Partida Rol por web

Estoy medio adormilado por el cansancio físico y por el dolor que, aunque empieza a remitir, aún es intenso. No sé que hora es pero un grito me desvela, en un inicio creo que ha sido producto de mi mente por el reciente suceso, pero los frenéticos movimientos de antorchas, evidentes con la falta de luz, que se han desencadenado en el campamento me confirma mis peores temores.

Me incorporo en mi lecho y agarro el rifle que he dejado apoyado sobre la lona de la tienda, por las malas, pero siempre se aprende. Un negro pasa por delante de mi tienda. - ¿Qué sucede?. - Le pregunto aunque dudo si me ha escuchado. ¡Demonios!, me siento inútil en mi estado. Coloco una silla en la entrada de mi tienda y me siento, no podré moverme apenas, pero si algo aparece por delante no dejaré que pase, eso si logro verlo en esta espesa oscuridad.

- ¡Tengan cuidado caballeros, no se separen de las antorchas o la oscuridad os engullirá! - Grito para todos.

Un grito me saca del catre. No es como si estuviese dormido… no lo creo con este calor y humedad, y este nerviosismo perpetuo que tengo, pero tampoco sabría decir si tenia los ojos cerrados o no. Tanteo el suelo cerca mío y prendo una cerilla para encender un candil y tomar el revolver; todo descansaba muy cerca del saco donde me encuentro.

Salgo de la tienda llevando solo la ropa interior corta y las botas que me he puesto deprisa y corriendo. Comienzo a mirar alrededor en busca de la fuente que haya provocado ese alarido con la pistola en alto preparado para disparar.

El hombre caído sigue gritando mientras sus compañeros tratan de ayudar. Una serpiente, tan gruesa como el brazo de un hombre, se ha enrollado en su pierna y sisea, amenazadora, cuando es amenazada con golpes e intentos de ser quemada. Hay más: decenas de ojos fríos, quizás un centenar, brillan más allá del anillo de fuego que rodea todo el campamento. Algunas, más atrevidas, ya se están colando entre las fogatas, exhibiendo sus largos cuerpos marrones y negros que se desplazan a velocidad vertiginosa. 

Un grito agudo se cuela por encima del tumulto, uno que no hay forma humana de confundir: el de Jeanne

El espejo te avisa del peligro antes de que se cierna sobre ti. Una serpiente, más gruesa que el brazo de un hombre, se desliza hacia ti sin hacer ruido, observándote con ojos fríos y diminutos. No sabes que pasa afuera, pero los gritos y la agitación se agolpan en tu oídos.

Aferro el arma con ambas manos al ver al gran ofidio reptar hacia mí... Mi primer instinto es gritar y echar a correr, pero a lo mejor eso la incita a abalanzarse hacia mí más rápido... Echo a andar hacia atrás, hacia el exterior, a pesar de los gritos y la confusión reinante allí, y mientras retrocedo apunto a la serpiente y disparo una vez, y otra... 

¡Por todas las joyas de la corona! ¿Qué pasa en este lugar? Amartillo la pistola sin saber muy bien hacia donde disparar hasta que el grito de Jeanne me saca de mi ensimismamiento. Salto entre las serpientes intentado alcanzar su tienda para ayudarla. No podría mirar a su abuelo a la cara si algo le pasara. No podría mirarme al espejo si algo le pasara después de lo que le dije.

Abro la lona dispuesto a disparar a cualquier reptil reptante que encuentre ahí. Mis ojos buscan raudos algo… algo. Moviéndose febrilmente en busca del enemigo ¡Ahí! El dedo se cierra sobre el arma. Sonido, vibración y sangre. Solo espero que sea de la bestia y no de Jeanne.

Mi disparo apenas la ha rozado, me sorprende haber podido acertarle siquiera. 

Me apartó rápidamente de ella sin darle la espalda, llegando a la entrada de la tienda justo a la vez que el Sr. St Clair entra y dispara también al ofidio. 

¿Hay algún animal que esta selva no nos vaya a arrojar? aparto el rifle, para esta situación no me va a servir. Al menos las serpientes me son conocidas, no de tal envergadura, pero algo es algo.

Mientras estaba destinado en Ciudad del Cabo varias veces tuvimos que lidiar con las serpientes, recuerdo que los lugareños las espantaban golpeando el suelo con varas.

- Cojan cada uno una vara, palo o cualquier cosa con la que puedan golpear con fuerza el suelo. - Hago lo propio con con una de las varas que soportan mi tienda y golpeo torpemente con mi zurda cuando alguna se acerca. - Mantengan a raya a esas serpientes, no dejen que se les acerquen. - Espero que funcione, al menos con sus congéneres mas pequeñas lo hacía.

Veo a Sir Jacob atravesar el campamento corriendo arma en mano y al teniente Douglas apaleando el suelo entre las hogueras mientras nuestros porteadores corren desordenados o se agitan en el suelo. 

-¡Muy bien teniente!- Sigo el consejo del teniente y de la hoguera más próxima cojo una madera encendida para apalear cualquier serpiente que tenga próxima. 

Las serpientes que van en manada se han reagrupado a nuestro alrededor y, tiene un plan. ¿Qué tipo de brujería es esta? Por unos momentos me dejo llevar por el pánico pero tiene que haber una explicación. ¡Un momento! Este comportamiento no es natural, y las serpientes constrictoras no son la peor de las amenazas que podamos encontrar. ¿Alguien intenta asustarnos? ¿Es posible que quieran disuadirnos de realizar nuestra expedición? Y, si es así... puede estar aquí fuera, observándonos.

Me giro con la improvisada antorcha hacia el exterior y busco la presencia de humanos en los alrededores.

Al salir ves que la situación es desesperada: una infinidad de ojos de serpiente vigilan desde las tinieblas, solo mantenidas a raya debido a las hogueras. Aún así no es suficiente y varias ya se están colando por los huecos. Todos hacen lo que pueden contra ellas, pero están a un paso de ser sobrepasados por la marea de ofidios.

Un siseo desgarrador a tu espalda y algo que cae te resumen la situación de Sir Jacob, que trata de deshacerse de la pitón que ya le ha cubierto la pierna.

Con un siseo desgarrador la serpiente se curva sobre sí misma, herida, solo para impulsarse con más fuerza, logrando tirarte al suelo y retorcerse sobre una de tus piernas con fuerza sobrehumana.

Siguiendo el consejo del buen teniente, Edward golpea con una energía asombrosa, logrando reventar la cabeza de una de las serpientes. Sin embargo las dos restantes se lanzan contra él, como si de algún modo buscaran revancha. Una muerde y la otra empieza a agarrarlo por el torso, estrujándolo hasta casi quitarle el aliento.

Maldita serpiente. Al menos ya no esta persiguiendo a la señorita Jeanne ¡Pero ahora el que está en peligro soy yo! Si sigo así perderé la pierna. Me está apretando como un escoces a un deudor.

Trato de disparar pero los nervios evitan que acierte al reptil.

Al asomarme al exterior de la tienda, me recibe una visión dantesca, salida de una pesadilla. Las serpientes están por todas partes, sembrando el pánico. Esto... ¡esto no tiene ninguna lógica! ¡Las serpientes no atacan en manada! ¿Qué está pasando? Por un momento, el lugar, la oscuridad, el terror de los nativos porteadores, todo ello me contagia de superstición, y me pregunto qué clase de brujería es esta. La razón vuelve un instante después. ¡Alguien tiene que estar haciendo esto, soltando serpientes en nuestro campamento!

El siseo y la imprecación a mis espaldas me hacen volverme. ¡Sir Jacob! ¡Ha venido en mi ayuda, y la serpiente que me perseguía ahora está enroscada en su pierna. Instintivamente levanto el revolver... tengo que ayudarle... pero podría volarle la pierna... No me atrevo... Pero no hay tiempo para más. Apunto, inspiro profundamente, y disparo.

Una vez espantadas las serpientes que amenazaban mi integridad busco a los demás, Sir Jacob tiene a una enrroscada en la pierna y Lady Jeanne le está ayudando. Por otro lado el doctor está lidiando con dos a la vez y no va ganando.

Es hora de dejar de lamentarme por mi heridas y hacer algo de provecho, saco mi revólver de la funda de cuero que cuelga del respaldo de mi silla y me dirijo hacia Mellanby usando la vara como apoyo y golpeando con fuerza el suelo evitando que mas reptiles se me acerquen. Estando a la suficiente distancia para no errar el tiro disparo sobre la serpiente que está sofocándole. La sangre salpica al doctor, afortunadamente no es suya y el agarre de la serpiente se afloja con facilidad. Una menos.

Las balas vuelan de un lado a otro, pero solo unas pocas consiguen herir a los condenados ofidios. Un viento tempestuoso sopla de repente, haciendo que las tiendas se tambaleen y que las llamas se acobarden, reduciéndose al mínimo. Cadáveres de serpiente se acumulan ante los esforzados porteadores, que sudan de pura desesperación. Las serpientes se enroscan aún más en Sir Jacob y el estimado doctor, en un embate que sin duda dejará dolorosos moratones.