Partida Rol por web

Olor a café recién hecho...

Jens estaba acostumbrado a que las pesadillas asaltaran sus noches sin piedad ni compasión alguna; pero las que estaba sufriendo en ese lugar era tan vívidas, tan terroríficas, que le dejaban la sensación de ser una experiencia real. Pero no debía ser así porque, tras aquella aparición cuando abrió la puerta... Sí, Jens recordaba aunque con cierta vaguedad lo sucedido la noche anterior.

Pero solo era eso, una pesadilla. Un mal sueño que aumentaba el sentimiento de culpa que ya padecía desde el accidente. La noche había pasado y, por lo que le parecía intuir, la tormenta también. Y alguien, seguramente su compañero que ya se habría recuperado, estaba haciendo café.

El nuevo día había espantado las sombras de la noche y, ligeramente más animado tras el agobio y la impresión vividas; tras la preocupación y el miedo, Jens se dispuso a degustar ese café que tan bien le vendría.

Hay algo extraño en el ambiente.

No es solo por que la temperatura sea tan baja que notáis un frio que os envuelve, ni por qué vuestro hogar esté algo revuelvo. Nadie ha entrado a destrozarlo todo, simplemente no habéis fregado los platos y cubiertos de vuestras últimas comidas, tampoco habéis limpiado. La capa de polvo es evidente.

Vuestra ropa está sucia, la habéis llevado mucho tiempo puesta. Sin duda no os habéis revolcado por el suelo de la isla, pero si oléis a sudor.

Vuestros cabellos son más largos de lo habitual y necesitan el contacto de un peine. Bajo vuestras largas uñas hay algún resto.

El desorden y la higiene no son los problemas. Pero hay algo más.

Jens se llevó una desagradable sorpresa al comprobar, una vez llegó a la cocina, que todo estaba sin recoger, sin fregar. La suciedad estaba por todas partes, como si hiciera mucho tiempo que no se limpiaba. Incluso sus propias ropas se veían sucias y, cuando se llevó la mano a la cabeza pensativo, se dio cuenta que su pelo estaba mucho más largo de lo que él solía llevarlo.

Se miró las manos y el aspecto de las uñas le dio asco. Ni en sus peores tiempos, cuando la depresión le golpeó con fuerza, había estado en semejantes condiciones. Pero ¿qué estaba pasando? Hasta donde él recordaba aquel tenía que ser el inicio de su segundo día en la isla, pero en cambio parecía que habían pasado meses. ¿Por qué no recordaba nada?

Empezaba a sentirse desconcertado, preocupado y, sobre todo, temeroso. Quizás había tenido algún accidente y se había llevado un golpe que lo había dejado amnésico; al menos con una amnésia parcial ya que aún tenía recuerdos de lo sucedido antes de llegar al faro.

Sin embargo, Jens se dio cuenta que allí sucedía algo más que el simple desorden, la falta de limpieza o que no se hubiera duchado en días. Allí había algo que inconscientemente le erizaba los pelos de la nuca y le ponía la piel de gallina.

Llueve. Pero no es una tormenta atroz, sino una aguacero constante.

Incapaz de comprender qué estaba pasando, Jens se acercó a la ventana para observar que el tiempo no había mejorado tanto como a él le hubiera gustado. No hacía la tremenda tormenta que recordaba del día anterior, porque... ¿había sido el día anterior o había sido hacía mucho más tiempo? Seguía lloviendo en abundancia, pero las tremendas olas, el fuerte viento o la tromba de agua habían dado paso a un aguacero intenso pero constante.

Necesitaba respuestas, saber qué estaba sucediendo y si todo se debía a algún tipo de amnesia que esperaba fuera pasajera. De su compañero poco había conseguido sacar; era alguien ajeno que se mantenía recluido en su mutismo y que para Jens era como una parte más del mobiliario o la escasa decoración.

Sin decir nada, Jens cogió su chubasquero dispuesto a dar una vuelta alrededor del faro, y si podía incluso recorrer la isla, ya que no conseguía recordar si en algún momento había tenido la oportunidad. Al menos en su cabeza estaba la imagen de que había llegado el día anterior y que por culpa de la tormenta no había visto el exterior de aquel solitario hogar.

La isla en un lugar inhóspito y rocoso. Lo único reseñable es el propio faro, la carretera que lleva al puerto, una bandada de gaviotas que se apiñan junto a unas piedras afiladas y unas figuras que lo logras distinguir bien. Son cuerpos que surgen del agua y se tumban en la costa unos instantes, antes de sumergirse de nuevo.

Acostumbrado a realizar largos paseos a Jens no le supuso ninguna dificultad recorrer parte de la pequeña isla. A pesar de la lluvia, a la que apenas le hacía caso, se dejó llevar por la sensación de desamparo, de desesperación, de no entendimiento de lo que sucedía. Era poco lo que había que ver, pero incluso eso poco tendría que ser suficiente para él.

Observó a las gaviotas, siempre acechantes de comida que devorar y observó las olas rompiendo contra las rocas. Fue en ese instante que se fijó en las extrañas figuras, quizás alucinaciones o simplemente juegos de imágenes de una mente transtornada y ofuscada.

Caminó entre las rocas intentando llegar a la orilla y de esa forma poder contemplar qué clase de animal era el que saltaba una y otra vez entre la tierra y el agua. O tal vez solo fuera la espuma de las olas que le engañaban creando falsas ilusiones...

Cuando te acercas a mirar dejas de ver a esas criaturas. Una vez en la orilla observas a tu alrededor y te parece que no hay nada extraño en el agua. Lo único que ves son focas, que nadan en el mar revuelto.

Comienzas a retirarte de la orilla una de las focas sufre el ataque de animal que no llegas a ver, pues ataca a su presa desde abajo. Entre la sangre que tiñe el mar, te parece ver durante unos segundos una mano palmípeda que agarra su siguiente comida.

Lo que se temía; todo había sido una ilusión de su perturbada mente, una consecuencia de la soledad. No había ninguna figura extraña, ni nada raro en la orilla salvo las focas que saltaban en el agua. Jens suspiró más tranquilo, sin saber muy bien porqué se había tensado o qué estaba temiendo, aparte de su amnesia sobre lo sucedido desde que había llegado al faro.

Tras unos minutos contemplando el mar, se dispuso a dar media vuelta para entrar de nuevo en el edificio. Necesitaba un café caliente, seguramente el mismo que había olido en la mañana, pero antes de iniciar su vuelta observó algo por el rabillo del ojo que le hizo detenerse de nuevo.

Un escalofrío que no tenía nada que ver con la lluvia ni el frío de la isla lo recorrió. Acababa de observar cómo una foca era atacada por un depredador mayor que él, quizás un tiburón, que había teñido la revuelta agua de rojo. Pero, cuando su atención se centró más aún en el agua esperando un nuevo ataque, lo que vio lo hizo temblar mucho más, pero esta vez de miedo. No parecía tratarse de ningún tiburón ya que, hasta donde él sabía, los tiburones no tenían manos como la que acababa de ver.

Debería haber dado la vuelta corriendo, refugiarse en el faro y olvidarse de lo que acababa de ver. Pero Jens estaba inmóvil, deseoso de contemplar qué clase de animal terrible podría ocultarse en el fondo. Permaneció esperando un nuevo ataque para ver si así poder apreciar mejor lo que fuera que estuviera atacando a las focas.

A tu alrededor sólo está la lluvia, el frio y el dolor del animal en sus últimos instantes de vida.

También hay una mano, palmípeda y ensangrentada, que puedes ver unos instantes antes de que el depredador se sumerja con su presa y emita un sonido burbujeante que se te antoja burlón.

No lo había soñado, allí estaba aquella mano palmípeda que poco se parecía a lo que él pudiera reconocer. Quizás aquellas aguas albergaran algún depredador desconocido para la mayoría, o tal vez simplemente eran efectos del agua.

Pero no pudo evitar sentir un escalofrío ante la burla que quedó flotando sobre el agua a merced de la lluvia mientras aquel animal, o monstruo o lo que fuera, se alejaba de la superficie con la presa aún sangrante directo a las profundidades de las que no debería haber salido.

Sin embargo Jens, en lugar de alejarse lo más lejos posible de la orilla, sintió atracción hacia aquel monstruo que se burlaba de él. Necesitaba verlo, necesitaba que saliera de nuevo a cazar para así contemplarlo y decidir si todo era real o solo producto de su imaginación.

Jens se acercó aún más a la orilla, sintiendo el agua de las olas salpicándolo. Pero no le importaba, ya bastante mojado y frío estaba por la lluvia que no había cesado de caer en ningún momento.

—¿Dónde estás? —murmuró sin apartar la mirada del agua—. Ven aquí... Asómate de nuevo que te quiero ver...

Te acercas a la orilla y observas el mar. Estas demasiado cerca del agua, demasiado...

Una mano fuerte, no humana, te agarra de un tobillo y tira de ti. Caes al suelo sin hacerte daño, aunque te dolerá cada vez que trates de sentarte.

Otra mano te agarra a la altura de la espinilla de la misma pierna y ambas tiran con fuerza para arrastrarte bajo las olas.

Qué lo había impulsado a acercarse tanto a la orilla nunca lo sabría. De lo único que Jens se dio cuenta fue de que había sido una mala idea. Había sentido una morbosa atracción por ver aquel depredador salido de lo más profundo del infierno, al menos en la mente del hombre era así, y ahora ya era tarde para arrepentirse.

Un grito salió de su garganta cuando una de aquellas extrañas manos le agarró por un tobillo haciéndolo caer pesadamente sobre la roca. Un grito que resonó con fuerza por encima del sonido del mar. Intentó zafarse del agarre, levantarse para salir corriendo de aquel endemoniado y maldito lugar, pero otra mano salió dispuesta a no permitir que él huyera.

Otro grito, aún más fuerte y más agudo que el anterior, volvió a brotar de su boca mientras se intentaba agarrar con fuerza a las afiladas rocas de la orilla. Sintió cómo sus manos se abrían en múltiples heridas y creyó que se arrancaría las uñas allí mismo desesperado por escapar de aquel agarre.

Sin prisa, pero sin pausa, comienzan a arrastrarte hacia el mar...

Una ola se levanta tan amenazadora como una cobra y baña la orilla. Estás empapado, pero la marea parece haber desestabilizado a tus captores y te sueltan.

No supo qué había pasado, lo único que sabía era que se había salvado de morir bajo el agua a manos de una bestia del infierno. Quizás aquella ola que lo había dejado empapado había sido su estrella de la buena suerte; tal vez todo se debía a que aún no había llegado su hora. Pero fuera lo que fuera estaba claro que sus días no iban a terminar en aquel instante.

Movido por la desesperación de su propia supervivencia, Jens nadó hasta la orilla y se puso en pie. Con la respiración agitada y el miedo oprimiéndole el pecho, llevado por la urgencia para apartarse de ese terrible mar, el hombre se arrastró varios metros resbalando en las rocas mojadas, haciéndose daño en sus manos, en sus rodillas, en sus codos...

Las lágrimas corrían por sus mejillas confundiéndose con las gotas de lluvia que no había dejado de caer. Le dolía todo el cuerpo y, a pesar de la angustia que acababa de pasar y que aún pasaba, en cuanto pudo estabilizarse aceleró el paso para dirigirse casi corriendo a la seguridad del faro.

Corres tan rápido como puedes hasta llegar a la seguridad del faro. Tras cerrar la puerta oyes un golpe contra ella, como si algo que te persiguiese no tuviese tiempo de entrar a la vez que tu.

La gaviotas emiten un sonido cada vez más alto, que se te antoja burlón, antes de alzar el vuelo y sobrevolar tu posición describiendo círculos.

Jens corrió en dirección al faro como alma que llevaba el diablo. Porque para el hombre, el mismo diablo era el que había salido del infierno para atraparlo y llevárselo al abismo donde debería purgar sus pecados. Cerró la puerta de golpe y, respirando con dificultad, apoyó su espalda en ella intentando controlar el latido de su corazón. A punto estuvo de echarse a reír a carcajadas por lo ingenuo había sido creyendo que alguien lo perseguía.

Pero cuando algo golpeó contra la puerta, casi a los pocos segundos de cerrarla él, la risa que no había llegado a salir quedó inmovilizada en su garganta y el corazón, que aún no había dejado de latir a toda velocidad, aumentó su ritmo. O su mente le había jugado una mala pasada o allí estaba sucediendo algo extraño y terrible. Y, aunque no quería pensar en cosas raras, no pudo evitar tener la sensación de que hasta las gaviotas se reían de él.

Esperó uno, dos, tres minutos antes de apartarse de la puerta para ir hacia la ventana. Quería saber qué había ido tras él, saber si aún estaba ahí o por el contrario había regresado al infierno.