Partida Rol por web

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El guardia contempla el Sello con una mirada de sorpresa y consternación. Sin decir palabra, avisa al capitán de la guardia del puerto. El capitán escucha con atención lo que le dices sobre la guerra en Sommerlund y sobre tu urgente misión.

—¡Extendedle inmediatamente un salvoconducto rojo! —ordena—. ¡Máxima prioridad!

El soldado te saluda y te permite entrar por la Puerta Roja. Caminas por una plaza abierta, iluminada por las altas farolas que bordean el muelle. Para tu alivio, ves las columnas de mármol del consulado de Sommerlund y sobre él la familiar bandera con el sol de tu país ondeando al viento fresco de la noche.

Cuando subes las escaleras de piedra, eres reconocido por los guardias de servicio en la puerta principal. Desaparecen en el interior y vuelven en seguida acompañados por un oficial alto y con el pelo gris. Su expresión de inquietud pronto se torna en una sonrisa de alegría al reconocer tu verde jubón y tu andrajosa capa del Kai.

—¡Ésto es más de lo que habíamos esperado! Gracias a los dioses está vivo, Señor del Kai. Las escasas noticias que nos han llegado desde el oeste nos habían causado gran alarma.

Te invita a entrar y eres conducido inmediatamente ante el cónsul de Sommerlund, el lugarteniente lord Rhygar.

—Soy el lugarteniente Rhynar. Encantado de conocerle, Lobo Solitario.

Tu primer encuentro con el lugarteniente lord Rhygar ha sido para ti una enorme sorpresa. Habías esperado encontrarte con un viejo servil, como lo son muchos de los cónsules de los países meridionales que infestan con sus delegaciones la corte de tu Rey. El hombre provisto de una pesada cota de malla que tienes delante no es ni viejo ni servil. Pronto compruebas que el lugarteniente lord Rhygar es un hombre excepcional.

—Nací de padre sommerlundés y madre durenesa, llegué a ser un héroe legendario en esa ciudad. En la última década he mandado a los ejércitos de las naciones aliadas, logrando varias victorias sobre los bárbaros de las heladas tierras de Kalte. Prudente en la paz, valeroso en la guerra, le acompañé en su búsqueda de la Sommerswerd, la Espada del Sol.

Rhygar ordena que se te sirva un suntuoso banquete. Es con mucho la mejor comida que has probado desde que estalló la guerra. Durante el festín recuerdas los acontecimientos que te han llevado a Port Bax y reflexionas sobre el tremendo reto que aún te espera. Después de la comida, Rhygar hace llamar a su médico, el cual te cura las heridas.

—Llegó el momento de dormir, pues a la mañana siguiente deberemos salir hacia Hammerdal.

Al día siguiente, por la mañana temprano, eres conducido a un jardín interior situado en la parte posterior del consulado, donde ya te esperan montados a caballo Rhygar y tres de sus mejores soldados.

—Serán nuestros guardaespaldas y guías en el camino de 230 millas que aún te separa de Hammerdal.

Las calles de Port Bax están comenzando a cobrar vida mientras atraviesas cabalgando la ciudad. Al cruzar la puerta de las mohosas murallas, confías en coronar con éxito tu misión.

Durante tres días y tres noches habéis seguido el camino real que, paralelo al río Durenor, conduce a la capital. El valle es una ancha franja de tierras cultivadas que asciende hacia las montañas de Hammerdal, una de las cordilleras más elevadas de todo Magnamund.

Es la mañana del día decimocuarto de tu expedición, cuando seis hombres encapotados aparecen en vuestro campamento. El lugarteniente lord Rhygar es el primero en desenvainar su espada.

—¡Explicad vuestro enfrentamiento, hombres bandidos! —exclama con voz autoritaria. Como respuesta, los hombres empuñan también sus negras espadas—. ¡Preparos para el combate!

Los extraños encapotados avanzan contra ti.

Recelo mucho, muchísimo, cuando el joven guardia llama a su capitán. Con menos ya me han tendido trampas los esbirros de los Señores de la Oscuridad. Pero no, su superior aparece, dispuesto a escucharme.

Soy un monje del Kai. El último monje del Kai. Los Señores de la Oscuridad han vuelto, y tienen a Sommerlund bajo asedio. Esto, digo, mostrando el Sello uno vez más, es lo único que puede salvarnos a todos. Es la guerra.

Como si mis palabras obrarán magia, me dan un papelajo rojo y me llevan a la embajada. Tras relatar de nuevo lo sucedido, todo se pone en marcha. Suspiro aliviado. Por fin unos aliados en estas tierras lejanas.

Gracias lord Rhygar, nuestro pueblo necesita de hombres como usted. Es la hora de que aquellos llamados a ser héroes, den un paso al frente o caigan en el olvido.

Nuestra conversación sigue en el banquete. ¡Qué alegría tratar con alguien afín! ¡Que alegría comer y beber bien! Es reparador. Y el sueño en calma, reconfortante.

A la mañana siguiente, partimos al alba con escolta. Estoy orgulloso... ya es más que lo que me dió nuestro rey, pues le pedí hombres valerosos. Bien cierto que puso a mi servicio un navío, pero... ¡desgracia tras desgracia! Prefiero guardarme estos pensamientos para mí.

Caballeros, Sommerlund tiene sus esperanzas puestas en nosotros. No habéis vivido misión más crucial para el destino de nuestro reino. Me honra vuestro coraje.

Así, comienza un frenético viaje a caballo. Día y noche. Hasta que...

¡Sucios bandidos! Exclamo desenvainando mi arma, mientras 6 encapuchados nos rodean. Bandidos o... enviados por los Señores se la Oscuridad... O... Algo en ellos me hace dudar, y prestar atención a los detalles, antes de que comience el combate.

Sexto Sentido

Son Helghast, crueles capitanes del ejército de los Señores de la Oscuridad. Han sido enviados desde la ciudad de Helgedad en misión asesina. Tienen la facultad de adoptar apariencia humana y son inmunes a las armas normales y al Ataque Psíquico.

Te vuelves para lanzar un grito de aviso a Rhygar mientras corres a refugiarte en el bosque.

El bosque está cortado por una escarpada pendiente en el borde de vuestro campamento y en tu precipitada huida tropiezas y caes de bruces entre los árboles.

Quedas tendido boca abajo en una maraña de espesos helechos. El choque de las espadas y los gritos horribles de los Helghasts resuenan en el bosque a tu alrededor. Te encuentras aturdido y no puedes moverte hasta que una mano te agarra del brazo y te levanta. Es Rhygar. Tiene la cara ensangrentada y su armadura está abollada y chamuscada.

—Debemos escapar de esos demonios, Lobo Solitario. Contra ellos de nada sirven la fuerza y las armas.

Vislumbras las siluetas de seis Helghasts en el camino forestal que pasa por encima del lugar donde estáis Rhygar y tú. Permanecen absortos en la matanza de los hombres de Rhygar y no advierten cómo vosotros huís al amparo del bosque de la ladera.

Durante seis horas corréis sin descansar. Los Helghasts van por el camino real y os veis obligados a atravesar las estribaciones abruptas y cubiertas de árboles para evitar el riesgo de ser capturados. Muchas veces sientes que ya no puedes seguir adelante, pues el dolor y la fatiga son insoportables. Pero cada vez que desfalleces, eres reanimado por Rhygar. Te maravillas de su resistencia, ya que no es ningún joven y lleva la pesada armadura de los caballeros de Sommerlund.

Al caer la noche, llegáis a la entrada del Tarnalin, el túnel occidental que atraviesa las montañas de Hammerdal.

—Allí —señala—. Los tres túneles de Durenor fueron excavados durante la Edad de la Luna Negra y cada uno de ellos tiene una longitud de más de cuarenta millas y pasa a través del enorme círculo de la cordillera de Hammerdal hasta la capital. Son las únicas vías de acceso a la ciudad.

Rhygar se sienta a tu lado y saca pan y comida de su mochila.

—Come algo, Lobo Solitario. Debes reponer fuerzas para el viaje a Hammerdal, pues desde aquí debes aventurarte solo a través del Tarnalin. Yo me quedaré aquí y detendré al enemigo mientras pueda combatir. No discutas. El éxito de tu misión es lo único que importa.

¡Huid insensatos! Grito a mi escolta en cuanto reconozco a nuestros atacantes. Helghasts. La guardia de élite de los Señores de la Oscuridad. Sin armas mágicas, no hay nada que hacer.

Pero sólo Rhygar logra seguirme hacia el bosque. Los otros... ¡se quedan en el combate! ¡Están dispuestos a morir por mí! ¡Por mi misión! ¡Por nuestro mundo! El corazón se me llena de pena y esperanza: en este terrible viaje estoy descubriendo no sólo peligros y enemigos, si no multitud de buenas gentes dispuestos a dar su vida por aquello que creen bueno. Más allá del honor, el deber o la codicia. Cargo muchas vidas a mi espalda... y muchas muertes.

No desaprovecho el valiosísimo tiempo que estos caballeros me regalan. Rhygar y yo escapamos. Ellos no.

Al caer la noche, el lord y yo honramos su memoria. Seguimos nuestro viaje solos, como furtivos. Hasta llegar a los túneles.

No digas eso, mi lord. Entiendo que debo seguir solo, pero no mueras en vano. Te necesito a mi vuelta. A tí, y a tantos hombres y mujeres como tú puedas encontrar. No guardes el túnel, ni mi regreso. Busca aliados.

En el fondo, dudo mucho de que me vaya a hacer caso. Me despido cordialmente de él, y entro por el túnel más próximo.

Rhygar asintió con la cabeza, entendiendo claramente tus instrucciones. Sabía que la situación era peligrosa y que necesitaban actuar con rapidez si querían tener alguna posibilidad de escapar con vida.

"Sobrevive, Lobo Solitario" —pensó Rhygar para sí mismo mientras corría hacia el túnel—. "Debo encontrar una manera de ayudarlo".

Te despides de Rhygar y penetras en el Tarnalin.

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Con más de cien pies de alto y de ancho, el túnel recorre la parte más lejana de la cordillera de Hammerdal hasta llegar a la capital. Está iluminado por antorchas a lo largo de todo su trazado. Esta ruta a través de las montañas suele estar muy concurrida con el tráfico de mercaderes que van y vienen de Port Bax, pero ahora la entrada y el interior están desiertos a excepción de una carreta de frutas volcada. Al internarte en el túnel, una duda te acomete. ¿Habrán llegado allí los Helghasts antes que tú?

Después de una media hora de caminata, divisas una extraña criatura encima de un carro que va por la calzada delante de ti. La criatura tiene unos dos pies de altura y parece una gigantesca rata de los pantanos. Supones que será una especie de roedor que habita en el túnel hasta que adviertes que lleva una magnífica casaca de retazos de piel y lo que parece ser una lanza. Al acercarte más, la criatura se vuelve de repente, husmea el aire con su hocico poblado de bigotes y sus ojos de un negro brillante avizoran la oscuridad. Al verte, se escabulle entre las sombras de un túnel más pequeño que sale a tu izquierda.

El túnel oscuro invita a pensamientos sombríos. Cuanto más avanzo, más siento que me adentro en mí mismo. En mi pena, mi dolor y mis miedos. Revivo una y otra vez mi último día en el Kai. Preguntándome "¿Y si ...? ¿O si...? ¿Pero si...?" Busco una respuesta imposible, la que hubiese salvado a mis hermanos y hermanas. Estoy aquí por pura suerte.

También repaso mis otras decisiones desde entonces. ¿Seguiría vivo si hubiese hecho otras cosas? ¿Dicho otras palabras? ¿Tomado otros caminos? Yo no, desde luego. Pero otros sí. Quién sabe.

En esto voy, cuando un hombre-rata se escabulle. Le habré asustado. Normal. Yo también me estoy asustando a mí mismo.

Enfrascado en mi miseria, sigue el túnel, buscando una salida a todo. 

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Después de caminar durante otra media hora por el túnel desierto, éste se divide en dos. Algo te dice, tu Sexto Sentido, que tomes el camino que tomes encontrarás el mismo destino. Un infortunio destino. No puedes regresar atrás, será peor encontrarse con esos Helghast.

Caminando llegas hasta una diligencia de pasajeros, parecida a las que se utilizan en la ruta costera de Ragadorn. Los caballos ya han sido desenganchados y el carruaje parece estar vacío. Sin embargo, al acercarte a ella, notas que debajo del vehículo hay tres cuerpos de soldados, tendidos en el suelo y cubiertos de sangre.

La presencia de la diligencia parece ser siniestra y maligna.

Un sentimiento de pánico hace que te caigas al suelo y tu capa queda destrozada en el proceso. Cuando te alejas de la diligencia, escuchas un ruido detrás de ti. Al voltear, examinas las paredes y el techo del túnel en el que te encuentras, pero no ves nada en la oscuridad. De repente, un grito resuena en la oscuridad, haciéndote estremecer.

Al mirar hacia arriba, ves los ojos incandescentes de un Helghast.

La criatura se lanza hacia ti y trata de estrangularte con sus garras negras.

¡Mierda! Salto a un lado como puedo, casi me atrapa. No puedo hacer nada contra él. Ni mis armas ni mis habilidades le dañarían. Sólo un arma mágica. Que no tengo.

Así que sólo puedo huir. Huir lo más rápido que pueda por este túnel interminable. Sin ayuda. En verdad... estoy más muerto que vivo ya. Pero no me rindo.

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Huyes indefenso esperando un rayo consolador ante las inevitables garras del Helghast. Cuando sus pinchos rasgan tu capa, tropiezas por el húmedo suelo.

Agarras el mango de tu arma y te das la vuelta, enfrentándote a tu destino cruel. Para tu sorpresa, el Helghast ha desaparecido y el carromato seguía tan vacío como antes. Tan solo los cuerpos de aquellos muertos asomaban en su interior.

Despejas tu frente sudorosa, sin entender lo que sucede. Debe ser el cansando o que los muros de Tarnalin favorecen las alucinaciones. Te levantas con cuidado y continúas tu camino. 

Impaciente por abandonar ese lugar, echas a correr por el túnel lo más deprisa que te permiten tus fuerzas

Has recorrido casi tres millas cuando ves a lo lejos un grupo de carromatos que han sido dispuestos a manera de barricada a través del camino. Soldados de uniforme rojo están apostados sobre los techos de los carromatos y un gran gentío se ha congregado detrás de ellos. Oyes el eco de sus comentarios excitados resonando en el túnel.

—Todavía se escucha el eco monstruoso. Sé que venía de esa dirección. Allí se encuentran los monstruos y tarde o temprano vendrán a devorarnos... Son cambiaformas, nunca te fíes de lo que ves... —susurran desconfiados de cualquier movimiento.

Cuando te acercas se hace un repentino silencio y todos los ojos se clavan en ti. Un destacamento de diez soldados, al mando de un caballero en cuyo escudo figura el blasón real de Durenor, avanzan decididos en tu dirección. Esta vez parece que es real, son hombres armados avanzando hacia ti.

Corro por mi vida. Noto al Helgast tras de mí. Su ira, su odio, su mal. Una garra me alcanza, y tropiezo. Ruedo por el suelo. Estoy perdido. Desenvaino y... no está. ¿Cómo que no está?

Miró nervioso en todas direcciones. Escruto la oscuridad. Nada ¿Pero qué demonios? ¿Qué magia es esta? 

Un sudor frío recorre mi cuerpo. El recuerdo del zarpazo. Espero otra emboscada... pero no ocurre. Prudente, sigo a la defensiva. Nada.

Me cuesta relajarme de nuevo. Voy siendo consciente. Ha... ha sido... ¿ha sido una alucinación? ¿Un desvarío?

Retomo mi marcha. Tengo que salir de este túnel mágico asfixiante.

Los soldados y la barricada me sorprende. ¿Otro espejismo? Parecen guardias de Durenor... Saludo desde lejos, por si acaso, mostrando el sello de Hammerdal.

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Los soldados te rodean rápidamente y con gran precaución te despojan de tus pertenencias. El caballero de armadura reluciente avanza hacia ti y levanta la visera de su yelmo.

—¿Quién es usted? ¿Qué le trae al Tarnalin? —pregunta con voz ronca.

Al contarle tu historia, ordena a sus hombres que devuelvan tus pertenencias.

—Disculpe, señor del Kai, soy Lord Axim de Ryme, comandante de la guardia personal del Rey Alin. Esas malignas criaturas que penetraron Tarnalin... acabaron con toda mi tropa, solamente sobrevivimos mis diez soldados y yo al mortal encuentro.

Mientras, te conduce a través de la barricada de carromatos. Al otro lado, en medio del concurrido túnel, espera un coche de caballos al que te ves arrojado.

—Regrese a Hammerdal sin demora, le aconsejo descanso —ordena al cochero y arranca a velocidad suicida.

Tenías un hambre voraz. El camino por los túneles de Tarnalin había sido agotador. Ni tu mochila ni el carromato tenían alimento, pero Lord Axim te permitió compartir el suyo a cambio de coronas auténticas.

Según dice el cochero, tardaréis en llegar a la capital cinco horas. Poco a poco te quedas dormido y sueñas con la Sommerswerd, la Espada del Sol. Te imaginas regresando triunfalmente a Holmgard y rompiendo el cerco a que los Señores de la Oscuridad someten a la capital. ¿Será un presagio de lo que va a suceder?

El decimoquinto día de tu expedición, por la mañana temprano, tus ojos contemplan el asombroso espectáculo de Hammerdal, la ciudad rodeada de montañas. La capital de Durenor, a diferencia de otras ciudades de los Lastlands, no necesita fortificaciones construidas por la mano del hombre. Las cumbres de la cordillera de Hammerdal que la rodean proporcionan a sus habitantes una protección mucho más segura.

El carruaje cruza a toda velocidad los fértiles campos de labor de los alrededores de la capital. Hammerdal cuenta con numerosas torres y anchas calles. Sobre un altozano, en el centro mismo de la ciudad, se alza la Torre del Rey, una magnífica construcción de piedra y cristal.

Cuando el carruaje se detiene ante la puerta de la Torre, comprendes de pronto por primera vez que, al tener que hacerte cargo de la Espada del Sol, tu destino está llamado a formar parte de la antiquísima leyenda de los Lastlands.

El rey Alin IV está solo, sentado en su trono, contemplando sus montañosos dominios a través de una de las numerosas ventanas con cristaleras de colores de su torre abovedada. Cuando lord Axim y tú entráis en la cámara, sois solemnemente anunciados y os inclináis respetuosamente ante Su Majestad. Luego lord Axim retira el Sello de Hammerdal de tu dedo y se acerca al Rey. Durante casi una hora conversan reflejando en sus rostros la gravedad de la situación. Se hace una breve pausa en la que meditan en silencio y de repente el rey Alin se levanta del trono y se dirige a ti por primera vez.

—Los Señores de la Oscuridad se han alzado en armas una vez más y de nuevo Sommerlund acude en busca de nuestra ayuda. Yo había rezado al cielo para que mi reinado fuera recordado como un tiempo de paz y prosperidad, pero mi corazón presentía que las cosas no iban a ser así.

El Rey saca del bolsillo de su blanca túnica una llave y la introduce en un arcón de mármol que hay sobre un estrado en el centro de la cámara. Un ligero murmullo se extiende por el salón cuando la tapa de piedra se abre y aparece la empuñadura de una espada de oro.

—Toma la Espada del Sol, Lobo Solitario. Está escrito que sólo un auténtico hijo de Sommerlund puede extraer el poder que encierra su hoja.

Al agarrar el reluciente puño, una sensación de estremecimiento te recorre el brazo y se transmite a todo tu cuerpo.

Soy Lobo Solitario. Último monje del Kai. Portador del Sello de Hammerdal. Acudo a Durenor para que asista a Sommerlund en la guerra: los Señores de la Oscuridad han vuelto.

De nuevo, la verdad me despeja los caminos. Me organizan una rápida salida del Tarnalin, no sin que antes les encargue ir por lord Rhygar y salvarle. 

La carroza va veloz hasta la capital y, en una rápida sucesión de presentaciones y puertas, me veo ante el rey. Todo ha ocurrido de forma muy parecida a Sommerlund. Aunque este rey está sólo. Extraño.

Le explico mi periplo a su majestad con todos los detalles que me pide. Le ilustro sobre los Señores de la Oscuridad, sus esbirros, sus espías, sus atrocidades y sus planes. Y de los héroes que me han auxiliado en el camino, incluso dando su vida por ello.

Y esto es todo, su Majestad. Sommerlund le necesita. Por mar desde Port Bax llegaremos antes, y evitaremos el desierto y sus peligros.

Pero el rey tiene otros planes. Abre un arcón y me entrega a mí la espada. ¿Seré yo quien deba portarla? La emoción y el honor me embriagan.