Partida Rol por web

Los intentos de Paul por asustar a la criatura, la que llevaba a Gordi, surtieron su efecto y las garras se abrieron, dejando caer a su amigo justo encima, aplastándolo contra el suelo.

Mientras eso ocurría, Willy era arrastrado y empujado hacia el sótano, al cual llegaba Billy que rápidamente encontró el cuadro del barco y también la tela que lo había cubierto.

La otra criatura se lanzó en ese momento sobre Kingston, clavando sus uñas en su cuerpo, y haciendo que gritara de dolor, mientras reanudaba el vuelo siguiendo a la otra criatura, hacia el sótano. 

Poco a poco todos fueron llegando y empezaron a bajar todos a la vez, tropezando y trastabillando a cada paso, empujándose unos a otros y llegando como buenamente pudieron abajo del todo, todos menos Gordi y Paul, que estaban todavía recuperándose.

Las dos criaturas pasaron rápidamente por encima de todos  y al ver el cuadro, se lanzaron hacia él, llevándose a Kingstone en medio de terribles gritos y desapareciendo en el lienzo.

Sadie llegó finalmente con su padre y lo miró. Estaba herido de muerte y a pesar de todo lo que le había hecho, lloraba por lo que sufría.

-Padre, padre -exclamó, desesperada.

Sadie sostenía a su padre por la cintura. Sentía como sus piernas flaqueaban y por primera vez en años, que el tiempo no había pasado en balde. Lo notaba cansado, desesperado, humano...

El único ojo de Willy se fijó en su hija por primera vez en mucho tiempo, mirándola como la persona que más le importaba en el mundo, el último rastro de su humanidad. Era cierto lo que habían dicho aquellos malditos muchachos. Ella estaría mucho mejor allí, envejeciendo, viviendo, que atrapada en un nido de piratas o en una cueva. El peligro formaba parte de la vida y aunque él ya había decidido que no deseaba ver más el mundo, Sadie aún estaba lejos de todo eso. Tenía derecho a encontrar su lugar.

-Te quiero, hija -logró decirle, conteniendo el dolor y sabiendo que la vida se le escapaba por segundos -. Perdóname por haberte encerrado. Yo solo...

Sadie selló los labios de Willy con una mano y a continuación, le dio un beso en la mejilla.

-Yo también te quiero, padre. Siempre lo haré.

Por primera vez en mucho tiempo, aquel pirata se sintió humano de nuevo, y aquella chica, la hija de su padre, que recordaba tanto había cuidado de ella en los peores momentos de su vida. Nunca tuvo una madre, pero sí una vida de aventuras y pasión en donde aquel viejo pirata, estuvo siempre dispuesto a dar su vida en su nombre y a protegerla de cualquier mal, incluido él mismo.

-Capitán, vamos rápido. Morirá aquí si no entra -dijeron los piratas.

Gracias a Paul, la criatura alada dejó de agarrarme y caí a plomo sobre mi amigo. El trompazo fue de aúpa, pero no había tiempo para lamentaciones. Había que llevar el cuadro y a todo engendro salido de él hasta el sótano. Me levanté con mucho esfuerzo, ya que me dolía la rodilla derecha y ayudé a Paul a levantarse también. Había que ir rápidamente con los demás, la vida de todos estaba en juego. Saqué mis últimos caramelos del bolsillo de la chaqueta, que gracias a Dios eran muy profundos, y me los metí todos en la boca una vez quitado el papel. Salí detrás de Paul.

-"Vamos Paul, rápido."

Al llegar abajo, vi cómo las bestias se llevaban al malvado y corrupto Kingston al otro lado del cuadro, donde sería devorado por los pipis de estas criaturas. Ahora venía la despedida de Sadie y su padre. Me acerqué a ellos y le puse la mano en el hombro a Willy, como si fuera amigo de toda la vida.

-"Tranquilo Willy, nosotros cuidaremos de ella. Puedes ir en paz."

- Tienes que ser fuerte, Sadie - dije estrechándola con fuerza entre mis brazos..

Resultaba curiosa la escena entre padre e hija. Entonces los piratas sí que tenían corazón. Eso casi decepcionó a Becca. Un poquito. Además, reafirmaba su idea de que los adultos eran todos unos cretinos, se acordaban de sus seres queridos cuando la cosa se ponía muy fea. ¿Y qué pasaba con todo ese tiempo que tuvo a Sadie encerrada? 

Torció la boca. Se le encogió el pecho. Ella también tenía su patatita emocionada, abrazó a su hermana con fuerza y deseó que a su vez sus padres la abrazasen a ella. Los dos, mamá y papá. De nuevo juntos los cuatro. ¿Sería posible? Su padre era un idiota sin remedio. 

Se quedó muda, en silencio, esperando a que Willy muriese o se lo llevasen sus hombres al barco. Y mira, Álex no desaprovechaba la ocasión. Ay, estos chicos. Se giró hacia Gordi y Paul.

-¿Estáis bien?

Me eché a un lado, cubriéndome la cara con las manos, cuando vi a las dos bestias voladoras atravesar el estrecho pasillo, con el Dr. Kingston pataleando incluido. “Eso te pasa por intentar acabar con el profesor Armitage y con nosotros...”—pensé lanzándole una mirada furiosa, antes de verlo desaparecer en el lienzo. Cubrí parcialmente el cuadro con la tela, solo para evitar imprevistos y que alguna criatura más se escapara al exterior. Justo en ese momento, Sadie y su padre iniciaban una lacrimógena despedida. 

La escena entre el capitán pirata y su hija era realmente conmovedora, aunque no dejaba de ser hipócrita por parte del corsario confesar su amor hacia ella después de haberla mantenido encerrada en una cueva, aislada del mundo y rodeada de monstruos marinos, con el único fin de que nadie le tocara un pelo o le hiciese daño. Existía una fina línea que no debía cruzarse en el amor profesado por un padre hacia un hijo y Willy, en ese sentido, la había cruzado de lleno. 

—Willy, creo que tu hija estará mejor con nosotros aprendiendo sobre este mundo —comenté alzando un poco la voz, aunque al notar cómo tantos rostros me observaban, bajé la vista al suelo con nerviosismo—. Quizá... la vida de piratas no está hecha para todos. Además, aquí estará a salvo de cualquier peligro que haya en tu época. Y seguro que de un modo u otro podréis estar en contacto, mientras penséis el uno en el otro y no olvidéis quiénes sois ni de dónde venís —manifesté, en un tono didáctico, emulando alguna de las conversaciones que se habían producido con mi padre. 

Lo salvé... no se ni como... pero lo salvé...

Goldi... me debes una... ajajaja... ¡¡vamos!!

Y ambos salimos corriendo en pos del grupo, los pájaros, el pirata malherido y sus secuaces, el profesor desaparecido, el gerente del museo malherido y su pistola... y el cuadro, por supuesto...

Al llegar... ya casi todo había concluido, escena dramática incluida, y nosotros con esos pelos.

Tuanquilo, señog Tuelto, cuidalemos de su Sadie, en casa tenemos sitio de sobla, y segulo que los demás también... no le van a faltag lesidencias a su hija... puede il tganquilo...

Y le eché el brazo por encima a Gordi, pues en algún momento del rescate y la carrera me había doblado un tobillo... o dos.

Willy no disponía de mucho tiempo para pensárselo, pero asintió con la cabeza a las palabras de Gordi, Bill y Paul. Sus hombres no lo dudaron y lo empujaron hacia el cuadro. En cuanto tocaron el lienzo, desaparecieron, y Sadie se dejó caer de rodillas en el suelo, sollozando. Era difícil abandonar la vida que había conocido, aunque fuese una que resultaba difícil.

Todo se quedó en silencio durante unos momentos, roto únicamente por los llantos de Sadie, pero esta logró contenerse, se acercó a mirar el cuadro, viendo en la cubierta varias figuras que se movían, una de las cuales parecía Willy, con su peculiar parche.

Willy estaba de pie y parecía estar agitando un brazo. Todo parecía estar bien.

Sadie lo miró y sonrió aliviada entre lágrimas.

Sabía que estaba bien y que siempre lo estaría.

—Hasta siempre, Willy... —susurré con un aire melancólico, dejando de observar el cuadro, antes de dirigirme al anciano—. Profesor Armitage, los cuadros son todo suyos. Usted sabrá mejor que nadie qué hacer con ellos; si guardarlos, esconderlos... —añadí dejándole a él la responsabilidad principal, que para algo era el experto y quien sabría actuar del modo más correcto.

Me aproximé a mis amigos, buscando las palabras adecuadas para consolar a Sadie, pero mis piernas flaquearon de repente y terminé por dejarme caer al suelo, aparentemente sin fuerzas. No me había parado a pensar hasta ahora en lo cansado y agotado que estaba después de tantas carreras, tensión acumulada y esfuerzo físico realizado. Quizá por ello, sabiendo que estábamos por fin a salvo, dejé escapar un largo suspiro de alivio y pronto noté cómo brotaban lágrimas de mis ojos. Eran lágrimas de felicidad, tanto por estar vivo como por estarlo junto a mis amigos; junto a los Goonies. Lo habíamos conseguido. Y eso no nos lo quitaría nadie.

-Sadie puede quedar con nosotras. Al señor Pebbles le gustaría, ¿verdad, Hailee? -propuso Becca. Y así alguien más haría de canguro con su hermana pequeña.

Después se fueron todos los malotes, incluido el feo director del museo, que ya no recordaba ni el nombre.-¿Se habrán comido los pajarracos a ese criminal del director? -preguntó en voz alta. Y cuando se fijó en la pintura, ¿estaban saludando los piratas? Qué cosas! Allí estaba Willy, sano y salvo, sin heridas. ¡Asombroso!

Parecía que la aventura tocaba a su fin. Vaya fin de semana más extraordinario, ni el mejor de los escape room que había hecho se asemejaba ni un poco a toda esta locura. Se arrodilló junto a Billy, en un arrebato de compasión y le puso una mano al hombro.

-Ya ha pasado todo, Billy. Estamos bien. Y nuestra amistad se ha reforzado, eso creo. -torció la boca- He perdido los patines pero bueno, ya me comprará mi padre otros. -Y eso que ya tenía un par más en el armario de su habitación. Alzó la vista, iluminada, a los demás- ¡Veis! ¡Acerté con las cartas! ¡Incrédulos! -les sacó la lengua. Rebecca había sufrido un montón de miedo, pero jamás iba a reconocerlo. Jamás. 

Y luego se acercó un poquito más a Billy y...y le dio un beso en la mejilla, casi rozando la comisura de los labios. Es que era muy majo y valiente y sensible e inteligente. 

Y Becca se puso entonces toda roja y para disimular buscó en su mochila mojada el paquete de chicles, que estaba todo empapado y roto.

Cuando Rebecca se arrodilló a mi lado, me vi sorprendido por su presencia. Aún con los ojos empañados por la emoción y las sensaciones que fluían por mi cuerpo, me restregué las lágrimas restantes con la yema de los dedos mientras la escuchaba con rostro agradecido. Claro, que, lo que no esperaba, ni imaginaba, fue aquel suave beso final en mi mejilla. Por un momento, mi corazón amenazó con paralizarse; incluso diría que lo hizo durante unas milésimas. Pero, tras un segundo, conseguí recuperar el control de mis acciones y al fin fui consciente de lo que había hecho. Me acaricié la mejilla con suavidad, notando cómo se me dibujaba una sonrisa inocente y tonta. 

Nunca una chica me había dado un beso, aunque simplemente fuera en un gesto cariñoso. Para mí esta sensación era totalmente nueva, pero me gustaba. Hablaba de sentimientos. No dejábamos de ser niños que entrábamos en plena adolescencia, con todo lo que aquello conllevaba: el crecimiento, las hormonas... Era igual que subirse a una montaña rusa. La miré, extrañado al principio, para luego incorporarme con esfuerzo y darle un sentido abrazo. La estreché entre mis brazos con fuerza, mientras le susurraba algo al oído. Eran unas palabras que quería dirigir solo para ella.

—Rebecca, muchas gracias. Hoy nos has demostrado a todos, incluso a ti misma, que vales muchísimo. No solo eres una gran adivina o una graciosilla de campeonato —dije soltando una pequeña risa nerviosa—. Eres mucho más. Posees una personalidad única y a pesar de pasarte a veces de chinchosa con la gente, no cambies nunca tu forma de ser. Por nada ni por nadie. Es lo que te hace ser tan especial.

El corazón me palpitaba muy rápido, amenazando con escaparse en cualquier instante. Tragué saliva, intentando serenarme un poco.

—Me... me gustaría regalarte a la salida mi libro de la Isla del Tesoro. Es una novela que me he leído y pienso que te puede gustar... Guarda buenas reflexiones sobre la toma de decisiones que cada uno toma a lo largo de su vida, sean acertadas o no, siendo nosotros los encargados de manejar las riendas de nuestro destino. Para mí... las joyas o el oro de Willy no hubiesen sido el mayor tesoro de este viaje; el verdadero tesoro lo tengo aquí... —ante aquella breve pausa para tomar aire, sentí que se me iba a formar un nudo en la garganta de un momento a otro, así que de perdidos al río—. Tú... tú eres el verdadero tesoro, Rebecca. Solo quería decírtelo... —finalicé, apartando mi rostro de su hombro, con la tez notoriamente enrojecida, como le sucediera a ella instantes atrás. Al menos, había tenido arrestos suficientes para expresar todo lo que pensaba.

Menudo día... pensé cuando al fin todo parecía estar en calma. Pude ver por el rabillo del ojo como Rebecca daba un beso en la mejilla a mi primo y ambos se ponían rojos como auténticos tomates. Que recuerdos... el primer beso... jeje

Me acerqué al resto del grupo convencido de que lo ocurrido hoy será un recuerdo que nos acompañará el resto de nuestras vidas, al igual que nuestros padres contaban una y otra vez sus aventuras de infancia. Sonreí pensando en mi padre... hay que joderse... si al final voy a ser igual que mi viejo...

- Siento mucho que hayas tenido que despedirte de tu padre, Sadie... pero descubrirás que nuestro mundo es maravilloso... te enseñaré la ciudad... iremos de compras, al cine... a tomar un batido... ¡ya verás!

Sadie no parecía demasiado animada, pero al menos, intentó convencerse de que en realidad aquello era lo mejor porque... no había otra opción. El profesor se acercó a ella y la abrazó, como haría con una nieta que necesitase cariño o que estuviese sola. Estaba agotado, pero no tanto como para no atenderla.

Fue un momento nada más, pero Sadie sintió que no estaba sola, con tanta demostración de cariño por parte de aquellos desconocidos. Uno de ellos hasta se había ofrecido a llevarla a su casa. No sabía cómo responder a eso. Hailee se fue corriendo hacia ella y la abrazó, ofreciéndole al señor Peebles para que la cuidase.

El profesor dejó finalmente a Sadie y se dirigió hacia el cuadro del faro. Había movimientos en él, pero afortunadamente, nadie más salió, ni siquiera una de aquellas criaturas. Pero por si acaso, tapó el cuadro con la lona y lo colocó junto al otro de manera que nadie pudiese entrar... o salir.

-Me encargaré de los cuadros. Nadie más podrá entrar aquí -dijo en voz alta.

Mientras tanto, y a pesar de estar en el sótano, oísteis ruido arriba. Eran pasos, tranquilos al principio y apresurados poco después, que poco a poco parecían acercarse hacia el sótano, y unos segundos más tarde, voces.

-¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde están, Brand? -dijo una voz que parecía ser la de la madre de Alex.

-Tranquilízate, Diane. Estarán bien. Quizás estén allí abajo.

-Pues ese pirata no parecía estar demasiado bien, la verdad -comentó otra voz, que sin duda era del padre de Hailee y Rebecca.

-Mi hijo segulo que puede salil de cualquier ploblema, aunque esto es muy lalo -comentó Data.

Tras unos segundos de espera, resonó una voz que era de Mikey, gritando desde arriba.

-Billy, ¿estáis ahí?

-¿Bernieeee? -gritó otra voz que parecía la de Lawrence.

Las muestras de afecto se fueron sucediendo, como si este momento fuese el final... el final de algo. Miré hacia abajo, a mis pies, podía moverlos con normalidad, eso del tobillo torcido, no tenía pinta de ser nada.

Así que me solté de Gordi y me dispuse a esperar... no sabía bien el qué.

Chicos... Sadie... no quielo seg aguafiestas pelo... ¿es tan fácil adoptag a una chica salida de la nada? Hablalé con papá, igual puede entuag en la base de datos del registro civil y, no se, dagle papeles...

Y me perdí en mis cavilaciones... atribulado por lo que acaba de expresar...

En esas, las voces de los que parecían nuestros padres resonaron en el piso de arriba...

¿Qué hola es? Uau...

Vamos... tenemos mucho que contagles

Fue una situación nueva para Becca. Y no esperaba para nada la confesión de Billy. Su corazón se emocionó de una manera muy diferente a lo que estaba acostumbrado. Sintió algo extraño, intenso, indefinible. No comprendió qué le sucedía. Pero estaba muy contenta y no quería que el abrazo se terminase.

-He visto El planeta del tesoro. Muy guapa. ¿Y si vamos quedando y me lees tú el libro? 

Se mantuvo abrazada a Billy un poco más. -¿Un tesoro? Jajaja. Que tonto eres. -Que bonito, pensó. Se mordió los labios. Le susurró al oído -¿Tu tesoro? ¿Y tú mi pirata?

Se estaba poniendo muy tonta. El señor Pebbles le dio unos golpecitos en la pierna. Entonces se terminó el abrazo, con una sonrisa tímida y mucho rubor en las mejillas. 

Estábamos aún postrados sobre el suelo, fundidos en un cálido abrazo. Aquel era un momento único para mí y no quería que terminara nunca. Hasta que llegó un comentario de Rebecca, el cual propició que abriera ligeramente los ojos, sobrecogido.

—Lo... ¿lo dices en serio? Me-me encantaría. Sí, claro que sí —le respondí, con un brillo especial en los ojos aupando la vista hasta su rostro, para luego volver a bajarla tras su posterior frase, arrugando un poco la nariz—. Somos Billy Walsh "el Explorador" y Becca Bonny "la Pitonisa". Formamos un buen dúo, ¿no crees? —pregunté esbozando una sutil sonrisa. La tonalidad de mis mejillas era bastante roja, aunque quizá aprendería a controlar mis emociones con el tiempo. 

De pronto, un tropel de voces se escucharon en la planta superior, entre las que destacaba sin duda el inconfundible vozarrón de mi santo padre, sacándome de mi estado de embelesamiento. Con una expresión de alegría dibujada en mis facciones, me levanté de un salto, aproximándome a las escaleras a la carrera, olvidando por completo el cansancio que sacudía mi cuerpo, para llamar la atención del grupo de adultos.

—¡EHHH! ¡Estamos aquí abajo! ¡Papáaa!

Se pusieron ambos en pie. Que momento más tonto habían tenido los dos. Se notaba acalorado, y como no miró a nadie más, pues tampoco la veían a ella, ni su rubor ni el temblor de sus manos. Invisible, que suele funcionar.

-Vale. Explorador y Pitonisa. Bueno, yo también soy un poco exploradora. Aventureros. -Ahora levantó la vista a los demás -¡Eso es! Nuestros padres no lo hicieron pero nosotros podemos intentarlo. ¡Un club de exploradores investigadores aventureros! ¿Qué os parece?

Es que Becca se entusiasmaba pronto cuando le daban esas ideas loquísimas.-Con la ayuda del profe.

Y esas voces eran de sus padres. Se le iluminó de nuevo la cara -¡Corre, Hailee, corre, es papá! -Sin embargo ella se quedó en el sitio, sin moverse. Observando en derredor, las paredes, el techo, a sus amigos corriendo por la llegada de los respectivos padres. Se fijó en los cuadros y se acercó al profe.

-Qué tarde, verdad, Profesor. Se me va a hacer aburrida la vida después de hoy. ¿Usted se dedica mucho a esto? ¿Necesita una alumna que le ayude con sus cosas? Conozco a alguien interesada -la sonrisa pícara asomó a su bonito y todavía acalorado rostro.

Vuestros padres no tardaron en bajar a toda velocidad y uno tras otro se fundieron en abrazos fortísimos con vosotros. Ninguno de ellos parecía estar enfadado, aunque eso solo era en un principio. Las lágrimas y el alivio de todos al encontraros sanos y salvos, sirvió para calmar, al menos por el momento, la necesidad que tenían de conocer qué hacíais allí.

Pero la paz no tardó en romperse.

Una vez estuvieron seguros de que os encontrabais bien, fue el turno de enfadarse con vosotros.

-Alex. ¿Qué has hecho? ¿Qué hacéis aquí? -le preguntó Brand mientras se separaba un poco de su hijo. Entonces vio al profesor a su lado -. ¿Quién es usted?

El rostro de Brand en esos instantes no era precisamente amigable.

Vaya, vaya, vaya. Parece que habéis armado una buena -dijo "Bocazas", acercándose a Rebecca y a Hailee -. ¿Cómo están mis dos niñas? ¿Has metido en algún lío a la pequeña, Becca? 

"Bocazas" vio en ese momento a Billy, que estaba al lado, y se dio cuenta de que entre ellos... sucedía algo.

Así que se acercó a Mickey.

-Mickey, me está pareciendo que estos dos... tienen algo.