Y así se despidieron de la dama Irimë, sin apenas tiempo para disfrutar del reencuentro tras aquella infinita noche. Fue una mañana de encuentros, buenas palabras y una despedida. La dama les deseó buena suerte y les aseguró que jamás se olvidaría de ellos. Volverían a encontrarse dentro de muchas edades, cuando la canción de Eru llegase a su final y todo cobrara su verdadero sentido, pero en aquel momento no pudieron evitar sentir cierta tristeza. Especialmente difícil fue la separación de la dama y su viejo amigo Qildor, aunque el elfo tenía claro que no podía dejar campando a aquellas sombras malignas a sus anchas.
Habían cumplido con su misión de escoltar a la dama hasta el encuentro con los hijos de Elrond, quienes también les agradecieron su valentía y determinación. Desde aquel punto en adelante ellos se encargarían de que ninguno de los peligros que habitaban las tierras que les separaban del valle de Rivendel asaltaran a la dama Irimë. Los aventureros podrían haber seguido con ellos durante aquel trayecto, a pesar de que habían cumplido con creces su cometido, pero una nueva empresa llegó hasta ellos surcando el cielo con aquel gorrión y ninguno de ellos dudó en aceptarla. Radagast el Pardo les requería.
Con la despedida de Irimë aún fresca en sus corazones, el grupo se armó de nuevo con renovado propósito. Se dirigieron hacia el este, caminando por aquel sendero que el vuelo de las águilas les había ahorrado. Descubrieron que el camino les era extrañamente familiar, pues la compañía había viajado por allí antes, cuando eran prisioneros encadenados en el sueño. Al pasar junto a las ruinas del mercado de Haycombe recordaron los edificios como si fueran los de antaño y casi podían escuchar las risas de los niños en las calles. Así debía haberse sentido Irimë cuando alcanzaron el lugar por vez primera y comprendieron parte de la nostalgia que le había acompañado durante todo el camino. Atrás quedaba la ciudad de Haycombe con sus misterios. No pudieron evitar preguntarse qué habría sido de Aldor, Haleth, Geb y Rodwen en la vida real, y de todas las gentes de aquella ciudad, la espada del joven guardia Eómód y el destino que le deparó a él y su esposa.
Por fortuna no encontraron rastro de los orcos ni del espíritu, y el camino estaba despejado de peligros. Pudieron descender las montañas con paso ligero y tranquilidad. El camino continuaba, esta vez hacia el este, hacia Rhosgobel mientras Radagast el Pardo los llamaba como un eco en el viento. Alzaron la vista desde las alturas para contemplar el valle del Anduin y el eterno bosque. Nuevos desafíos les aguardaban allí mientras la sombra parecía estar cobrando fuerza cuando todos pensaban que la paz transcurrida tras la Batalla de los Cinco Ejércitos sería eterna. Pero ningún miembro de la valerosa compañía pensaba dar ni un paso atrás mientras les quedaran fuerzas para enfrentar cualquier peligro.