Partida Rol por web

Había conseguido dormirse aunque con un sueño bastante intranquilo. En su cabeza aún seguía resonando la nana y en su pecho sentía el peso del dolor y la congoja que no le dejaban ni respirar. O quizás no era el recuerdo de su hijo lo que le estaba oprimiendo hasta ahogarlo...

Sin saber si estaba despierto o en medio de una pesadilla Jens notó cómo algo se arrastraba sobre su cuerpo y, con mano fría y húmeda como si hubiera salido del mismo mar, acariciaba su pelo y se agarraba a su cuello. Incapaz de moverse y paralizado por el horror, Jens comenzó a sudar de puro miedo. Por más que intentara abrir los ojos no podía y el temor a la muerte que tanto había deseado, atenazó con fuerza todo su ser.

En el fondo era un cobarde que no quería morir y que se había refugiado en su autocompasión para huir de la realidad. Y ahora, aquella voz que había estado tarareando una maldita canción de cuna, resonaba para hacerle la pregunta que tanto temía contestar.

—No... No lo sé... —dijo con la voca seca e incapaz de elevar la voz. Hubiera gritado de buena gana pero sabía que su garganta se lo impediría, completamente cerrada por el pánico—. ¿Mi... mi... alma? —preguntó a la nada sin pensar en lo que decía, solo en que quería despertar de esa pesadilla de una vez por todas.

Separa una de sus manos de tu cuello y con un gesto, propio de prestidigitador, hace aparecer algo entre sus dedos. A pesar de tu estado y de la oscuridad reinante, puedes ver con claridad de que se trata. Es la fotografía de tu hijo, la que siempre llevas contigo.

- El alma que quiero es la suya - susurra la criatura - ¿Me la darás?

-¡NOOOOOOOOOOOOOOO!

El grito brotó de su seca garganta con fuerza, desgarrando las tinieblas que cubrían su alma. Cualquier cosa, daría cualquier cosa menos lo que aquel ser, fuera lo que fuera, le estaba pidiendo. Era capaz de dar su alma, de hacer todo lo que pidiera, de hacer cualquier atrocidad pues ya poco podía perder. Pero el alma de su hijo... Jamás, eso no lo haría nunca.

Sentía su cuerpo empapado de sudor frio. Sus ojos, aunque cerrados, se estaban llenando de lágrimas de desesperación. Porque ¿tenía los ojos cerrados? Imposible... La fotografía de su hijo, de su querido pequeño, flotaba delante de él; la veía con total claridad.

Si todo aquello era una pesadilla, la consecuencia de una continua tortura por el dolor que sentía, quería que se detuviera allí mismo. Necesitaba despertar y, posiblemente, intentar no volver a dormirse nunca más. Aquel agónico sufrimiento era algo que no podría soportar durante mucho tiempo.

La criatura arruga la foto y la tira al suelo.

- Beberé tus lágrimas mientras le arranco la piel.

La criatura se retira lentamente y te despiertas.

Un nuevo grito, que brotó más desgarrador aún de su garganta, despertó por fin a Jens. Todo su cuerpo estaba bañado en sudor y gruesas lágrimas dejaban rastros salados en su rostro. A pesar de saber que ya estaba despierto, que la pesadilla había quedado atrás, no podía quitarse de la cabeza la imagen de aquel extraño ser arrugando la foto de su hijo. Y lo peor, las palabras que le había escupido con tanto odio, seguían resonando en cada rincón de su mente.

Sin poder, ni querer, cerrar de nuevo los ojos, Jens se levantó dispuesto a darse una ducha de agua fría para intentar alejar el malestar y la agonía que sufría. Después un café bien cargado y comprobar si la tormenta ya había remitido.

Te dispones a darte una ducha y tomar un café, cuando observas que Burke no se mueve.

Aunque la ducha de agua fría le había sentado bien a Jens para despejar, en su cabeza seguía el recuerdo de aquel mal sueño. Bonita manera de comenzar mi estancia en este lugar... Sabía que no podía obsesionarse, que debía centrar su atención en otras cosas, aunque en aquel solitario lugar pocas opciones había. Deja de hacerte la víctima, ha sido tu elección.

Dispuesto a recargar la energía robado durante el tiempo que deberia haber sido de descanso, Jens se dispuso a preparar una cafetera y algo de comer. No tenía ni idea de qué era lo que le podía gustar a su compañero, al que extrañamente no había escuchado aún. Quizás se ha dormido...

Se asomó a su habitación y le extrañó comprobar lo inmóvil que Burke se mantenía; ni siquiera parecía respirar. Quizás debido a la ansiedad provocada por la pesadilla, a aquel lugar que despertaba los miedos más profundos o que simplemente le aterraba encontrarse de repente con un cadáver, Jens se acercó a la cama de su compañero y comenzó a sacudirlo para despertarlo.

—Cian, Cian... —llamó, esperando que éste por fin abriera los ojos.

Tu compañero apenas respira y no se mueve. Su piel está fría, está muy rígido, como si estuviese congelado.

—Cian...  —pronunció una vez más en un tono mucho más bajo que antes.

Mientras intentaba despertarlo, sacarlo de aquel aparente sopor en el que se había sumido, Jens había rozado la mejilla de su compañero y, al hacerlo, se había asustado. Estaba tan frío que parecía hielo y su extraña rigidez lo convertían a ojos del hombre en una especie de estatua congelada. Si no fuera porque notaba un leve, casi inexistente, hálito en Cian hubiera pensado que había muerto durante el sueño.

Y fue precisamente ese pensamiento lo que hizo estremecer a Jens al recordar su propio sueño. ¿Acaso a su compañero le había sucedido algo parecido?

Preocupado, Jens arropó mejor al hombre con la vana esperanza de que pudiera calentarse. Tenía que avisar por radio de lo que estaba pasando, que alguien en la costa llamara a un médico o simplemente que viniera un barco a buscarlos. Sí, eso era lo que tenía que hacer sin perder ni un segundo más.

Te apresuras a buscar la radio... pero no hay ninguna. Corres hasta donde está el generador y este sigue funcionando. No hay nada más junto a esa máquina. Subes al faro donde la luz gira sin parar... pero tampoco hay una radio...

La cobertura de cualquier teléfono móvil falla, no tenéis datos, aquí no hay wifi...

Estáis incomunicados.

Maldita sea.

Jens estaba convencido que en la primera inspección a su nuevo hogar había visto en algún lugar una radio. Pero ahora se daba cuenta que se había equivocado. Por más que buscó y rebuscó no dio con ningún medio que le permitiera ponerse en contacto con la costa y, para colmo, los telefónos móviles en aquella isla eran una completa inutilidad.

Ni siquiera tenía un medio de transporte que le permitiera llegar a tierra y, aunque lo tuviera, la tormenta no permitiría que llegaran demasiado lejos. ¿Qué hacer? Jens se sintió tan inútil y desgraciado como el día en que había muerto su hijo. No podía hacer nada y el hombre comprobaba que el estado de su compañero necesitaba atención urgente.

Una y mil veces se preguntó a qué loco se le ocurriría ofrecer un trabajo en aquel apartado lugar sin comunicación con el exterior. Pero por mucho que se lo preguntara no iba a encontrar una respuesta satisfactoria.

Dadas las circunstancias poco podía hacer aparte de colocar otra manta sobre Cian intentando de manera bastante inocente que entrara en calor. Se dirigió a la pequeña cocina y se puso a preparar una sopa por si, por algún tipo de milagro, su compañero volvía en sí y le apetecía comer algo caliente. Y, mientras cocinaba, por primera vez en mucho tiempo comenzó a rezar.

Terminas tus oraciones y escuchas claramente unos golpes en la puerta. Tres golpes. Entre cada uno de ellos hay tiempo suficiente para contar cinco segundos. El último hace que la madera cruja.

Un poco de agua se filtra bajo la puerta principal y el hedor a pescado podrido os hace sentir nauseas.

Un golpe hace retumbar la madera que os separa del exterior.

Al primer golpe, Jens no fue consciente de lo que estaba sucediendo. Por un instante había creído que se trataba del viento golpeando con fuerza la casa. Pero con el segundo, y más tarde con el tercero, todo su cuerpo se tensó intentando imaginar quién, o qué, estaría llamando con tanta fuerza e insistencia a la puerta.

Tenía miedo; eso era algo que no podía negar. Con su compañero inmóvil, el terrorífico ambiente en aquel solitario lugar azotado por la tormenta y la extraña ausencia de cualquier indicio de los anteriores fareros, la mente de Jens se sumergió en el pavor más intenso. Se sintió igual que, siendo adolescente, veía aquellas películas de terror que tanto miedo le daban.

Pero aquello era la realidad y en la vida real no existían ni fantasmas, ni zombis ni seres terroríficos salidos de las más oscuras pesadillas. En la vida real los fantasmas eran otros, más terroríficos, pero irreales; nacidos de la mente y el alma de los culpables, pero incapaces de hacer daño físico.

Venciendo sus miedos, aunque aún poco convencido, Jens se acercó a la puerta para saber quién era el causante de los golpes. Sin embargo no llegó a abrirla. El agua que penetró en el interior, unido al hedor que lo invadió todo, lo dejaron petrificado en el sitio. Fue el tremendo golpe que volvió a sacudir la puerta lo que hizo que se moviera, reculando uno... dos... tres pasos para alejarse de ella.

—¿Quién... quién anda ahí? —preguntó por fin con voz temblorosa.

- Yo no hablo con puertas - dice la voz carente de tono y acento -ábreme.

¿Quién podía encontrarse allí fuera? Se preguntaba Jens pensando en lo extraño que resultaba que alguien pudiera haber llegado a aquella isla desierta en medio de una tormenta. Tenía que abrir, saber quién había llamado con tanta insistencia ya que, seguramente, quien fuera que estuviera detrás de la puerta la acabaría echando abajo.

Miró en el espacio dedicado a la cocina hasta que vio un cuchillo. Lo agarró con fuerza y se dirigió a la puerta. Respiró hondo, contando hasta tres, antes de atreverse por fin a abrir. En ningún momento soltó el cuchillo sino que, al contrario, lo agarró con más fuerza apuntándolo hacia adelante.

Abres la puerta principar. ·lopmo girbarac aonautcgad r ecaaaaaaaaaaa