Partida Rol por web

 La lluvia había estado sobre los terrenos de la mansión por tanto tiempo que tus oídos se habían acostumbrado al constante  murmullo de las gotas en la tierra y en el techo de la casa. Tan cómodo estabas ya en ese ambiente que los hachazos te tomaron por sorpresa.

 El abogado te miró con sorpresa cuando le preguntaste qué podría ser aquello.

- Bien, puede ser algún peón que todavía siga en la propiedad...- contestó, pensativo- Aunque es un poco raro, no creo que haya quedado nadie aquí excepto el ama de llaves. 

Caminó hasta la ventana más cercana para hechar un vistazo pero no logró ver nada.

- ¿Quién podría ser?

Gonzalo, intrigado, comenta...

Espere un momento...

Tras esto va hasta la puerta y mira al exterior sin llegar a asomarse al exterior para no mojarse...

¿Hay alguien ahí?

 Al salir al exterior parte de la cortina de lluvia te empapa la ropa. El agua es fría, nadie en su sano juicio trabajaría a la intemperie con tan alto riesgo de contraer un resfrío.

 A primera vista no ves nada, la lluvia y la leve cortina de niebla que pasea entre los árboles de los alrededores no deja ver con claridad. Aún así, crees distinguir la silueta de un hombre caminando hacia la espesura, alejándose de la casa. El hallazgo no dura ni dos segundos. En un instante no distingues nada allí.

Aquello, unido a su horriblemente vívida y aún reciente pesadilla, dio muy mala espina a Gonzalo. ¿Un peón? ¿Con esta lluvia? Sin dejar de mirar a los campos, ocultos por la gruesa lluvia, preguntó al abogado:

-Señor Palieri, ¿qué es de los peones? -Retrocedió, cerró la puerta, se dio la vuelta y comenzó a caminar de vuelta al estudio.- Quiero decir: tras el fallecimiento de mi tío, ¿han seguido trabajando los campos?

- Sí, por supuesto. Estos peones encuentran el trabajo materia de orgullo. Sólo lo dejarían en caso de necesitar mudarse a otros sitios lejanos.

 El abogado parece no darle mucha importancia al asunto aunque también se arrima a la puerta para mirar en la misma dirección.

Gonzalo se detuvo y se quedó callado unos instantes, mirando al abogado. El abogado se detuvo con él.

-Hm... Ya. -dijo finalmente: no era la respuesta que esperaba. Trató de ser más exacto-. Pero me refiero a si... ¿Quién les sigue pagando? ¿O trabajan gratis?

A la espera de la respuesta, reanudó el camino de vuelta a la sala de estar, donde había dejado los papeles. Dejando a un lado nuevas circunstancias e informaciones que pudieran presentársele en adelante, Gonzalo ya había decidido aceptar la última voluntad del tío Gustavo. Él no estaba particularmente interesado en los bienes materiales, pero existían muchas alternativas a quedarse aquella finca y sus terrenos: dárselos a sus primos maternos (que no eran parientes de Gustavo, su tío por parte de padre), venderlos, alquilarlos... Y ahora acababa de conocer a la señorita Marcial, más unida a la casa que ninguno de sus parientes vivos. No sería capaz de arrancarla de aquí... Es su hogar más que el de nadie más. Ya pensaría en todo aquello más adelante.

- De eso, justamente, quería hablarle. Le parecerá tan extraño extraño como a mí: Su tío dejó, junto a los papeles en perfecto orden, el pago de cinco años para todos los peones que trabajan aquí. Estos papeles lo confirman, mire.

 Palieri te alcanza un montón de papeles firmados por muchas personas, entre ellas la firma de tu tío. Todo parece coincidir con lo que dice, no hay nada extraño en los documentos.

¿Pero qué dice? -preguntó Gonzalo soprendido, sentándose en el sillón de la sala donde había dejado los papeles-. ¿Cinco años? ¿A todos? ¡Imposible!

Comenzó a rebuscar en los documentos la información, pero pronto se dio cuenta de que probablemente no sería algo que pondría en el testamento, y dejó que su vista se perdiera en la nada, mientras pensaba. ¿Cinco años de paga? ¿De veras era tan rico? ¿Y por qué haría una cosa así? Porque está claro que el testamento se hace con tiempo si la muerte no le pilla a uno por sorpresa; pero, ¿adelantar CINCO AÑOS de paga...? ¡Es absurdo! No entendía qué había movido a su tío a actuar así.

-Es increíble... -dijo el sacerdote pensativo-. ¿Tiene usted idea de por qué lo pudo hacer? -preguntó, pero rápidamente se corrigió-. No, claro que no, me lo acaba de decir... -Se levantó.- Vayamos a buscar a la señorita Marcial. Quizás ella lo sepa.

Y salió de la sala, dirección a la cocina, con los papeles en la mano.

Gonzalo encontró a Graciela en la cocina, enfrascada en sus tareas. El sacerdote cruzó la puerta.

-Señorita Marcial -dijo mientras se apoyaba con el culo y una mano en el borde de la encimera más próxima a la puerta, las piernas cruzadas-, el señor Palieri me ha dicho que mi tío dejó acordados cinco años de paga para los peones. ¿Es eso cierto? ¿Qué sabe de ello? -El estómago le protestó. Se fijó en un cuenco con frutas*. Con un gesto de la mano preguntó.- Disculpe, ¿puedo...?

 Graciela se ríe al ver que no esperas su respuesta para llevarte la fruta a la boca y que tu descuidado mordiscón no hace más que atravesar el fruto hasta llegar a la resistente semilla que produce un escalofrío por tu mandíbula y una ligera sensación de dolor en tus encías-

 - Pues mucho no sé sobre eso. Su tío se comportaba muy extraño antes de...bueno, usted sabe. Antes conversaba conmigo mientras tomábamos unos mates y me contaba muchas cosas sobre sus viajes y las historias que leía o encontraba por ahí pero cuando empezó a encerrarse en el estudio y pasar días enteros sin comer ni dormir empecé a preocuparme. Fue inútil intentar hacerlo entrar en razón porque no escuchó nada de lo que le decía. Al final tuvo mucha fiebre y noches de delirio que se repitieron sin cesar hasta que le llegó su hora.

El ama de llave baja la mirada al terminar de hablar. Notas mucha tristeza pues la pérdida todavía le afecta.

 - Supongo que sabía lo que le ocurriría y preparó todo esto mucho antes de dejarnos. Talvez mientras estaba encerrado leyendo o en uno de sus viajes.

Con la mandíbula dolorida y masticando la ácida fruta, Gonzalo escuchó con atención lo que le decía Graciela.

-Qué raro... -dijo pensativo cuando esta terminó, aún masticando un poco de fruta. Tragó y continuó-. ¿Pero por qué pagar cinco años? ¿Le tenía tanto apreció a los jornaleros que quería asegurar su futuro, fuese quien fuese el que heredara las tierras? Además... -pensó unos segundos, mirando al abogado distraidamente-. ¿Por qué pensar en la muerte con la edad que tenía joven? -preguntó volviendo a mirar a Graciela-. No era tan viejo... ¿Qué tendría: sesenta, sesenta y cinco años? -Nunca había sabido la edad de su tío, pero no lo recordaba mucho mayor que su propio padre, que por entonces se acercaba a los cincuenta y cinco años.- Lo que hace que me pregunte una cosa: el señor Palieri... -Y señaló al abogado que atendía con curiosidad a la conversación.- ...me dijo por teléfono que el tío Gustavo había muerto de muerte natural, pero usted dice que tuvo fiebres y delirios... Disculpe que le pregunte abiertamente, Graciela -añadió Gonzalo con amabilidad-, porque sé que para usted es más duro que para mí, pero fiebre y delirios son síntomas muy poco corrientes... -Hizo una última pausa, para enfatizar la importancia de la pregunta.- ¿Tenía mi tío alguna enfermedad de la que no esté informado?

A Gonzalo no se le había escapado lo que había dicho aquella mujer sobre la extraña última época de su tío: encerrado sin explicación en su estudio, días enteros sin comer ni dormir... Quería preguntarle más a la señorita Marcial, pero no quería atosigarla, y había tiempo para todo.

 Hablar del asunto, en efecto, parece irritarla. Aún así se contiene e intenta mantener la calma al hablar.

- Para nosotros, ésas enfermedades causan la muerte y por eso son consideradas naturales. La verdad es que su tío mostraba mucho afecto por los peones que trabajan todavía aquí. Él no necesitaba estas tierras, no vivía de ellas. Las mantenía sólo porque eso nos brinda una oportunidad para trabajar y vivir con dignidad.

La reacción de Graciela fue algo inesperada: Gonzalo esperaba que la mujer se entristeciese, pero no que se enfadase. Abrió mucho los ojos. ¿La he molestado tanto?

-Discúlpeme, por favor... -dijo arrepentido, entrecortadamente-. No pretendía molestarla de esa manera. Veo que mi tío era un buen hombre.

Un muy buen hombre, pensó gratamente sorprendido, con la vista en su mano que sostenía la semilla del quinoto. Después de unos segundos, pareció llegar a una conclusión y cruzó la cocina hasta el cubo de la basura, donde tiró la semilla.

-Y no se preocupe -añadió mientras se lavaba las manos en el fregadero-: no sé en qué medida podría tener yo potestad para contrariar la última voluntad de mi tío, pero ni lo intentaré. -Se giró, secándose las manos con un trapo limpio.- Por lo que a mí respecta, haré lo posible para que usted y los peones puedan seguir viviendo como hasta ahora, en las tierras.

Ya le preguntaré a la hora de comer sobre los estudios de mi tío. No parece que ahora sea un buen momento. Giró la vista hacia el abogado, que permanecía en la puerta.

-Muy bien, señor Palieri: firmemos esos papeles.

 No pasa mucho tiempo cuando el papeleo ya está listo. El abogado comienza a charlar de temas azarosos, sin sentido a la ocasión. Durante el almuerzo notan que la lluvia se detiene y un suave viento fresco sopla llevándose la humedad y dejando que las aves de los alrededores vuelvan a volar de un árbol a otro.

 El abogado se retira a dormir una muy merecida siesta y el ama de llaves levanta la vajilla con impresionante agilidad. Luego se marcha a lavar los platos en la cocina.

Mientras el abogado dormía, el padre Gonzalo decidió acompañara a la señorita Marcial a la cocina, para ayudarla a lavar la loza. Después de una desenfadada discusión, el sacerdote consiguió que la santiagueña le dejara colaborar secando los platos, así que se arremangó su clériman (le gustaba vestir "de uniforme", y había dejado la chaqueta en el comedor) y se puso al lado de la mujer "armado" con un trapo.

-Disculpa por lo de antes... -dijo en tono de disculpa-. No pretendía hacerla sentir mal de ninguna manera -añadió al tiempo que secaba el primer plato-, y tampoco poner en duda la bondad de mi tío, su lealtad hacia él o la profesionalidad del señor Palieri... Simplemente, me resultó extraño lo que me contaron sobre fiebres, delirios, noches sin dormir... -Dejó el plato a un lado y tomó otro de la pila de platos recién lavados.- Hablando de eso: ¿por qué cree que se obsesionó tanto hacia el final...?

 Graciela aceptó con ambilidad tus disculpas y luego de tanto insistir se resignó a recibir tu ayuda.

- Sus últimos días era capaz de levantarse y aferrarse a cualquiera gritando que algo lo perseguía. Incluso con la fiebre que tenía caminaba hasta las escaleras. Una vez casi se cae...si no hubiese llegado a tiempo uno de los peones ése habría sido su final.

Gonzalo recordó con un escalofrío su aún reciente pesadilla. Es extraño cómo son los sueños, reflexionó: cuando son ensoñaciones placenteras o neutras, rápidamente los olvidamos y pronto ya no retenemos nada; pero cuando son visiones terroríficas, se nos quedan grabadas a fuego. El sacerdote recordaba con bastante claridad el horror de la noche...

De repente, se percató de lo que acababa de oir: que su tío deliraba sobre "algo" que le perseguía. ¿Algo? ¿Qué? Los ojos amarillos se le aparecieron horriblemente nítidos en su memoria. Se estremeció. ¿Los episodios extraños empezaban a acumularse? La pesadilla, el leñador misterioso a semejanza de la historia de su tío, los delirios de su tío...

Intentando quitarse esos absurdos pensamientos profundizando en la realidad, la tranquilizadora y ordinaria realidad, preguntó, sin reproche:

-¿Y no pensaron en llamar a un médico? ¿Un psicólogo, un psiquiatra? La verdad -añadió-, suena como si mi tío estuviese padeciendo algún tipo de trastorno mental... -Dudó.- No sé: ¿tal vez demencia senil?

- Sí, llamamos al médico del pueblo pero esos delirios eran causados por la fiebre, según él. Revisamos el historial familiar y no encontramos ningún indicio de demencia ni nada que pudiese causar algo así.