Cree posible que en su estado hubiera podido llegar sin ayuda hasta las cocinas? Se me hace tan sorprendente, por no decir que inaudito. Pero incluso si así hubiera sido, señor MacDonalds - dijo dirigiéndose al caballero escocés, hacia el que volvió su cabeza -, me niego a creer en orquestaciones, ni nada parecido. El Conde fue encadenado y cremado - dijo y su voz falló por un instante -. Ha sido asesinado. Al igual que el joven señor Keenan, que Dios lo acoja en su seno.

 

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16/06/2010, 09:12
Allan Murray

La situación se volvía cada vez más inaudita. Allan veía impotente como cada frase de los que habían permanecido en las cocinas, aquellos a quienes había abandonado para salir corriendo tras avistar al abogado y al notario, se transformaba en una nueva aguja. Agujas, o espadas, clavándose en todos y sobre todo en él, un pobre muñeco de paja demasiado aturdido para esquivar, y demasiado inútil para defenderse. Eran estocadas, provenían de todas partes, y eran como miles de pequeños empujones llevándolo cada vez más al borde el abismo. Una vez que cayera en él, en aquella oscuridad que veía tan cercana a sus ojos, habría abandonado la cordura.

Se forzó a encausarse. Un esfuerzo que le costó un rato de silencio, que de puertas afuera se vio pasar como de fría reflexión.

Cuando el señor Buchanan y el señor MacArthur nos alcanzaron en el patio, llegaron corriendo - dijo, con voz neutra - Venían del despacho del Conde, donde al salir se encontraron con el doctor que iba en esa dirección - miró a los aludidos, no buscando confirmación, si no intentando orientar el torbellino de sensaciones y recuerdos superpuestos que tenía en la mente - Si no se detuvieron en otra cosa, y bajaron las escaleras más próximas en dirección al patio, desde donde emprendieron la carrera hasta la puerta y luego a patio traviesa, no les debe haber llevado más de unos pocos minutos. Dos hombres con todo su potencial físico, intacto. Ignoro si para llegar a las cocinas el camino es más corto que para la puerta del patio, pero un hombre apoyado en un bastón bajando escaleras en soledad, desplazándose por los pasillos, difícilmente tardaría menos del doble de tiempo.

Allan miró a William y a Aengus, y luego a los demás.

- El doctor sufrió el golpe antes de alcanzar las puertas del despacho, casi inmediatamente luego de saludar al señor Buchanan y al señor MacArthur. Ninguno de ellos le dijo que el Conde no estaba en su despacho o su habitación, lo que hace suponer que el Conde, cuando ellos se fueron, aparentemente seguía allí. Y hubo un margen muy reducido de minutos entre ese encuentro y que ambos alcanzaran el patio - Allan hizo una pausa - A menos que haya un camino directo, es imposible que lo haya hecho solo.

Negó. Lo hizo con firmeza, pero dentro suyo, el terror había comenzado a poseerlo de nuevo ante un repentino pensamiento

- Los tiempos no coinciden.