Partida Rol por web

Con la caída de la noche llegaron hasta el campamento de la playa, gracias a la genial idea de Mark, las marcas les habían servido de guía y no habían tenido demasiados problemas, ni ningún otro encuentro. Pero al llegar al campamento, pronto pudieron ver que este había sido atacado, el batel destrozado y sus compañeros muertos. Tan solo el contramaestre Malayedra, estaba aun con vida. Pero tras unas últimas palabras expiro su último aliento. Y para empeorar aun más las cosas no había rastro de "La liebre parda".

-¡Qué descansen en paz las almas de nuestros compañeros! A pesar de que Malayedra hablaba de lobos, no se si por las heridas han sido seres como los que nos han atacado a nosotros, los responsables de esta masacre.- Tras mirar hacia donde estaba su barco y ahora nada quedaba, se volvió hacia sus amigos.

-Ahora no tenemos demasiadas opciones, propongo que carguemos con algunas provisiones para no pasar hambre ni sed, y que tras tomar una cena ligera, vayamos hacia esa estatua que vio Mark. De la tumba de la castellana debe de tratarse, y esta claro que sino resolvemos el misterio que la envuelve, no podremos salir de esta isla.- Y se puso a buscar agua y algún alimento, tendrían que comer y descansar un rato antes de volver a ponerse en camino. De dormir, ni pensarlo en aquella isla, ese podría ser su final.

-Manolito, vigila, ten los ojos bien abiertos que en esta isla hay mucho más peligro del que parece.- Le dijo a su loro, a ver si el cabrón era de alguna utilidad. 

Mark guardaba silencio. Ver a la tripulación abatida lo había dejado mudo. Se acercó a Malayedra junto a los demás para escuchar sus últimas palabras.

 - No estaba aquí... no he podido ayudarles... -murmuraba para sí mismo con la respiración agitada por la rabia- no he podido ayudarles... no he podido protegerles...

Recogió los materiales que habían traído en la barca y encendió un fuego para iluminar la zona, sin decir ni una palabra. Con la luz analizó las heridas de la tripulación, fijándose en esas dentelladas para ver si cuadraban con las criaturas que ellos habían enfrentado antes.

Tras un rato, se incorporó y fue cogiendo los cadáveres para apilarlos juntos. Con sus fuertes brazos no le costó mucho hacerlo. Una vez terminado, se sentó cerca del fuego y comió casi con desgana. Asintió ante las palabras de Hernando.

Las llamas proyectaban sombras en sus rostros, y sumado a la expresión de profunda rabia que el ballenero tenía desde que habían llegado a la playa, le daban un aire siniestro.

Fink se había quedado de piedra al ver el dantesco espectáculo de muerte y tragedia. Sólo reaccionó cuando vio a Malayedra moribundo, pero volvió a quedar helado al comprobar que el barco ya no estaba.

Habían sido abandonados, porque quién sabía si lo que fuera que había provocado aquella masacre no había llegado al barco fondeado y lo había hundido, o se lo había llevado la niebla, o Dios sabía que terrible cosa.

En cualquier caso, el resultado era el mismo: perdidos en una isla llena de horribles despellejados y lobos matahombres.

— ¡Estamos condenados! Ay... quién iba a decirme algo mi que acabaría con mis huesos en una isla desconocida y llena de monstruos. ¡Afortunados son estos, que ya no tienen que lidiar con más peligros! Ay... si esto les ha pasado en la playa, qué otra cosa no nos aguardará en la tumba... — se lamentaba amargamente— ¡Mi buen Hernando! ¿Y cómo vamos a marcharnos sin la Liebre Parda, ni un batel siquiera? Da igual que resolvamos este misterio o diez, que acabaremos siendo pasto de los cangrejos... Pero, ¿y qué otra cosa podemos hacer? — seguía — Cojamos esos víveres que dices y algunas botellas más de ron, que si nos llega el fin por lo menos que no tengamos la garganta seca. 

Y se dirigió, sorteando cadáveres, a por un par de botellas de la preciada bebida, dando un buen tiento a una de ellas para alejar los disgustos.

— ¡Y antorchas! Cojamos varias, también. Rápido, antes de que vuelvan los responsables de esto — y se puso a andar por entre los muertos, rebuscando cosas que pudiera necesitar.

No tardó Hernando con hacerse con un par de cocos, las pellizas de agua de sus compañeros, y algo de alimento, pues al menos, antes de perecer, parecía que les había dado tiempo a organizarse mínimamente. Manolito volvió a echar el vuelo ante la orden de su amo.

Mientras buscaba Hernando, Mark* optó por hacer una hoguera con los restos del campamento, y con la ayuda de la iluminación comenzó a apilar los cadáveres sobre la arena. Después comió algo mientras miraba aquella infame escena mortífera. Ahora sabía que habían muerto todos de dentelladas.

Mientras tanto, entre evidentes y razonados quejidos, el bueno de Fink no auguraba un buen final para vosotros; sin embargo, no se vino abajo, sino que cogió también algunas muestras de comida aún aprovechables, una botella de ron (la única en la isla, que alguno de los marineros había traído en el batel, tal vez como un pequeño contrabando), algunas antorchas y algunas armas**.

Tras recoger algunos víveres, ayudo a Mark con los cuerpos de los compañeros caídos. No todo lo que le hubiese gustado, para que no se abriese la reciente herida. Una vez apilados y dado fuego a la dantesca pira, recogió su gorro (pañuelo) en el pecho y rezo un par de oraciones por las almas de sus compañeros.

Luego se sentaron un rato a compartir algunos alimentos para una frugal cena. Aunque había armas, Hernando no las necesitaba, tenía su arco y flechas, así como su sable. Tras comer y descansar un rato, también Manolito les dijo a sus compañeros.

-Si Fink, sin el barco no hay salida de este lugar, pero ahora poco o nada podemos hacer respecto a ese problema. Como nos recordó Malayedra, el capitán nos envió a buscar la tumba de la castellana, y ahora que hemos descansado, creo que lo mejor es que nos pongamos en marcha, antes de que otra amenaza caiga sobre nosotros.

Y la verdad, es que tengo mucha curiosidad, por ver el misterio que pueda encerrar esa tumba, aunque también respeto y temor, en esta isla están ocurriendo muchas brujerías.- Y se dispuso a marchar hacía aquel mausoleo que también les había descrito Mark. -Acabemos con esto, antes de que esto acabe con nosotros.-

Tras unas oraciones por los compañeros caídos (ahora apilados), tomásteis los pocos víveres que creísteis necesitar, y algunas armas, y salísteis en mitad de la noche de aquella playa. Por un momento, el volver a pisar más allá de los arbustos, donde el terreno ascendía, pesó en vuestras conciencias (pues era volver a ese lugar donde un rato antes, habiendo luz, luchásteis con fiereza contra esas criaturas).

Tieniendo antorchas por delante, éstas os daban la suficiente luz como para poder avanzar sin trastabillaros. Manolito ahora no echó a volar, que no acostumbraba a hacerlo de noche, sino que se posó en el hombro de Hernando mientras éste andaba.

Y así pasásteis los tres durante algo más de una hora, de noche, tal vez dando más de un rodeo en vuestro periplo. Difícil era volver a ver las X en los troncos propiciadas por el hacha de Mark, dado que ahora se fundían las sombras con los troncos y arbustos a cada uno de vuestros pasos. Al menos teníais la guía general del terreno ascendente y el encuentro con las escaleras, y tras ese tiempo lográsteis dar con cada uno de los escabrosos y resbaladizos escalones de piedra. Después de subirlos poco a poco llegásteis al alto en el que Mark había vislumbrado aquella especie de construcción, aunque ahora era imposible divisarla dada la negrura en el horizonte...

Tras un rato descendiendo (sólo quedaba descender a la hondonada), vuestra sorpresa no vino de la mano de una nueva aparición (por suerte no os topásteis con más criaturas como esas), sino más bien de... ¡los primeros rayos del sol! De nuevo volvía a amanecer, y aquello era increíble. Más rápido de lo normal, el sol comenzó a elevarse en el otro extremo de la isla, y poco a poco pudísteis ver la magnánime escultura que debía albergar un templo o algo parecido en su interior. Parecía tratarse, en realidad, de un gigantesco mausoleo, pues en su basamento natural se aprecia la entrada a una cueva o cripta en forma de rostro poco alentador. La maleza había ido invadiendo poco a poco la escultura, aunque su acceso aún conservaba algunos relieves y formas extrañas. De la altura, algo impensable, debía tener cien o doscientas varas... un prodigio.

En pocos minutos, tras atravesar los últimos arbustos y maleza, llegásteis a la entrada sobre la gran escultura. Manolito alzó el vuelo un instante, dio varias vueltas y descendió posándose sobre el acceso (la boca abierta de aquel extraño rostro de roca...)

Lorito boniiiito... Lorito riiiicoo... -decía-. El oro pa'mi... ¡Voy priiiimero! El oro pa'mi... -y avanzó por la entrada, sin esperaros, momento en el que sentísteis ese ansia pirata que albergaba todo marinero de la Liebre Parda, ahora en la esencia de ese loro.

Pese a que el rostro que había en la parte exterior no debería invitar a la exploración, nada más asomaros al interior contemplásteis las paredes adornadas con motivos indígenas de todo tipo, entre los que destacaban dos figuras en el muro opuesto a la entrada, una femenina y otra masculina (compuesta esta última por armaduras en su cuerpo)

Fink aún miraba boquiabierto la gigantesca escultura bañada por los rayos del sol de la mañana cuando Manolito atravesó la boca abierta que era la entrada.

— Hernando, amigo, este loro bien podría ser nuestro nuevo capitán... ¡Sabe cómo animar a sus hombres! Heheheh — De pronto el viejo estaba de buen humor. La imagen de un tesoro increíble le había hecho olvidarse un poco de los desdichados compañeros muertos.

Que no es que se alegrará, ni muchísimo menos, pero no era menos cierto que ahora eran menos entre los que repartir un tesoro...

Fink echó un vistazo al interior desde la entrada y empuñó su fiel mosquete francés, casi tan alto como él, asegurándose de tenerlo cargado y amartillado.

— Una vez leí acerca de unos salvajes que preparaban trampas terribles para los incautos. Debemos tener cuidado, mirar dónde pisamos y... Gunther, ¿Gunther? Asómate, emm, por si ves algo.

 - Este condenado Sol me va a volver majara -gruñó Mark cuando empezó a amanecer sin sentido alguno.

Dejó escapar media sonrisa cuando Manolito se adentró canturreando el primero. Aún estaba afectado por la masacre que no pudo evitar, pero desde luego ese loro era una de sus debilidades.

 - ¡Mil demonios! Sería de muy mal gusto colocar trampas en la entrada a un mausoleo, se construyen para ser visitados -dijo con poca seguridad- aunque seguramente tengas razón Fink, has leído más que todos nosotros juntos -soltó un suspiro de cansancio- vayamos con cuidado, cualquier cosa que se ponga delante le voy a sacar las tripas y se las pondré de bufanda...

Aun habiendo rayos de Sol, el ballenero no apagó la antorcha que todavía mantenía agarrada con fuerza. Con cuidado y mirando a todos lados, Mark se adentró tras Gunther después de darle una palmada en la espalda.

Gunther avanzó tras el leve empujoncito de Mark, y justo detrás de Manolito. El loro estab allí, en mitad de la sala con los dos rostros pétreos (masculino y femenino, mirándose entre sí). A vuestra derecha habíaun acceso abierto, y a vuestra izquierda una puerta de madera.

Aquel sitio era extraño y siniestro, todo el sería una enorme trampa como no tendrían mucho cuidado. Y ante la reacción de Manolito, una sonrisa apareció en la cara de Hernando. -Menudo cabroncete que estas hecho Manolito, no seas avaricioso que seguro que hay para todos, aunque no se si oro o trompazos.-

Y con mucho cuidado se aventuro en el interior de aquel lugar, buscando cualquier indicio de trampas, o de cualquier otra cosa que le diese información. 

-Aunque creo que podría abrir esa puerta (dice mientras señala la puerta de madera), creo que lo mejor es que veamos a donde nos lleva ese otro camino (en el que no hay puerta), luego habrá tiempo de volver y ver que hay ahí.-Dice mientras avanza hacia las estatuas para estudiarlas detenidamente antes de continuar explorando el templo. 

-¡Manolito, déjate un rato de tesoros y ponte a mirar que no nos vuelvan a pillar con los calzones bajados! ¡Menudo vigilante estas hecho!- Le quería en tensión, que Manolito pronto se ponía a soñar con riquezas y no servía para nada el muy cabrón, menudo loro de los cojones que tenía. 

Manolito voló hacia lo alto de unos de los rostros de piedra que sobresalían en aquella primera sala, de sus paredes. Lo único que pudo reconocer Hernando era que el hombre tenía rasgos europeos, mientras que la mujer tenía rasgos nativos, propios del Nuevo Mundo. Por otro lado, aquella sala era diáfana, y sus grabados, de momento, eran indescifrables para vosotros.

Mark miraba con curiosidad las pinturas.

 - Está bonito esto -dijo acercándose a un relieve aleatorio- aunque no entiendo un carajo -siguió observando brevemente, señaló unos grabados en la esquina y miró de reojo a Fink- ¡vaya! aquí dice que los ingleses oléis a culo de burro... Doy fe de ello jojojo.

Asintió a Hernando cuando dijo de ir por la puerta abierta.

 - Aye, sir! Cúbreme Hernando, no me fío -y se encaminó por la puerta de la derecha ondeando la antorcha para iluminar cualquier esquina y recoveco, olfateando el ambiente como un lobo que acecha a su futura presa.

Fink entró en último lugar, viendo que no saltaba ninguna trampa con estacas ni nada extraño. Echó un vistazo por la sala, y se fijó en los rostros que se miraban.

— Mirad, mirad. Ese debe ser Hernán Cortés y esa La Castellana. ¡Estamos en el lugar adecuado! — exclamó sorprendiendo a nadie de su hallazgo.

Luego miró el resto de relieves, pero no entendía nada. Se giró hacia el jocoso Mark y se olfateó la axila. ¿Sería posible que pusiera eso? Sería extraño, pero no descartable. Aunque no se aplicaba a su caso concreto, pues él sólo olía a sudor agrio. Ni rastro de culo de burro, por lo que se le ocurrió que Mark le estaba tomando el pelo.

— ¡Condenado oso...! Pues aquí dice que los holandeses oléis a... ¡a ingle de cabra! — respondió el viejo de una forma un tanto infantil.

Al ver que se acercaban a la puerta abierta se apresuró a seguirlos, asustado por quedarse atrás solo.

— ¿No sería mejor abrir la puerta cerrada? Creo que la puedo abrir fácilmente. Es una cerradura muy antigua. Quizás guarden ahí las más grandes riquezas. —dijo con un brillo en los ojos.

Fink parecía seguro de quienes eran aquellos dos representados en la piedra. Sin duda parecía el más versado en conocimientos (y ni siquiera Gunther sabía de estas cosas, sólo de chismes e historias más bien falaces). No sin ciertas dudas acerca del camino a tomar, avanzásteis por la derecha*, y allí advertísteis otra sala con incrustaciones y símbolos nativos en las paredes. En esa sala, que tenía como dos partes (en una de ellas había otra puerta, similar a la anterior, bien incrustada en la roca) y en otra, encontrásteis un gran agujero excavado en la roca, y que cualquier que pisara mal y cayera tal vez no lo contara. Y más allá la sala continuaba por un acceso abierto.

Fiuuu... -silbó Gunther lleno de asombro, asomándose un poco y mirando para abajo-. Menudo pozo... o lo que sea esto, hay aquí. Jamás en mis años mozos vi nada igual...

Era imposible vislumbrar su profundidad, o tal vez si se lanzara podría advertirse ligeramente. Por otro lado, Mark estaba atento a lo que ocurría en esa sala, buscando todo tipo de pistas o trampas, y Manolito volvió al hombro de Hernando; era un loro curioso y un poquito ca****, pero también un ser que sabía cuando había que guardar precauciones.

Algo te olía mal. Mientras miraba aquí y allá, centraste tu atención en los posibles peligros del templo. Notaste, entonces, cómo había un color de baldosa diferente al resto, justo en el acceso abierto, muy cerquita del pozo*. ¿Habría algo debajo? ¿Una trampa, tal vez? ¿o un tesoro? ¡Arrrr! ¡Si se percatara Manolito se haría con él antes que nadie!

Fink avanzaba temeroso detrás de la enorme espalda de Mark, cubriéndose de algún eventual ataque. Sin embargo, al no ver amenazas de ningún tipo, relajó su ánimo.

— Bueno, bien parece que esto está bastante desierto, ¿eh? Voy... voy a echar un ojo ahí detrás. Estas puertas pueden esconder alguna pista de lo que significa todo esto. Si necesitáis mi inestimable ayuda o encontráis algo de interés, ¡no lo toquéis con vuestros zafios dedos y avisadme!

Y a paso ligero se encaminó hacia la primera puerta que dejaron atrás. Si Fink había aprendido algo desde su mocedad, además de leer libros, era que detrás de una cerradura y debajo de una falda siempre habían cosas de interés.

Dejando el mosquete a un lado y sacando el fino puñal se puso a hurgar en la cerradura, casi salivando pensando en lo que pudiera encontrar al otro lado de la puerta. Además, si nadie le veía, siempre podía esconder el botín que encontrara entre sus ropas y decir que no había encontrado nada, nada, pero nada de nada...

 - ¡ECO! -bramó mirando hacia abajo- eco...eco...eco... Le devolvió el pozo. - No os acerquéis mucho a este agujero...

Siguió observando su alrededor y algo llamó su atención.

 - Hey, carcamales, aquí hay algo raro -dijo señalando la puerta abierta (norte del pozo)- atentos al suelo que pisáis, fijaros si cambia el tipo de piedra.

Cogió otra antorcha apagada, la encendió con la que ya tenía y la lanzó al suelo de la entrada.

Escuchó de fondo el tintineo y traqueteo de lo que suponía era Fink tratando de abrir la puerta. Hernando por su parte prefería no separar el grupo.

 - Vale, no tenemos prisa por explorarlo, vayamos juntos -dio un golpecito a Gunther y retrocedió sobre sus pasos en busca del viejo inglés- Gunther, cuando hagas la canción, añade que Manolito es más echao p'alante que su dueño jojojo -añadió sin malicia.