Partida Rol por web

Hacía ya unos meses de aquella inquietante pesadilla en la que su antiguo y maléfico dios Anthraxor, le informaba de su cambio de alienamiento. Le había resultado harto difícil pasar de provocar el dolor y el mal allí por donde pasara, a ayudar a las desvalidas gentes de Reinos Recordados.

Había situaciones en las que Slavathor sentía incluso ciertas nauseas al recordarlas. Como aquella vez que tuvo que ayudar a una linda abuelita a recuperar a sus gato encaramado en lo alto de un árbol. Lo primero que había pensado el anti-clérigo era el quemar el árbol entero y entregar las cenizas del felino a la amable señora. eso sí: dentro de un decorado recipiente de cristal. Pero no! Tuvo que emparrarse a una escalera y farfullar aquello de "misifú, misifú" un centenar de veces. Mierdagatoya!

Lo preocupante era que, sin traer a cuento, un día se sorprendió recogiendo florecillas del bosque y pegando saltitos como si de una mazuela inmadura se tratara. "Slavathor, por dios, contrólate!" se dijo. Y comenzaba a pensar que había perdido el norte...

En una de sus últimas apariciones, Anthraxor, le había informado de su cometido: debía dirigirse a las montañas de Tosevé y prestar ayuda a dos aguerridos aventureros que se encontraban en árdua misión para salvar los Reinos Recordados del maléfico yugo de una tal Malus Kagontó. Por lo que le había explicado su dios, aquella pareja de héroes, buscaban al maestro forjador enano Torrebruno para conocer secretos de la misteriosa espada Escubidur.

"Deberás ser de ayuda en todo aquello que sea necesario. Solo con tu ayuda, la misión podrá llevarse a cabo..." dijo Anthraxor, "Y recuerda: si Bart Beider se volvió bueno, tu también puedes!".

De aquel modo, se encontraba en la entrada de uno de los conductos de ventilación de la forja del enano Torrebruno. No había tenido contacto aún con los dos aventureros que su dios le había comentado, pero algo le decía que se encontraban dentro de aquell edificación en las entrañas de Tosevé.

Solo era cuestión de entrar y buscarlos.

"¡Esto es el colmo! ¿Por qué no se buscará un paladín?" pensó Slavathor, mientras oía las órdenes de su deidad. "Las veces que nos aliamos con las huestes de otras deidades y fuerzas maléficas, para buscar juntas la destrucción. Y ahora me obligan a luchar en contra de ellas. Esto es una tortura. Un momento... ¿No será esto una tortura? ¿No será toda esta pantomima un castigo de Anthraxor? ¿Pero que habré hecho para merecerlo?"

En sus manos, el bien le resultaba harto extraño. Cada vez que salía energía positiva "¡Energía positiva!" de sus manos, sentía necesidad de lavárselas. Limpiarlas. Con las entrañas de alguno de sus enemigos. Pero tenía que hacerlo cada vez más seguido. Los Clérigos de Anthraxor iban perdiendo cada vez más el temor que se habían ganado con tanto esfuerzo, ahora lo veían con cada vez mejores ojos, incluso se alegraban y le pedían cosas como si del mozo de los establos se tratase. Las formas del bien y la legalidad le parecían absurdas, una comedia en la que Slavathor hacía de payaso contra su voluntad.

Pero uno no se hace anticlérigo esperando desobedecer a su deidad. Uno jura servir eternamente y a eso se atiene. ¿Pero a qué jura servir uno? ¿A la deidad? ¿A los principios de la deidad? ¿Que pasa si la deidad falla a los principios? Seguramente los eruditos del plano del dolor estarían años ahondando en esta cuestión. No por que estas cosas tan abstractas, complejas y académicas llevasen mucho tiempo de lectura, si no por que ya no se torturaba a los eruditos para arrancarle las respuestas.

Lo peor de todo era que Anthraxor parecía estarse esforzando por ser más legal y más bueno que el resto de las deidades de esos alineamientos. Ahora lo enviaba a buscarle una espada a un par de desgraciados para ayudarlos en su lucha contra el mal. ¿Cuántos grupos de aventureros reciben un clérigo especialmente enviado por una deidad? ¿Que falta? ¿Que empiece a revivir gente a troche y moche?

Slavathor se introdujo por el conducto de ventilación, mirando por cada agujero, buscando a algún enano herrero que pudiese ser el que tenía esa espada. O a esos dos desgraciados. "Ojalá no quiera darme la espada, así al menos puedo matarlo. Y ya que estamos, que me dejen torturar al Malus ese, después de todo, se lo merece."

Fuman empieza a entonar uno de sus poderosisimos hechizos.

- Bilt a faiel, a zousans mails aguay
tu lait mai long guay jom,
Ai laid a comet,
mai tlail is long tu estay.
SAILENS! is a jeavi eston.

Ai fait de guold an taik ol dey can guif
Del al taims mai jelt jangs lou.
Boln tu guolk against de güind
Boln tu jiel mai naim
No matel güel ai estan aim alon

Al igual que con la demoniaca damisela Fuman cubre parte de su cuerpo en una misteriosa pose y en el engendro mecanico aparece un agujero.

Una explosión de virutas de metal, junto con diversas chispas provocadas por el roce de las armas, inundaron aquella calurosa sala.

Los ataques realizados por Terney y Fuman habían tenido bastante éxito y la firme coraza de la criatura mecánica, comenzaba a resquebrajarse. Uno y otro, habían conseguido acertar en sus respectivas ofensivas y la araña parecía estar ciertamente perjudicada. Pero no era para tranquilizarse en absoluto...

En una de sus embestidas, había conseguido morder al pirata y ese efectivo ataque podía ser preocupante para el pirata.

La herida le provocaba dolor y comenzaba a cojear. Debían acabar cuanto antes con aquel enemigo o la cosa se complicaría bastante.

Pero Terney no se dejaba vencer tan fácilmente...

Slavathor caminó los primeros metros de aquel orifício, de unos 2 metros de diámetro, con cierta inquietud. Desconocía qué podía encontrar en aquella forja y viniendo de un enano...todo era posible!

De momento, la entrada estaba limpia de posibles trampas. Pero era evidente que, a medida que el túnel avanzaba, el perfil descendente era cada vez mayor. Parecía que aquella galería rocosa se internara cada vez más en las entrañas de la montaña en un largo túnel rocoso.

A cada nuevo paso, el clérigo notaba el calor que procedía del interior de la montaña. Continuó en su avance lento y seguro hacia el interior de la montaña, notando que la pendiente aumentaba ligeramente y que el calor también iba en aumento. De repente, el conducto se dividía en dos: izquierda y derecha. Era la primera de las decisiones que debía tomar...

De repente, Slavathor escuchó algo que le provocó cierto estado de alerta: era el sonido de algo metálico que entrechocaba...alguien estaba luchando!!

Provenían del túnel de la derecha y no estabn muy lejanos. Serían los aventureros de los que su dios había encomendado ayudar? Solo había una manera de saberlo...

El golpe que había recibido resultó ser horrible para mi integridad física, dejándome a la mitad de mi vida. Fatales imágenes acudieron a mi mente, pues no parecía ser capaz de enfrentarme yo sólo a la gigantesca araña con una ridícula maza de tres al cuarto. En aquel momento me hice recordar que le pediría al señor de la fragua una arma mejor que la que tenía. Sí, eso valdría para ser el más poderoso de todo el reino.

Todavía estaba viendo estrella rodeando mi cabeza cuando de golpe una de esas estrella se convirtió en fugaz y su estela impactó en el ser metálico. ¿Qué clase de brujería era esta? ¿Acaso había descubierto algún nuevo tipo de magia, que había permanecido innata en lo más profundo de mi ser?

No tardé mucho en comprender lo que había pasado en realidad. La parálisis de mi compañero mago resultó ser la tapadera perfecta para convocar un nuevo conjuro. Entendí que la magia era difícil, pues debía ser tedioso que para realizar un hechizo de alto nivel debías permanecer quieto para poder lanzarlo.

Maravillado por la recuperación de mi compañero, decidí lanzarme de nuevo a por el ser metálico. Levanté mi maza por todo lo alto y a los cuatro vientos, antes de golpear, grité:

- ¡Éste no es mi vaso de Fatman!

A diferencia de otros aventureros, a Slavathor le sentaba bastante bien el ambiente de las cavernas, la oscuridad y el calor. Le traía recuerdos, como cuando fué a retirar su diploma de doctorado en tormentos y sadismo a uno de los círculos menores del plano del dolor. O aquella vez que se ganó unas vacaciones todo pago del sindicato de anticlérigos, en los abismos enloquecedores de Bahator. 

Frente a él, el tunel se bifurcó. Normalmente tiraría su maza para arriba y vería para que lado caía apuntando, su deidad le guiaría hacia donde tenía que ir. Pero no fué necesario que tomara esa decisión. Oyó el golpe del acero contra el acero y su corazón empezó a palpitar. El ambiente en la montaña le era cada vez más agradable. Solo faltaba el olor a sangre o algo igual de agradable.

"Que bien" pensó "He encontrado a algunos desgraciados para depanzu- ejem, ayudar. Voy a ayudarlos, sí. Je je je. Ah, como odio esto."

Aún así, donde había lucha había dos bandos. Seguro podría destruir a un grupo de enemigos sin incurrir en ninguna pena. Pero no sería así si se quedaba divagando. Aceleró el paso por el túnel de la derecha, buscando con toda atención la fuente de los ruidos. 

Cuando encontrara el lugar, saltaría de inmediato desde el túnel de ventilación, evaluaría rápidamente la situación, y se pondría manos a la obra, destruyendo algún enemigo con su maza. Ya había pasado demasiado tiempo sin pelear.

Aquel último golpe recibido por la maza del joven asaltador de los mares, no había provocado desperfecto mayor que un par de arañazos al caparazón de la criatura mecánica.

Los seis ojos rojizos, centraron su mirada asesina en Terney. Parecía que la araña evaluara codo pequeño movimiento de su oponente para conocer cuales eran sus puntos débiles. Era una acertada protección para los invitados "no deseados" en aquella forja del enano Torrebruno...

En un rápido movimiento de una de sus patas delanteras, el monstruo de metal, punzó acertadamente uno de los costados del pirata, provocando una nueva herida en el muchacho.

Terney notava como su vida se le escapaba segundo a segundo. Eran pocas las fuerzas que le acompañaban. Si Fuman Txu fuera afortunado en su ataque...

Slavathor corrió en pos del sonido de combate, cual jubilada invitada a un tupper sex de testeo gratuito. Su ímpetu para con la contienda bélica no le provocaba temor alguno a la hora de desplazarse por aquellos conductos de ventilación de roca viva.

Tras unos veinte metros, el clérigo observó como la galería daba paso a una amplia sala circular, tallada toda ella en la piedra, con un suelo de reja metálica donde se podía ver qué había bajo el suelo. Allí se encontraba una gran caldera que funcionaba a plena potencia, o sí no, parecía hacerlo por el sudor que el clérigo comenzaba a expulsar por su curtida frente.

En el centro de la sala, había un orificio de unos 2 metros de diámetro por donde el calor parecía llegar a su máximo apogeo. En el fondo, dos puertas metálicas que ofrecían una salida a aquella calurosa y asfixiante sala. Pero aquello no llamó la atención de Slavathor...

En una de los laterales, el clérigo descubrió el orígen de los sonidos de lucha. Un muchacho armado con una maza y de vestuario parecido a los que vestían los hombres de mar, se enfrentaba en combate a una especie de criatura metálica parecida a una araña. A cierta distancia, un hombre de avanzada edad realizaba gestos como los realizados por alguien conocedor de las fuerzas arcanas de la magia.

Serían aquellos los aventureros a los que debía prestar ayuda?

Wyllis despertó con un fuerte dolor de cabeza y cierta sequedad en la boca. Y era extraño, ya que aquellos simpáticos hombres que había conocido en aquella posada, le habían animado a beber una y otra vez aquella agua dulzona que, según decían con gran convicción, era simple agua de las Montañas Mágicas de la Virgen Negra.

Ahora solo tenía ciertas lagunas y recuerdos borrosos sobre lo sucedido a continuación... Le venían a la cabeza frases como "una prueba de fe", "el destino te llama" o "debes realizar la misión". Tras esas frases, el recuerdo de que alguien le explicara, entre carcajadas sin sentido para él, que debía llegar a la forja del maestro enano Torrebruno e ir a la caz y captura de un Gamusino. Todo eso, libre de armaduras y de armas. Solo el poder de su fe como paladín, le sería útil en aquella misión divina.

Y el pobre Wyllis, no dudó ni un solo segundo que aquellas palabras fueran fruto de una broma de mal gusto por parte de unos sinvergüenzas borrachines. El hombretón se desnudó y, solo vestido con sus calzones y sus botas, se dirigió hacia la montaña que estaba a escasos kilómetros de aquella posada.

Pero entre el cansancio, la borrachera y el calor abrumador de la forja, Wyllis cayó en un estado somnoliento que le ayudó a pasar la mona hasta que los "tambores" de su cabeza comenzaron a provocarle malestar.

El problema es que no sabía hacia donde dirigirse!

Se encontraba en medio de una galería de un par de metros de ancho y sus opciones eran simples: hacia la derecha o hacia la izquierda. No había nada que, a simple vista, le ayudara a recordar de donde venía.

   Entre risas y más risas de sus nuevos amigos, Wyllis encontró la prueba que debe realizar todo paladín. Aunque para él aquella palabra no significase mucho más que el nombre de un distribuidor de cacao que alguna vez se había pasado por su aldea, Villarriba del Puente.

   - Ayyyyy... menua cogorza que me pillé ayer... Bffffffff. - Los pasos eran pesados y Wyllis arrastraba los pies como si fuera un zombi, pero nunca cejó en su empeño. Ni siquiera cuando, de pequeño, su padre le mando a freír espárragos y lo encontró quemando espárragos en el patio trasero de su casa. Claro... el pobre no sabía lo que era freír nada. - Torretruno... Torquebruno... Sobretruño... ay que vé que nombres se ponen los de ciudad. Cagüen todo viví en una montaña... 

   Pero Wyllis, desnudo a excepción de un taparrabos y sus botas, con su musculado y bronceado torso al aire y solo vestido con su fe, recién adquirida todo sea dicho, llegó hasta lo que debía ser la morada de aquel tal Torrebruno. Porque era una galería escavada en la montaña y ¿quien si no los Torrebrunos van a vivir en la montaña, como dijeron los nuevos amigos de Wyllis? Y un amigo no puede mentir. Así que el hombretón atravesó la galería y decidió coger el camino de la izquierda.

El fornido paladín caminó unos metros por aquella galería que se adentraba en las entrañas de la enorme montaña de Tosevé. Todo estaba a oscuras, pero gracias a algunos orificios excavados en la roca y que parecían dar paso a laterales de la forja, el hombretón podía ver más o menos donde ponía los pies.

Tras unos minutos avanzando, sin estar seguro de que fuera el camino correcto, Wyllis llegó a una sala rectangular. Desde la puerta de entrada a la habitación, pudo observar que a lado y lado de la sala, existían unas escaleras parecían conectar con el piso inferior de aquella construcción de origen enano.

Pero lo que realmente llamó la atención a Wyllis fue una mesa de piedra, situada en el centro de la sala. En ella, parecía reposar algún tipo de objeto brillante que no llegaba de reconocer desde la puerta de entrada.

   Wyllis avanzaba con cuidado. Que no era tonto. Y es de todos sabido que si no miras dónde pones los pies, puedes llevarte alguna sorpresita. Al pensar en ello, Wyllis paró en seco y levanto uno de sus pies para mirar la planta. Luego el otro. No parecía que se hubiera llevado algún "regalito". Y es que era de todos sabido que los enanos van dejando regalitos allá por donde campan, y eso lo sabe todo el mundo en la aldea en la que Wyllis nació.

   Despejadas sus dudas y viendose con las botas limpitas, el paladín avanzó hasta que dio con una sala tan magnífica que le quitó el aliento.

   -Ay madre... menuda choza que tie aquí el amigo Bruno... ¡pero que sesto! Si brilla y to... 

   Wyllis, atraído por lo que quisiera ser que estaba brillando en aquella sala rectangular, en su justo centro. ¿Sería una joya? ¿Serían armas o armaduras enanas? ¿Y donde iba a guardar ninguna joya si solo tenía un mísero taparrabos, y eso porque los dioses son misericordiosos y no desean que Wyllis ande mostrando sus magníficos atributos, por perseverar la virtud de las damas con las que Wyllis se cruce. No era menester ir por la vida como su madre le trajo al Mundo.

Wyllis, con ciertas reflexiones pudorosas sobre su vestuario, se asombraba de la edificación donde había llegado aún sin saber del todo. Pero su atención se centró en el objeto brillante que estaba situado sobre aquella mesa de piedra.

Llamado por la curiosidad, el fornido paladín se acercó para descubrir que, simplemente, se trataba de un espejo. Era uno de aquellos que Wyllis había visto utilizar por hermosas mujeres de aquellas que fuman y que se hacen "muy" amigas tuyas a cambio dinero. Pequeño y elegantemente decorado: estaba adornado con pequeñas piedras preciosas, con incrustaciones de oro brillante y con un brillo que resaltaba en medio de aquel escenario de roca, piedra y calor.

Qué hacía un espejo como aquel en un lugar como aquel? Uffff, preguntas muy profundas para Wyllis...y además en taparrabos!!