Partida Rol por web

- Recuerdo a mis padres, que tenía hermanos, aunque no tengo ya claro cuantos... - se sienta en una silla, cuya madera vieja crepita bajo su peso, pero parece segura como para no acabar de culo contra el suelo - Creo que vine por trabajo aquí... aunque ya no recuerdo para qué, ni a qué me dedicaba. - suena un poco entristecido por ello, pero te mira con sorpresa cuando le haces semejante proposición - ¿A tu cuando? ¿Quieres que vuelva contigo?

Le miro por la cara que pone.

-No te pienses nada raro tampoco, no sé, era solo un suponer. Primero tenemos que matar a ese bicho y luego ya veremos. Que quizás a ti te esté esperando tu familia y eso, a mí solo me espera mi editor con las manos abiertas para que le dé su nuevo best seller- le digo quitando importancia.

- Matar a ese bicho y sobrevivir... Después ya veremos, si...– da una pincelada fatalista Dorian, que parecía más preocupado que tú por lo que teníais encima - Estaríamos mejor con el hornllo encendido, pero el humo de la chimenea se vería desde la casa y eso delataría que estamos aquí... - eso es un cambio de tema, el otro parece incomodarle de verdad.  

Allí hace bastante frío. Las capas que llevas resguardan un poco, pero no son suficientes para aislar por completo, así que no os queda otra que temblar.  

Me siento a su lado para tener algo de calor humano y nos tapo a ambos con lo que pille.

-Anoche el chico encendió el hornillo para mí, pero sabían que estaba aquí durante la noche. Nos tocará darnos calor, no pienses nada raro- advierto pegándome a él.

Hay una cama y hay mantas viajes que puedes usar para tomar abrigo. Te sienas a su lado y él da calor, aunque te mira cuando te pegas y le adviertes que no piense nada raro. Asiente un poco, aludiendo a eso, pero enrojece por momentos. A saber cuanto tiempo hacía que no se le acercaba una mujer aquel muchacho. Así pues, se ruboriza, engarrotándose un poco.

- Ya, todo claro... - dice para que te quedes tranquila y calla, dejando a entrar al silencio que viene con sonidos de la intemperie. El viento, la madera de los tablones de la cabaña crepitando y la tensión.

Cojo unas mantas para taparnos también de paso.

-Tampoco te pongas rojo, no es para tanto...- digo extrañada, que lo mismo el muchacho era virgen. A saber cuándo llegó, que lo mismo era más joven, aunque yo en los ochenta hacía a la gente bastante liberal en esa etapa post-hippie y punk. 

El chico parece alarmarse cuando le dices eso, como si lo incomodara. Se remueve un poco, aunque sin separarse. La situación era la situación, y ante todo hacía frío.

- Ya, ya - dice rápidamente - Si no he dicho nada, me parece bien... - añade, mirando a la nada de la cabaña, que cada vez se sume más y mas en la oscuridad, de la noche cayendo sobre vosotros.

Me pego a él aunque se remueva.

-¿No has estado nunca con una chica?- tengo que preguntar, aunque aumente la incomodidad. No es para tanto, al menos en mi tiempo, hablar de ello. Ahora me encerrarían por casquivana o algo.

Ante esa pregunta indiscreta te tiene que mirar. La penumbra no ayuda a ver muy bien, pero su mirada es evidentemente de sorpresa e interrogación.

- Claro que si, ¿que tiene que ver? No he dicho nada - repite en su réplica.  Preguntas cosas muy raras... - vuelve a mirar a la nada de la cabaña.

Le miro y luego hacia donde mira.

-Bueno, no son raras. En mi tiempo se habla de sexo todo el rato, sale en la tele, las mujeres no se callan cuando quedan... Ya sabes. Bueno, no, no sabes- digo cayendo y niego. -El caso que es normal.

- No importa tampoco... No pasa nada - repite, arropándose algo más con la manta. Es en ese momento que, entre el crepitar de la madera ante el látigo del viento, distinguís claras pisadas avanzadas a través de la capa de nieve que cubre el suelo. Se mueven rápido, son apremiantes y se dirigen hacía la cabaña.

Dorian entra en estado de alerta, sacándose la manta de encima y poniéndose de pie de forma súbita. Te hace una señal de silencio y tras eso, alguien da un par de golpes en la puerta de la cabaña.

No hago ruido cuando Dorian me dice de callarme, pero cuando llaman no puedo sino mirar hacia la puerta. Me encojo de hombros y alzo la voz.

-¿Quién es?- pregunto mirando hacia allá.

Dorian te mira cuando preguntas, lo hace con ojos acusadores. Como si hubiera preferido que no preguntaras nada, por si era alguien no debía estar ahí. Sin embargo, la voz que os llega del otro lado de la puerta corresponde a la de Marius, que parece que llega un poco antes de lo previsto.

- Soy yo... el señor ha salido al pueblo y la casa estará despejad un par de horas - os dice en tono nervioso, mezclándose con el silbido del gélido viento.

Si llamaban para mí era lógico que era alguien que sabía que estábamos ahí. Quizás peco de confiada, o Dorian de precavido. Como sea parece que Marius es el que se encuentra al otro lado.

-¿Podemos ir entonces a la biblioteca a buscar?- digo con cierto tono esperanzador.

Dorian se aproxima a la puerta y la abre, encontrándose con la ya esperada cara de Marcus. Tiene la cara pálida de frío y tensión, decorada por una mejillas sonrosadas fruto de la sangre acumulada en esa zona, tratando de caldear su piel.

El chico asiente un par de veces a tu pregunta.

- Ahora o nunca... - dice, mientras emana vaho de su boca. 

-Vamos- digo a Marius y si sale Dorian salgo tras él. Tampoco me veía encabezando aquella marcha. Me abrazo a mí misma antes de salir afuera, hacía mucho frío. Al respirar puedo ver como el vaho sale de mi boca, muestra de que cada vez hacía más frío y yo no iba vestida apropiadamente.

Dorian sale, seguido por ti y por el joven Marius, que parece más nervioso que vosotros dos juntos. La noche caído por completo y la temperatura se ha vuelto más gélida si cabe. La capa de nieve en el suelo sepulta toda la vegetación que en él crece, y es mas gruesa que antes. A vuestros pasos se antoja esponjosa, crepitando bajo vuestras suelas y uniendo ese sonido al compendio de bandas sonoras que reina en la noche.

Marius acaba encabezando la marcha, sumido en un silencio tenso. Su mirada se pasea, no sin poco pavor, de un lado a otro de los alrededores. Mirando de reojo cada sombra y crujido circundante. Él había visto lo mismo que vosotros, solo que su mente no estaba tan preparada. 

Al fondo, entre la penumbra, la casa Sartorius se recorta contra la titilante luz de la luna. Así a poca luz parece bastante más siniestra, maldita.

Marius se detiene al encontrarse frente al portón de acceso al ala de la servidumbre y ahí os mira, dedicándoos un signo de silencio poniéndose un dedo en los labios. Luego abre la puerta, cuyos goznes emiten un leve y quejumbroso chillido. Ante vosotros, la cocina  bajo la única iluminación de la llama de un par de candelabros. No hay nadie más. Tú la la conoces.

El chico atraviesa el umbral de la puerta y os hace indica que entréis, tras asegurarse que no hay moros en la costa.

Helada y abrazándome a mí misma, voy en la retaguardia de la comitiva. Estaba deseando volver a mi tiempo y comprarme un abrigo de visón, o de cualquier bicho peludo. Me iban a dar igual los puñeteros animalistas mientras no pasara este frío de nuevo, que me calaba hasta los huesos.

Al entrar en la casa asiento al gesto de Marius de guardar silencio y le sigo cuando nos da luz verde para continuar.

Al entrar en la cocina el calor de la casa os arropa de forma inmediata. No era equiparable a una casa moderna con calefacción, pero los gruesos muros caldeados por la chimenea que hacía las veces de horno para cocinar, sube unos grados la temperatura en el interior de la cocina. 

Los maderos que arden en la chimenea crepitan, siendo casi lo único que se escucha en esa noche oscura, cuando Marius cierra la puerta al exterior. Os mira un momento, como si le entraran dudas de algún tipo, pero luego comienza a caminar por aquellos pasillos que ya anduviste hace no tanto. Pequeño cirios iluminan tenuemente las esquina de una casa que duerme y os permiten distinguir cosas a vuestro paso. 

Marius va temeroso de que en cualquier momento alguien, incluso su señor, os descubra allanando la casa en mitad de la noche. Sin embargo, no os encontráis con nadie y tras varios minutos de tensión, estáis aquí:

El calor hace que deje de tiritar, no es como pudiera ser en mi tiempo y en mi ahora. De estar en el hotel tendría la calefacción a temperatura infierno, porque podíamos. Aquí dependían de la madera y aunque calentaba bien, dudaba que el resto de la casa se mantuviera así.

No abro la boca en el camino a la biblioteca, pero al entrar allí no tardo en coger una vela para ir revisando tomos de libros. Había demasiados para encontrar en una noche el correcto. Si aparecía era por casualidad, si es que estaba allí.