Partida Rol por web

 Francisco suelta un grito de sorpresa, que es ahogado por las férreas garras de aquella criatura aberrante. Estupefacto se suelta de la escalera e intenta agarrar los antebrazos del engendro que tiene encaramado a la espalda. Siente los golpes de los dientes amortiguados por la gruesa capucha del impermeable “¡Dios mío aquel ser le está intentando morderle en el cuello!”

Sus manos frías y mojadas por la lluvia resbalan inútilmente sobre la piel de su agresora casi como si estuviesen cubiertas por aceite. La verdad le impacta con una sensación reveladora “aquel ser va a matarle a mordiscos como le había pasado a Manuel”. Entonces toda sombra de tranquilidad se desvanece y dejándose llevar por la desesperación intenta golpear, forcejear, morder, ¡¡¡LO QUE SEA!!! Para sacársela de encima.

Horrorizada veo como esa mujer endemoniada salta sobre el cuello de Francisco. Sintiéndome indefensa, doy dos pasos hacia atrás, hasta sentir la pared de la casa contra mi espalda. Me niego a soltar a mi hija, a dejarla a merced de esos infernales seres, y con impotencia veo como Francisco intenta inútilmente sacársela de encima.

Mantengo bien cogida a Alicia. Su carita contra mi cuello, evitando que presencie estas escabrosas imágenes. Mi respiración se acelera... Cálmate, joder... Así no conseguirás nada... Me repriendo a mi misma. Miro a ambos lados de la calle, buscando algún sitio donde refugiarnos... Mierda, que vamos a hacer!!!

Mientras Isabel sigue tratando de hacer el puente, ve por el retrovisor del coche cómo aquella ¿mujer? se abalanzaba sobre Paco. Arremangando un poco la falda, y ayudándose de las manos apoyadas en los laterales de la puerta, Isabel toma un poco de impulso para salir del coche tórpemente y dirigirse a echar una mano a Paco. Coge un pedrusco cerca del coche y acercándose a aquel engendro trata de azotarle con ella en la cabeza.

Silvia, acuclillada y protegiendo a Alicia, sigue con impotencia la pugna que sostienen Francisco José y aquella mujer, y la asistencia de Isabel, que ha dejado sus manipulaciones dentro del coche, y manotea ahora sobre sus cabezas sin tino, empuñando un canto. En el forcejeo, el grupo golpea la escalera repetidas veces, hasta que el cimbreo acaba desequilibrándola, para desplomarse luego de unos segundos de expectación sobre el techo del coche, causando un gran estruendo. La atacante, a horcajadas sobre el arqueólogo, aúlla.

Ochenta metros más allá, un rostro ensangrentado asoma entre dos coches aparcados y hace rechinar los dientes al distinguirlos.

Con mirada aterrorizada sigo los movimientos del forcejeo que está teniendo lugar delante mío. Francisco parece estar resistiendo pero sé que no lo conseguirá durante mucho tiempo. Abrazo a mi hija con fuerza, temo muchísimo por ella, pero dentro de mi soy consciente que sola no conseguiré sacarla de este diabólico lugar. Nuestra única esperanza es hacerlo juntos. Pero... En ese momento miro al fondo de la calle y horrorizada puedo ver como hemos llamado la atención de otro ser infernal.

Dejo a mi hija apoyada contra la pared de la casa y me giro con el cuchillo en mano. La defenderé con mi vida si hace falta, pero una vez yo muera estará desprotegida. Con el corazón en un puño, y con una oración muda que no llega a salir de mis apretados labios alzo el cuchillo ensangrentado y lo clavo por la espalda a la mujer que tiene agarrado a Francisco.

Silvia lanza una serie de puñaladas sobre los omóplatos de la demente y el desastre le salpica en la cara. A pesar de ello, la mujer ha conseguido apresar la mano izquierda de Francisco José y acaba de cerrar las fauces sobre ella, y masca y sacude la cabeza como una perra rabiosa hasta que por fin escupe el meñique y el anular, cercenados.

 Francisco sigue revolviéndose desesperado por quitarse a esa demente de encima cuando esta le agarra la mano izquierda y un dolor cegador le recorre el cuerpo.  La horrible sensación de sus dedos al ser masticados le hace lanzar un grito a medio camino entre el dolor y la locura. Puede imaginarse sin ningún problema que es lo que viene después. En un esfuerzo de voluntad aparta la mano herida de la boca de esa zorra y ve volar ante sus ojos dos dedos machacados y ensangrentados. Sus dedos.

-          ¡¡¡HIJA DE PUTAAA!!!- Aúlla como un loco mientras mira incrédulo los muñones de su mano.

Sabe que está perdido pero venderá cara su muerte. Con la presencia de lo sucedido a Manuel marcada aun en su mente, intenta agarrar las piernas de su agresora y se lanza hacia atrás con la intención de aplastarla contra el muro de la casa, usando el peso de todo su corpachón. Pero la sangre que mana de su mano herida, como un surtidor hace que la piel de su agresora sea aun más resbaladiza que antes y esta se escabulle, desequilibrándole. Sin poder maniobrar el impulso que ya llevaba, acaba resbalando en un charco y cae al suelo pesadamente.

Al ver horrorizada cómo aquel engendro arrancaba los dedos de Pacojo, Isabel se abalanza sobre aquel ser ensañándose a pedradas contra su cabeza.

El rostro de Isabel se ve desencajado, presa de la ira y del terror al mismo tiempo. Con fuerza aprieta entre sus manos la piedra mientras repetidamente la golpea contra la cabeza, llegando a hundirle ligeramente el cráneo. Entre pedrada y pedrada aquel monstruoso ser suelta definitivamente a Pacojo, pero esto no es suficiente para Isabel, la cual aún continúa azotándola a pedradas notando la sangre deslizarse por sus manos.

Francisco José yace de costado junto a la fachada, despega la cara de la acera mojada y descubre a su izquierda los piecitos de Alicia y, desenfocando estos, la emergencia de las asesinas de Manuel, seis figuras veloces y espeluznantes que ya mismo tendrán encima, prometiéndose nuevas víctimas propiciatorias.

Horrorizado, desvía la mirada para dar la alarma y observa a aquella mujer que aún degusta el sabor de su carne, a gatas a la altura de sus rodillas, gritando, recibiendo las pedradas de Isabel y las cuchilladas de Silvia.

Por un momento levanto la mirada y veo como los otros seres demoníacos empiezan a acercarse. Aterrorizada levanto el cuchillo con las dos manos y sin pensarlo dos veces lo clavo nuevamente en la mujer que se encuentra a gatas... Muere hija de puta!!!

Su sangre corre por mis manos, pero ni me inmuto. He clavado el cuchillo hasta la empuñadura. Mis instintos de supervivencia parecen salir a flor de piel. Pero ¿como vamos a terminar con todos ellos?

 Francisco José Nunca ha sido un hombre creyente. Aun habiendo estudiado cientos de culturas y sus religiones, denostaba el misticismo y la farándula de las creencias en una serie de seres superiores que revoloteaban por ahí supuestamente protegiendo a la humanidad. El estaba de parte de la lógica y el raciocinio científico, pero en aquel momento no puede evitar encomendarse a cualquier ser divino que haiga por ahí.

“Dios mío” Piensa aterrorizado hasta la medula, “échanos una mano o estamos perdidos”.

Impulsándose con la pared Pacojo se levanta del suelo abalanzándose sobre la “poseída”. Alzando el puño se dispone a golpearla con fuerza en toda la cara, pero con la velocidad de una serpiente ella se aparta y Francisco acaba empotrándose dolorosamente contra el costado del coche.

Con la cabeza dando vueltas y sangrando como un cerdo por su mano herida, aun está lo suficientemente lucido como para gruñir un irónico.

-          Vale, no me hagas ni puto caso…-

Pero no es que su objetivo se haya apartado por voluntad propia; antes bien, lo forzó Silvia, quien habiéndole acertado en la mitad derecha del cuello, ha tirado para destrabar el arma y ahora termina de retirar la hoja, de más de un palmo, a un pelo de desgajarle la cabeza. La sangre restalla para embadurnar el rostro de Francisco José, que atiende horrorizado, caído junto al automóvil, antes de que la mujer se desplome emitiendo un gorgoteo. Sus dedos se crispan por unos segundos aún en dirección a las perneras del arqueólogo.

Isabel vuelve a golpear con la piedra ensangrentada a aquel ser, esta vez golpeandole sobre la mano que en el suelo tiene extendida hacia Francisco - MUERE HIJA DE LA GRAN PUTA ! - dice a la par que vuelve a estrellar otra pedrada contra la cabeza de la misma.

Y si hubiese cabido alguna posibilidad de que volviese a contraatacar, Isabel la ha frustrado por completo, primero haciendo añicos la mano extendida y enterrando a continuación el adoquín en el cráneo abatido, de modo que una parte de los sesos sale a presión a través de las fosas nasales y salpica al auxiliado.

El alarido de una nueva atacante les impide sucumbir a las arcadas. ¡Ya está sobre ellos! ¡Y el resto viene pisándole los talones!

Se lanza sobre nosotros otra de las atacantes. Casi como en un acto reflejo alzo mi cuchillo y se lo clavo. Me siento tan horrorizada por lo que estamos viviendo, que estoy luchando por puro instinto. Levanto el cuchillo y clavo. El cabello húmedo me cae sobre los ojos y casi ni veo donde asesto el golpe, pero siento como nuevamente el cuchillo penetra en la carne como si de mantequilla se tratase.

Me coloco delante de mi hija, interponiéndome en su camino. Antes de llegar a ella tendrán que terminar conmigo, y no pienso ponérselo nada fácil. Un grito gutural, desafiante sale de mi garganta mientras alzo nuevamente el cuchillo.

Isabel, sin pensarlo dos veces, arrea con la piedra a la nueva atacante. Parece que aquello no había hecho nada más que comenzar... La piedra impacta fuertemente contra la cara de aquel ser, partiéndole el pómulo izquierdo comenzando a sangrar abundantemente, mientras Isabel murmura con una risilla nerviosa - Jódete hija de puta! ja...jaja... jajaja.... - la mujer estaba empezando a perder la cabeza, la situación la desbodaba, pero continuaba azotando a aquel ser con la piedra.

 Durante unos segundos Francisco se queda totalmente quieto. En su mente el tiempo parece detenerse alargando los segundos eternamente. Mirando anonadado la cabeza aplastada de aquella hija de perra, que hasta el último aliento ha intentado devorarle. El doloroso palpitar de su mano herida le hace descender la mirada hasta los muñones en los que se han convertido sus dedos, y no puede evitar llorar de desesperación.

Entonces Pacojo ve como sus compañeras se lanzan al ataque de sus nuevos agresores y reacciona despertando de su estupor.

-          “Idiota”- Se reprende en pensamientos.-  “Te las das de duro pero a la mínima vas y te arrugas. Mira como ellas siguen luchando mientras tú te dedicas a perder el tiempo lloriqueando”-

Esos pensamientos son los que le hacen reaccionar al fin. Lanzando un grito semejante al de un animal moribundo se levanta abalanzándose sobre la mujer que va delante y que ya estaba sufriendo los ataques de Silvia e Isabel. Si tenía que morir al menos antes lucharía como un jabato. Sin pensárselo dos veces, cierra férreamente su mano sana y apartando a sus dos compañeras, la lanza en un potente puñetazo que impacta sonorosamente contra la poseída.

Al parecer, esta vez algún Dios más comprensivo  había correspondido finalmente a sus plegarias.

Los tres se disponen en fila, codo con codo, encarando otra acometida del horror, un incesante y demencial oleaje que se incendia como una espuma de miembros contorsionados, y bocas y ojos desencajados, como espectros que aletean sobre un vendaval de ruina (qué mueve a estas mujeres –porque en este ataque todas son hembras-, qué las trastorna y las maneja como títeres acelerados. Son mujeres normales, por Dios; las rezagadas son mujeres mayores, enlutadas, con el cabello encanecido, deberían de estar en sus casas sentadas a la mesa camilla, en la iglesia, o charlando con el panadero… Pero no, en lugar de eso, ¡se están comportando como bestias salvajes!).

Sin haberlo ensayado, han logrado neutralizar la amenaza más inmediata: Silvia, antes de retirarse con un salto para proteger a Alicia, ha asestado un tajo horizontal contra el vientre de la nueva atacante; sus intestinos comenzaban a aflorar cuando Isabel la ha detenido en seco con una pedrada en la sien; Francisco la ha rematado con un derechazo, hundiéndole el tabique nasal en el cerebro.

La mujer ha caído irremediablemente de rodillas y luego de cara sobre el cojín de sus propias tripas, ya esparcidas.

En este instante, la puerta de la casa frente a la que aguardan se abre como una exhalación.

Alberto se asoma y lanza un gemido en cuanto capta la escena, incapaz de dar crédito a sus ojos: el terno, enfrentándose con una turbamulta desquiciada, está pisando sobre dos cuerpos ultrajados y lanzando resuellos y risas que le ponen la piel de gallina.

-¡Entrad! –consigue articular.

Y tomando a la niña, la más próxima, la arroja hacia el interior de la casa sin demasiados miramientos.

Conseguimos derribar a la mujer que teníamos encima, pero vienen mas. Están a punto de caer sobre nosotros, cuando veo como Alberto nos abre la puerta.

Ese umbral se ha abierto a nosotros como nuestra única vía de escape. Alberto coge a mi hija y la mete hacia adentro. Sin pensar, con el único objetivo de no separarme de mi niña, y protegerla pase lo que pase, intento entrar detrás de ella. Pero los tengo demasiado encima, en el último momento me doy cuenta de que el suelo resbala.

Los nervios, el histerismo y el terror me juegan una mala pasada. Coloco mal el pie. ¿Quién me diría a mi que me pusiera mis zapatos nuevos para venir al pueblo?. De jovencita siempre había ido cómoda, con unas deportivas podía correr por las calles empedradas. Pero, la capital me ha sofisticado. No me parezco en nada a la joven que salió del pueblo. Cuando veo como el suelo se acerca rápidamente, y mis rodillas golpean con violencia en la piedra, recuerdo aquellas deportivas que tanto me gustaban...